Arabella Sallaverry, recién distinguida con el
premio nacional “Aquileo J. Echeverría” en la rama de cuento con su obra “Impúdicas”,
del cual comparte en el Signo el relato “Amira”. Esperamos que este anticipo
sirva como invitación a descubrir su mundo narrativo.
Amira (o sobre desechos incómodos)
Oigo un estrépito de pájaros tamizado por el ruido
de un motor que se acerca por el sendero. El jeep en el que te apareciste está
ya destartalado y mugroso. No era una condición nueva. Lo esperable después de
años de servicios, trayendo y llevando materiales de una gama indescriptible:
maderas medio podridas, lagartos muertos, aserrín, vástagos de banano, frutas
de pan, langostas vivas, carnadas para pescarla, machetes herrumbrosos y palas
aterradas. Detrás, la carretilla rectangular, cerrada, oscura y manchada,
premonitoria de su contenido. Te miro a lo lejos, con movimiento de puma bajas
del vehículo, abres la tranca del portón, mueves una hoja regresas al auto
ronroneante, y te diriges hacia abajo, donde está la casa. Desde el recuadro de
la ventana de mi habitación te observo. Sigues teniendo esa calidad felina que
hace de cada movimiento un alargamiento del otro. Te sigues moviendo con una
elegancia no sé si innata o desarrollada como una más de tus dotes de seductor.
Conforme te vas acercando puedo observar con más
cuidado la camisola blanca, traspasada por el sudor en los puntos habituales:
espalda, axilas, alrededor del cuello. Ya no es tan blanca, y menos ahora que
viene manchada por lo que traes en el receptáculo que arrastras con el jeep.
Pese a los años que han pasado, muchos, estás igual. El mismo tono de bronce,
la calva, los ojos de color incierto, las manos grandes, la misma delgadez de
espalda ancha, la misma permanencia impasible ante el tiempo que desarrollan
los muertos. Seguí tu recorrido cuando detuviste el jeep, te bajaste de un
salto, caminaste hacia el interior de la casa, buscando, pero casi de inmediato
te dirigiste a mi habitación en donde yo, aún a medio salir de la ducha,
trataba de acomodar la mata de pelo con su rebelde humedad, con su
intransigencia para aceptar cualquiera cosa de la familia del peine, peineta o
cepillo que intentara amansarla. Me resultó extraño verte allí, después de
tanto, tanto tiempo. No te preocupaste mucho por mi presencia. No como en otros
tiempos. Definitivamente no como en otros tiempos. La mirada no fue la de antes. No la mirada de
caricia, perfumada con cacao. Ahora una mirada cortante, de trámite. Me
saludaste con un hola, Amira, dicho al pasar, mientras observo que si en algo
no has cambiado es en esa manera intensa de apropiarte del mundo y de lo que te
rodea. Me sigo preguntando si es un hábito innato o adquirido. Das media vuelta, te diriges al comedor que
sigue siendo monástico, solo la gran mesa y la luz que entra por la ventana
para iluminar las ocho sillas de madera que están alrededor. El frutero en el
centro de la mesa desbordando papayas, limones, mangos, manzanas de agua de un
rojo vistoso e insolente, único momento de color en el espacio. Las paredes de
tablones sin tratar, el oscuro tono de la selva metiéndose también en la
estancia, solo el recuadro de luz que permite la ventana para evadir en algo
las sombras; caminas hacia donde está mi sobrina con su menuda presencia
adolescente, su pelo largo, acaramelado, sus ojos grandes de pestaña
anochecida. Tratas de acariciarla, con una caricia que pretende inocencia, pero
yo que te observo sé que no hay nada ni remotamente parecido a la inocencia en
el deslizar de tu mano grande -y sé por experiencia que rugosa por los callos
del trabajo fuerte- por su cara. Ella no se inmuta, y decidida aparta su cara,
sin violencia, pero con firmeza. El gesto te desconcierta. Estás tan
acostumbrado a la obediencia núbil, que no entiendes de esa rebeldía serena de
la muchacha. Te vuelves hacia donde yo estoy, y con un movimiento de brazos y
un gesto con la cabeza me preguntas qué le pasa. Te contesto de la misma
manera, solo encogiendo los hombros. Los tiempos son otros. Vas entonces hacia
la ventana, y ahora te veo ansioso buscando un lugar que no aparece. Y pienso
entonces en mis dieciséis, en la mansedumbre de la edad adolescente, en tu mano
callosa recorriendo mi cara en un momento igual al que acabo de presenciar,
solo que ahora estamos en la antigua casa victoriana, de maderas pintadas con
colores opacos, tal vez un verde agrisado, y el piso de madera que cada día
cruje más, el pasillo largo que concluye en un espacio abierto en donde el
cielo entra a raudales, y dibuja en el suelo un rectángulo de luz que no
alcanza a regarse por el pasillo, mi madre y yo, solas, aquella casa, marcos de
