“Aún
no es un hecho suficientemente aceptado que Simenon fue uno de los grandes
escritores del siglo XX. Esta evidencia queda eclipsada (como sucedió alguna
vez con Stefan Zweig o con otros autores muy leídos en su tiempo) por su
abundante producción, así como por la extraordinaria popularidad de la que gozó
en su día. El hecho de que Simenon escribiera una serie de novelas policíacas
(los llamados “Casos de Maigret”) ha hecho que, para el lector poco advertido,
no sean consideradas más que una lectura de distracción, meras novelas de
género, equiparables a las de cualquiera de los escritores también de género
que le fueron contemporáneos. El error de este juicio se hace evidente en el
mismo momento en que el lector sin prejuicios empieza a leer cualquier obra del
escritor belga: se asombrará al verse arrastrado con mano firme por un narrador
poderoso. Quien se acerque a Simenon no podrá dejar de sentir la extraordinaria
fascinación con que, en unos ambientes obsesivos y quién sabe si amorales, es
capaz de acercarnos a lo más profundo del ser humano. Sin juicios, sin más
lentes que las de aumento, Simenon nos ofrece un panorama diseccionado de la
naturaleza humana como pocos han sabido retratar. Por fortuna, su
extraordinaria calidad empieza a ser reconocida: popularidad y calidad no son
dos conceptos irreconciliables”.
Jaume
Vallcorba
Maigret
y el hombre del banco, fue publicada en 1953 con el título en francés “Maigret
et l’homme du banc”.
El
cadáver de un hombre ha aparecido en un callejón; la investigación revela que
la víctima es un tal Louis Thouret, que
el negocio donde laboraba había cerrado
hacía tres años, y en ese tiempo, había
fingido ante su familia que todo transcurría con normalidad, cada día fingía
salir a su trabajo y regresaba como siempre, el ingreso familiar no había
faltado. ¿Cómo lo hizo? ¿Qué hacía entonces? El Comisario Maigret, va
descubriendo la vida secreta de este hombre insignificante, una pista lo alerta
sobre su doble vida: un par de zapatos amarillos que portaba al momento de su
asesinato, lo cual desconcierta a su viuda, quien no puede explicar aquella
extravagancia en su marido; el comisario descubre que Thouret tiene una amante,
que en asociación con un extraño pillo llamado el “Acróbata” roban tiendas y
almacenes, que su hija y su futuro yerno lo extorsionaban para no delatarlo,
hasta llegar finalmente a la resolución de la infortunada suerte de este
ensimismado hombre.
Desfilan
en esta novela personajes siempre singulares, pero ante todo sus relaciones, la
de Thouret con su mujer, dominada por ella, siempre controladora e insatisfecha
con él; lo que explica el horror de su marido a poner en claro las cosas, y
hasta aceptar los chantajes de su propia hija
y en paralelo, la relación de su hija y su yerno, en otra relación
igualmente desigual en que ella controla a su pusilánime novio.
Georges Simenon |
Sobre
estas relaciones ha comentado Enrique
Bienzobas Castaño, “El joven Georges Simenon vivió un entorno semejante. Su
madre Henriette machacaba al marido criticándole una y otra vez su falta de
iniciativa, le reprochaba constantemente el que llevara más tiempo trabajando
en la compañía de seguros y ganara menos que otros más jóvenes. No nos extrañe,
pues, que Simenon cree personajes que sufran las mismas injusticias” La salida
a estas no parece ser otra para el pobre Thouret que transgredir secretamente
el orden de las cosas, no tiene el suficiente valor para romper con todo lo que
lo oprime, pero al menos sí el ingenio de desdoblarse, de habitar las bancas de
las plazas con su par de zapatos amarillos y su corbata roja, que se pone al
salir de su casa y se vuelve a quitar al final del día antes de regresar; y
encuentra los medios para sustentar económicamente su precaria y frágil
libertad. En este sentido, también dice Bienzobas “Una corbata roja y unos
zapatos amarillos son los símbolos de la libertad en el pobre Thouret”
El
hombre del banco, es otro episodio más en la majestuosa saga del Comisario
Maigret donde la miseria de unos personajes, Thouret y su yerno, o la falta de
escrúpulos y la tiranía de su mujer y su hija, desatan un pequeño infierno
doméstico, o bien, como otros han señalado: una constatación de la persistente
misoginia del autor, en que sus personajes femeninos encarnan las peores
virtudes; como sea, estamos ante otra novela imponente del autor belga.
Germán
Hernández
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