8/8/11

Lina Zerón - Del color de las piedras



 Del color de las piedras


Fue antes de que llegaran las lluvias, cuando comenzamos a buscar a Simona. Los cristales azotados por el incesante golpe del agua, el traqueteo continuo sobre su tímpano transparente parecían retener  aquella frase a manera de despedida. “La vida es un calidoscopio”.  Las piedras de colores eran su obsesión.

Un día de marzo, mientras empacaba lo necesario para su viaje, Simona hurgaba en sus recuerdos. La barranca de las cruces, un camino escarpado, la mano de su abuela apretando la suya, mucho cansancio. Era muy niña cuando la introdujo en el mundo subterráneo. “Adentrarse en los enigmas de una cueva y desenmascarar sus secretos es lo mejor que puede a una sucederle.”  Repetía Doña Selma.

Diez años intensos llevaron a Simona a encontrar semejante Gruta en los linderos entre Puebla y Veracruz. Llegó a poner en duda los conocimientos de su abuela sobre el terreno, sus conocimientos universitarios y la propia existencia de la Cueva.

Con la misma sensualidad desnuda recostada sobre un diván de terciopelo verde, igual que un amante espera a su reina, ahí estaba la caverna aguardándola. Un pequeño bostezo oscuro abierto sobre el pasto. Si hubieran sido labios, seguro Simona los hubiese besado. En su interior sonaban campanas, la ilusión de niña de salir corriendo hacia ella con los brazos abiertos. Pero no, el primer antojo que le vino, una vez superada la emoción, fue descansar. Extrajo de su mochila una linterna, una colchoneta; ni siquiera montó la pequeña tienda de campaña estilo iglú que llevaba para la ocasión. Quería reposar sobre el tálamo conyugal de la madre tierra, se tendió en aquel espacio lleno de soledad. Desconocía si alguien habría ingresado antes a ese sitio. Pero no recordaba haber leído nada sobre alguien que lo hubiera logrado.  Una nunca pregunta al amante sobre su pasado, el pasado del amante debe ser una sombra, si  no es de esa manera el amor nunca es posible. Revisó mentalmente el equipo que trajera consigo. Como siempre el mínimo posible, le molestaba cargar con cosas aunque luego las echara de menos. El aire denso como paño en los ojos la sofocaba un poco. Semidesnuda, cubierta por el fuego de su pelo negro, dormitó. Un aleteo proveniente de la cúspide de la cueva hizo eco entre las piedras despertando a Simona. Miró su reloj, aun no eran las seis de la mañana. “A trabajar”, se dijo.  Enfundándose en un traje de buzo hecho a medida, se sumergió en el agua.

El mundo acuoso es muy diferente del mundo del aire. El agua no avisa estados de ánimo, parece inalterable, segura de su origen. El aire siempre lleva en sí mismo la sensación de libertad. En el universo del agua el sonido se distorsiona, la luz es por completo diferente al de la superficie. Bajaba con lentitud, recreándose en el pozo de agua fría que le enrojeció las mejillas. Algo brilló en el fondo del lago. Al principio no podía saber que era, fue una pequeña nube entre dorada y rojiza. Collares de colores amarrados a una osamenta. Simona regresó al exterior para relajarse. Tenía que asimilar lo que creía haber visto. El miedo la sujetaba como la tierra a una semilla. Recordó las recomendaciones de la abuela, “si llegaras a encontrar la Gruta y los collares, ten mucho cuidado que su brillo podría cegarte la razón, piensa bien si deseas poseerlos o dejarlos tal como estuvieran porque ellos pueden adueñarse de tu voluntad. No olvides que tus más grandes fantasías, buenas y terribles podrían realizarse”.

La curiosidad, un veneno azucarado y la imaginación de Simona, fueron demasiado golosas. Luchó en su interior sin resultados. Con mucho esfuerzo y numerosas zambullidas en el agua, sacó de a poco los pesados huesos con los collares. Fue desenredándolos hasta tenerlos todos sobre la tierra. Tendió en una manta los huesos colocando sobre ellos un plástico para que no recibieran aire. Secos los barnizaría para su conservación. Extrañó objetos que no trajera, pero no hasta el punto de arrepentirse de haberlos dejado. Por suerte metió la vieja Pentax que la acompañaba en todos sus viajes.  Con paciencia fotografiaba todo. A sus espaldas, el brillo del agua desapareció. La oscuridad, como nubes cargadas de lluvia, rodeaba a Simona, sólo alumbraban las piedras de los collares trasmitiéndole una dulce tensión en los músculos del cuerpo.

Un rugido abierto del cielo cayó cerca haciéndola reaccionar. Comenzó a limpiar las joyas. Sin comprender porqué, deseaba probárselos cual vestido de novia. Un torrente de sangre tenaz recorría su espina dorsal cada vez que tocaba las piedras, una breve sonrisa en su rostro delataba la confusión que imperaba en ella.  Con temor pero decidida, ajustó a su cuello el collar con piedras de jade.

