Todo lo que es sólido se disuelve en el aire
K. Marx
Antes de referirnos a esta estupenda novela, cabe hacer un par de
aclaraciones o advertencias tanto para quien ya leyó Diario de Finisterre como
para quienes están a punto de hacerlo.
Primera aclaración:
San José, como personaje o como escenario literario no es una novedad. Hace
rato que la narrativa costarricense ha logrado librarse de los naturalismos y
criollismos para apropiarse el espacio urbano. Habrá a quién quien le parezca
“polo” referirse a San José como sujeto literario, ya sea que sirva de sustrato
para el desarrollo narrativo, o ya sea como personaje, y tal vez tenga razón
cuando San José es equiparada con una Babilonia, Sodoma, Gomorra y Babel todas
juntas, cuna y suma del pecado y todos los males de la tierra. Eso por supuesto
es un clisé muy cursi, y lleno de moralina y es un hecho que se evidencia en
muchas obras, especialmente en la poesía: que el discurso sobre la ciudad y en
especial San José parezca la toxica prédica condenatoria surgida de un púlpito
dominical.
Pero no se alarme, en Diario de Finisterre, San José es una ciudad muy
amable, un lugar donde se puede vivir y soñar, un lugar que se transforma a
cada instante según su observador. Por sus proporciones, por sus múltiples
rostros, San José puede ser abordada desde su diversidad y conocida
selectivamente, ni la mejor ni la peor, tan solo un objeto-espacio con toda la
dignidad de convertirse en un sujeto-literario. Igual valor literario tienen
París, Londres y San José, lo profundamente humano y el sentido habitan igualmente
en estas ciudades y en cualquier otra.
Aclaro esto, para ya no tener que referirme al asunto de la ciudad en
Diario de Finisterre, brillantemente tratado, pero un tópico más, ni el más
relevante, ni novedoso.
Segunda aclaración:
Tiene que ver con las expectativas de lectura, en especial en un país donde
poco se lee, y de esa pequeña población de lectores, su preferencia por un
autor u obra nacional es todavía menor. Salvo, eso sí, los libros condenados y
destinados a las labores escolares y a fecundar el odio por la lectura, o bien,
aquellos que generen algún tipo de escándalo (por demás extra literario) que despierte la morbosidad del público. Para
el lector más o menos habitual, que busca mensajes profundos, hermosas
alegorías sobre la vida, enseñanzas y gestos ejemplares, de antemano le digo
que no las busque en Diario de Finisterre. Esta novela debe ser leída sin
prerrequisitos, tan solo con la intención ociosa de gozar un texto cuyos logros
plásticos tanto de composición como lingüísticos son portentosos. Los otros
constructos, sobre la existencia, sobre nosotros mismos, la manera en que nos
desnuda esta novela, es ganancia.
Dicho lo anterior, podemos pasar al texto, priorizar en lo que nos parece
más relevante y es la construcción de personajes sólidos, complejos y
psicológicamente logrados, Carlos Agustín Galsonati es todo un logro literario,
G.A. Chaves al igual que su tocayo Flaubert ha alcanzado construir un personaje
al nivel de una Madame Bovary. Esa elaboración minuciosa que nos permite
contemplar a un personaje, verlo actuar y desenvolverse, cobrando vida en el
transcurso de la novela, un personaje que es "lo que hace" y no lo que "nos cuentan
que hace", que es "lo que dice" y no lo que "nos dicen que dice"; eso requiere
maestría y trabajo arduos, igual podemos referirnos de otros personajes: la
tácita Sonia, la encantadora Denia, el maravilloso Rubén. G.A. Chaves ha
logrado su “le mot juste” en cada personaje.
La novela está compuesta por siete capítulos que corresponden a un día, cada
uno en orden cronológico, y de una Obertura y un Epílogo.
