31/8/11

30 Libros. 2. Uno que se halla demorado mucho en leer - El libro Negro / Orhan Pamuk

Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interecé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...


2. Uno que se halla demorado mucho en leer - El libro Negro - Orhan Pamuk

Todavía recuerdo aquellos días juveniles cuando podía dar rienda suelta a la lectura devoradora, una época maravillosa en que podía leerme hasta cuatro libros semanales, eran los años en que uno quería y hasta pensaba que podía leerlo todo.
Hoy día no puedo decir lo mismo... hoy casi hay que robarle a la vida y sus obligaciones ese placer maravilloso... Y si hubo un libro que me demoré en leer fue la novela del turco Pamuk "El Libro Negro". No fue aclaro culpa de la novela, sino de la cotidianas obligaciones de la vida, quizás me tomó casi un año completo su lectura.

Esta novela me fascinó, por sus novelas incertas, por su camuflaje policiaco, y por Estambul mágico y exótico... me sentí asombrado por penetrar en ese amasijo entre oriente y occidente, y que al final me dejó resonando una interrogante hasta el día de hoy: ¿Este asombro por el exotismo que sentí en esta novela será comparable con la misma sensación que sienten los europeos y los norteamericanos por el realismo mágico latinoamericano?



30/8/11

El inmigrante - Verny Campos


       
        Recientemente estaba pensando en cambiar su nombre. No era adecuado llamarse Santos en una ciudad tan llena de pecados. El nombre que se escogía – aunque no fuese un acto lícito el cambiarlo – debía escucharse lo menos foráneo posible. El nombre completo, es decir,  con todo y apellido, no podía mostrar raíces que no fuesen amistosas para el juicio de los escuchas. Llamarse Santos era de suyo un error, contradecía la hermosa-y-delicada-fonética propia de la región en la que, por supuesto, era chocante el sonido de una denominación extranjera, o bien externa con respecto de la previamente aprobada por los códigos del uso popular.


Es imprescindible decir aquí que en la ciudad adonde había inmigrado Santos, se hablaba inglés; aunque no sea importante ni el nombre de la ciudad, ni mucho menos el país. El hecho de que se hablara inglés y que el nombre de Santos fuera en español ya representaba la primera dificultad. El uso de los nombres en español pronunciados en inglés era, visto desde lejos, raro e hilarante, pero visto desde dentro, cuando era vivido en la propia carne, podía llegar a ser molesto e incluso denigrante.

En una de las ocasiones cuando Santos dejaba a uno de sus niños en la escuela, escuchaba a una de las maestras alterada gritando “¡Lora, Lora!”, mientras se dirigía a una de las niñas. La niña no atendía y el niño acercándose al oído de su padre le decía: “Papá, otra vez están llamando a Laura, pero ella no entiende cuando le dicen Lora”. Cuestiones como ésta sucedían a diario en la escuela en la que la mayoría de los inmigrantes inscribían a sus hijos.

Según pensaban, lo más apropiado para no crear un trauma en los pequeños, era ubicarlos junto a otros que también enfrentaran los mismos conflictos, de manera que, podía decirse, ellos mismos contribuían a crear este tipo de ambiente aislante de escuelas para inmigrantes (entiéndase indocumentados), escuelas para ciudadanos, o escuelas para residentes legales. Ni qué decir siquiera cuando los maestros acudían a la odiosa artimaña de referirse, sobre todo a los apellidos, por sus correspondientes traducciones, de modo que a la hora de presentar a los niños ante la clase, para decir: Laura Mata, decían algo tan absurdo como: Lora Kills, cargando así la imagen de la pobre niña de un misterio casi metafísico,  como de un espécimen mágico y exótico propio de algún lugar inhóspito.

            Cambiar de nombre era algo normal. Sus amigos lo habían hecho en su momento cuando llegaron clandestinamente a la ciudad. El más importante principio que parecían respetar era el de mantener, en de la medida de lo posible, su nombre natal. Hacer lo contrario sería una suerte de afrenta para con sus antecesores, quienes probablemente se habrían partido la cabeza pensando en los nombres.

Su primo Juan Diego, por ejemplo, había decidido darse conocer bajo las siglas J.D. pues su pronunciación en inglés resultaría en algo como YeiDí que sin duda nadie se atrevería  a poner en tela de duda; su hermano Juan José se autodenominaba J.J. (YeiYei) así sin más, gracias a lo que llamaríamos un índice ridículo de creatividad. Pero era lícito (sobre todo si la pronunciación se interpretaba con estilo y cierto modismo gestual). De está manera manipulaban fácilmente el acto éticamente-correcto de no rechazar de golpe las voluntades de los padres al llamarles; primero casi a todos Juan o José, y segundo algún otro nombre con referencias bíblicas. Como si la suma de resonancias bíblicas en un nombre fungiera el papel de un rezo eterno, como una constante apelación a lo divino.

