Antes de empezar a referirme a la obra Vejaciones de Sergio
Arroyo, quiero decir que me resulta grato que un autor costarricense se anime
a publicar su obra en formato digital. Aclaro que adoro los libros, son objetos
hermosos, para los que somos lectores empedernidos es inevitable admitir
nuestro culto y fetichismo por estos hermosos ladrillos de celulosa. Confieso
también que el paso que di al leer libros electrónicos por primera vez fue
receloso, luego me fui acostumbrando, al final descubrí mil ventajas en ello,
como conseguir a un costo decente obras o muy costosas o muy difíciles de
conseguir. Hoy día paso de mis libros impresos a mis libros electrónicos sin
problema, tengo lo mejor de dos mundos.
Vejaciones de Sergio Arroyo es un breve libro electrónico
compuesto por 40 microtextos editado por Ediciones la Canícula recién en el
2016, el cual es fácil de adquirir en Amazon.
Vejar es humillar, incomodar de una manera sutil y psíquica.
No es poco el desafío autoimpuesto por el autor en estos textos, brevísimos,
donde no quiere hacerse el gracioso, sino dárselas de canalla: con sus
personajes, sus situaciones y con los lectores. Pero será de provecho, pues
estos límites que el autor adopta los respeta limpiamente y con acierto. Es
como si el Ramón Gómez de la Serna con sus greguerías o un Ramón del Valle
Inclán con sus esperpentos reencarnaran en el vate Arroyo para donarnos un
género más: sus vejaciones.
Todas las vejaciones son premeditadamente redactadas en
tercera persona singular para interpelarte, para ponerte en el lugar del
personaje y someterte a las diversas situaciones que va mostrando. Hay en todas
ellas una prosa donde no sobra nada, y un humor (tan escaso en nuestra
literatura) tan bien contenido y acertado que por eso quiero compartir esta
breve muestra:
2
Ahí estás tú, de niño, mirando el horizonte. Y allá van los
barcos, dejando a su paso una lenta columna de humo parecida al rastro de un
caracol. Tus tíos y tus primos te han dicho tantas veces que no tiene sentido
seguir esperando que tu padre vuelva, que ya va siendo tiempo de que aceptes
que no va a volver. (Nunca les dirías la verdad, que tú tampoco esperas que
vuelva, porque no esperas la llegada de los barcos sino su partida, su
desaparición en el horizonte. Con envidia y rencor, añoras que los padres de los demás niños
de la bahía también se vayan para siempre.)
4
Eres policía. En una escena de crimen encuentras una lista
de personas por asesinar. Sabes que no debes alterar la escena de ninguna forma
–es una de las primeras cosas que te enseñan en la academia– pero lo haces:
tomas la lista de nombres, la escondes y la asumes como propia. Todavía no lo
sabes, pero algo dentro de ti ya resolvió matarlos a todos.
9
Durante años mantienes a raya a una diminuta caries que
aparece de la nada. Te las arreglas para
vivir con ella sin mayores contratiempos porque qué otra cosa podrías hacer y,
aparte, no se nota. (Y no solo eso, en cierta forma esa caries es una compañera
fiel, quizás la más fiel de todas.) Las cosas cambian cuando la caries empieza
a crecer sin control. Sabes que debes ir con el dentista, pero postergas la
visita sin ninguna razón aparente. Lo tuyo no es tanto vivir como dejarte
llevar por la vida. Así pasan los años. Cuando por fin vas a ver al dentista,
el dictamen no podía ser otro: hay que extraer todo el diente. Durante la breve
intervención, el dentista observa, al lado del diente extraído, en un diente que
parecía sano, una caries diminuta.
13
La sangre del hombre que violó a tu madre corre por tus
venas. No lo odias. Desear que nunca hubiera existido significaría la
incapacidad de desear.
20
Tú y tu pareja invitan a sus mejores amigos a una hermosa
velada en casa. Se desviven por atenderlos como la familia que son. Los cuatro
comen, ven películas, beben y, llegada la hora, se despiden, se abrazan y se
besan, con las sonrisas nerviosas, los actos fallidos y la inseguridad con que
suele venir acompañada la tensión sexual.
28
En este momento tu hijo hace el amor con alguien que en unos
pocos meses habrá olvidado por completo.
30
Y como pago por tus aportes a la nación, el Estado le pondrá
tu nombre a una exangüe escuela rural, donde los niños no serán capaces de
pronunciar tu nombre sin cometer errores ni burlarse. De cualquier manera, ya a
esas alturas tampoco será tu nombre sino el de la escuela.
33
Tu perro y un perro callejero se olfatean en el parque por
un momento. “¡Ya vente, Burbuja!”, lo llamas. Entonces uno de los perros
abandona al otro y corre hasta ti para que le coloques su cadena. El cachorro
que se queda en el parque te observa detenidamente hasta que te alejas y te
pierdes de vista.
40
Te despides al salir de casa, porque sabes que no hay nada
que asegure tu regreso.
Sergio Arroyo |
Con todo, el autor nos advierte que este es un libro
dinámico, maleable, inacabado, un proyecto que de continuar alcanzará las 840
vejaciones que Eric Satie recomendó para su propia obra homónima, por lo tanto,
la de Arroyo está incompleta, por ahora, tal vez, (sea que continúe o no con
ella), aunque desde ya es como los Cuentos de Canterbury de Chaucer, o las Ciento veinte jornadas
de Sodoma y Gomorra de Sade a las que ya no les falta nada más.
Germán Hernández.
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