Sonia se ha ido para Brasil por quince días, y no ha pasado el primer fin
de semana y Agustín Galsonati, su esposo, ha entrado en un profundo paroxismo,
la casa está hecha una pocilga, no ha preparado sus clases universitarias, “Era
como si el mundo se hubiera ido a Brasil con Sonia.” (pág.17) Tras mil
esfuerzos logra reponerse, sobrevive a una intensa resaca el lunes, imparte sus
lecciones en la Universidad de Costa Rica y logra al fin ordenar un poco su mundo cuando
se encuentra con Rubén, su amigo de la infancia y desde siempre, que es músico
igual que él para almorzar juntos como todos los lunes y platicar entre bromas
y discusiones bizantinas sobre la música por la que parecen sentir en lugar de
vocación y convicción, oficio y obligación. Pero aquí es donde se nos declara
un aspecto importante sobre la personalidad de Galsonati y Rubén. Para Rubén
encontrarse con su amigo es parte de la vida, un asunto trivial, una escusa
para nutrirse y renovarse, literalmente y anímicamente. En cambio para
Galzonati es la vida, desde el momento en que algo se rompe o no funciona
dentro de su administración de rutinas el protagonista entra en crisis. Es
curiosa esa fragilidad, que contrasta con los odiosos juicios de valor de
Galsonati que parece condenar las vidas y gestos de todo el mundo. Despotrica
durante ese almuerzo contra el matrimonio, pero él está casado, pero claro, no
como los demás, el sí tiene una razón verdadera (según él) “la necesidad de justificar que
Sonia lo acompañara cuando él fue a hacer su doctorado al extranjero. Ellos no
necesitaban de seguridades formales para estar juntos. Ni siquiera se habían
molestado en intercambiar anillos de bodas.” (pág. 29)Y termina
trivializando aquello que no se ajuste a su forma de ser “Es muy típico de gente que se
casa con alguien sólo para que les regalen electrodomésticos en la boda, para
que el banco les apruebe el préstamo para construir la casa, para dar la
apariencia de ser estables y recibir un ascenso en el trabajo, para no sentirse
solos y para amortiguar impuestos. Con ese bostezo de vida cualquiera se aburre
y termina buscando consuelo en estupideces.” (pág. 29)
Más tarde, en casa, hace intento por retomar la lectura de una novelita,
Boca del Monte de Susana Domingo, segundo volumen de una trilogía llamada Eva
San José, pero no tiene éxito, dormita el resto de la tarde mientras “llegaba
la hora de ir al concierto de esa noche del Festival Internacional de Música en
el Melico Salazar. A Galsonati le era indiferente el concierto, pero tenía
tiquetes de cortesía por haberse ofrecido a presentar a un profesor
estadounidense que hablaría al día siguiente sobre Anton Reicha, su predilecto
y olvidado compositor checo, y por alguna razón se sentía comprometido a
asistir.” (pág. 34)
Inicia los rituales, “Como siempre, descartó ir de traje entero,
convencido de que eso es lo que hace la gente que no sabe de música y asiste a
conciertos por cultura. Descartó también ir en jeans y con las faldas por fuera
(primero, porque hacía frío; segundo, porque él no era ningún fachoso con
ínfulas de artista de esos que van a conciertos para “alimentar el alma”)”
(págs. 36-37) como siempre con el aguijón para los demás y su altamente
estimado sentido práctico.
Y previo al comienzo del concierto, “Notó que los músicos vestían todos iguales
y fue cuando cayó en la cuenta de que el concierto de esa noche era con la
Filarmónica, lo cual le resultó terriblemente aburrido porque él había venido
con la esperanza de escuchar a músicos extranjeros, y no una orquesta local que
podía oír cuando quisiera. Para eso lo llamaban, pensó, Festival Internacional
de Música.” [….] “A Galsonati le resultaba siempre un
fastidio tanta ceremonia alrededor de gente que él conocía de guareras y de
chismes del medio. Lo único que le ayudaba a tomar distancia era ser profesor
de teoría y no instrumentista, pero igual se sentía fastidiado por ese medio
tan aburrido y endogámico.” [….] “No solo tengo que oír a una orquesta local,
sino que también tengo que sufrir de entrada el mayor cliché de la música
actual: una pianista china” [….] “No podía creer que, una vez más, hubiera
caído en la trampa de asistir a un festival tercermundista” (págs.
