Gustavo Solórzano-Alfaro (Fotografía de César Castillo Castro) |
Dejo a Sísifo al pie de la
montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la
fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga
que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni
fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta
montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para
llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a
Sísifo dichoso.
Albert
Camus
El mito de Sísifo
Después de
contemplar el cosmos, de refugiarse en sí mismo en la comodidad de una torre de
marfil, que como un “Aleph” revela simultáneamente la totalidad; la roca que el
poeta empuja, oscila y desciende; el poeta debe seguirla, volver hacia ella, su
obra es una piedra retornando al punto de partida una vez más, donde todo lo
que estuvo claro, vuelve a ser difuso, la certeza de ayer se disuelve y no deja
rastro como en aquel “Libro de arena”.
Inventarios mínimos es el
cuarto poemario de Gustavo Solórzano-Alfaro, paradójicamente el más orgánico, y
el más heterogéneo. Lo primero, por su atmósfera pesimista, por el
aplastamiento de todo, de donde se confirma la fragilidad de la vida, y donde
siempre, la imposibilidad de fijar la memoria, deja, ante su espectador un
recuerdo imposible al cual regresar, pero, ante todo, el tedio del presente que
mira hacia atrás a unas imágenes del pasado para siempre perdidas,
distorsionadas y que quizá nunca existieron. Lo segundo, por la forma, por el
registro y tratamiento en cada poema, es reconocible esa peculiar voz de
Solórzano-Alfaro, pero ahora en prosa, o en poemas brevísimos, o en formas como
el tanka y el hai kiu, o en el más llano objetivismo.
La primera
sección de “Inventarios mínimos”,
“Portones viejos”, abre con un poema de cuatro líneas (inusual en un autor
cuyos poemas se derraman como ondas expansivas) Poema aglutinador si se quiere
y que resume toda esta primera sección:
Infancia
La infancia es un patio de mentiras
un jardín cerrado con portones viejos
una niña que se mece en una hamaca
y un niño tonto que la mira y no le habla.
Por infancia
aquí habrá que apelar al recuerdo de ella, lo que guardamos entrañablemente en
la memoria, pero esa memoria, difusa, no es más que un patio de mentiras, es lo
que elegimos, lo que quisimos guardar, y cómo quisimos recordarlo. La verdadera
infancia es un jardín que está cerrado por los portones viejos del presente, de
lo que somos, del cúmulo de vileza que somos y que no alcanza para llegar a la
niña que se mese en una hamaca y nos hace ver como un niño tonto, que por más
que quisiéramos, ya no podemos, ajenos para siempre, volver a ella, dialogar
con ella.
Hay un reproche,
la infancia que se quiere y la que se recuerda, por más acomodos, por más
deseos de que calce en lo que la memoria quisiera registrar como verdadero.
Pero nada es más vano que la memoria, esa sustancia es solo posible vivirla en
el ahora, nos mira como a desconocidos, y por eso en los poemas “Retratos” y “Potreros”, la bipolaridad de dos destinos, o lo que humilla un
buen recuerdo quema como una herida abierta, el hablante reniega y agradece, el
hablante no se atreve pero quisiera que sus recuerdos fueran otros, los
corrige, se miente y rectifica, los arregla, lo sabe, y al final su reproche:
Potreros
Fui un niño que corrió descalzo.
(Mentira: siempre tuvo zapatos.)
Rectificación:
Fue un niño que corrió por potreros
verdes y mojados.
Fue un niño con zapatos, con camisa,
con frijoles y cuadernos.
Nada de eso les reprocha a sus padres.
Solamente los potreros.
Solamente los potreros.
Y también los
pone en contraste, los separa y los junta, casi envidioso, pero sincero, como
en el poema “Retratos (De dos artistas
adolescentes)”
Juntos aprendimos el dolor
de la primera mujer
del primer hijo
del primer trabajo
y
su nombre y su recuerdo
son preguntas que no obtienen respuesta.