puertas y ventanas pintadas de blanco sucio, mi madre en su siesta infaltable,
y vos moviéndote alrededor mío, como una pantera a punto de devorar la presa,
en un movimiento que termina siendo hipnótico por lo repetido, desconozco tu
intención, oigo tu voz dulce, vení Amira,
llenándose de palabras que no alcanzo a distinguir, como si brotaran
caramelos de distintos sabores de tu boca, me vas acercando a la pared, hasta
que me obligas a recostarme en ella, tu cuerpo flaco y fuerte de hombre maduro
se apoya con una sola mano en la verde extensión del muro, mientras la otra me
acaricia el pelo, la cara, baja imprudente por el pecho, regresa a mi pelo,
tiemblo porque siento tu olor tan intenso avasallándome, es una sensación de
impotencia, de estar amarrada sin amarras, porque no me lo esperaba, porque
siempre fuiste el tío, el amigo, la familia, la confianza, el paseo, el
almuerzo de campo, la cena con langostas recién pescadas, el hermano infaltable
de mi madre, el amigo de mi padre, Benny Moré y Agustín Lara, tal vez Vivaldi
en las tardes lluviosas, el vaso de ginebra con hielo, la palmadita cariñosa en
el trasero, pero nunca fuiste una mano que acaricia, una mano que atropella, un
cuerpo que se transforma en grillete y me incrusta en la pared verde,
larguísima y alta, un gesto que exige silencio,
una mano que rompe botones, violencia, una mano que rebusca entre las
piernas, las mías, las tuyas, más violencia, dolor y violencia, un asalto, un
rechazo y una mano que silencia la boca, una urgencia, un jadeo, violencia,
violencia, un estertor y mucha más violencia si eso fuese posible. No, nunca
antes fuiste nada de eso. Y ahora regresas, después del tiempo largo
transcurrido, regresas de tu muerte,
sigues dueño del mundo y como si fuese lo más normal me preguntas si en
la finca hay tanque séptico. Te contesto que no, que aún no lo hacemos, que no
tenemos tanque séptico. Incrédulo, sigues examinando el panorama ¿y eso,
Amira?, señalando hacia el fondo del patio. Eso es el tanque de agua limpia.
Eso no se puede contaminar. Porque intuyo que detrás de la pregunta hay algún
interés. Y sí, tenía razón. Ya sé que contaminar no te importa. Me indicas que
la carga que viene en la carretilla que acarreas quién sabe desde dónde, es
material que debes depositar en algún tanque séptico. Y lo extraño es que no huele.
Arabella Salaberry |
Arabella
Salaverry. Costarricense. Una infancia transcurrida en el Caribe costarricense
define la presencia literaria de esta escritora y actriz. Viajera incansable,
se forma en diversos países latinoamericanos en donde estudia Artes Dramáticas,
Filología y Teatro en universidades latinoamericanas (México, Venezuela,
Guatemala y Costa Rica).
Su labor como promotora cultural se pone de
manifiesto en la Presidencia y la Vicepresidencia de la ACE (Asociación
Costarricense de Escritoras) en los períodos 2004-2008 2008-2010 y desde la dirección del Grupo EL
DUENDE
Ha publicado: “Impúdicas” Uruk editores; “Llueven
Pájaros”, Torremozas, España; EUCR; “Erótica”, Erotomanías, Barcelona, España;
“Continuidad del Aire”, ECR, CR; “Violenta Piel”, URUK Editores, CR; “Dónde
Estás Puerto Limón”, EUNED. “Chicas Malas, URUK Editores, CR “Breviario del
deseo esquivo” ECR, “Arborescencias” Ministerio de Cultura y Juventud.
Embajadora de la cultura latinoamericana, su obra
literaria aparece en antologías en Costa Rica, México, Ecuador, Italia, España
y la India; considerada en periódicos, revistas y blogs literarios en el país y
en México, Ecuador, España, Italia, Argentina y Colombia. Escenarios de varios
países han albergado su voz en recitales personales: Costa Rica, Chile, Panamá,
Guatemala, México, Brasil y Argentina. Poemas suyos han sido traducidos al
inglés, polaco, catalán, italiano, húngaro y al bengalí.
Invitada a Encuentros y Festivales de Escritores
nacionales e internacionales. Jurado en concursos nacionales e internacionales
de poesía y narrativa. Ha participado como actriz protagónica y de reparto en
más de 50 montajes de diversas instituciones. Trabaja en producción, dirección
y actuación para radio, cine y televisión.
Ha sido distinguida con reconocimiento como el “Premio
Nacional de Literatura Joaquín García Monge” rama cuento; “Mención de Honor
Colegio de Periodistas” por una vida dedicada al arte; “Mención de honor” en
Venezuela por su cuento “La abuela”; “Miembro de Honor” de la Compañía Nacional
de Teatro. Su más reciente cuentario impúdicas fue reconocido con el premio “Aquileo
J. Echeverría” en la rama de cuento 2016, mismo que está disponible en
Librerías Lehmann, Universitaria, Andante, Nueva Década, Dulouz, Buhólica y
Tienda EÑE.
Análisis?
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