38-39) Galsonati no lo aguanta y sale en el intermedio, cuando lo llaman en la
calle, es Ana María, fagotista, salvadoreña-norteamericana, una antigua
compañera de estudios, resulta que ella también toca esa noche, el encuentro
hace a Galsonati regresar al concierto y luego salen a cenar, concretan un
posible segundo encuentro, pero Galsonati titubea, siente que todo a su
alrededor conspira en su contra, lo empuja hacia pensamientos y deseos hacia su
amiga que no había considerado, pero lo peor es que se siente por un instante capaz
de concretarlos. “Galsonati lo consideró. Se puso a pensar que si se quedaba un minuto
más en esa habitación era posible que no pudiera irse nunca. Ana María notó la
pesadez de los pensamientos de Galsonati y decidió cortar por lo sano”(pág.
54). Y aquí aparecen los escrúpulos de Galsonati, su falsa moral, esos
“demonios solteros” que lo acosan según él, desde que perdió el confort y el
orden de su vida con la partida de Sonia y que ya no lo abandonarán pese a
negarlo.
El martes despierta con la llamada de su amigo Rubén, “ayer te vieron entrar a un hotel
capitalino a altas horas de la noche con una chica de humo que nadie sabe a
dónde va, dónde vive, y todo está mal…” (pág. 55) Galsonati aclara todo
con naturalidad. Las llamadas matutinas de Rubén serán a partir de este momento
el contrapunto, el detonador que enciende las luces de alerta en su amigo. A
media mañana en su cubículo universitario Galsonati recibe una inesperada
visita, se trata de Denia, una chica cándida y hasta ingenua, metida en el
mundo vegano y new age, es estudiante de canto y además mesera en la Soda Pilar
donde tan a menudo va el protagonista y quien nunca la había determinado. Ella
le ha traído un sandwhich orgánico, quiere que lo pruebe, ella es beligerante y
quisiera que en su trabajo se ampliara el menú con comida sana, y confía en la
opinión de Galsonati, terminan charlando un rato. Galsonati escribe un correo a
Sonia y hace una llamada furtiva a Ana María sin éxito.
Por la noche presenta al experto en Reicha. Téngase en cuenta que Galsonati
pese a ser Doctor en alguna especialidad musical, no es quien hace la ponencia,
sino otro; que siendo profesor universitario no da clases de composición, sino
de apreciación musical en Estudios Generales; que su amigo Rubén lo llama
“Teoriquín”, por lo visto Galsonati es un profesional venido a menos, o más
bien, conforme. Al final de la conferencia Rubén se junta con su amigo. Dispuestos
a tomarse unos tragos aparece Denia que también ha asistido, a Rubén le avisan
que su hijo ha tenido una crisis de asma y tiene que irse. Es un momento
crucial para Galsonati, tiene que ser espontáneo e invita Denia a una cerveza
antes de irse, descubre que puede decir cosas ingeniosas, que puede pasar un
buen rato, “que podía darse el lujo de ir caminando de noche por Barrio Escalante
con una muchachita que apenas estaba naciendo cuando él ya tenía cédula”
(pág. 73) que ha recuperado el control otra vez y entran al Bar Buenos Aires, al
rato pasan a recoger a Denia unos amigos, ella se despide, “Bueno, profe… Galsonati escuchó
“profe” y entendió “abuelito”” (pág. 76) la brecha entre ambos según él
es inmensa, solo, toma una cerveza más y camina hasta su casa y se acuesta a
dormir. Galsonati es un adulto joven que no llega a los cuarenta y cinco años,
por eso sorprende su patetismo. No es que alentemos las relaciones asimétricas,
pero definitivamente Galsonati confunde una cosa con otra, es él quien se
impone una serie de límites y barreras bajo el estandarte de una dudosa ética,
hipócrita y conservadora.