 

Color verde


Atadas las manos tras el respaldo de una silla, la cabeza colgaba como húmedo paraguas sobre su pecho. Notaba su rostro deforme,  especialmente hinchado, por su frente corrían hilos de tibia agua salobre, ríos que desembocaban en sus labios, junto a otro algo más dulce y pegajoso, otros ríos que de igual manera recorrían su rostro, pero de  manera más lenta, más taimada. Cálidos ríos de espesa lava de su sangre en un continuo avanzar y cubrir su rostro. Acababa de descubrir el sentido de la impotencia, un gusto espeso imposible de tragar. Sentía asco al darse cuenta que se estaba bebiendo su propia sangre. Una arcada tremenda la convulsionó de arriba abajo, si  no fuera por las bridas que la sujetaban a la silla se hubiera roto el espinazo por la violencia del espasmo. Una luz iluminó su rostro, sus pupilas empequeñecieron, sus ojos hinchados parecían dos luces mínimas en el fondo de dos larguísimos túneles de carne morada. Una ola de agua helada azotando su rostro como espuma de mar en las piedras, le devolvió plenamente la conciencia.

“Sabemos que has estado escribiéndote con unas mujeres colombianas a las que pides te traigan ciertas cosas que aquí están prohibidas y por si fuera poco, se escriben en clave, se creen muy listas ustedes,  pero sabe que ya logramos descifrar todo. Mas te vale vomitar la planta entera, podrías ser enjuiciada por alta traición e incluso ser ejecutada”. La voz pausada del militar se escuchaba como eco lejano. Imperturbable, miraba a Simona del mismo modo que un mecánico revisa un auto descompuesto. Para aquél ser cuadrangular de ojos vivos, la crueldad no era más que parte de su oficio,  podía golpear con la misma parsimonia con que redacta un informe.  Simona lo miró alucinada, se daba cuenta que era imposible sacar algo de humanidad de aquel hombre que mientras la golpeaban se entretenía hojeando revistas de sociedad, traídas de algún país occidental.

“No es verdad, señor, yo no pedí nada, ellas me enviaron algunos correos insistiendo en mis tallas para regalarme algo de ropa cuando vinieran al Festival de la Canción, yo soy cantautora, escribo poesía, usted lo sabe. Señor, yo no pretendía nada”. Simona lloraba.

“Cantautora, una holgazana más que quiere vivir sin trabajar. El correo electrónico de la Fundación no está para que uno escriba a quien quiera,  sabes que eso también está prohibido”.

El sujeto del traje verde y grandes botas lustradas, adquirió un tono paternalista, parecía no darse cuenta de estar en un sótano del Ministerio.  Simona durante muchos años de rumores a media voz, con la mano delante de la boca, para ocultar el movimiento de los labios de las miradas expertas, había negado la existencia de tales sitios. Ahora sentía cómo los bordes de las ataduras de plástico le cortaban la piel de las muñecas. Un hombre delgado y alto vestido con una bata blanca, le había inspeccionado las heridas y dado su consentimiento. Al parecer no debían ser lo suficientemente profundas como para temer por su vida, era solo la pérdida de sangre lo que le había hecho desvanecerse,  nada que no tuviera solución con un cubo de agua helada. El militar parecía molesto por tener que repetir la pregunta, hacía calor en aquella sala. Dio ordenes a un subalterno que desapareció tras una puerta metálica. Simona pudo darse cuenta del grosor de aquella por el sonido sordo que hizo al abrirse y cerrarse detrás del joven, quien se asomó cinco minutos después con un ventilador, recibido con alivio por parte del militar.

“Yo no lo uso directamente, se lo prometo, me llegan correos de vez en cuando y me dan el mensaje. Muy raras veces entré a responder, solo por cortesía,  otras ni me entero que me han escrito”.

Sus palabras chocaban con el muro verde del uniforme del militar, entretenido con un artículo sobre la muerte en accidente de automóvil de una princesa extranjera. Le entregó la revista al médico para que lo leyera. Parecía que los dos mantenían una larga disputa amistosa sobre ese tema.

“Pues has cometido un terrible desacato, tenías que haber pedido autorización y puesto en conocimiento del ministerio dichos correos.  Si me dices los nombres de tus cómplices te dejaré dormir un día entero”.

El hombre la miraba directo a los ojos, éstos centellaban una determinación y crueldad que sus palabras enmascaraban. Su táctica daba resultado, Simona absorbió esa palabra “dormir” como la primera gota del agua después de haber atravesado el desierto. Si hubiera sabido un solo nombre, un solo nombre culpable, aunque fuera un vendedor del mercado negro, lo hubiera dicho sin pensarlo, sólo para que la dejaran dormir, si luego la despertaban para fusilarla le daba lo mismo, con tal de pasar unas horas sobre el mugriento catre que ahora se le antojaba un tálamo real donde poder caer en sueño apacible y longevo. Ya no recordaba la ultima vez que había podido tumbarse a descansar con tranquilidad, desde la detención, cuando fue conducida a la celda de aislamiento, que no había podido dormir; primero la luz siempre encendida, luego la sirena que sonaba dentro del cubículo  una vez cada hora. En cinco días el cansancio lo era todo, un muro indestructible, luego llegó el militar y comenzaron los interrogatorios.

