- Para ser sincero, la primera vez que entró aquí tuve ganas de sacarlo, sabía a lo que venía, pero no sabía cómo era posible que con esa pinta lo hubieran dejado entrar a una librería y menos cómo hizo para esconderse el primer tomo de la trilogía Milenium y salir sin que lo pescaran.
- Diay, hay gente para todo.
- Y eso no es nada, antes un roco me había encargado todos los libros de Vargas Llosa, pero eso sí, que todos tuvieran en la portada la etiqueta que dijera: “Premio Nobel de Literatura 2010”, para que vea...
- ¿Está loco?
- Espérese, le expliqué que eso era imposible, que todavía no se habían reimpreso todas las novelas de ese mae, que apenas había pasado una semana de lo del premio, que para que llegaran a la compra venta tenía que esperarse como un año.
- Que varas de mae, pero no terminaste de contar lo del piedrero.
- Sí, sí, el mae entra con esa pinta que usted ya se imagina y me pone el libro sobre el mostrador y me pregunta - ¿Cuánto me hecha? – viera mae, el libro venía nuevo, en el forro plástico, ni el precio le había quitado, y usted me conoce, no me gusta darme color, y le dije cortante: Aquí no compramos libros robados.
- ¿Así nada más?
- Sí, dio media vuelta y salió con el libro bajo el brazo sin decir nada.
- Mae, ¿Pero cuántos libros robados nuevos no vienen a parar aquí? No hay que ser así, el mae lo que andaba buscando era una ayudita para el vicio.
- ¡Claro!, ¿Y luego cómo me lo saco de aquí viniendo todos los días con un libro nuevo?
- Diay, no sé…
- Porque a los tres días volvió.
- ¿Sí?
- Claro, con el mismo libro.
- ¿No le creo?
- Para que vea, pero algo había cambiado, el libro venía sin el plástico, sin el precio… y con el lomo abierto, algunas puntas dobladas, y esa huella sucia de los pulgares en el corte delantero de las páginas y me dice otra vez - ¿Cuánto me hecha?
- ¿Pero cómo? – Le pregunto
- Diay, ya no está nuevo, ya me lo leí.
- Sí mae, viera que cagada de risa, y el mae todo serio viéndome, entonces para sacármelo de encima le digo: dos rojos es lo que le puedo dar
- Está bien – me dice, se los di y jaló.
- Según el mae lo había leído.
- Yo pienso que sí
- ¿Cómo?
- Cuándo me llegó a la semana siguiente con el segundo tomo de la trilogía.
- ¿Volvío?
- Claro, y vino diciéndome que el segundo no le había gustado tanto como el primero, que en la segunda Mikael Blomkvist no lo convencía tanto, que habían muchas cosas inverosímiles en la novela...
- Jueputa!, hasta crítico literario te salió el piedrero.
- Sí mae, y lo más curioso, el libro venía igual que el primero, y esa mancha de los pulgares sucios, como tiznado, yo creo que sí lo había leído, tenía que ser…
- Y en qué paró la cosa…
- Me pregunta - ¿Dos rojos verdad? – Y se los dí.
- Por lo menos la piedra le estaba dejando algo bueno…
- Sí, ¿Quién dice que la literatura no cambia el mundo?
- Y qué, volvió con el tercer tomo?
- ¿Usted que cree?
- Diay… que sí
- Claro, la semana siguiente, entró con el libro abrazado, como hacen las colegialas con sus cuadernos, lo viera, tenía los ojos llenos de lágrimas, me puso el libro en el mostrador y me dijo – Este es el mejor de los tres, me lo leería otra vez, pero usté sabe… - Saqué los dos rojos y en eso se me ocurre.
- ¿Qué cosa?
- Lo de Vargas Llosa
- ¿Y qué?
- Lo del roco que me los había encargado, y le pregunto al mae si ha leído a Vargas Llosa
- ¿Y qué?
- Se me ataca a llorar.
