Una familia normal (fragmentos)
Los chistes de mi marido son horribles. Darío cuenta unas historias que
no sabría si catalogarlas de surrealistas o de auténticas sandeces.
Cuando los chicos eran pequeños les contaba chistes escatológicos con
abundantes cacas y pedos. Debo reconocer que me encantaba verlos reír tan a
gusto con semejantes simplezas.
Conforme Fran y Guillermo fueron creciendo, Darío les narraba historias
truculentas, sabiendo que apostaba a caballo ganador, y los niños le reían sus
gracias con generosidad. Solían ser el postre de la cena y, sinceramente, los
relajaba mucho antes de irse a dormir.
Hubo un chiste, no más horrible que el resto, que tuvo serias
consecuencias en nuestro futuro: un tío le decía a otro: ¿Te apuestas cincuenta
euros a que soy capaz de morderme un ojo? Cuando el amigo acepta, saca su ojo
de cristal y lo muerde. Pero la historia se estira. ¿Te apuestas cincuenta más
a que me muerdo el otro? No, claro que no es de cristal ¿Cómo iba a verte si
no? Entonces, saca su dentadura postiza y se muerde el ojo izquierdo.
De verdad que a mí esa historia me produce repugnancia, pero los niños se
reían hasta alcanzar el flato y Darío se sentía satisfecho. Es muy posible que
lo repitiera doscientas veces.
Los críos preguntaron durante días sobre dentaduras postizas y ojos de
cristal. Yo debería haber intuido la repercusión que puede tener en un niño el
hecho de descubrir que una persona sea un auténtico mecano, con ojos,
dentaduras, piernas o manos artificiales.
Temo que me esté volviendo tan cínica como Darío. Desde luego, nos
habríamos ahorrado un mal rato si no hubiera contado un chiste tan malo.
***
***
Gracias a mi hermano Guille, nada más acabar infantil, tuve que abandonar
el colegio público, pero eso es otra historia, e incorporarme a uno privado en
primaria.
Guillermo había cursado allí un año y su recomendación fue que entrara
con paso firme, sin timidez.
Lo importante, dijo, es que seas popular desde el primer día. Haz algo
que todos recuerden y serás el dueño de la clase.
Mis compañeros habían dado inglés en infantil, yo sólo sabía contar hasta
five, algunos colores y poco más.
La profesora de inglés se me acercó el primer día y me preguntó:
— What´s your name?
No supe lo que me decía, sólo me acordé de los consejos de Guillermo, así
que le respondí:
— Mierda,
culos y pedos podridos.
La profesora me obligó a salir al pasillo para que meditara. Qué sabía yo
lo que era meditar. Me dijo que cuando tuviera una respuesta sobre mi conducta,
que entrara. Esperé un rato y volví a la clase.
— ¿Y bien?
— Estoy pasando
una etapa difícil — dije. Esa frase era de mi hermano. Él me explicó que los
seis años es una fase dura en la vida de cualquiera.
— ¿Qué te
ocurre?
— Mi padre...
mi padre, ha muerto.
La profesora de inglés se quedó sin palabras, parecía bastante novata. Se
fue corriendo a buscar a Mariajo, mi tutora.
— ¿Su padre? —
dijo, pero si lo saludé no hará ni tres días.
Las dos estaban nerviosas, muy nerviosas. Me sacaron al pasillo y me
acariciaron la cabeza varias veces.
— Ha tenido que
ser algo repentino — dijo al fin Mariajo.
— Y tanto —
aseguré. Un accidente. Un accidente terrible. Esta frase también era de
Guillermo.
Mariajo y
Cristina, la profesora de inglés, me miraban a los ojos. Era difícil soportar
semejante prueba.
— ¿Y... ha muerto?
Recordé que papá aseguraba que la nariz crece cuando se miente. Yo
examinaba con los ojos cruzados mi nariz. No podía resistir por más tiempo la
mirada de aquellas dos mujeres.
— Bueno, muerto
del todo, no. Le han estallado los ojos y se los han puesto de cristal. Ahora
puede mordérselos.