“No conozco a nadie” – sollozó - , “no comprendo qué es lo que quieren de mi. Sí he usado internet pero muy poco, digamos que un día al mes y cinco minutos para dar algunos detalles de lo que me preguntan”.

El  cuerpo del militar mostró un relajamiento de satisfacción.

“Pues exacto, esos detalles son lo que queremos saber. Vamos a dar lectura a uno de los mensajes que más te comprometen, el que enviaste en clave y hemos desentrañado”. El militar hizo una seña al subalterno que comenzó a dar lectura al pequeño texto.

“Amiga: no tienes que molestarte. Gracias por todo lo que se preocupan por mi y lo que han hecho pero no necesito nada más. Ya es mucha molestia para ti pero como sé que eres muy testaruda te daré los datos: zapatos 37, camisa y pantaletas M y brassier 34 B o C. Lo demás que me preguntas es difícil de responder pero trataré. Deseas saber sobre mí. Imagíname verde, acaso gris, a veces me envuelvo en blanco y muy a menudo estoy negra, mas en ocasiones puedo ser un arco iris de lluvia dorada entre las manos. De antemano agradezco toda la generosidad. Sin más. Masiel”

“Este documento te convierte en sospechosa número uno de traficante de pornografía y drogas”. Le jaló el cabello el militar.

 “Soy cantautora, es una carta poética….”, lloraba la mujer.

Simona recibió un golpe de alguien a quien no podía ver. Sabía que estaba ahí, podía oler su hedor fuerte, pero hábil siempre se situaba de manera que ella nunca pudiera verle la cara.

“Ah si, ¿carta poética? ¿cuánta poesía has recibido y porqué medio? ¿Es alguno de esos espías que trabajan en la embajada?. Escúchame bien, dime cómo llega hasta aquí y te dejaré dormir. Y no me digas que no lo sabes. Escucha lo que dices: “no necesito nada más”. Es decir que ya has recibido algo, que no es la primera entrega vamos, no comprendo por qué razón quieres hacer esto más largo. Y el seudónimo de Masiel lo dice todo, no es la primera vez que lo usas para encubrir tu identidad”.

“Eso es, un seudónimo como cantautora. Ya le dije, mis amigas cantantes colombianas que vinieron el año pasado al Festival deseaban traerme cosas que necesitara”,

“Bien, ya no es poesía, ahora son cosas que necesitabas, ok, vamos avanzando. Aquí hay un párrafo claro de lo que solicitas. Seguro para venderlas en el mercado negro: “zapatos 37, camisa M” ¿porqué 37 pares de zapatos y camisas y pantaletas M? O sea muchas. Quiero decir pueden ser M en números romanos, es decir mil. ¿Si eran para ti porqué esa cantidad tan grande de productos?”

Simona no podía asociar la voz del militar inalterable a lo que estaba pasando, al sótano oscuro, al verdugo invisible que la golpeaba.

“Dije: zapatos talla 37 porque esa es mi medida y M de mediano, la camisa y los calzones. Me querían traer ropa interior”.

“Esas no son tallas oficiales,  no mientas”,  -  el militar hizo un giro con su mano – “¿A quién quieres hacer tonto?, solicitar un brasier 34 B es la prueba contundente de que traficas con pornografía. ¿Crees que somos unos pendejos? ¿Para qué quiere una mujer un artefacto de 34 pulgadas y B de ancho? Esas son cosas que se prohíben en este país”.

El hombre volteó nuevamente la mano sobre el rostro de Simona.

“Un brassier no es un artefacto de pornografía, es un sostén para los senos, se llama así en Colombia y otros países, aquí no, ustedes no conocen el nombre. Ellas sólo querían traerme algo de ropa, como ya le dije. Un par de zapatos, una camisa, pantaletas y un sostén”. Dijo entre llantos.

“Pues no te creo nada, todo el mensaje está en clave, de eso estoy completamente seguro, ¿A quién pretendes verle la cara de imbécil?  Si no es pornografía es otra cosa. Sigamos, El siguiente párrafo dice: “Imagíname verde, acaso gris, a veces me envuelvo en blanco y muy a menudo estoy negra, mas en ocasiones puedo ser un arcoiris de lluvia dorada entre las manos”. Lo hemos descifrado todo: “imagíname verde” eso significa que eres consumidora y vendedora de marihuana. ¿Dónde la consigues, se la estabas pidiendo a ellas?. Me han dicho que la marihuana de Colombia es muy buena. “A veces me envuelvo en blanco”. O sea que también traficas con cocaína por eso la alusión al color blanco. “A menudo estoy negra” o sea heroína, negra, ¿Los del barrio Santa Clara?. ¿Es allí donde traficas con poesía, es esa poesía la que vendes a esos negros holgazanes de Santa Clara?. “Lluvia dorada entre las manos”, pagas y ganas mucho dinero con estas transacciones, todo esto se vuelve oro entre tus manos. Y ésta es toda tu poesía, oro en tus manos”.

