Existen pequeñas e íntimas alegrías, diminutos instantes que
se disfrutan profundamente, son como el asombro infantil, cuando una caricia o
una palabra se fijan para siempre. Hace unas semanas, mi amigo Gustavo
Solórzano me avisó que tenía con él un libro de Cuentos de Carolina Lozada, que
la autora me había enviado desde Venezuela.
¡Caray, qué sorpresa! Porque es el tipo de cosas que uno no
espera, y en el fondo causa mucha emoción cuando sabes que alguien en algún
lugar se acordó de vos y tuvo ese gesto.
A Carolina Lozada no tenemos el gusto de conocerla
personalmente, tampoco hemos tenido algún intercambio literario intenso, pero
desde hace más o menos un par de años me enteré de ella en su blog Tejado sin gatos , he leído la
mayoría de los textos que ahí ha publicado, he dejado algunos comentarios en
sus entradas y ya. Por eso es tan significativo para mí como lector recibir tan
grata sorpresa.
Sobre Carolina Lozada, diremos que nació en 1974, es
licenciada en letras, es miembro del grupo Las Malas Juntas y en su oficio como escritora ha sido
reconocida con varios premios como El País literario (Madrid 2005), Premio
nacional de literatura solar (Mérida 2007), Premio Municipal de Narrativa
Oswaldo Trejo (Mérida 2006) entre otros y ha publicado Historias de mujeres y ciudades (2007), Memorias de azotea (2007) un libro sobre cine venezolano, Luis Armando Roche (2008) y el libro que
ahora nos ocupa Los cuentos de Natalia,
editado por Monte Avila editores en Venezuela en el 2010.
El libro comienza con una especie de proemio, Natalia un día, y casi convencionalmente
sentimos que a lo mejor los cuentos girarán alrededor de esa Natalia que habita
una ciudad de edificios envejecidos y autopistas atascadas y quizás sea así,
cuando se lee la primera sección de cuentos La
memoria que inicia con Conversaciones en Comala, un denso y
bien hilvanado relato de una mujer refiriéndose a su infancia y juventud, a un
pueblo y unos parientes que podemos reconocer con familiaridad arquetípica, y pensamos que a lo
mejor es Natalia que cuenta su historia, que nos sonroja con sus detalles
íntimos, que va saltando de un recuerdo a otro fluidamente; en ese sentido se
trata de un cuento que a pesar de su aparente linealidad, en realidad ha sido
formulado con destreza, donde un tópico o una situación surge de otra con una
fluidez natural y sencilla como una enorme colcha zurcida de retazos y que
abriga con su calor homogéneo.
El Río, es un relato más complejo, ahora los retazos no son
tan uniformes y los hilos que lo unen son más sutiles todavía, siete relatos
que al final forman una diminuta nouvelle, y otra vez Carolina Lozada nos lleva
por la familiaridad del escenario de la provincia, de la endogamia, de la
sequía y de la lluvia, de la migración campo-ciudad, todas cicatrices
habituales en todas las latitudes y épocas de América latina; pero sobre ese
andamiaje reconocible se va construyendo la singularidad de unos personajes que
apenas saben nombrar lo que les pasa y lo sienten, pero vigorosamente, se caen
las imágenes idílicas, y se forjan humanos más humanos, y donde la piel de las
niñas huele a alcohol que no desinfecta ni limpia ni remueve las manos
hirvientes, que ni la lluvia, ni la huída, ni el río, ni el olvido borran.
Pero están Las Manos,
que toman conciencia de los vórtices del tiempo, del espacio de la niñez nos
desplazamos hasta el otro extremo, cuando se constata que no es lo que nos
rodea lo que ha envejecido, sino nosotros mismos, y todavía más lejos, después
de la vejez, cuando el tiempo es una sustancia sin límites, y con un giro y
técnica bien empleada en La casa de las
flores y Alevna en la ventana los
fantasmas se niegan a callar y siguen viviendo y recordando.
Dos textos componen la sección Amores Perros: La Bruja y Película Muda, y esos amores tan humanos,
que le pueden pasar a cualquiera, están escritos con una cualidad que quisiera
destacar en Carolina, su gran habilidad para el diálogo interior, la fluidez
con que el personaje dialoga consigo mismo, y transcurre en medio de una
situación, en Película Muda, fue
grato encontrarme la referencia a El Pozo
del entrañable Onetti y en los
siguientes textos.
Y hacia el final, vamos de regreso, la sección que cierra Natalia, nos transporta otra vez a
Comala, y comienza a atar cabos sueltos, con la misma fuerza y contundencia del
diálogo interior en Huéspedes y Pasajera en Tránsito, sin convicción, el
personaje busca refugios, quizás no crea en esta evasión, ni en sus posibles
salidas.
Los Cuentos de Natalia, podrían leerse en clave de novela
también, sospecho que Carolina Lozada pronto nos sorprenderá con una. Mientras
acabamos estas líneas, caigo en la cuenta de que difícilmente en Costa Rica
donde escribo, los lectores tendrán la oportunidad de leer y adquirir este bien
logrado libro, eso me hace pensar en los límites editoriales actuales, en la disimulada
cautividad de la gente en un mundo global… habrá que tomar un vuelo igual que
Natalia… quizás.
Germán Hernández
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