A las seis de la mañana del miércoles, un trasnochado Rubén llama a
Galsonati. Hablan de la tragedia de su hijo Carlitos, Rubén bromea, alienta y
condena su encuentro con Denia, y un siempre recto Galsonati niega cualquier
posibilidad de aventura de su parte, “uno, que a mí nunca me han gustado las
mujeres que son más jóvenes que yo; dos, que para mí no hay placer en la vida
como dar clases de música y que no voy a comprometer eso por un revolcón escandaloso
con una carajilla que de fijo lo que quiere es sacarse buenas notas conmigo
cuando le toque” (págs. 79-81). Solo Galsonati se lo puede creer, hasta
aquí sus posibilidades de un “revolcón” son ridículamente nulas, no ha hecho
nada de qué arrepentirse, por eso es tan divertido leer las razones y
meditaciones de Galsonati al respecto, ridículas para alguien tan “racional,
laico y ateo” que jamás admitirá que se puede “pecar” de pensamiento. La única
culpa que siente es no haber cocinado en todos esos días, ni haber ido de
compras, el miércoles es su día libre y no lo pasará inmovilizado en casa.
Sale de su casa, desayuna en el Mercado Central, compra algunas cosas y
cuando sale, divisa a una mujer que definitivamente tiene que ser Sonia su
mujer, la sigue, tiene que comprobarse a sí mismo que no es ella, finalmente la
pierde y no logra alcanzarla. Azorado, no le perturba el haber visto a una
mujer idéntica a su esposa, sino haber creído que era ella. “Podía
existir alguna razón para que Sonia hubiera querido ponerlo a prueba y montarse
la impostura de un viaje a Brasil con el fin de seguirlo por dos semanas y ver
de qué fibra moral estaba hecho su esposo?” (pág.90) caminando “se
topó con la mirada acusante de los dos ángeles de la iglesia de La
Dolorosa. –Yo no he hecho nada –les
dijo.” (pág. 90) Llegando a casa echó una miradilla hacia la Soda Pilar
por si veía a Denia, ya en casa revisó su celular por si Ana María le había
llamado, pero ni señales de ellas. Se dispuso a arreglar la casa y luego de
unas horas, como para coronar aquel esfuerzo se puso a cocinar, hay que ver el
detalle y parsimonia con que lo hizo, y todo el ritual para comer, terminó de
arreglar la cocina y retomó la lectura de la novelita que había comenzado hacía
unos días, así se pasó toda la tarde dormitando y leyendo hasta la hora de
cena, volvió a cocinar, alistó sus clases y para congratularse por todo lo que
había hecho ese día, salió a tomarse un par de cervezas en La Bohemia, ¡que
animal de costumbres! “Todo estaba bajo control” (pág.93).
Pero tal vez no por mucho, Galsonati va a tomarse su recompensa en el bar
La Bohemia, con toda tranquilidad lee La Boca del Monte, la novelita tantas
veces pospuesta por la modorra y la apatía, un pasaje le ha recordado el
episodio de la mañana cuando vio por la calle a una mujer idéntica a Sonia y es interrumpido. Es
Denia otra vez, que ha venido hasta su mesa a saludarlo, se sienta con él y se
interesa por el libro que está leyendo, lo invita a una lectura de poesía la
noche siguiente que amenizará ella con una amiga que casualmente cumple años
esa noche, “Galsonati tenía sentimientos encontrados respecto a la propuesta. Por
un lado, con solo tener a Denia enfrente por un par de minutos, sentía que ya
no quería dejarla irse. Le alegraba la vida, y le entraban ganas de abrazarla.
