20/2/12

La Madriguera – Rodolfo Arias



Este cuentario, publicado en 2010 por Ediciones Lanzallamas, compartió el premio nacional de cuento Aquileo Echeverría con “La última aventura de Batman” de Carlos Cortés. Anteriormente, en el 2008 Arias había recibido el premio nacional en la rama de novela con “Te llevaré en mis ojos” y más atrás, había publicado “Vámonos para Panamá” en 1997 con editores Alambique y antes, había hecho su meteórica aparición en 1991 con “El Emperador Tertuliano y la legión de los súper limpios”.

Tiene razón Juan Murillo en señalar el amplio registro y arsenal de recursos narrativos que posee Arias en la composición y tratamiento de sus obras; se nota cómo en el espacio temporal entre una publicación y otra se ha dado un periodo de maduración y reinvención como narrador en cada una de ellas.

La Madriguera, viene a ser la reunión de su narrativa breve construida a lo largo de dos décadas, trabajada arduamente hasta lograr un estilo homogéneo desde el primer texto hasta el último. Se intuye que cada uno ha sido abordado por el autor y reelaborado muchas veces; más que contar, lo que salta a la vista en estos juegos es un modo de narrar bajo el pretexto de un cuento. Como si tratara de pintar naturalezas muertas, Arias comienza a sobreescribir sobre esas situaciones, juega con ellas, no deja un solo espacio en blanco, todo alrededor de las situaciones que narra tiene que ser descrito por lo que es y por lo que no es, y poniendo todo su énfasis en lo periférico, emplea humor, ingenio, hasta ir dejando de lado el cuento en cuestión, lo que Arias trata de resaltar es lo que tiene y puede decir de cada detalle, se exhibe, alardea con su estilo y en ocasiones, también nos deja el sinsabor de que a pesar de todo, no ha penetrado las primeras capaz de varias de las situaciones y cuentos que pretende narrar.

Dividido en tres partes, La primera “Cabos Sueltos” es la mejor lograda, bellísimo y sugestivo “Hilo Rojo”, luego “Carlos y Carlos”, que viene a ser el cuento paradigmático del conjunto, el que mejor representa ese estilo de Arias, una especie de “día de furia” en la simultaneidad de dos narraciones,  a partir de aquí a lo largo de todo el libro se repetirán los juegos y descripciones, hasta la saciedad, en “Quince a Babor” es un buen ejemplo, el juego consiste en narrar un acontecimiento inusual en la vida del protagonista, conforme avanza la narración Arias juega insertando entre paréntesis diversidad de comentarios, referencias, dichos, descripciones, en un estilo muy propio y característico de él, si se lee el texto obviando los paréntesis, se vuelve más diáfano, y sin duda mucho mejor cuento que con la lectura de los paréntesis. “Polvo que cae” más que un texto sobre la demencia es sobre la soledad, otro de los textos que nos gustaron, “¡Yo ya estoy muerta!” nos recuerda de inmediato a Cachaza de V. Mora y cierra esta primera parte con “Buzón de bronce”, que logra encantar,  a pesar de enredarse tanto en el inicio de la trama.

La segunda parte “De humo y lata” rescatamos tres cuentos muy singulares “Cigarras”, que nos atrapa por lograr crear esa atmósfera de extrañamiento y catástrofe, y luego el ingenio en “Quinientos Ancianos”,  y el guiño y empatía que nos causa “Horacio” el resto de textos termina agotándonos, situaciones mínimas, donde el estilo de Arias se vuelve semejante al de una soprano, que gusta de agregar florituras y florituras a un “aria” hasta ocultarla.

La última parte, “El sitio vacío” compuesto por el largo texto del mismo título, no será más que esa empecinada obstinación del autor por demostrarnos su virtuosa ejecución, (si eso buscaba, se la reconocemos) alrededor de las evocaciones de un sujeto más bien soso y chapucero, el texto termina insustancial, no cala, no interpela. En general, este libro de cuentos de Arias es a nuestro gusto su obra más desigual, un divertimento de autor y un despilfarro de recursos plásticos y verbales notorios, pero en textos  en que la densidad existencial y las búsquedas y los conflictos de sus personajes se diluyen o están ausentes, donde la cotidianeidad en que se construye la historia de los hombres y las mujeres, se vuelve un hoyo inocuo.

Germán Hernández

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