….
Hoy escribo estas letras
después de haber perdido
tanto tiempo.
Merece ser
destacado también “Petición (de un hombre
muerto)” el cual propone de manera muy sutil el silencio y el olvido ante
la muerte, su personaje no desea nada, aunque todos piensen que sí, ni siquiera
sus recuerdos, tan solo las tardes en las
tardes, una capa dentro de otra, penetrar en un espacio donde nada lo
alcance:
Hoy a muerto un hombre.
“Era un hombre bueno”
A diario le preguntaban
a ese hombre
Qué quería.
“Nada
o casi nada”
solía responder,
aunque todos sabían que buscaba las tardes
en las tardes.
Y ante todo lo
sentido y vivido, ante todo lo evocado, queda en evidencia que nada resistirá a
la muerte, y reitera nuevamente su propósito: que al menos la muerte le sirva
para irse sin dejar rastro.
Pero en realidad,
es muy posible que solo fuese miedo de morir.
A lo mejor no quería ser un muerto bendecido por
todos.
….
Simplemente no quería que dijeran nada
que hablaran
que tuvieran tiempo de regocijarse o de llorar.
Quizá tan solo quería la tarde
En la segunda
sección “Calles y puentes”, se
combinan poemas en verso y otros en prosa, en algunos de ellos se suprime toda
forma de puntuación, aunque puede ser arbitrario el uso de estos recursos,
estamos eso sí, con la poesía más terrestre y llana del poeta, su yo lírico se
convierte naturalmente en un personaje más que transcurre entre las bochornosas
mareas de autos, y las calles; tal vez, y solo para enfatizar el tedio, los
poemas indican horas, que más que representar un desarrollo sucesivo o
cronológico de eventos, más bien suponen la inútil fijeza de las cosas que
siempre se repetirá puntual cada día. De esta manera, en lugar de recorrer los
estadios de lo onírico y la conciencia, nuestro poeta ahora transcurre en las
calles, los supermercados, los puentes, las aceras y los parques...
“la niña sin pensarlo camina por el parque donde su
madre la ha llevado a pesar de las últimas advertencias de un señor muy serio
en la televisión que acusó a todos los habitantes de ser corruptos y tratar de
atacar niñas pequeñas que hayan ido al parque llevadas por sus madres” en Parques (o resumen de
noticias, 6:30 a.m. / 7:30 p.m.)
Pero para romper
con la repetición de todo, porque así pareciera insinuarlo el autor, todo ha
cambiado, en realidad lo mismo de ayer no es lo mismo, así lo constatan las
últimas líneas del mismo poema en este delicioso juego plástico:
“los tiempos han cambiado pero solamente para los
pobres
miserables
tiempos
idos” en Parques (o resumen de noticias, 6:30 a.m. /
7:30 p.m.)
Esta segunda
sección “Calles y puentes” se constituye
en un recorrido diario, en un relato de un día cualquiera, el poeta habla de
sus horas muertas e inútiles al volante, lo que piensa cuando pasa bajo los
puentes
“… al cruzar el puente sobre el río Virilla, ha
fantaseado con que esa vieja construcción está a punto de ceder [….] se da cuenta
que la edad de las edificaciones no guarda relación alguna con su posible
caída, pues al pasar debajo de uno de los puentes nuevos de la otra rotonda de
San Sebastián, tiene la sensación de que uno de ellos caerá cualquier día sobre
él y aplastará sin remedio toda posibilidad de humanidad” en Epifanía (en un puente,
7:00 a.m.)
La doble ironía,
los puentes con toda su carga simbólica de unir y aproximar lugares, conceptos,
vidas, ha pasado de maravilla moderna, de portentosa ingeniería a convertirse
en amenaza, pero de pronto, no serán los puentes los que aplasten la humanidad,
tal vez ni haga falta en medio de la fatalidad de estos poemas cuando el poeta:
“al sentarse en su escritorio
cuando intenta escribir
debe aceptar
que no son esos viejos puentes
los que están por derrumbarse” en Epifanía (en un
puente, 7:00 a.m.)
