Germán Hernández publica este año, 2014, la primera novela
Apología de los parques y es Uruk Editores quien lo hace.
La novelita no pasa de las 86 páginas pero la calidad si supera esa pequeñez.
Muchos podrían pensar que se trata de otra novela de la ciudad ahora enfocada a los parques pero no. La novela posee otras dimensiones literarias importantes y originales. No encontrará el lector una voz que lo guíe por una lineal historia sino voces que narran sus pequeñas historias o sus atisbos de historias, Así la novela pierde la linealidad del sintagma para desarrollar una especie de mural, no solo de voces sino de historietas entremezcladas que abren un hermoso paradigma lleno de sensibilidades humanas poco conocidas por el vidente que ve esas personas deambular por la ciudad sin aparente meta y menos proyectos de vida.
Ese mural permite ver y oír al lector gentes sin casi perfil alguno, con pequeñas ambiciones: una mujer que se escapa y el personaje la sigue por toda la ciudad sin poderla detener, asido a un amor desigual e imposible, un ciego que cuando un caminante le ayuda a pasar la avenida le quita los anteojos y recobra la vista, favor que se convierte en perjuicio para el cieguito que pierde su cotidianidad y rutina y eso para él es fatal, un pordiosero que le falta una pierna y es rescatado por un médico que se sorprende cuando la pierna comienza a formarse y recobra su estado original, un guarda que se enamora de la jefa ejecutiva de recursos humanos en un hotel capitalino y no solo pierde su trabajo sino su amor platónico, imposible a pesar de su lucha por conseguirlo, un zapatero que desea hacer un favor para que se lo agradezcan y daña unos zapatos que compra una joven y cuando viene a devolverlos le da el dinero y dos pares más. Poco después la muchacha regresa para que le cambie los dos pares regalados porque están dañados y muchas otras pequeñas historias más.
No es fácil observar, en esa casi vida de la ciudad y los parques en particular, y penetrar en la sicología social, la impersonalidad, la rutina, la superficie sin perfiles, esa gente anodina que nada, en apariencia, tienen que decir y que más que vivir duran, y delinear sus limitados sentimientos, sus pequeños y a veces escasos proyectos de vida.
Y otro aspecto de la novela digno de destacarse es visualizar qué es lo que esa masa amorfa realmente necesita. Deja claro que sus necesidades son diferentes a los otros, los diferentes, los que disfrutan de otros bienes y condiciones o ¿serán iguales, vestidos decolores llamativos y peinados a la moda? La duda nos hará pensar. Y para ellos ni los milagros son importantes y más bien interrumpen sus actividades y el logro de posibilidades de satisfacer necesidades primarias.
La novelita no pasa de las 86 páginas pero la calidad si supera esa pequeñez.
Muchos podrían pensar que se trata de otra novela de la ciudad ahora enfocada a los parques pero no. La novela posee otras dimensiones literarias importantes y originales. No encontrará el lector una voz que lo guíe por una lineal historia sino voces que narran sus pequeñas historias o sus atisbos de historias, Así la novela pierde la linealidad del sintagma para desarrollar una especie de mural, no solo de voces sino de historietas entremezcladas que abren un hermoso paradigma lleno de sensibilidades humanas poco conocidas por el vidente que ve esas personas deambular por la ciudad sin aparente meta y menos proyectos de vida.
Ese mural permite ver y oír al lector gentes sin casi perfil alguno, con pequeñas ambiciones: una mujer que se escapa y el personaje la sigue por toda la ciudad sin poderla detener, asido a un amor desigual e imposible, un ciego que cuando un caminante le ayuda a pasar la avenida le quita los anteojos y recobra la vista, favor que se convierte en perjuicio para el cieguito que pierde su cotidianidad y rutina y eso para él es fatal, un pordiosero que le falta una pierna y es rescatado por un médico que se sorprende cuando la pierna comienza a formarse y recobra su estado original, un guarda que se enamora de la jefa ejecutiva de recursos humanos en un hotel capitalino y no solo pierde su trabajo sino su amor platónico, imposible a pesar de su lucha por conseguirlo, un zapatero que desea hacer un favor para que se lo agradezcan y daña unos zapatos que compra una joven y cuando viene a devolverlos le da el dinero y dos pares más. Poco después la muchacha regresa para que le cambie los dos pares regalados porque están dañados y muchas otras pequeñas historias más.
No es fácil observar, en esa casi vida de la ciudad y los parques en particular, y penetrar en la sicología social, la impersonalidad, la rutina, la superficie sin perfiles, esa gente anodina que nada, en apariencia, tienen que decir y que más que vivir duran, y delinear sus limitados sentimientos, sus pequeños y a veces escasos proyectos de vida.
Y otro aspecto de la novela digno de destacarse es visualizar qué es lo que esa masa amorfa realmente necesita. Deja claro que sus necesidades son diferentes a los otros, los diferentes, los que disfrutan de otros bienes y condiciones o ¿serán iguales, vestidos decolores llamativos y peinados a la moda? La duda nos hará pensar. Y para ellos ni los milagros son importantes y más bien interrumpen sus actividades y el logro de posibilidades de satisfacer necesidades primarias.
Benedicto Víquez Guzmán |
Un símbolo de lo que
decimos está configurado con la muerte de las palomas. Quizás ellos son
esas palomas que dan alegría y vida a seres anodinos, habitantes de los
parques, niños inocentes como ellos, pero que también como ellos pareciera que
algunos estorban y las matan. Es cierto que las palomas se vengan y la muerte
por un cadáver de una de ellas, del viceministro, lo evidencia así como la aparición de cadáveres en frente de
los edificios y sobre todo las iglesias. Como a ellos, algunos piensan, hay que
matarlos.
Original novela que bien podríamos ubicar como polifónica, de mural de voces, llena de sensibilidad y con un agudo sentido de la observación sobre un mundo que está a la vista pero que pocos se atreven, no a ver, sino a mirar y comprender.
Original novela que bien podríamos ubicar como polifónica, de mural de voces, llena de sensibilidad y con un agudo sentido de la observación sobre un mundo que está a la vista pero que pocos se atreven, no a ver, sino a mirar y comprender.
Benedicto Víquez Guzmán
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