Para muchos, el hecho de que un Estado confiese una religión oficial, resulta en un anacronismo en tiempos en que el proceso de secularización parece haberse afirmado definitivamente en occidente, lo moderno para muchos, sería un Estado laico, completamente independiente de cualquier institución religiosa. Según esta perspectiva, la confesionalidad es un asunto particular e individual de cada quien; inclusive, se considera que arriesga con la objetividad y neutralidad de los poderes del Estado.
Sobre el último argumento, debemos recordar que el Estado es un ámbito institucional, administrado, y regido por personas concretas, y no es el Estado, si no las personas que concurren en él las que actúan y toman decisiones; al llegar aquí nos damos cuenta que ya no es posible argumentar imparcialidad ni objetividad, en vista que existen factores históricos y culturales y particulares que inciden en las acciones y criterios de los sujetos. La neutralidad y la objetividad siempre serán aparentes e ilusorias.
A lo largo del proceso de invención de Costa Rica, podemos observar los diversos papeles que jugó la Iglesia Católica en su desarrollo, desde la conquista, la independencia, el proceso liberal hasta las reformas sociales en la década de los cuarenta, solamente para destacar algunos momentos decisorios. Estos papeles de la Iglesia Católica fueron variopintos, y abarcaron aspectos que hoy consideraríamos ajenos a la función de la Iglesia como: la salubridad, la educación, el ordenamiento territorial, la administración de justicia etc. Para bien o para mal, la Iglesia Católica ha sido un protagonista en la historia de Costa Rica, y en la formación de la identidad costarricense.
Sin entrar a discutir la vigencia o el contenido simbólico que tienen muchos ritos cultuales y fiestas nacionales costarricenses, es innegable que estamos impregnados de ellas, La Semana Santa, la Navidad, La Virgen de los Ángeles, Las fiestas Patronales, etc., ningún habitante puede abstraerse de ellas, puede reaccionar de diversas maneras sobre esto, pero inevitablemente concurre en ellas.
¿Entonces es válido por estos motivos que el Estado costarricense sea de confesión católica y ésta sea su religión oficial? No precisamente.
El proceso de formación costarricense no ha sido homogéneo, a pesar de la apabullante influencia de occidente, convivimos en una sociedad heterogénea, étnicamente, culturalmente y religiosamente. Somos el resultado del encuentro de muchos grupos, indígenas, negros, chinos, europeos, etc. Nuestro mestizaje no solo se refleja en nuestra piel y en nuestros rasgos, también se refleja en nuestras costumbres, en nuestras manifestaciones y fe. Cada grupo fue sumando lo propio y asimilando lo exterior en un proceso que no acaba, y que es dinámico y está en transformación, señalar su destino o punto de llegada es inútil y resulta en una aventura fascinante.
Nada se da químicamente puro en la sociedad humana, la misma Iglesia católica costarricense es resultado de nuestro largo proceso de hibridación, el sincretismo no debe ser visto como unas galimatías llena de supersticiones, al contrario, debería ser valorada y examinada con detalle para comprender cómo sutilmente entre capas y capas, conviven visiones de mundo y auténticas expresiones de religiosidad y espiritualidad sean consientes o no.
Igualmente, los diversos grupos que fueron llegando y el peso de la fuerza externa, permitieron que hoy día, en Costa Rica, diversas denominaciones cristianas, cultos y religiones concurran en nuestra sociedad, con divergencias y puntos de encuentro, todas son parte de la identidad costarricense, han sido y son asimiladas por nuestra sociedad.
¿Qué peso tiene la múltiple confesionalidad de la sociedad costarricense? Opinamos que tiene un peso determinante, como ya hemos dicho, queramos o no, las diversas expresiones religiosas son parte de nuestra identidad y de nuestra cotidianidad. En este sentido, nos preguntamos ¿Acaso no sería posible más bien una confesionalidad del Estado costarricense más ecuménica, reconociendo las diversas expresiones religiosas como parte integradora y no marginal?
Quienes optan por un estado laico, llevan razón en la necesaria separación de roles, entre lo que son asuntos terrenales y espirituales, pero es un argumento más bien liberal, tampoco quieren que en la economía intervenga el Estado, tampoco quieren que los trabajadores se organicen en sindicatos, ni nada que se involucre o distorsione su culto y sacerdocio a Mammon.
No existe posibilidad de una no confesionalidad, por que de antemano esto implica una confesionalidad, entonces ¿por qué no reconocerlas todas? Eso sí, la participación de las diferentes religiones será con las reglas del juego de cualquier otra institución social, su carácter religioso no las inhibe de cualquier mandato, ni les distingue de otras organizaciones sociales. ¿Por qué? Porque también existen personas no creyentes, que también concurren en la vida e identidad de la nación, y no es posible por su no afiliación a un grupo religioso marginarles. En todo caso, cualquier iniciativa debería encaminarse a sumar reconociendo la diversidad, en lugar de restar.
Un último punto a considerar en la iniciativa de reforma presentada en la Asamblea Legislativa, se sugiere modificar el artículo en que se jura por “Dios y la Patria”, algunos opinan que en nombre de los no creyentes debería suprimirse a Dios. Es una práctica común en muchas organizaciones añadir en sus juramentos “y/o por lo considere más sagrado”, ¿Por qué no hacer lo mismo? ¿Por qué restar y no sumar?.
¿No debería la confesionalidad del Estado comprometerse con la religiosidad y espiritualidad de sus ciudadanos y no necesariamente con una institución religiosa?
Germán Hernández.
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