Y ese derrumbamiento se confirma de ida y de vuelta,
en lo que empieza a medio día, y avanza en el atardecer hasta la primera
oscuridad, ese transcurrir por las calles, con todo es fijeza también:
Nada puede contra la brutal
detención de las calles
…
Observa ahora
-detenida a su lado-
una absurda hilera de vehículos rojos
sordos
torpes e infinitos
y se da cuenta
de que está encerrado en el tedio
….
Ya ha oscurecido
y la sensación del regreso
no es más que una broma macabra.
Estamos detenidos
absortos en las calles:
diminutos suicidad
que llaman a eso sustento.
Es fácil
-mientras esperamos nuestro turno-
darnos cuenta de que somos
miseria tras miseria
disparados contra el suelo.” en Calles (12 m. / 6:00 p.m.)
Otros eventos se
dan cita en este itinerario, coros, siestas, suicidios, hasta cumplir con el
ciclo semanal, hasta llegar al descanso dominical y las visitas necesarias de
los recuerdos que ya no pesan, porque habitan conformes la memoria del que los
evoca, domados y silentes…
“Sabe que su padre le reprocharía haber abandonado los
estudios. Sin embargo, también imagina que está orgulloso de que su hijo sea un
poetastro empedernido. Su madre, por otro lado, es una mujer hermosa, bendecida
por la gracia de las lluvias, envuelta en tornasoles rojos e imposibles.
Hoy toca a la puerta de su casa. Nadie abre son
fantasmas venidos a menos quienes habitan esas ruinas, perfectas e invisibles,
donde cada tanto se detiene a descansar.
Son fantasmas –no lo saben- y se han olvidado de
asustar.” en Visita (Dominical, otro día)
Fantasmas o sombras, son tópicos recurrentes en la
poesía de Solórzano-Alfaro, mismos que se funden siempre con la memoria y su
imposibilidad de fijar las cosas; de esta manera se ha ido formando este corpus.
Llegando a la tercera sección del libro “El
tiempo en los objetos” nos encontramos con los poemas menos orgánicos y más
heterogéneos del conjunto, y pese a ello conservan su hilo, aunque la trama que
los une sea casi invisible, y otra vez está ahí la sombra, como en el poema “Declaración”
(a mi modo de ver un anticipo de lo que será el magnífico poema que cierra el
libro “Posludio”) en que el poeta se
ve a sí mismo como:
“pero tan solo una sombra más
entre las sombras.”
Y en el poema “Cosas” complementa:
“Ahora solo aspiro a reconocer
el tiempo en los objetos.
Saber que no son míos
y que yo mismo soy su sombra”
Y sigue también ahí
el poeta oracular, impasible, insoportable y arrogante que declama como si
contuviera en sus versos el cosmos:
“Cualquier reflexión
sobre el tamaño del mundo
es teoría vana.
El mundo no me alcanza.”
(Música)
Pero parece que
ocurre un descenso…
“He visto el paraíso.
Sentado en lo alto de la torre más alta
contemplé a los mendigos contra los ventanales,
me hundí con ellos en el polvo.” (Paraíso)
Ha caído, no
desde cualquier torre, sino desde la más alta, se ha convertido en polvo, sus
palabras ya no son cantos, sino burocráticos informes, vernáculos giros, coloquiales
y sucias palabras que tiene que compartir con nosotros, tal como lo hace en el
“Metafísica (de Autopistas del Sol)” las interrogantes y respuestas que se hace
el autor son inquietantes:
“¿Eso quiere decir que los poemas no son materiales ni
concretos, sino esencias metafísicas, trascendentales e ideales? ¿Y que los
poemas no afectan a nadie? Yo pensaba que los poemas también eran materiales, y
que debían estar bien hechos, y que afectaban a la gente.”