Eran pensamientos que al mismo tiempo lo excitaban y lo enternecían, y luego lo
hacían sentir como un cretino.” (pág.96)
Despierta, es la mañana del jueves y la llamada de Rubén es breve, solo
para confirmar el almuerzo juntos más tarde. Desayuna en la soda El Pilar, y
camina hasta la academia donde da clases, pero en algún sitio “entre
la Corte y la Asamblea Legislativa, se le había activado el culo-radar –como lo
llamaba Rubén- y ahora en cada dirección que miraba lo único que podía detectar
era escotes prominentes y enaguas talladas entre las abogadas, pasantes,
magistradas, asesoras, secretarias, diputadas y cuanta mujer le saliera al
paso. Se convenció de que el calor era culpa de los diablos solteros.”
(pág.101) Termina las clases y sale caminando hasta su encuentro con su amigo
en el Restaurante Whapin. San José es un territorio peatonal y conquistado por
Galsonati, cuando se encuentra con su amigo bromean y ríen un rato hasta que
Galsonati pregunta “¿Vos que pensarías de mi si yo le diera vuelta a Sonia con otra
mujer?” (pág. 105) Un Rubén casi paternal le responde “yo
no juzgo [….]yo creo que lo mejor que podés hacer es irte a casa, ver porno en
Internet, jalártela un rato, y no arruinar tu vida y la de otra gente con varas
que , por más que uno las idealice, nunca terminan bien.” (pág.105). El
resto de la tarde pasó leyendo “La Boca del Monte” hasta terminarla, y ya en la
noche se alistó para ir a la presentación de poesía en la Alianza Francesa, ahí
se sentía un poco fuera de lugar pues no conocía a nadie, Denia fue a saludarlo
y le dio un una mariposa de origami. Siempre juicioso, analizó la
interpretación de Denia, a los poetas y cuando anunciaron al último, un tal
G.A. Chaves, a Galsonati le resultó conocido, en efecto, sacó de su bolsillo el
ejemplar de “La Boca del Monte” que había traído para prestárselo a Denia y
confirmó que la contraportada había sido escrita por ese Chaves.
¿Quién es este G.A. Chaves de ficción?, ¿el autor de Diario de Finisterre?,
¿el narrador de Diario de Finisterre?, ¿tan solo un personaje? Desde luego que
todas ellas. Pero detengámonos un instante en esta deliciosa intrusión del
autor. No es nuevo, otros autores han hecho lo mismo, los tres primeros que se
me vienen a la mente son Georges Simenon, Andrea Camilieri y Paul Auster y en
los tres casos se trata de novela negra. En el primero, Georges Simenon en una
de sus novelas de la saga de su comisario Maigret, “Las memorias de Maigret”,
el detective cuenta cómo se le encomendó colaborar con un joven escritor George
Sim (seudónimo muchas veces empleado por Simenon) para que lo acompañara en sus
investigaciones y le facilitara información de cómo es el trabajo de la policía
judicial de París. Maigret no solo nos hace saber sobre su inconformidad, sino
que también nos da su opinión de los libros que Simenon escribe sobre él, los
cuales considera como pura fantasía, y que nada dicen sobre cómo son realmente
las cosas en el mundo de la policía judicial. El segundo caso es el de Andrea Camilieri, en su novela “El campo del
alfarero”, su detective Salvo Montalvano, en medio de una investigación
empantanada, toma de su biblioteca una novela de Andrea Camilieri y al leerla
le sugestiona nuevas pistas para su investigación, desde luego que eso no le
impide al comisario Montalvano criticar las novelas de Camilieri que considera
mediocres. Y el tercer caso, en la novela “La ciudad de cristal” de Auster, el
mismo Auster es personaje de su novela y asiste a su desvalido protagonista en
sus delirios y enajenación.
Este hermoso y difícil recurso está bellamente logrado en Diario de
Finisterre, surge sutilmente y a partir de este momento la novela da un giro y
muchos eventos incidentales pasan ahora a primer plano y logran su
justificación dentro del texto. Además, el curso de la narración deviene en su
Epílogo en forma de “crónica”, desde luego que este cambio no es más que una
simulación y una farsa, en ese sentido nos recuerda el genial díptico “Los
lanzallamas” y “Los siete locos” de Roberto Arl.
