Portada de Cuentos Guanacasticos, Uruk Editores, 2012 |
Cuando los seres humanos
comenzamos a escribir, y a plasmar en tabletas de arcilla, en cortezas de
madera, papiros y más tarde en papel nuestros sueños y experiencias para
salvarlas del olvido, la humanidad ya llevaba milenios pintando, haciendo
música, haciendo teatro mediante danzas rituales, transmitiendo su poesía
mediante la oralidad y la creación colectiva. La literatura escrita es una de
las más jóvenes entre las artes.
La debilidad de la escritura
escrita es que aquello que plasma en el papel tiende a petrificarse, queda
sepultado en los libros, y únicamente cobra vida cuando es leído y recreado por
el lector, cuando este interpreta y se apropia el texto, lo transmite, lo
devuelve a la oralidad, y así es como se mantiene vivo. La vida de los textos
es incierta, duermen enquistados en la cavidad de los libros esperando ser
revividos.
Algo muy parecido ocurre con los Cuentos
Guanacasticos, de Santiago Porras, publicado por primera vez en 1992, por
Ediciones Zúñica y Caval, y que ahora Uruk Editores reedita muy oportunamente
incluyendo también las ilustraciones originales del maestro Hugo Díaz.
Y es que este breve cuentario de
apenas 7 relatos, ha recorrido una vida afortunada, su recepción ha provocado
la aprehensión de cuentacuentos y niños, sus relatos han sido representados,
cantados y leídos públicamente, ha gozado a fin de cuentas, con el privilegio
de regresar a la oralidad de donde surgió.
Su título podría confundir a la
larga, pues no son cuentos guanacastecos ni ticos, sino ambas cosas, quedando
de camino en el Abangares de Porras que es encuentro entre lo meseteño y lo guanacasteco.
Sería erróneo también suponer que se trata de un anecdotario lleno de
añoranzas, pues estos cuentos no ocurrieron en el pasado, los espacios
geográficos y los seres humanos a los que alude existen, sobra decirlo, la
ruralidad existe.
Entre escritores y lectores persiste
un prejuicio y una especie de prohibición tácita en la narrativa costarricense
con respecto a lo rural como espacio literario, y de buenas a primeras se le
etiqueta de costumbrismo, quizás el
libro de Santiago Porras tenga algo de
ello, pero no termina allí. La ruralidad en la literatura presente tiene igual
dignidad que cualquier otro espacio geográfico, consecuentemente, su valor en
última instancia debe ser su calidad literaria y no unos límites impuestos dogmáticamente
y a priori.
En los Cuentos Guanacasticos
resalta esa intención por la transmisión de la memoria de una generación a otra,
de abuelo a nieto, esto es evidente en cuentos como “La Tumba de la Llorona” y el “El
niño monteador” y en el bellísimo y quizás el más hermoso texto del libro:
“No siempre los papalotes caen al cielo”. También es intencional en su rescate cierta
tonalidad pedagógica, en las detalladas descripciones del paisaje, de las
especies naturales, de las herramientas y aperos de los personajes como en “El niño monteador”, “Cabriolas entre bambalinas” y “Estampa abangareña”.
Y también y quizá la más
intencional de todas, es la conciencia ecológica, y la propia responsabilidad ante
la situación:
Santiago Porras |
“Es que los blancos han acabado con la selva y los jaguares están
desapareciendo. A tu abuelo le llevó sólo media luna atrapar el jaguar. De eso
hace mucho tiempo. Cuando abundaban los animales en estas selvas y todo estaba
cubierto de bosque umbroso de donde sacábamos suficiente caza, sin amenazar la
existencia de las especies.” En “A la
caza del jaguar”.
“Bueno… yo te podría ayudar…; pero antes que nada debés saber que por
estos lados, como nos apeamos toda la montaña, ya no hay venados ni dantas ni
jaguares ni ninguno de esos animales grandes que mataban Diego y Abel.” En “El niño monteador”.
O bien, la reflexión del cazador
que desiste de disparar al tolomuco que depredaba las gallinas del pueblo:
“La verdad es que las gallinas no están en vías de extinción” En “Al misterio lo protege un secreto”.
Porras nos lleva con sutileza y
un humor fino y de discreta ironía desde el primer texto “Al misterio lo protege un secreto”, donde la bastedad del paisaje
se impone ante la pequeñez de lo humano y la grandilocuencia de una reflexión;
o bien la magia sencilla que conmueve en “No
siempre los papalotes caen del cielo”; en “La tumba de la llorona” que es el recorrido hasta la fuente viviente
del mito, o la exquisita ingenuidad infantil que se transforma en consciencia y
respeto por la vida en “El niño monteador”;
por la hosquedad y picardía del hombre de campo en “Entre Cabriolas y Bambalinas” y “Estampa abangareña” y finalmente el desengaño pesimista de “A la caza del jaguar”.
Cuentos escritos con sencillez y
pluma rigurosa, pequeñas lecciones que cobran vida de boca en boca, de consciencia
en consciencia, un texto que merecía reeditarse para continuar con sus
afortunadas andanzas.
Germán Hernández
es la forma más sencilla, en trasladarme del futuro al pasado
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