Y más íntimo, y
uno de nuestros poemas favoritos de todo el libro “Arboles” y cómo no, y tal vez por la directa referencia (no sé si
consiente o no por Solórzano-Alfaro) de Cream
y la preciosa “Worl of Pain”:
“Desde esta ventana que vos no sabés que existe puedo
ver los árboles en el jardín. Ellos sí saben cómo enfrentar el día, la lluvia,
con sus ramas hechas polvo de tanto batirse contra el viento.
…
Uno se siente abatido cuando el sol atraviesa las
hojas y cae como plomo en el zacate, donde los gusanos de seda tejen su camino
desde una mitología que nosotros tampoco –no habría forma de que así fuera–
sabemos que existe.”
Cinco poemas
componen la cuarta sección del poemario “Si
pudiera reirme del dolor”, aquí se amplifica la referencialidad, la
metaliteratura, el cine, la animación, tal vez el menos logrado “Llorar” reúne todo eso, donde el autor
en lugar de la familiaridad del texto aludido, “Cinema Paradiso”, prefiere la mención
erudita, prescindible de Tornatore, luego a Dudok de Wit y a Fawzi Mellah,
subordinando la experiencia del texto a la mención de su autor. Problemático
quizá, hasta que llegamos a “Palimpsesto
(A partir de Cavafis)” y es que para quien conozca a Cavafis, bien,
reconocerá sobre los pergaminos la atrevida sobreescritura, pero no
indispensable para un poema, que se basta así mismo.
En la quinta
sección “Pájaros que inventan”
tenemos tres “tankas” (mensajes secretos para los amantes en la poesía
tradicional japonesa compuestos en estrofas de cinco versos de 5-7-5-7-7
sílabas) y veintisiete “haikus” (los tres versos contemplativos y yuxtapuestos
cuya métrica es 5-7-5 sílabas) ¿Será que estas formas tradicionales de una
lengua tan distante como el japonés operan de igual manera en español? Habría
que realizar el experimento a la inversa y verificar que estas tankas y hikus
al traducirse en japonés continúen siendo las milenarias formas que se
pretenden; sea a sí o no, y que más bien rosen otras formas latinas sin
pretenderlo, queda el gozo de la imagen en casos como:
3
El sol mañana
cubrirá la tristeza.
La luz suprema.
Fingirás ser el hombre
que calla en la distancia.
Ó
3
Cuando el silencio
encuentra tu mirada
detiene el mundo.
18
Un árbol viejo
Refleja sus raíces
En las ventanas.
27
He visto pájaros
que en su vuelo inventan
La eternidad.
¿Capricho
entonces? ¿Puro goce, desorden, heterogeneidad? Así de huérfanas y orgánicas
son estas pequeñas piezas, golosinas donde se atreve a saborear y compartir el
autor de lo terrestre y de las presas matutinas.
En la sexta
sección del poemario “Casa vacía” nos
encontramos un conjunto de poemas que podríamos llamar “objetivistas”, ausentes
de la tensión psicológica del yo lírico, son escenas, fotografías. Incluso
fragmentos de ellas, como el caso de “Presagio”
curioso poema que más bien parece el collage de varios poemas brevísimos, divergentes,
aleatorios, abiertos, incluso hasta las arbitrarias cursivas del autor apuestan
a esta especie de poema que costaría creer que fue compuesto como uno solo.
Obsérvese el
texto tal cual:
“No acostumbro
desnudarme frente a otros.
Solamente cuando
el rigor
Y la disciplina
lo imponen
sé que puedo ser
sadomasoquista.
Frente a vos,
mi niña de luto,
mi naranjo roto
y mi espejo
intermitente,
beso el espacio
que tus piernas han dejado,
me sueño poeta
y caigo adolorido.