Simona apenas podía articular palabra por la sangre en la boca.

Imagíname verde” Me gusta la naturaleza, la paz, soy tranquila. “Acaso gris” muy a menudo estoy triste, desde que mi padre enfermó así vivo. “A veces me envuelvo en blanco” fui con el santero para hacerme una limpia y durante un año vestí de blanco y eso lo saben ustedes, le pedí permiso al Ministerio, me dijeron que mientras no le diera dinero al santero podía vestir del color que yo quisiera. “Estoy negra”, me siento tan triste y sin salida de todo lo que me pasa que mi corazón viste de negro y se refleja en mi semblante. “En ocasiones puedo ser un arcoiris de lluvia dorada entre las manos”. Cuando logro tener momentos de felicidad me vuelvo un arcoiris y entonces mi sonrisa y el brillo de mis ojos es como una lluvia dorada entre mis manos”. Simona lloraba ante lo increíble de la interpretación de su carta. Suplicaba:

“Por favor Rubén, perdón, mi coronel, usted me conoce desde hace mucho y sabe que soy una artista que no se mete con nadie ni opina nada. Por favor ponte en contacto con mis jefas, Peñíscola y Alvarado, ellas saben que no uso internet para asuntos personales y que mis escritos son poéticos.  Ellas son mis amigas, han corregido mis escritos, saben de mis penas. Ellas son las que me avisan cuando tengo carta, incluso responden por mi. Podrían aclarar todo para que me liberen”.

Simona no podía encajar la dureza del militar con aquel luchador galante al que gustaba cantar en las terrazas del paseo marítimo los días en que la luna llena otorgaba iluminación a aquel desmejorado paseo.

“Lo siento Simona, ellas llamaron a la guardia para que te detuvieran por sedición. Dieron las cartas y canciones a mis superiores. Te han estado vigilando desde que entraste a trabajar. Alvarado es jefa de sección y no creo que sea tu amiga ya que pidió como castigo de alta traición que te ejecuten”.

Simona se contorsionaba como malabarista en el aire, trataba de desprenderse de las amarras, de hacer comprender al amigo, al militar que todo era un complot en su contra. Envidias porque tenía mucho éxito cuando cantaba sus letras. El sudor del rostro goteaba como lluvia. Su corazón, impaciente reloj, se escuchaba en toda la covacha. No podía creerlo, sus amigas, sus jefas. Las que la alentaban a escribir la habían entregado a la policía por alta traición. Intentando dar una patada en la entrepierna al militar, el collar de jade se desprendió de su tobillo volando como papalote.

 

 

Color rojo


Sopor transpiraba su piel. Su mente, un tablero de ajedrez. El corazón bombeaba olas gigantes de sangre. “¿Deliro?” se preguntó. El calor como sombra de luz la envolvió. Las rocas se diluyeron. Extrañada miró su cuerpo entallado por ropa ligera. Agitó la cabeza para sentir algo de viento que secara su rostro, comprender lo que sucedía, ¿Sueños, recuerdos, fantasías secretas, represiones de adolescencia? Como autómata se había llevado al cuello las coralinas.

