La soledad del parque. Fotografía de Angel Martínez |
Mentiras que miramos
Desde hacía tiempo, salía al anochecer
a caminar, terminaba mi recorrido en alguna banca para quemar mis dudas como el
humo de un cigarro. En una ocasión algo atrapó más que mi atención, tanto que
noche tras noche regreso al mismo lugar para no perder nada de aquel
acontecimiento.
Aquel día me senté en una banca en donde quedaba al descubierto, los vi acercarse, era una pareja o tal vez solo un par de amigos que disfrutaban del transcurso del tiempo sin buscar nada, sin apoderarse de cosa alguna, pero yo me apoderé de ellos. Cruzaron el parque hasta acercarse al kiosco, se situaron en una banca delante de un árbol, la tenue luz quedaba atrapada entre las hojas, se sentaron de frente tan cerca cómo se los permitían sus cuerpos que en ese momento les estorbaban pero también los protegían de convertirse en presas de sí mismos. Había un fuerte lazo entre ellos que parecía nutrirse de la luz del sol que se iba difuminando, para este momento yo estaba en mi tercer cigarro y ellos cerca de fundirse con el cemento de la banca mientras se miraban. Seguían buscándose, una caricia, un beso hubiera dado fin a esa búsqueda; finalmente, querían ser libres pero tampoco lo sabían.
Aquel día me senté en una banca en donde quedaba al descubierto, los vi acercarse, era una pareja o tal vez solo un par de amigos que disfrutaban del transcurso del tiempo sin buscar nada, sin apoderarse de cosa alguna, pero yo me apoderé de ellos. Cruzaron el parque hasta acercarse al kiosco, se situaron en una banca delante de un árbol, la tenue luz quedaba atrapada entre las hojas, se sentaron de frente tan cerca cómo se los permitían sus cuerpos que en ese momento les estorbaban pero también los protegían de convertirse en presas de sí mismos. Había un fuerte lazo entre ellos que parecía nutrirse de la luz del sol que se iba difuminando, para este momento yo estaba en mi tercer cigarro y ellos cerca de fundirse con el cemento de la banca mientras se miraban. Seguían buscándose, una caricia, un beso hubiera dado fin a esa búsqueda; finalmente, querían ser libres pero tampoco lo sabían.
Pero nada es eterno, ni mi quinto cigarrillo, ni el momento que ellos disfrutaban; entonces, me distraje buscando en mis bolsillos, cuando mi atención regreso a ellos, él estaba de pie hablando por el celular, al retomar su lugar en la banca todo había acabado; ella, se acomodó el abrigo, dijo algo mientras miraba su reloj; él, respondió con una risa y unas cuantas palabras mientras sacaba su celular y se lo ofrecía a ella con una mueca burlona.
Partieron juntos y yo, impulsado por la curiosidad, decidí seguirlos, pero ya eran otros, aquellos que segundos antes fueron casi uno, eran ahora extraños. Se detuvieron frente a un tercero, yo estaba a punto de alcanzarlos mientras, inesperadamente, él la entregó al recién llegado; en ese momento, la nueva pareja enlazaba sus manos y reía, el otro se fue sin mirar atrás, y yo partí hacia casa.
De esto hace más de un año y medio, y aún regreso al mismo parque, a la misma banca que tomé aquel día, y no dejo de pasar por el sitio en la espera de encontrarlos juntos de nuevo, pero nada, a él lo he encontrado con sus amigos en el parque en tremendo alboroto, a ella la he visto trotando en buzo con audífonos. Cada vez que los he vuelto a ver se ven más felices, no añoran nada.
Luis Andrés Ulloa A. Modelo 1984. Actividad favorita pasear por los
estante de las librerías; está haciendo sus primeras tintas en la escritura;
disfruta del preciado arte de narrar historias para evitar la cordura, que es
siempre una mala consejera. Es miembro regular del Taller Errante
Para publicar en la Convocatoria Permanente de Narrativa
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Uy! Me ha encantado!
ResponderEliminarMe place que te gustara Laura. La prosa de Luis Andrés es muy sugestiva, en este caso logra un aura de misterio y suspenso más que logrados y aprovechados en poquísimas líneas.
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