Y apenas el
musgo sube por mi espalda
sé que es
momento de regresar.
Las llagas,
los minutos,
las señales de
la tarde,
los enigmas y sus muertes
son máscaras
pequeñas
que habitan mi pasado.
Hoy sabé por fin
si has muerto”
Léanse
independientemente según mi división como poemas autónomos:
“No acostumbro
desnudarme frente a otros.
***
Solamente cuando el rigor
Y la disciplina lo imponen
sé que puedo ser sadomasoquista.
***
Frente a vos,
mi niña de luto,
mi naranjo roto
y mi espejo intermitente,
beso el espacio
que tus piernas han dejado,
me sueño poeta
y caigo adolorido.
***
Y apenas el musgo sube por mi espalda
sé que es momento de regresar.
***
Las llagas,
los minutos,
las señales de la tarde,
los enigmas y sus muertes
son máscaras pequeñas
que habitan mi pasado.
***
Hoy sabré por fin si has muerto.”
Cada componente
por sí solo constituye un poema en sí mismo. Una escena, siguen dos poemas que
son reflejos de sí mismo, “Mandarina” y “Poema”, básicamente son exactamente el
mismo, donde además se lleva a cabo una interesante “inversión de sentido”
relativo al fruto prohibido, pero concentrémonos en el primero de los dos,
“Mandarina”:
“Corté una mandarina para vos, como quien compra
frutas en la plaza. Corté una mandarina para vos, para ver tus ojos sin
permiso, para oler tu cuerpo en la mañana. Estiré mi mano y la alcancé sin
prisa. En una rama había un nido. Los pájaros picoteaban las hojas. Un trillo
de zacate algo seco se abría paso. El árbol al lado mi casa. Un vecino que lo cuida.
Los pájaros encuentran su descanso en ese árbol.
Corté una mandarina
para vos
cuando vos
ya no estabas.”
Es claro que la
inversión de sentido respecto al “fruto prohibido” es que quién la ofrece es
“él” y no “ella” como en el relato bíblico, hay una segunda inversión de
sentido, ella está ausente. En “Poema” se plantea la misma situación:
“Extender los brazos / por la mañana
hasta alcanzarte
es un gesto digno / después de todo.”
Esta segunda
versión del poema “Mandarina” (según yo) elimina los decorados y queda la
interrogante en el segundo verso: “hasta alcanzarte” ¿A ella? ¿A la mandarina?
Los siguientes poemas de dicha sección son “Escena”
y “Mudanza” que vienen a reafirmar
ese carácter escénico, que se limita a exponer nada más, queda en manos del
lector hacer sus propias conexiones y tender los puentes.
La sétima y
última sección “Lecturas pendientes” compuesta por un preludio, seis artes poéticas
y un posludio, es seguramente la más unitaria y lograda del poemario, la que culmina
este descenso desde la atalaya de la torre de marfil hacia el ras del suelo,
hasta la definitiva confesión de propósitos y la reconciliación del poeta con
su condición de hombre, no el que sublima los elementos, o los recompone
trascendidos, sino la alquimia pobre de quien los experimenta.
El “Preludio (a modo de introducción)” es
pues la ubicación, se escribe “contra el
tiempo”, “en el silencio”, con la intención de que ese acto sea apenas “una transfiguración, un intento por borrar
de la arena nuestros cuerpos”, “homenajes vacíos del amor”. El poeta
escribe para reivindicarse a penas, ya no cree que sus palabras redimen o en su
propia redención a través de ellas.
¿Pues de qué
escribe el poeta? “de la única materia
que poseo”, “como decir un ave en
pleno vuelo” que es decir cualquier otra cosa, o esto o lo otro, parece no
existir más espacio que para lo fáctico y lo evidente, no hay trasfondo ni
trascendencia, pero sí vuelo, o sea, movimiento, parece decir el poeta en su “Arte (poética II)”.