Un joven sentado frente a ella en el tren. Viajaban uno enfrente del otro. Ojos oscuros y atormentados, brazos vigorosos, piel tostada. Movía su lengua ansiosa dándole suaves golpes a su clítoris encendido. La sensación había sido tan fuerte que se mordió los labios hasta sangrar. Despertó. Sus dedos jugaban bajo su ropa. Miró alrededor. Sólo ella y el hombre joven.  Lo espió sin disimulo. La volvía loca su aspecto desamparado y sus labios perfectos. “Seguro que no estaba durmiendo”, pensó. Seguro que la contemplaba a hurtadillas, cuando ella no miraba. Apretó los párpados. Subió aún más su minúscula falda. Abrió los tostados muslos hasta dejar al descubierto el deseo que se escondía entre sus piernas. Se acarició con sensualidad por encima de las pantaletas rojas y abrió los ojos. Había acertado. El joven los cerró con rapidez, pero el color rojizo de su cara lo delataron y también el bulto que se hinchaba por momentos dentro de su pantalón. Lo miró con intensidad, humedeció los labios. La aguardaba el corredor del tren. Simona se recargó en el cristal. Miraba los girasoles del campo. Arqueando la espalda, echó las caderas hacia atrás, y ahí estaba. Primero un roce. Luego un contacto más firme. Unas manos grandes acariciándole las nalgas. El muchacho del compartimiento, sin duda. Decide no averiguarlo. Se jura no volver la cabeza ni una sola vez para saber quién la está acariciando con tanto ardor. Más que el masaje, éste pensamiento morboso abre el grifo de sus jugos interiores que inundan las pantaletas. El desconocido sabe bien lo que hace. Su ritmo es lento, pero no cansino. Avanza sin pausa abarcando cada vez más el cuerpo conquistado. Sus manos rozan apenas la cara interna de los muslos dirigiéndose con rapidez hacia sus caderas, se detienen unos instantes y avanzan hasta los pechos. Ella suspira. Nota los dedos hábiles pellizcándole los pezones. Simona gime, abre la boca, se ciega. El hombre le está masajeando ahora la zona pélvica. Los dedos como exploradores se cuelan entre la tela de sus bragas, se introducen apenas, localizan el clítoris erecto. Ella piensa que va a alcanzar el orgasmo en unos segundos. El hombre baja los calzoncillos y se pega a sus glúteos. Nota su miembro vivo presionando sobre ella. Le gustaría darse la vuelta, liberarla de la prisión de tela y devolver las caricias. Se imagina desabrochando su correa, bajando la cremallera de los pantalones, abarcar en su mano el pene enhiesto y sobarlo pero se ha prometido no girarse. En vez de eso, es el hombre quien le acerca la lengua por detrás y, apartando sus nalgas con las manos, lame toda la zona. ¿Cómo podía tener una lengua tan larga y tan cálida? Nota cómo las piernas le empiezan a temblar, el orgasmo se acerca. El pitido del tren indica que se aproximan a la estación. Pronto despertarían los pasajeros, el pasillo a reventar de gente. Siente el enorme pene del desconocido abriéndose camino a través de las paredes vaginales. Está tan mojada que no encuentra obstáculo alguno y entra hasta tocar el útero. - ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! Su grito se funde con un nuevo pitido del tren. Es demasiado para ella, pero la sensación de peligro la obliga a retener el orgasmo. El hombre lo hace con destreza. Introduce su sexo hambriento y lo retira pleno de jugos y poder. Está seguro de sí mismo, nada que ver con la imagen que se había formado del muchacho del compartimiento. Sus movimientos son ajustados, potentes, profundos. El tren está llegando pero nadie sale al corredor. Bendita siesta. Bendito calor que los mantiene amodorrados. El desconocido está moviendo de nuevo sus manos expertas. Moja los dedos en la boca de la mujer, eriza sus pezones, frota el clítoris. Siente que no puede más y cuando advierte que los movimientos se aceleran, se deja llevar al fin. Ambos gritan cuando pasan por la estación. Ella puede ver los rostros de la gente fuera del convoy que la miran asombrados. Gimen. Simona enloquecida de placer lleva su manos al cuello y sin querer arranca el collar de coralinas, mientras las cuentas caen, va despertando del letargo para volver a la oscura cueva.

Agotada, semidesnuda frente a las joyas, la excitación continúa. Un sentimiento de culpa la invade, una sonrisa maliciosa, la mano entre las piernas. Mira a su alrededor. Está en la cueva no en un tren. “¿Qué pasó?”, inquiere. Siente que debe descansar. Piensa en vestirse y huir pero mira las piedras rojas desperdigadas por el suelo.

Las obsidianas lucirían hermosas. Lo dijo el reverbero del agua. La tentación de poseerlas era tan grande como el hilo que Ariadna regalara a Teseo. Obnubilada, las colocó en su cuello.

 

 

Color negro


El teléfono sonó a media noche. El desagradable zumbido adquiría más intensidad cuando todo debe ser silencio. Tumbada sobre la cama Simona dudaba si tomar el aparato o estamparlo contra la pared. Rezó en silencio porque no fuera nada grave, se resistía a responder a esa hora. Pero el ruido continuaba, la aterrorizaban las llamadas nocturnas, siempre llegan como aves de mal agüero. Respondió. Al otro lado de la línea una voz excitada, histérica, aromatizada de llanto de una mujer joven, bombardeaba  todos sus sentidos.

Le tomó minutos eternos calmar a la joven que estaba por completo aterrada. Lo suficiente como para enterarse vagamente de lo que estaba pasando. Al final tras aconsejarle cerrar muy bien la puerta, suplicó no llamara a la policía. Le juró que en diez minutos estaría allí.  Simona sintió un desagradable rencor por todo lo humano y real. Tras la ventana la noche traspiraba un calor húmedo semejante al aliento de un animal de presa.  Primero pensó que no tenía porque preocuparse. Otra riña más entre su hermano y la novia de este. Algo tan normal como el jugo de naranja y la granola del desayuno. 
           
Caifás se encontraba en realidad como si tuviera a Satanás dentro, gritaba con voz diferente a la suya. Convulsionando, golpeaba todo. La cara enrojecida por completo, su irritación alumbraba igual que una tea la noche de verano. Sus venas hinchadas parecían querer estallar en cualquier momento.

“¡Abre la puerta puta, pendeja, ábreme la puerta!”

