Hace algunas semanas, se dio otro
escandalillo de esos morbosos y efímeros en la vida pública de nuestro país.
Esta vez se trataba del Ministro de Educación Leonardo Garnier y un texto suyo
(de vieja data) donde el narrador en primera persona recrimina al Dios Padre mediante
la oración por antonomasia de los cristianos “El Padre Nuestro”.
Pastores de todas las sectas y de
las religiones históricas se hicieron sentir vehementes e indignados por el “sacrilegio”
del Ministro, mientras tanto, las empresas de comunicación estaban encantadas de atizar el llamaron del momento.
Pero al margen de todo eso,
queríamos referirnos al texto en sí, y la “disculpa” posterior del Ministro,
pues a fin de cuentas, es a partir de lo literario que debería partir toda
exégesis y posteriormente la eiségesis o apropiación del texto por parte del
lector. En otras palabras, primero lo que el texto es y dice, y luego lo que el
texto me dice y le hago decir, recuérdese que el lector participa de la
significación del texto, de lo contrario, este estaría definitivamente
petrificado y muerto.
Pongámonos en autos con algunos
antecedentes. El texto de Garnier, titulado “Y amén” fue publicado en su sitio
web en noviembre de 2004, (¡justos 8 años!) durmió apacible, sin pena ni gloria
en medio de la indiferencia generalizada de las cultas masas costarricenses
ávidas de televisión por cable. Pero algo ocurrió años más tarde, quién sabe si
por atavismos inquisitorios pero lo cierto es que tras el otro escandalillo, el
de las guías sobre educación sexual que tan exaltadamente algunos
representantes de diversos grupos religiosos condenaron y seguramente con ese
afán tan de soldados de Cristo, se dieron a la tarea de escarbar hasta que
dieron con el finado texto de Garnier, el cual siempre estuvo ahí sin que nadie
lo notara, ¡qué hallazgo!, ¡qué joyita! Debieron exclamar quienes buscaban
pretextos,[1]
para lanzarse a su nueva cruzada.
Es lamentable, pero la triste
verdad es que el texto de Garnier nunca le importó a nadie hasta que cobró vida
como escandalillo.
Pastiches
Pero, ¿de qué trata “Y amén”?
Léalo ahora mismo: Y
amén.
Sigamos, como habrá notado, no es
un cuento propiamente dicho, hay un narrador en primera persona que parece
dirigirse a Dios, y le recrimina línea por línea siguiendo “El Padre Nuestro”
según la versión de Mateo 6, 9-13 (más elaborada que la de Lucas 11, 1-4). Eso
sí, es curioso que el texto de Garnier omita el versículo 12 “perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”[2].
Este recurso literario, donde el
texto se sostiene en otro y lo imita, se llama “pastiche”, eso sí, para que el
recurso literario tenga su “efecto” y sea eficaz, el lector tiene como
condición indispensable que conocer el texto de referencia que en este caso es
“El Padre Nuestro”, de lo contrario el juego no se da, es decir, no pasa nada.
Léale el texto a alguien que nada conoce de dicha oración y del cristianismo
que se quedará indiferente ante él; pero haga lo mismo ante un ateo veligerante
o un cristiano devoto y verá lo que pasa.
El pastiche en la literatura
tiene bellos y logrados ejemplos, a la mente se me vienen tres casos, uno de
ellos son los fascinantes pasajes de las “Iluminaciones” en el “El más violento
paraíso” de Alexander Obando que hacen referencia a los fragmentos perdidos del
“Critias” de Platón, o bien los relatos de Rafael Ángel Herra en “El soñador
del penúltimo sueño” en textos como
“Salmo del Juicio Final”, “El extranjero de Esopo que soplaba hielo y fuego”,
“La Creación” y tantos otros donde el juego consiste en la inversión de
sentido. Y un último ejemplo es el maravilloso poema de Marco Aguilar
“Padrenuestro” el cual cae como anillo al dedo en este caso:
Padre nuestro, Jesús del desconsuelo,
protégeme a esta hermana que ha empezado
a levantar su corazón del suelo.
Tú que pusiste dulce en el pecado,
Tú que entiendes los ojos de mi hermana,
protégela, Señor, Tú que has llorado.
Hoy la he visto sonriendo en la ventana,
como buscando un viento humedecido
de amor y sumisión por la mañana.
Hoy la he visto en silencio y he temido
que al agachar mañana la cabeza
halle gotas de amor en su vestido.
Protege sus doce años, su pobreza,
su joven corazón entumecido,
Padre nuestro, Señor de la tristeza,
Tú que pusiste sal en el gemido.[3]
Como podemos observar, el
pastiche no es más que un recurso literario, empleado hasta el infinito en la
literatura, el cine, la pintura, etc. El texto de Garnier es uno más.