Cuando el poeta
se pregunta sobre qué es el poema, se responde que el poema es lo cotidiano “como si fuese un anuncio en las noticias
vespertinas”, pues en el fondo, ahora que lo sabe “nada en el mundo merece la pena”, ahora reniega del antes, pues “a lo mejor, sin quererlo o con todo fervor,
nos detuvimos a cantar sobre labios ajenos y olvidamos en el camino la piedra,
los aviones y la tarde” no se trata de falso vanguardismo, sencillamente de
lo terrestre y de lo inmediato, porque “un
poema no es capaz de distinguir lo importante de lo superfluo. Sabe de ritos,
de musas y de esperas, pero también debe saber de cuentas, recibos y filas en
los bancos.” Estamos ante un manifiesto, el arte (poética) se vuelve
catálogo de intenciones, arrebato, punto y aparte, y vuelve ahora sobre lo
bizantino e inútil: “Hoy el periódico
anuncia una baja en los combustibles y nos damos de golpes contra una rima asonante
o una métrica imperfecta” todo lleva al desengaño: “Un poeta, lastimosamente, no reviste importancia alguna” y siendo
así, “Entonces ¿qué podemos esperar de un
poeta? ¿Qué podemos pedirle a los poemas?” (En este momento Sísifo está
contemplando cómo su empeño rueda cuesta abajo). Pero este “Arte (poética III)” un poema estupendo, deja abierto todo, porque
tal vez algo queda, algo se fija, en la poesía.
Y viene esta
joya, “Arte (poética IV)” -¿Epigrama?-
una apelación dulce, hiperbólica y como denunciando que también los escritores
tienen su autoayuda, y su basurita generacional cuando Solórzano-Alfaro dice:
Tengo treinta y siete años
Y aún no he leído
Ni a Bukowski ni a Bolaño.
Apenas voy por Catulo y Villón.
Pero si de
declaraciones y manifiestos se trata, “Arte
(poética V)” es probablemente la más explícita, y que inevitablemente
dialoga con una especie de “creacionismo” reconceptualizado:
“La palabra “suavidad”
Como una forma o una idea.
Más que decirla escribirla
sin necesidad de juntar sus letras
Pero que esté ahí y pueda sentirse.
Escribir como si un árbol diera frutos.
Sin más razones que las necesarias”
Y abruptamente,
el poeta que camina como un peatón comprende, se cura en salud, se inmuniza
contra toda pretensión, algo tiene claro cuando afirma en su “Arte (poética VI)”:
“No tengo ningún círculo.
No pertenezco a ningún grupo.
La posteridad me olvidará
como ha olvidado casi a todos
igual que ha olvidado este lugar común.”
Con todo claro,
en el “Posludio (El poeta, a modo de
conclusión, pide disculpas)” y ya hermanado con el mundo, firme e íntegro,
pide disculpas por ser un burgués, por tener un trabajo estable, casa propia,
carro, pide disculpas por haber tenido una buena infancia, una buena familia,
una buena vida, en general “Mi vida no
representa nada digno de ser contado” por eso,
“Pido disculpas
Entonces
Por pretender a veces
Que mis poemas
No se parezcan a la vida
El descenso está
completo, vivir y escribir nunca volverán a ser lo mismo, lo primero es lo que
es, lo segundo es el afán, la rebeldía, aunque se sepa el destino, no importa,
nuestro Sísifo levanta la vista hacia la cumbre de la montaña, y retoma su obra, cuesta
arriba, digno y dichoso.
Germán
Hernández
Aquí puede leer la primera parte: Descender
de la torre de marfil (Primera parte)
Aquí puede leer la segunda parte: Descender de la torre de marfil (Segunda parte)
Aquí puede leer la segunda parte: Descender de la torre de marfil (Segunda parte)
Aquí puede leer la tercera parte: Descenderde la torre de marfil (Tercera parte)
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