27/4/19

Notas I





I

El chofer del autobús que me lleva y me trae a San José los martes y los jueves, no tiene nombre, sí tiene, pero puede ser cualquier nombre, que es lo mismo. Me puedo inventar la historia de su vida que no sería menos falsa, ni menos verdadera que la que le ha tocado vivir, o para los que todavía creen en la dignidad y el sentido de la existencia, la que él eligió vivir.

¿Pero para qué vive mi chofer de bus? Lo que le retribuyen económicamente por su trabajo apenas le alcanza para mal vivir agradecido con su dios, a quien le dedica solemnes y ritualizados ademanes cuando pasa frente a las iglesias, y se contiene prudentemente de no cuestionarle su voluntad más de lo necesario o blasfemar. Con ese salario apenas se sostiene, no alcanza para realizar sueños, mi chofer de bus no tiene sueños, o sí los tiene, pero prestados, para los cuales su realización es ajena a su voluntad, no dependen para nada de lo que haga o deje de hacer, sueños tales como ganar la lotería, o que la selección de fútbol pase a segunda ronda en el mundial. Son tan pequeñas y escasas sus alegrías y realizaciones, es una bestia bien entrenada para llevar su yugo resignadamente y casi feliz.

El trabajo es tan solo un medio para obtener dinero. El dinero es tan solo un medio para comprar cosas: arroz, frijoles, café, manteca y otros abarrotes, pero todo eso no es más que un medio para proveer de las 2000 calorías necesarias a él y su prole, también le sirven para pagar la casa, las cuentas, las tarjetas, los servicios, pero no son más que medios para garantizar que todos los días, en especial los martes y los jueves, estará ahí para llevarme y traerme desde San José.

Mi chofer de bus tiene un buen celular, y tiene un buen plan de cable, tuvo que sacar cuentas con los dedos de las manos y “estriar” para darse esos gustos que el está convencido de merecer. Los pequeño burgueses nunca han entendido por qué los pobres tienen buenos celulares, buenas pantallas de televisión o por qué se gastan media quincena en las cantinas, les asquea, les parece que es una transgresión que los pobres quieran acariciar los privilegios que la clase media considera distintivos.

A los ricos no les importa en qué se gaste el salario mi chofer de bus, lo único que les importa es que lo gaste, mientras tenga “poder de compra” será persona. El día que mi chofer de bus no pueda manejar más y no pueda llevarme y traerme de San José los martes y los jueves, el día que no reciba un salario que gastar, ese día en que ya no pueda consumir, según las reglas del mercado, dejará de ser persona.

Germán Hernández


9/4/19

Una gata - Alexander Obando


Foto de Germán Hernández. Modelo: mi pequeña y bella Lu.

Una gata es a veces un animal

Una gata tiene cuatro patas y tal vez toxoplasmosis

Una gata entra en celo y le "pide" al macho copular

Una gata grita mucho cuando es poseída porque le duele,
porque lo disfruta, porque lo quiere, porque lo odia,
porque no sabe, porque le gusta, porque tiene una
conciencia que trasciende a millones y millones de
especies

Una gata es a veces otro animal

Una gata es totalmente blanca, del bigote hasta el rabo,
blanca como las nieves perpetuas de Mons Nix

Una gata es inteligente, más que un sillón,, mas que una
ballena, más que un chacal

Una gata tiene miedo cuando debe sentir miedo y fuerza
cuando debe sentir fuerza

Una gata brinca el puente de la luna y saluda a Octavio
Paz, brinca de nuevo el puente de la luna, y esta
vez cae rendida a los pies de Vicente Huidobro

Una gata sabe cuándo moverse y cuándo ser una estatuilla
egipcia, sabe cuando ser de alabastro y cuando de barro

Una gata tiene consciencia de quiénes fueron sus
ancestros, de quiénes son sus hijos y quiénes no
serán sus nietos

Una gata es muchas veces una mentira desifrazada de
verdad, es un mito, un símbolo para confundir
incautos y suponer que se sabe la verdadera verdad

Una gata a veces no es genuinamente una gata, es un
nombre, unaciudad, unhombre, algoqueseconfunde
con otra gata quizá

Una gata es una actitud, un sentimiento una visión de
muerte, puede ser un sentimiento de guerra, de rito
de aceptación, pero lo que  una gata jamás es nunca,
es lo que creemos que es

Una gata... es siempre otra gata.

Alexander Obando. Angeles para suicidas. Editorial Arboleda,  2010.