Mi explicación bastó para que se desplomara mi credibilidad. Intentaron
enfadarse mucho. Aunque a Mariajo le traicionaba la risa. Cristina me preguntó
que por qué había montado toda esa escena.
— Ha sido mi hermano — aseguré. Al fin y al cabo, él me había dado la
idea de que hiciera lo que fuera necesario para ser el más popular.
O sea, que había metido un gol. Mi hermano fue llamado a dirección para
dar explicaciones sobre lo ocurrido.
***
Guillermo zanjó el asunto desde el primer día. No iba a pasar por el
trago de una “primera comunión” ni
siquiera a cambio de una Play Station. Le daba igual que todos sus
amigos, incluidos los del colegio público, la hicieran.
Conversé con él. La verdad es que me daba miedo que fuera estigmatizado
por salirse de la norma. Bastante bronca teníamos todos los años por negarse a
participar en el festival navideño. Alegaba con toda la razón que él no iba a
ensayar con las madres de la APA un playback de Bisbal con coreografía
hortera. La profesora siempre le ponía un negativo en socialización.
Al final le convencí para que asistiera a algunas clases de catequesis.
Si aquello no le gustaba, podía abandonar.
Bien sabía yo que abandonaría, pero al menos que ninguno de los abuelos
me acusara de no haberle ofrecido todas las opciones.
***
Ahora adoro a Fran. Sé que me
defendería a muerte y confía en mí con los ojos cerrados.
Justo cuando aprendió a andar le expliqué que si metía el destornillador
en un enchufe se volvería electropoderoso. Saltaron chispas y también la
instalación eléctrica de toda la casa. Pero siguió confiando en mí.
La boda de mi tía Marta se celebró en el campo, en el jardín de la
abuela. Yo reuní a los chicos. Los había italianos, indios, norteamericanos y
también de aquí. Les dije que era hechicero. Nadie lo puso en duda. Preparé la
pócima del poder supremo: en una lata oxidada eché agua, tierra, hierbas del
jardín y todas las hormigas e insectos que encontramos. Después lo pasé para
que bebieran. Joé, todos salieron corriendo, convencidos de que estaba loco.
Todos menos Fran, que ingirió la mitad de aquel brebaje.
Agarró una
diarrea al poco rato. Mamá dijo que era un virus. Sólo él y yo sabíamos que se
trataban de las primeras manifestaciones del poder supremo.
***
El catequista que me asignaron era un viejo solterón con voz melosa.
Desde el principio adiviné sus intenciones: ganarnos con amabilidades el primer
año para luego, en el segundo, inculcarnos todo eso del infierno y del pecado.
Ya me lo habían contado los mayores.
Acudíamos los martes y los jueves a la parroquia cercana a casa. El único
aliciente era reencontrarme con mis compañeros del anterior colegio. Pero me
tocó en un grupo donde no conocía a nadie y todos obedecían como zombis a lo
que el catequista les ordenara.
Nos pasaba unos dibujos fotocopiados, unos dibujos para niños de infantil
con el Pato Donald o con Pluto, y nosotros debíamos colorearlos. Lo
sorprendente es que mis compañeros pintaban sin rechistar.
Al segundo día propuse una actividad y aquel hombre pareció alegrarse.
— ¿Por qué no dibujamos lo que queramos?
— Bien pensado,
Guillermo, dibujemos cada uno una obra del Señor dando gracias a su creador.
Yo dibujé una flor, lo juro. Cuando la vio dijo que no volviera más por
allí y que hablaría seriamente con mis padres.
***
***
Guillermo me
pasó el teléfono.
— El catetero
quiere hablar contigo — dijo.
Tras presentarse, don Joaquín me preguntó sobre el tipo de educación
religiosa que yo ofrecía a mis hijos. Le dije que ninguna. Se sorprendió con mi
respuesta y atacó:
— ¿Entonces, por qué quiere que Guillermo haga la comunión?