            Desde donde venían era lo más común que casi a todos los hombres se les llamara Juan Algo, o José Algo y a las mujeres María Algo, o Ana Algo (sin obviar, por supuesto, todas las combinaciones posibles de estos elementos) Por ejemplo era correcto, moralmente hablando, que al primer hombre se le llamara José María y a la primera mujer María José. No era tan importante la referencia sexual del nombre como su referencia bíblica. Santos, por su parte, había llamado a su primera hija Eva porque no le parecía apropiado ningún otro nombre para una primera mujer. Así lo había aprendido en el catecismo. No le importaba tener la certeza de que, al igual que él, la niña probablemente se vería en la necesidad de cambiar su nombre en determinado momento.

Así  eran las cosas. Evidentemente para estos inmigrantes, de todos sus problemas, el principal era el nombre, era casi como un defecto de fábrica. Fue por eso que Santos se decidió cambiar su nombre hoy, finalmente, en su aplicación de trabajo.

¿Santos? ¿Se llama Santos? le preguntó el gerente de la transnacional donde había solicitado empleo la semana anterior, con una cara como de que estuviese presenciando un evento atroz.
Sí señor contestó erguido e ilusionado con una sonrisa más bien torpe   Santos de Jesús Domínguez Rodríguez.

Con ese nombre debería buscar trabajo en una construcción o, no sé, en una maquiladora.

Pero soy licenciado en economía y habló inglés, francés, español y además leo y escribo perfectamente el alemán.

Sí, supongo que sí dijo el gerente lo vamos a colocar en la lista de candidatos y en cuanto aparezca una vacante, lo llamamos.

Era la millonésima vez que escuchaba el mismo cuento. Al menos ésta vez podía comprender que la mayor objeción había sido su nombre. Ni siquiera el acento, pues estaba seguro que después de viajar tanto, el suyo ya era como de ninguna parte.

  Una vez resuelta la cuestión, lo único sería pensar en su nuevo nombre. ¿Cómo se llamaría? “Llamarme S.J. sería la cosa más ridícula” –pensó. En inglés sonaría como EsYei que ya era bastante disonante, y en español era “esejota”, casi como decir “cejota” y sin duda era mucho más pusilánime que Santos. “Me llamaré John” – dijo en voz alta mientras se montaba en su automóvil, que por cierto no era menos abyecto que su nombre.  Santos lucía una tez morena, pómulos levantados, unos grandes y redondos ojos negros ornamentados por unas cejas no menos negras que sus pupilas, lo que daba una sensación como de abultamiento; medía escasamente un metro con sesenta centímetros y era más bien feo (cualquier cosa que eso signifique). Mirarse así, manejar un automóvil apenas digno de denominarse así, vivir donde vivía y llamarse Santos, era prácticamente como cargar sobre la espalda un rótulo que dijera “¡Soy un inmigrante indocumentado, por favor depórtenme!”

“John Jameson para poder decir J.J., como mi hermano” – se decía Santos aunándose a la falta de creatividad mientras se dirigía a su próxima entrevista. No sería necesario siquiera mostrar sus credenciales de licenciado, ni sus títulos. Con semejante nombre definitivamente tendría garantizado el trabajo. No sería tampoco importante su piel oscurecida por el sol, ni sus grandes ojos negros.

Con todas esas esperanzas fue que llegó a su siguiente reunión, que vale decir, realizó en un inglés casi shakesperiano. El gerente lo miró de arriba abajo: la tez morena, los pómulos levantados, los grandes y redondos ojos negros hechos un solo bulto con las cejas. Mirándolo desde los pies a la cabeza, el gerente con seguridad se preguntaría en sus adentros dónde estaría el resto de aquél hombre, los otros veinte centímetros que parecían faltarle. Porque claro, con esa estatura seguramente sería tan sólo media persona.

¿John Jameson? ¿Está seguro que se llama así? le dijo el gerente como si fuese posible que alguien no estuviese seguro de su nombre, o quizás sugiriéndole a Santos que había escogido un pésimo nombre.

¡Sí señor! contestó   pero si gusta mejor luego llamo para hacer otra cita porque hoy no traigo conmigo mis credenciales.

Las credenciales que no existían, por supuesto, no con ese nombre. Lo único bueno fue que ahora parecía haber descubierto como encontrar trabajo. Santos caminó cinco cuadras, hasta donde había dejado aparcado su abyecto vehículo para evitar ambigüedades, y con otra sonrisa tonta en el rostro, se dispuso regresar a su casa. Su esposa sin duda lo estaría esperando con la comida servida.

