29/5/19

Notas III




Desde el punto de vista del patriarcado, las mujeres son inmateriales, habitan un cuerpo que no les pertenece.
Esta idea se refuerza ideológicamente mediante: “el don de concebir y el mandato de ser madre”. En eso se resume el propósito y razón de ser de la mujer; si estudia, si tiene éxito en los negocios, si es artista, si participa en la vida pública y en la toma de decisiones, está bien, pero es secundario si no cumple con la primera premisa.
El mandato de la maternidad es el último recurso del patriarcado para someter a la mujer, el mismo lo refuerzan las leyes e instituciones tanto religiosas como seculares. “Emancípense cuanto quieran, su útero sigue siendo mío” parece gritarles el patriarcado.
En lo particular, yo no tengo el menor derecho a negar a una mujer su derecho a elegir o no la maternidad; no me compete. Tampoco compete esa elección a las sotanas de los curas, ni a las gabachas de los médicos, ni a las togas de los juristas.
Cuando las mujeres se materializan, es decir, ocupan un cuerpo que es suyo, y no para otros, El patriarcado y sus instituciones entran en crisis. Quien sabe cuántas cosas insospechadas surgirán entonces en la manera en que convivimos hombres y mujeres, habrá que inventar tantas cosas, aprender, corregir, ajustar, un enorme y hermoso desafío, no cabe duda.
Ante estos procesos históricos, ante estos cambios, ninguna persona debería sentirse amenazada, las únicas que están amenazadas son las viejas estructuras, creencias y mandatos que ya no dan vida, que no liberan, y que ya no pueden seguir oprimiendo.

Germán Hernández.


2/5/19

Notas II





II

39.

Descreemos de los poetas
que se conforman
con cervezas tibias,
falsas amantes;
productoras, filólogas
o secretarias
que los mantienen;
libros de Bukowsky,
pastelitos y helado
de los ministerios;
vino rancio
de los premios.

Delfín Dorado, en Ajuste de cuentas. 2017.


Parábola de la eficiencia administrativa





Como editor, sabía que cualquier cosa podía llegar hasta su escritorio, a veces eran esos textos que lo inspiraban y le confirmaban por qué había luchado por llegar donde estaba, y otras veces eran sencillamente textos que lo hacían volver la mirada hacia una ventana, hacia el mundo exterior, hacia la salida.
Pero aquella vez le pusieron un texto que al ver en su portada el nombre del autor lo hizo sentir arcadas. ¿Por qué a mí?
No había visto siquiera el contenido, no podía, sabía que cada línea que trabajara estaría traspasada por esa animadversión que sentía hacia el autor, ese tipejo intragable, académico encopetado, laureado, reconocido, encumbrado. Lo odiaba y lo envidiaba por igual.
Pero también sabía que ese autor había sido denunciado por acoso sexual, y también se le abrió un proceso, y fue sancionado durante ese proceso, nada más que una nalgadita en comparación con el escarnio que otros han recibido, sí, no hay atenuantes para esto, pero para ese todo siguió igual, o mejor. Cómo odiaba esa hipocresía.
Era un asunto de conciencia, sencillamente no podía trabajar en ese texto que lo hacía odiar lo que amaba, le escribiría al director de la editorial un correo explicando sus razones, esa necesidad de recusarse, no iba pasar de ahí. Pero también sabía que ese desaire se lo cobrarían de otras maneras, imaginables unas, otras, las peores, no podía imaginarlas aún.
Entonces sacudió la cabeza, pero, ¿qué me pasa?, ¿acaso no soy un profesional? Y comenzó a hacer su trabajo

Germán Hernández.