G.A. Chaves |
Dos versos de un soneto leído por G.A. Chaves han calado en Galsonati, “… y
con sed genital se prodigaron afectos que la luz del día aclaró”
(pág.108) Cuando termina el recital avanza hacia Chaves, “Sentía que Chaves, más que Rubén
o que un cura o un psiquiatra, tendría alguna idea útil sobre cómo lidiar con
esa “sed genital” que se confunde con “afectos” (pág.110) Galsonati lo
aborda, y comienzan a platicar de “Boca del Monte” y de cómo conseguir la
trilogía, (la sed genital pasa a segundo plano) Chaves le explica que solo se
escribieron dos novelas, la primera escrita por él “Las cartas flamencas” y la
segunda “La boca del monte”, “El tercero se encuentra en estado
pirandélico: anda en busca de autor” (pág.111) Galsonati se interesa
por la primera novela y Chaves se la ofrece y para ello caminan un par de
cuadras hasta la casa del autor donde
Chaves le obsequia la novela. Galsonati regresa presuroso hasta la Alianza
Francesa donde sabe que está Denia, para ir a la fiesta de cumpleaños de la
amiga. En casa de la cumpleañera, en medio de grupos de jóvenes, Galsonati se
sintió transportado a sus tiempos universitarios “un tiempo imborrable que por
suerte ya se había acabado” (pág. 113) “y soportó, por espacio de unas
dos horas, la música bailable, las constantes presentaciones de Denia a amigos
suyos que a Galsonati no le interesaba conocer, varias versiones del mismo infructuoso
intercambio en el que alguien quería saber a qué se dedicaba y varios gestos de
temeroso respeto por parte de los asistentes varones que probablemente lo
estaban confundiendo con el papá de Camila” (la cumpleañera) (pág. 114).
En algún momento de la fiesta Denia y Galsonati tuvieron un momento a solas,
hablaron de la mariposa de origami, del poema escrito en ella, del tiempo para
estar con uno mismo, de los fracasos amorosos, en fin, la más inofensiva charla
de amigos, pese a los escrúpulos de Galsonati. Antes de irse, le entregó el
ejemplar de Boca del Monte a Denia.
La madrugada del Viernes, cuando ya se dirigía a su casa, sobre el Paseo
Colón un evento va romper definitivamente el “mínimo de paz mental que había
obtenido después de su conversación con Denia” (pág. 119), entramos en
un intenso frenesí, Galsonati ha perdido el contacto con la realidad, todos sus
ridículos sofismas naufragan, cree que sus racionamientos son más reales que la
realidad y se pierde en su propia demencia inducida por sus escrúpulos, hasta que
su errático noctambulismo lo lleva de nuevo hasta G.A. Chaves, que magnánimo lo
recibe, le ofrece café y un enigma, y seguramente las mejores páginas de esta
novela: la desmitificación definitiva de San José y la puesta en evidencia del
intelectual orgánico (como diría Gramci) que es Galsonati, y que es a mi modo
de ver, de los más logrados personajes de ficción que se ha construido en
nuestra literatura.
A Galsonati todos lo conocemos, ha sido nuestro profesor en la universidad,
ha sido nuestro jefe en el trabajo, es el laico hipócrita y conservador que se
pierde en su retórica y su autosuficiencia, un inútil que nadie echará de
menos, un heliogábalo onanista, el más cobarde de los cobardes. Un perfecto hombre
occidental y moderno.
Este personaje, sin ayuda de nadie
se ha perdido para siempre hasta el fin del mundo donde nadie irá a buscarlo, y
esta novela, última entrega de una trilogía imposible, es testimonio de una de
las sagas más exquisitamente logradas de la literatura costarricense.
Germán Hernández.
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