Ilustración de Arelis Hernández Sánchez |
Había una vez, un gato llamado Garabato (aunque eso no es
cierto, porque no era gato, sino gata; y tampoco es cierto que se llamara
Garabato, pues su nombre era Simone de Beauvoir) que vivía en una casa llena de
gatos, con una niña llamada Arelis y sus papás.
Cuando la niña llegaba de la escuela, rendida por tanto
estudio, nada le parecía mejor que tirarse en la cama y encender el televisor.
Entonces, Garabato que la amaba muchísimo, saltaba sobre la cama y caía en los
regazos de ella para que no pudiera alcanzar el control remoto y acercaba su
naricita fría y húmeda hasta la nariz de la niña que al sentir su roce soltaba
una carcajada y entonces comenzaba a hacerse pequeñita pequeñita pequeñita
hasta que dejaba de reír y estaba lista para montar sobre el lomo de Garabato,
bien agarrada de sus orejas, salían juntas por alguna ventana, y de ahí hasta al
techo y de ahí a explorar un mundo lleno de aventuras para las dos.
Germán Hernández
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