— Yo no quiero
que haga la comunión, Guillermo no es un objeto de mi propiedad, si va a un colegio
religioso, si tiene cuatro abuelos católicos y va a vivir en un país que
financia a la iglesia como a la mayor asociación, quizá le convenga saber de
qué va todo esto.
— Pero usted
debería colaborar, instruirle, no sé.
— Vera, yo no
soy del Madrid.
— ¿Qué quiere
decir?
— Que no puedo
inculcar en mis hijos el madridismo, sencillamente porque no lo siento. Le he
dado a usted la oportunidad de que le hable de sus convicciones, que lo haga o
no, es cosa suya. Tengo entendido que en la última clase propuso hacer dibujos.
— Así fue,
apoyé su idea de dibujar a una criatura del Señor dándole las gracias por haber
sido creada.
— Me dijo que
dibujó una flor.
— Una planta
carnívora para ser precisos. Una flor que acababa de ingerir a Jesús y, con un
eructo sonoro, agradecía los alimentos que acababa de tomar.
— Bueno, al fin
y al cabo, de eso va la comunión ¿no?, ingerir a Jesús. No me negará que es
todo un reto.
— Mire, no
estoy para retos. Toda la clase le ríe las gracias. No puedo permitir que una
manzana podrida envenene a toda la cesta.
— ¿Mi hijo es
una manzana podrida? Creí que la labor de un pastor era la de rescatar a la
oveja descarriada.
— No soy ningún
pastor. Si usted lo desea, instrúyale en religión, en el madridismo o en lo que
más rabia le dé, pero le ruego amablemente que no vuelva nunca más por aquí.
Me reí cuando colgué el teléfono, aunque nunca se lo dije a Guillermo.
Santiago Gascón (Mallén, 1961). Psicólogo, Doctor por la Universidad de
Zaragoza. Profesor en el Campus de Teruel. Colabora con diversas universidades
europeas y americanas.
Ha publicado las novelas: “Agnus Dei”(Institución
Fernando el Católico, 1999) y “Una
familia normal” (editorial Xordica, 2012); así como el libro de relatos “Manila” (Xordica,
2003), además de haber participado en diversas obras colectivas de relatos.
Algunos de sus premios literarios:
-
Premio de narrativa Santa Isabel de Portugal (IFC, 1999)
-
Premio de
Novela J&B (1997)
-
Premio “Casa
de la Mujer ”.
Ayuntamiento de Zaragoza. (2000)
-
Premio Teruel de Relato (IET, 2000).
-
Premio
Internacional de Relato “Max Aub” (2001).
-
Premio
Internacional de Relato FUNCAS (Hucha de Oro, 2001).
En el año 2000 obtuvo el Premio de guiones de
las Bodas de Isabel de Segura. Desde
entonces, y hasta la fecha, elabora la dramaturgia de este evento que se
representa anualmente durante cuatro días en febrero.
Desarrolla los guiones de “La partida” (Teruel), “La
Expulsión de los
Moriscos” (Gea de Albarracín) y “La Noche de Astarté” (Andorra).
Ha colaborado como guionista con directores
teatrales como: Cristina Yáñez (Tranvía Teatro), Marian Pueo y Joaquín Murillo
(Teatro Che y Moche), Jesús Pescador y Alfonso Pablo.
En 2002 fue seleccionado para participar en
el taller de cine “Bigas Luna-Zaragoza”,
donde realizó varios cortometrajes.
Es Columnista en Heraldo de Aragón y miembro del Consejo de Dirección de Rolde, Revista de Cultura Aragonesa.
Los textos publicados corresponden a fragmentos de la segunda edición de la novela Una familia normal de Santiago Gascón, publicada por la editorial Xordica 2012. De ella ha comentado Magda Robles: "Una familia normal es una novela para releer, para embeberse de los azares de la vida cotidiana, para reírse hasta de uno mismo, para reflexionar sobre el presente y sobre el futuro. Es una novela diseñada como un traje hecho a mano para padres, educadores y, sobre todo, para adolescentes. "
Descargue la Versión Imprimible de este texto: Santiago Gascón - Una familia normal
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