Simona dudó de acercarse, su hermano siempre había sido un ser de temperamento, pero no tanto como para que ella le tuviese miedo. Muchas veces con una sola palabra suya, con su presencia, había conseguido apaciguar la hoguera que ardía en el interior de aquel joven extraño que pasaba del silencio de voto durante meses, a una verdadera tormenta de palabras e ideas que circulan a toda velocidad sin control por su mente.  Simona avanzó unos pasos, Caifás parecía no darse cuenta de la aparición de ella. Cuando llegó a un par de metros de él, se detuvo. El seguía golpeando la puerta, enardecido, profiriendo gritos y palabras jamás escuchadas por boca del joven. Sus manos vestían unos guantes rojos confeccionados con su propia sangre. Era la acción de golpear la puerta con las manos magulladas y el grito de dolor de animal herido lo que dificulto tanto el trabaja de pronunciar una palabra a Simona.

“¡Caifás, Caifás!, ¿qué tienes hermanito, porqué estás así, qué pasó?”

Simona había quedado exhausta del trabajo de hablar. Caifás  parecía haber recibido un balazo por la espalda. Cuando giró para mirarla  Simona creyó que la violencia del movimiento le había fracturado la columna. Fue solamente un espasmo, un segundo, el tiempo suficiente para escupirle en la cara, para que en un quiebre igual de violento descargara su furia contra la puerta.  A Simona le temblaron las piernas, nunca en su vida se había sentido tan humillada,  tan dolida, tan sucia, Se limpió la cara con la blusa. Llena de rabia fue hasta donde estaba el joven, lo giró de un jalón. La cara de Caifás reflejaba ira y sorpresa.

“ ¡¿Como te atreves cabrón?!” Gritó en su cara

“¡Quién eres tú pendeja. No te conozco. Deja de estar chingando. Hija de puta. Tú eres igual que ella, todas las mujeres son putas y cabronas!“

“¡Soy yo, Simona, tu hermana!, ¿se puede saber qué haces?, carajo. Como me vuelvas a llamar puta...!”, intentó darle una bofetada pero Caifás prendió su mano al vuelo, retorciéndosela.

En ese momento una sirena de policía se comió todo el cielo de México. Las orbitas de los ojos de Caifas tiraron sus ojos hacía fuera, como queriéndose librar de la pesada carga de mirar el mundo.  Simona sintió un puñetazo en la cara, con lentitud como en cámara lenta, perdía el equilibrio, comenzó un viaje horizontal hacia el suelo, tuvo tiempo de esperar el golpe  que parecía no llegar nunca, luego lo sintió todo de una vez. Su cráneo rebotó contra el piso, tenía la impresión que le había estallado la cabeza. Caifás comenzó a correr, no sin antes dejarle dos o tres escupitajos de recuerdo, bajó por la calle como una exhalación mientras se quitaba la ropa al escuchar la sirena de la policía. Los vecinos alterados o hartos ya del espectáculo, los llamaron o quizás la novia no había seguido su consejo.  Dos automóviles aparecieron por la esquina de la calle mientras Simona trataba de incorporarse. Caifás vió llegar las patrullas, corriendo a su encuentro con la camisa en la mano, de un salto subió al cofre de la primera, brincando y gritando,

“¡Ora bola de pendejos pocos güevos, uno por uno a todos les parto la madre por corruptos, ¿Ahora sí están aquí, verdad?”- Los policías avanzaron hacia él.

Caifás pateó al más chaparro en los testículos y a otro de ellos de un puñetazo le sangró la nariz. Entraron en acción el resto del equipo. El piso mojado por la lluvia y él ahí, boca abajo, semidesnudo, recibiendo golpes de los ochos hombres vestidos de azul. Parecían una maquina que golpeaba y no parecía debilitarse, no había cansancio ni misericordia, golpeaban de la cabeza a los pies, bien ordenados, cada uno en su zona de dolor le infringían un castigo. El chaparro de la nariz ensangrentada, no satisfecho con  el daño que infringían sus manos, fue al coche por una porra telescópica de acero,  de un golpe seco la abrió en toda su longitud y comenzó a pegar al ritmo marcado por el cruel tambor de castigo de sus compañeros.  Simona cual loca gritaba que ya era suficiente.  Un policía gordo y cansado desde el día que naciera,  se le puso enfrente: “Entonces sométalo usted sola ñorita, a ver sí puede con este cabroncito que seguro está drogado. Amárrenle las patas y las manos”.

Caifás arrastraba la cara de un lado a otro pidiendo ayuda a Simona a quien reconocía por momentos, parecía que el diablo del interior de hacía un rato había dejado de intentar defenderse, simplemente aguantaba los golpes que le llovían de todas partes.

“¡Ayúdame Monita, estos cabrones me van a matar, ¿Porqué los llamaste?”.

“¿Qué te metiste Caifás?”. Suplicó Simona. Pero el policía gordo no la dejaba pasar. Simona dijo de todo, les ofreció dinero, pero aquella maquina de castigo parecía que una vez puesta en marcha no había manera de pararla. Simona cayó al suelo sollozando, no podía soportar lo que estaba viendo, pero tampoco, hipnotizada podía apartar los ojos.

