John Connoly es irlandés, pero
pasa la mitad del año en los Estados Unidos y la otra en su país natal. Es uno
de los escritores de novela negra más importantes de la actualidad. Su
personaje principal es el atormentado detective Charlie Parker (sí, inspirado en el nombre del genial
maestro y saxofonista de jazz) y una fascinante pareja interracial y homosexual
de sicarios: Ángel y Luis.
Para los críticos y lectores
ortodoxos del género, Connolly es un dilema, coquetea con elementos
sobrenaturales y fantásticos en sus obras, lo cual ha generado desconcierto y
debates alrededor del género policiaco. Para
nosotros no es más que la constatación de que los límites entre géneros son siempre
difusos, y en hora buena, para que al final se imponga la calidad literaria y
su dignidad artística.
“Los hombres de la guadaña”,
publicada en el 2008 con el título original “The Reapers” es la sétima entrega
de la serie donde curiosamente el detective Parker no ocupa el lugar
protagónico; esta vez son Luis y Angel,
con mayor énfasis en Luis, el misterioso hombre negro e impecablemente vestido
que convive con el desarrapado Luis. Seremos trasladados hasta el origen de
todo, de su herencia de horror y segregación racial, de violencia doméstica y
desarraigo hasta la iniciación como asesino; desde ahí nos hará descender por
el mundo de las organizaciones criminales secretas, personajes que se camuflan
bajo la fachada de un transeúnte cualquiera, pero cuyas actividades son el
homicidio a sueldo, para estos hombres, y en particular Luis, sus propias
acciones podrían alcanzarlo.
John Connolly |
Esta vez, los elementos
paranormales estarán ausentes. Lo que sí extraña en Connolly que sabe construir
personajes vigorosos y psicológicamente singulares, son las extenuantes y
muchas veces innecesarias descripciones y antecedentes sobre estos; el resultado
es que sobran los detalles y falta sutileza, como en el caso de Willie Brew y
Arno, socios y compañeros de trabajo, personajes encantadores, cuya relación de
amistad y su buen humor están impecablemente logrados pero en el texto, para
introducirlos, el autor por momentos termina por empantanar la acción del
relato. Igual sucede con las académicas explicaciones sobre “la química de la
maldad”, pasajes donde se razona sobre lo que hace a un sujeto homicida o no,
que por su didactismo y exposición caen en el hueco sin fondo del positivismo
mecanicista, cuando por lo contrario, los personajes rebozan de voluntad propia
y discernimiento y no de dichos determinismos.
Con todo, “Los hombres de la guadaña”
es un pieza hermosa, que se lee con excitación y angustia, que es lo que toda
novela de su género debe provocar.
Germán Hernández.
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