Guillermo Fernández retorna en su último libro a la poesía, con su entrega "Hojas de ceniza"; seguro que no se las disipará el viento cuando deguste esta breve selección que nos ha compartido el autor.
2
Tu ausencia
dibuja nuevos miedos, nuevos rostros,
extrañas
callejuelas,
letreros de
un idioma impronunciable.
Soles que
parecen dolientes que me llevan al entierro.
Temo por mis
pensamientos
insanos, como
enredaderas sucias
en las
paredes antiguas,
son puras
imágenes viejas:
lastimosas
imágenes de opresión
donde hay
paisajes que se oscurecen
y en donde
voy buscando un refugio.
Tu silencio
me vuelve a mí sonriente.
Me río más de
la cuenta, en medio de unas pocas risas,
y me vuelvo a
ver las manos
cuando
escucho mis propias carcajadas.
Me toco la
piel, siento mis huesos,
más que nunca
en medio de
tu ausencia,
asombrado de
este cuerpo firme,
como si me lo
acabaran de coser
a la pura
vibración de los átomos.
Me acaricio
en los baños.
Me gusta
sentir que no soy de humo.
Como tu
mirada,
que busco
tanto en la insoportable luz.
13
Escucho
respirar el lobo de la muerte
que ocupa
cualquier sitio,
como el aire
que me roza
o la almohada
en la que dejo posar
mi sombrío
cerebro.
Es la
muchacha que me vende un café
mientras miro
la gente comer esa comida rápida
que tiene un
aspecto tenebroso.
Es el sol del
que me cubro
al salir del
café,
un sol
devorador, como un gusano.
Es la gente
que conversa en el parque,
vestida con
la moda que se impuso en la morgue.
Muchos de los
que ríen tienen grandes dientes grises.
Muchos de los
que miran las palomas
solo quieren
destrozarlas con sus pezuñas.
Escucho el
lobo desde el amanecer.
Jamás estaré
preparado para ganar una batalla.
Desde que
miro el espejo estoy vencido,
cansado,
obsoleto.
Pero atrapado
como el roedor
en una sarna
indócil
que me obliga
a seguir vivo
solo por
sentir la amada picazón.
Desde el
primer minuto,
trato de
equilibrarme sobre un hilo de miedo,
vestido para
que me lleven al cementerio más próximo.
El lobo sabe
que tengo menos impulso.
Espero su
ataque en una esquina,
seguro de que
no daré nada gratis.
18
Yo no te
puedo decir que sos mi amor muerto.
Que te hayás
muerto vos, hijo mío,
no mata mi
amor.
Incluso tu
frío no mella el que mi amor aún te busque
como la savia
de mi vida fallida.
Aprendé a
oírme donde estés.
Quizás en
este viento donde dejo mis preguntas,
más sordo tal
vez que la tumba
donde te dejé
soñando como una máscara feliz,
feliz de
estar sin ropa y sobresaltos.
Aprendé a
sentirme. Yo sí te siento en la muerte como un calor rebelde.
No me ha
quitado todo la huesuda.
Y que me
abraza cada día como una novia pegajosa,
a quien debo
separar para tomar aire,
porque me
asfixia,
me deja sin
exhalar una oración,
o lo que yo
quiero en el fondo decir con toda el alma:
la maldición
perfecta,
la que nace
de mis entrañas con la ternura de un mendigo.
Dicen algunos
que hay un reino posible
donde tal vez
te abrace ya convertido yo mismo en solo brisa sin palabras.
Ya nos
diremos lo que no nos dijimos.
Ya solo mi
abrazo calmará la furia de este león que desataste en mí,
la verdadera
tristeza, la que no tiene médico.
Soy esta
cárcel donde late un corazón oscuro,
una soledad
que no puede encarcelarse
y que sin
embargo es como si fuera prisionera
de mi propio
desamparo.
No se deshoja
un muerto tan querido
tan
sencillamente como un árbol.
Me mirás con
más intensidad en este largo anochecer,
donde he
pedido la justicia de la muerte, su dulce medicina.
A través de
las ventanas de un café quisiera verte,
tan lleno de
vigor como la última vez
que esperaste
que me marchara para salir del cuarto.
Sé que soy
ahora el que ama como un muerto al que la vida le ordena persistir,
mirando como
el loco el brillo de una fantasía:
“¿Y si
pasaras y te viera?
¿Y si tu
semblante recayera sobre mí y me sonrieras?”
Me gusta
pensar ahora que hay misterios
que los
científicos descifran como niños.
Uno de ellos
es el amor que no cesa.
El amor que
tiene ganas de ser un caballo
y correr sin
freno hasta quedar sin carne,
hasta que los
ojos se le consuman en honduras de espanto.
Me consuela
que haya enigmas
como el de la
soledad habitada por una esperanza demencial,
donde yo aún
tengo un sitio para vos, hijo mío.
Y que toda
esta muerte,
es solo un
instante de separación
donde el
fuego de mi amor está invicto.
6
Cierro los
ojos para verte en el seno de mi honda oscuridad.
Y me aferro a
la imagen de un pasado que no es pasado,
sino una
imagen tuya donde cifro mi desamparo presente.
Abro los ojos
a un mundo donde ya no puedo aferrarte.
Un mundo que
es un torrente que nutre las células de un monstruo.
Lucho para
convocarte en los segundos
que van
consumiendo las cenizas,
los gestos,
las palabras que se dejaron decir,
y que ya
nadie recuerda.
Cierro los
ojos como para atravesarme a otro mundo:
Un recóndito
planeta donde pueda empezar de cero.
Guillermo Fernández |
Guillermo Fernández. Es autor de varios géneros. Sus temáticas son variadas y no se puede resumir en un enfoque literario su producción hasta el día de hoy. Confluye en su tratamiento narrativo la ficción, el realismo y una mezcla de ambos, el análisis social con excusa del género policíaco o el testimonio autobiográfico. Algunos de sus libros son las novelas "Babelia" Editorial de la Universidad de Costa Rica. 2006. "Ojos de muertos", Uruk Editores, 2012. y "Te busco en las tinieblas", Uruk Editores. 2015. Ha incursionado en el cuento con libros como "Hagamos un ángel", Editorial UNA, 2002 Y "Tu nombre será borrado del mundo", Editorial Arboleda, 2013. este último recibió el premio nacional de cuento 2013. Algunos de sus libros de poesía son los siguientes "La mar entre las islas", Editorial Costa Rica, 1983, "Atrios"Editorial Costa Rica 1994, Danzas, EUNED, 2002.
Voy por ese libro. Poesía que duele y libera.
ResponderEliminar