El chico recobró por un momento la furia, gritaba a los policías:  “¡¿Ustedes creen que no los conozco cabrones?! Son unos putos que protegen a todos los que venden droga; al de los tamales, al de las rosas. Todos son unos hijos de la chingada que extorsionan a todos los chavos y les bajan su dinero y sus cosas, por eso me están matando porque sé quienes son!”.

Cada grito del muchacho era una agresión más fuerte de los policías. Una patada cerró su ojo izquierdo. La ceja sangraba. Otra patada partió en dos los labios. Una mas fracturó la frente.

“¡Súbanlo a la patrulla y llévenlo a la delegación!”, dijo uno de ellos. El chico en el suelo no se movía. Simona se alegró de que el artefacto de castigo parase, suplicó por favor una ambulancia. El que parecía el jefe, meditó mientras contemplaba el eficiente trabajo de sus muchachos.

“Llámala güey, el pendejo éste nos llenará la tapicería de sangre”. El gordo se arrastró como gigantesco caracol hasta uno de los autos. Sin la menor prisa pidió una ambulancia que tardó tres cuartos de hora en llegar. El vehículo de asistencia era del mismo escuadrón que la máquina de castigo, lo que llenó de intranquilidad a Simona, a la que no permitían acercarse. Bajó una paramédico prepotente y sin avisar a nadie, metió en las fosas nasales del joven un artefacto de plástico y le dio dos apretones. Caifás sintió que le metían alcohol directo al cerebro.

“¡Qué le está haciendo a mi hermano!”. Gritó Simona.

“Le estoy destapando las fosas nasales”,

“¿Con qué? ¡Enséñeme el producto, quiero ver que le inyectó en la nariz”!

“Usted se somete o la consignamos por faltas a la autoridad”. Respondió.

Simona tuvo que serenarse, de aquella manera no iba a conseguir salvar a su hermano. El otro paramédico parecía más razonable. Habló con el jefe y en unos minutos estuvo solucionado. 500 dólares para no acusar al muchacho de injurias, agresiones y daños a la nación ya que había lastimado la patrulla y golpeado dos policías. Caifás fue empujado a la ambulancia. Simona quiso acompañarlo, pero se lo negaron en absoluto.  No quiso discutir por miedo ha perder lo conseguido. Con el corazón de fuera, los seguiría en su auto. La sirena sonó de nuevo. Cuatro policías iban cuidando al chico amarrado, envuelto en una cobija. Al bajarlo para ser reconocido en el nosocomio, Caifás se quejaba de grandes dolores. Gritaba, escupía sangre, lloraba más fuerte que cuando nació. El conductor de la ambulancia también recibió su tajada por llevar al joven al hospital en vez de a la delegación.

Horas después, los doctores dijeron que: “El sujeto masculino de nombre Caifás, murió debido a un derrame interno provocado por golpes”. La meningitis que le había provocado la crisis de violencia podía haber sido rebasada pero la paliza no. La novia apagaba el quinto cigarrillo y cerraba la agenda telefónica donde consiguió el teléfono de la policía. Descansaba satisfecha, después de  haber hecho el amor con el mejor amigo de Caifás.

Simona logró zafarse del collar de obsidianas. Los sollozos, como barca de pescadores, eran cada vez más continuos, no podía detener el llanto. –“Dios permíteme salir de esto, que estoy ardiendo en tristeza, el sol ya casi muere y yo sigo aquí atrapada”- suplicó. Trató de deslizarse por entre las piedras y el musgo para llegar al mundo exterior, sentir las cálidas palmas de la abuela secando su rostro pero el vaho la mantenía sofocada, débil. Encogió la pierna izquierda para ascender un poco.

 

 

Color azul


Simona abría los ojos con lentitud, el llanto la atragantaba, un huracán en el estómago la hizo vomitar. Miró el agua azul, las piedras de la cueva, el musgo, la oscuridad de bosque en invierno alrededor de ella. “No tengo salida, no puedo hacer nada. Debo deshacerme de estos collares y tratar de escapar de ellos antes que muera en una de estas pesadillas” hablaba en voz alta. Alcanzó una roca larga y puntiaguda para utilizarla como herramienta e ir quitando las piedras de colores que la cercaban. Enganchó la primera lanzándola al agua. Sonrió creyendo que había encontrado la forma de separarse de los colgantes pero su debilidad la volvía torpe, sólo le faltaba un collar: las turquesas. Tuvo la sensación que pesaban mucho. Atoradas entre las rocas, al tratar de levantarla, la joya se rompió y el colgante se incrustó como filosos cuchillos por todo su cuerpo. Simona aulló. Como alfileres en sus senos, piernas, cara, el dolor la hizo rodar cayendo al lago.