- No joda mae
- Sí, y se pone a contarme, que había leído la Tía Julia y el Escribidor, que había sido hacía años, cuando no andaba en vicios ni en la calle
- ¿Entonces?
- Le dije que recordar es volver a vivir como dicen en la radio y que me los consiguiera pero eso sí, con la etiqueta de premio nobel de literatura
- ¿Y te los consiguió?
- En un mes ya se los había leído todos.
- Mae no se lo puedo creer…
- Créalo, hasta dos libros de ensayos
- Increíble mae.
- Diay, si tragaba piedra podía tragar cualquier cosa.
- ¿Como qué?
- Diay, seguí con los encargos, ese máe se leyó a Foucauld, Emanuel Freeman, Eco, Raymundo Chávez…
- Ya no lo dejabas ni respirar.
- La piedra es lo que no lo dejaba, entre más era la adicción más leía, llegaba tempranito en las mañanas apenas abriendo y me preguntaba que si había algún encargo, un día le dije que no
- Seguro se puso que se lo llevaba puta
- Viera que no mae, era un mae tranquilo, sumiso, miraba el suelo, salía calladito y al día siguiente me llegaba con algo nuevo, que ni le había encargado, y uno de esos días me llega con la poesía completa de César Vallejo y me le quedo viendo y le digo, vea mae, la poesía no se vende – y se me pone en guardia –
- ¿Cómo que la poesía no se vende, y por qué estaban vendiendo a este mae en la Universal?
- Bueno, sí, pero es una pega, a casi nadie le gusta comprar poesía…
- Pero ese mae es arrechísimo.
- Yo sé, yo sé, pero diay
- Mae, no sea así, écheme algo.
- Pero no gano nada.
- Porfa mae, aunque sea para una piedra.
- Con una condición.
- ¿Cuál?
- No me traiga más poesía.
- Juega el gallo – Y salió con las cinco tejillas que le di en menudo para una piedra.
- O sea, que el mae se te estaba volviendo una pega.
- Que va, apenas estaba comenzando, viera después con las varas que me llegaba…
- Puros güesos
- A veces me traía varas que se podían vender, pero ya al final me traía clásicos
- ¿En serio?
- Me va llegando un día con la Ilíada.
- No.
- ¿Mae pero estas varas no se venden, no ve que tengo como cinco pudriéndose allá en el librero del fondo?
- Pero usted no sabe lo que me costó leerme este.
- Pero esas varas no sirven.
- Hasta me robé un diccionario de mitología para poder terminarlo.
- ¿Qué?
- Si, véalo.
- Le recibí los dos por el precio de una piedra.
- Que varas las suyas mae, ya te estabas aflojando con el grifo.
- Es que no me caía mal, pero es cierto, y la verdad que en cualquier momento lo cogían y bueno, no sé, un día le dije, ¿Diay mae, con todo lo que usted ha leído y no va a dejar esa vara?
- ¿Y qué te dijo?
- Diay, si dejo la piedra, no vuelvo a leer, ¿para qué?
- Muy ceñido.
- Ceñido aquel roco de las novelas de Vargas Llosa
- ¿Por qué?
- Me cae un día con que resulta que quiere las obras completas de Edgar Allan Poe pero que digan Edición del Bicentenario del Nacimiento.
- ¿A por derecho?
- A por derecho.
- Y mi piedrero que no aparece esa semana y yo sin saber qué decirle al roco
- ¿Ve?, cuando más se necesitan…
- No, pero a la semana siguiente volvió
- Que salvada
- Nada que ver, no sé que le había pasado pero venía cambiado, le solté los dos rojos de siempre por un mamotreto nuevo de Dan Brown y le dije lo del nuevo encargo
- ¿El de Poe?
- Sí, ¿Y sábe con qué me salió?
- ¿Con que?
- Yo ya conozco a ese mae, un grifo bravo…
- Sí, algo así
- Ya tengo visto el libro que usté quiere
- ¿Cuando me lo trae?