Es poco lo que podemos decir de
“Y amen”, salvo que cae en el viejo vicio del anacronismo y la lectura literal,
en este caso el narrador da un sentido literal al texto del padre nuestro y al
cielo lo llama cielo, al pan lo llama pan sin matizar, no se trata de un
narrador ingenuo, por el contrario, es un narrador bastante informado, por lo
cual su falta de matiz no se sostiene, no se puede leer un texto con un alto
sentido simbólico de la misma manera que se lee el manual de instrucciones de
una plancha. Garnier es muchas cosas, pero no es un buen narrador.
Perdones
Ahora bien, y pasando la página
sobre el texto, algo que realmente me ha sorprendido, es la simulada disculpa
de Garnier en su sitio web, léala en: “Una
explicación, y una disculpa a quienes se hayan sentido ofendidos”.[4]
Garnier se refiere a su obra de
ficción como algo opuesto a lo autobiográfico y a la opinión, a lo filosófico,
a lo teológico, extraña cosa, si la literatura además de goce plástico, no es
opinión, síntesis vital y existencial, testimonio, crítica, provocación,
transgresión, entonces ¿qué es la literatura? Si para Garnier su obra literaria
es un puro divertimento inocuo e intrascendente bien, pero no vale como
generalización.
Tiene razón al afirmar Garnier
que su personaje refleja desesperanza, y así reacciona. Pero hasta ahí llega,
el resto, el sentido y la interpretación no le corresponden al autor, el autor
que tiene necesidad de explicar su obra es porque considera ignorantes y tontos
a los lectores, los menosprecia, o bien ha fracasado totalmente al escribir, no
puedo concebir otras opciones. Ante la multitud de juicios de los lectores el
autor no tiene más remedio que callar.
Es necedad y vanidad de Garnier
querer explicar su texto, si al lector se le antoja pensar que el narrador y
personaje de “Y amén” es Leonardo Garnier, no existe nada en el texto que se lo
impida, el texto es abierto en ese sentido.
Salvo el título, no encontramos
disculpas, sino excusas, y un lamento: “Lamento
que su lectura haya ofendido la religiosidad de muchas personas, nunca fue esa
la intención”
Pero yo sí defiendo la
literatura, y sí defiendo que esta ofenda, transgreda, desmitifique,
transforme, renueve, pero especialmente defiendo a quien sostiene su palabra, y
el texto de Garnier sí ofende, con o sin intención él sabe que su texto no es inofensivo,
que el recurso del pastiche es más que intencional y que no puede eludir eso
tan fácilmente. No puedo respaldar a un autor que no sostiene su palabra, y
cuestiona la inagotable significación de un texto.
¡Y amén!
Todo autor es responsable de lo
que escribe, de nada le valen excusas y explicaciones, o sostiene la palabra o
abjura de ella. La historia está llena de ejemplos de artistas que han se han
jugado la vida en ello, y no vienen con el cuentito de que “no me entendieron,
esa no era mi intensión”.
Como cristiano, no tengo reparos
en perdonar ofensas, (en mi caso nunca las hubo) en ese sentido apelo a Mateo
5, 38-42[5].
Pero es válido reconocer que cuando se habla de ofendidos no se trata nada más de
fanáticos fundamentalistas (los habrá y son los menos) sino de muchas personas
de buena voluntad cuya experiencia de vida y práctica se sintetiza en la famosa
oración, y que inspirados por ella y con honestidad quieren dar buen
testimonio. Eso no debe ignorarse.
Como escritor sí me ofende que se
minimice la trascendencia que la literatura tiene y la responsabilidad que eso
conlleva. La responsabilidad del artista es algo más que poses o en el peor de
los casos defender consignas, es admitir el peso que tiene su obra, y que ésta
no pasa inocente por el lector que interpela, la interpreta y le da en última
instancia su significado.
Germán Hernández
[1] En
ocho años el texto de Garnier no recibió un solo comentario, ¡Pero desde el
escandalillo lleva casi 250 comentarios ¡desde mayo de este año a la fecha! En
el momento que escribimos ha sido compartido en Facebook 11.178 veces y 25
modestas veces en Google plus. Tal parece que la religión vende más que el
sexo.
[2] Y
también es curioso que los cristianos en sus encendidas denuncias omitan para
sí este versículo cuando juzgan a Garnier.
[3]
Aguilar, Marco. Obra reunida de Marco Aguilar. EUNED. 2009
[4]
Esta entrada de Garnier no parece haber sido tan popular como su texto de
referencia, apenas 50 comentarios, tan solo ha sido compartida en Facebook 1199
veces, y 6 en Google plus. Hacemos ídem de la nota 2.
[5]
Por cierto que ese pasaje del evangelio es una de las partes que los cristianos
olvidan convenientemente, en especial esos que en lugar de ser corderos,
quieren ser soldados de Cristo, y ya conocemos históricamente el triste
resultado de dicha pretensión. ¿Qué clase de dios omnipotente es ese que
necesita que lo defiendan?
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