Simona pataleaba dentro del agua tratando de escapar de la prisión que la asfixiaba, sus piernas empujaban desde el fondo para tratar de sacar la cabeza. Los pulmones, globos inflados al máximo casi reventaban. Un laberíntico llanto y la voz de un hombre se escucharon:

-“Felicidades, es una mujercita, aquí la tiene, sana y viva. ¿Qué nombre le va a poner a su guerrera?

-Simona.

Diversas voces, murmullo de aves penetraron en los oídos de ella.

“¡Simona, Simona, bendito Dios que respiras!”

Del libro: Minicrónicas de listón y otros cuentos. Ed. Nido de cuervos. Perú 2006 


Lina Zerón. México, 1959.  Poeta, narradora, periodista y promotora cultural. Directora de Linajes Editores y Pluma y Café. Su poesía ha sido traducida a 12 idiomas y aparece en más de 80 antologías, revistas y periódicos en el mundo. Cuenta con numerosos reconocimientos a nivel nacional e internacional, entre ellos: Trofeo y Reconocimientos por parte del Parlamento Andino. Distinción otorgada por primera vez a un extranjero por la importancia universal del poema UN GRAN PAIS. Perú, Noviembre 2009. Trofeo y galardón del Colegio de Periodistas del Perú  por su labor como Periodista Cultural. Lima Perú, Octubre 2009. Profesora Honoraria de Escuela de Posgrado por la Universidad Daniel Alcides Carrión, Perú, 2008. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Tumbes Perú, 2007.  Vocal de la Academia de Extensión y Difusión de la Cultura en la Facultad de Estudios Superiores “Zaragoza”, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Mujer del Año 2002 por su trayectoria poética en el Estado de México.  Presea Guerrero Águila por el Círculo de oradores de la Cd. de México. 2005. Ha sido invitada a los Festivales de poesía más importantes del mundo. América, Europa, El Caribe y Asia. Como editora ha publicado en Linajes Editores a más de 80 autores tanto nacionales como extranjeros.

LIBROS DE POESÍA como autora:

1.- Las entrañas del viento, Amarillo Editores, México, 2011
2.- Poesía Reunida, Amarillo, Editores, México, 2011
3.- El insolente Clamor del Espejo, Verso Destierro, 2011
4.- Piel de Mujer, Enigmáticos Colores, Cátedra Miguel Ecobar, Colección Ariadne,  2011
5.- To Wreck the Whirlwind with a Glance, Selected poems by Lina Zerón,  first published in the U.S.A by Brown Turtle Press, Inc. 2009.
6.- Consagración de la Piel, segunda edición, Ed. Unión y UNEAC, La Habana, mayo 2008. 7.- Música de Alas al Viento, poemas de amor, UNAM, México junio 2008.
8.- Mágicos Designios, Selección poemas de amor. Ed. Colectivo Cultural Morelia, Michoacán, México.
9.- La Herida Invisible, breve antología, Ed. Café México, febrero 2008. 5.-
10.-Antología Imprescindible, Ed. Mago, Chile, 2007.
11.-Consagración de la piel. Ed. Atenas, Barcelona, España, julio 2007. 7.-
12.-Ciudades donde te nombro. Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.
13.-Nostalgia de Vida, Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.
14.-Un cielo crece en el fondo de tus ojos, ed. Bilingüe, francés-español Ed. La Barbacane, Lyon, Francia, 2004.
15.-Vino Rojo: Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba 2003,
16.-Moradas Mariposas, Ed. Abril y UNEAC, La Habana Cuba 2002, 13.-
17.-Amoradas Borbolestas, Ed. Pilar, Brasil,
18.-Zweierlei Haut, edición bilingüe, alemán-español, Ed. Flor y Piedra, Berlín, Alemania, 2001,
19.-Rosas Negras para un Ataúd sin cuerpo, Ed. Stel Blau, Barcelona, España, 2000,
20.-Espiral de fuego, L’Harmattan, París, 1999,
21.-Luna en Abril Cartas, Ed. CIEN, México, 1998,
22.-Luna en Abril, sueños, Ed. CIEN, México, 1997,
23.-Luna en Abril, poemas, Ed. CIEN, México, 1996.

NOVELAS:

1.-Posdata para Ana, Primera Edición Ed. Unión y UNEAC, La Habana, Cuba, 2003, 
2.-Detrás de la Luz, Primera Edición, Amarillo Editores, 2008.
3.-Memorias de Claude Couffon. Ed. Praxis. 2010
4.-Mamá Lolita, Laberinto Editores, México, 2011

CUENTOS:

1.- Minicrónicas de Listón y Otros Cuentos. Nido de cuervos. Perú, 2006


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2 comentarios:

  1. Buen currículo literario el de la autora, gracias Germán por compartirnos esta muestra.

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  2. Cierto Geovanny. A Lina la hemos tenido recientemente en Costa Rica este año el festivial internacional de poesía...

    Lamentablemente yo no estaba en Costa Rica esos días, y me lo perdí. Sin embargo tuve la suerte de contactarla y aquí tenemos el resultado.

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