- Mmmm – se puso a pensar viendo para el techo y me vuelve a ver…
- Se lo tengo aquí pasado mañana.
- Excelente.
- Pero eso sí, le va a costar cuatro rojitos
- ¿Con que matoncito el piedrero?
- Imaginate, se me estaba poniendo exigente el malparido.
- ¿Y qué hiciste?
- Le dije, haga lo que quiera, no dijo nada y jaló.
- Ni modo mae, la vara no podía durar para siempre.
- Suave, ahí no termina la vaina.
- ¿Volvió?
- Para que vea… a los dos días.
- La que es puta vuelve.
- Espere, llega el mae con el libro, como todos los otros, devorado, bien leído de tapa a tapa…
- ¿Me va a echar los cuatro rojitos?
- Vea mae, usted se me está poniendo muy matoncito y debería agradecer.
- ¿No se los diste verdad?
- ¿Los cuatro rojos?
- ¿Si?
- Diay mae, qué iba hacer, ya le había dicho al otro roco que le tenía el libro, y había quedado de pasar por la tarde.
- Te fregó el otro carepicha.
- Pues sí, pero entonces cuando saqué la harina y se la puse sobre el mostrador el otro me responde:
- Y sí, le agradezco mucho, el otro día estaba pensando en lo que me dijo.
- ¿Y qué le dije?
- Esa vara sobre leer y fumar piedra.
- ¿Y…?
- Que usté tiene razón, sabe para qué son estos cuatro rojos? - Me preguntó mientras los hacía un puño metiéndoselos en la bolsa del pantalón – Son para comprarme el Quijote de la Mancha, eso sí, nada de piedra, esa vara me está cocinando el cerebro, ¿ya la vio?
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ResponderEliminarLos buenos lectores siempre están más allá del prejuicio.
ResponderEliminarConocí un chavalo, ya mayor, que se sentaba en los bares de Alajuela y te desplegaba toda su erudición decimonónica. Muy tostado ya, no pasaba de la primera mitad del siglo XX, y luego de tres veces, ya era aburrida tanta repetición, pero no negaré que disfrutaba oírlo, sobre todo su asombro cuando me ponía adivinanzas.
Saludos
Me ha sacado risas y sonrisas: así valen más los textos.
ResponderEliminarEstimado Germán, primero que nada, quiero agradecer la dedicatoria. Me siento realmente halagado.
ResponderEliminarMientras leía el texto, entre risas y una enorme emoción, volvía a mí, la génesis del mismo.
Reviví nuestras pláticas sobre literatura. Sobre Millenium y Vargas Llosa. Recordé que fuiste vos quien me recomendó La tía Julia y el escribidor y también lo mucho que la disfruté.
Recordé cuando en un bar, cuyo nombre ahora no importa, se te ocurrió la idea del cuento y la escribiste en una servilleta y cómo días después en el mismo lugar, me contaste que el personaje llevaría mi nombre (ahora lleva cualquier otro) y que sería escrito como una conversación...
En fin, sé que todo lo que aquí escribo es simplemente anecdótico, y, probablemente a ninguno de los que visita tu Signo Roto le interesará, pero, sentí justo contártelo.
El cuento me gustó y divirtió mucho. Así de simple. Eso es lo verdaderamente importante.
Abrazos.
Queridos Amigos y amigas, les deseo un lindo fin de año, gracias por sus visitas, por sus comentarios que son como gasolina a este solitario esfuerzo...
ResponderEliminarGustavo, gracias, ahora comprendo que todo texto para que sea digno debe interpelar al lector...
Bienvenido Tuerto, las sonrisas siempre son mejores en estos tiempos de amargura
Byron, nada que decir, esto lo escribí para ti.... eso es lo que importa.
Germán gracias por todos los comentarios que me has hecho los veo con mucho aprecio espero podamos conocernos en persona y entablar amistad y además que me ayudes a mejorar como escritor tico.
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