Este cuentario, publicado en 2010
por Ediciones Lanzallamas, compartió el premio nacional de cuento Aquileo
Echeverría con “La última aventura de Batman” de Carlos Cortés. Anteriormente,
en el 2008 Arias había recibido el premio nacional en la rama de novela con “Te
llevaré en mis ojos” y más atrás, había publicado “Vámonos para Panamá” en 1997
con editores Alambique y antes, había hecho su meteórica aparición en 1991 con
“El Emperador Tertuliano y la legión de los súper limpios”.
Tiene razón Juan Murillo en
señalar el amplio registro y arsenal de recursos narrativos que posee Arias en
la composición y tratamiento de sus obras; se nota cómo en el espacio temporal
entre una publicación y otra se ha dado un periodo de maduración y reinvención
como narrador en cada una de ellas.
La Madriguera, viene a ser la
reunión de su narrativa breve construida a lo largo de dos décadas, trabajada
arduamente hasta lograr un estilo homogéneo desde el primer texto hasta el
último. Se intuye que cada uno ha sido abordado por el autor y reelaborado muchas veces; más que contar, lo que salta a la vista en estos juegos es un modo de narrar bajo el pretexto de un cuento. Como si
tratara de pintar naturalezas muertas, Arias comienza a sobreescribir sobre
esas situaciones, juega con ellas, no deja un solo espacio en blanco, todo
alrededor de las situaciones que narra tiene que ser descrito por lo que es y
por lo que no es, y poniendo todo su énfasis en lo periférico, emplea humor,
ingenio, hasta ir dejando de lado el cuento en cuestión, lo que Arias trata de
resaltar es lo que tiene y puede decir de cada detalle, se exhibe, alardea con
su estilo y en ocasiones, también nos deja el sinsabor de que a pesar de todo,
no ha penetrado las primeras capaz de varias de las situaciones y cuentos que
pretende narrar.
Dividido en tres partes, La
primera “Cabos Sueltos” es la mejor lograda, bellísimo y sugestivo “Hilo Rojo”,
luego “Carlos y Carlos”, que viene a ser el cuento paradigmático del conjunto,
el que mejor representa ese estilo de Arias, una especie de “día de furia” en
la simultaneidad de dos narraciones, a
partir de aquí a lo largo de todo el libro se repetirán los juegos y
descripciones, hasta la saciedad, en “Quince a Babor” es un buen ejemplo, el
juego consiste en narrar un acontecimiento inusual en la vida del protagonista,
conforme avanza la narración Arias juega insertando entre paréntesis diversidad
de comentarios, referencias, dichos, descripciones, en un estilo muy propio y característico
de él, si se lee el texto obviando los paréntesis, se vuelve más diáfano, y sin
duda mucho mejor cuento que con la lectura de los paréntesis. “Polvo que cae”
más que un texto sobre la demencia es sobre la soledad, otro de los textos que
nos gustaron, “¡Yo ya estoy muerta!” nos recuerda de inmediato a Cachaza de V.
Mora y cierra esta primera parte con “Buzón de bronce”, que logra encantar, a pesar de enredarse tanto en el inicio de la
trama.
La segunda parte “De humo y lata”
rescatamos tres cuentos muy singulares “Cigarras”, que nos atrapa por lograr
crear esa atmósfera de extrañamiento y catástrofe, y luego el ingenio en “Quinientos
Ancianos”, y el guiño y empatía que nos
causa “Horacio” el resto de textos termina agotándonos, situaciones mínimas, donde
el estilo de Arias se vuelve semejante al de una soprano, que gusta de agregar
florituras y florituras a un “aria” hasta ocultarla.
La última parte, “El sitio vacío”
compuesto por el largo texto del mismo título, no será más que esa empecinada
obstinación del autor por demostrarnos su virtuosa ejecución, (si eso buscaba,
se la reconocemos) alrededor de las evocaciones de un sujeto más bien soso y chapucero,
el texto termina insustancial, no cala, no interpela. En general, este libro de
cuentos de Arias es a nuestro gusto su obra más desigual, un divertimento de
autor y un despilfarro de recursos plásticos y verbales notorios, pero en
textos en que la densidad existencial y
las búsquedas y los conflictos de sus personajes se diluyen o están ausentes,
donde la cotidianeidad en que se construye la historia de los hombres y las mujeres,
se vuelve un hoyo inocuo.
Germán Hernández
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