En el camino a casa vio a través del retrovisor las letras invertidas del carro que lo seguía. Era una patrulla. El policía permanecía mirándolo sin gesto notable alguno, con sus lentes oscuros ocultando la mirada en la que Santos había aprendido que se podían descifrar las intenciones de la gente.

No había cometido ninguna imprudencia, ninguna infracción que pudiese causar persecución alguna. Santos se detuvo en la siguiente luz roja y la patrulla detrás de él. El rostro maniqueo del policía permanecía inmóvil, sin expresión, como si fuera un muñeco. Santos pensó que lo iban a deportar y luego imaginó la congoja de su mujer al ver que no llegaba y los rostros hambrientos de sus seis hijos esperando una explicación. “¡Seguramente es un delito cambiarse el nombre!” – se lamentaba.

Sus manos transpiraban a cántaros y el nerviosismo hacía que le temblaran descontroladamente. En cuestión de segundos ya se había puesto a fantasear con su vida de regreso a la tierra natal. “¿Dónde viviré? ¿Quién me esperará? ¿El abuelo tendrá todavía aquel catre lleno de pulgas? ¿Me permitirá usarlo? ¿En qué voy a trabajar? ¿Y mis hijos?” los pensamientos eran como una avalancha uno encima de otro sin ningún orden y cada vez estaba más agitado.

La luz cambió a verde y Santos viró hacia la izquierda. La patrulla también. No había escuchado ninguna sirena, así que prefirió abrir la ventanilla para asegurarse de que los sonidos ingresaran claramente. Miró de nuevo en el retrovisor para asegurarse de que las luces de la patrulla no estaban encendidas. El policía seguía inmóvil.

En la siguiente luz, la patrulla lo rebasó por el carril de su derecha y se colocó a su lado. Santos tenía el pánico en la mirada y jamás usaba lentes oscuros. El policía volteó, lo miró y al colocarse en verde la luz, le sonrió cortésmente y avanzó.

Santos condujo lentamente las siguientes cuatro cuadras hasta llegar a su casa.

¿Por qué estás tan pálido inquirió la esposa.

Santos balbuceó algo incomprensible,  pero no respondió. Saludó a sus seis hijos con una sonrisa y un beso en la frente. Los miró a todos, y se miró él mismo en todos. Mientras los miraba pensaba en sus nombres, pensaba en sus caras, pensaba en sus pieles y en aquellas sonrisas honestas que le devolvían, pero que aun no caían en cuenta de que, como la suya, no eran más que unas sonrisas inmigrantes. 

 



Verny E. Campos Cabezas. Nació en Costa Rica en el año de 1982. Luego de graduarse de Bachillerato del Liceo de Costa Rica en el año de 1999, ingresó a la  Universidad de Costa Rica, donde cursó hasta el cuarto año de Filosofía en la Escuela de Filosofía y Letras de dicha institución.

Posteriormente tuvo que suspender sus estudios universitarios para emigrar temporalmente a los Estados Unidos, donde ha desarrollado la mayor parte de sus trabajos literarios: 2 novelas y un poemario ya terminados y un ensayo sobre estética y dos novelas más aun en proceso. Todos los trabajos inéditos. Cuenta además con una colección de relatos breves y de poemas aun no compendiados. 



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29/8/11

30 Libros - 1. Uno que leyó de una Sentada - Pedro Páramo - Juan Rulfo


Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interecé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", cuyo reto consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...

1. Uno que leyó de una Sentada - Pedro Páramo de Juan Rulfo

No ha sido la única vez que he leído un libro de una sentada, pero confiezo que lo que me ocurrió con Pedro Páramo fue completamente inesperado. Lo comencé sin esa intención de acabarlo de un tirón, pero nada más empezando su lectura presentí que no podría abandonarlo y así fue, había comenzado a leerlo por la mañana y salvo algunas interrupciones domésticas ya en la tarde había terminado una de las novelas más maravillosas que he leído. De alguna manera, Juan Rulfo con esta novela cierra un ciclo y un género en la narrativa mexicana, abordar tópicos y matices sobre el latifundio, la muerte, la revolución mexicana después de esta novela es un riesgo, si no eres un genio como Rulfo.

26/8/11

Enrique Jaramillo Levi - Con Fondo de Lluvia

Con una amplia bibliografía, Enrique Jaramillo Levi es uno de los escritores panameños más difundidos e importantes de la narrativa panameña, y no sólo en su país, también en México y Costa Rica, donde ya con anterioridad había publicado.

Esta vez, nos referimos a su colección de cuentos “Con fondo de Lluvia” publicada en el 2011 por la Editorial de la UNED.

En suma, 42 relatos ordenados en dos partes. Con dominio y estilo propios de las herramientas del cuento breve, Jaramillo Levi se da gusto y juega, es una colección de juegos, donde las situaciones narradas no son más que pretextos, son el ruido de un aguacero que cae afuera, donde de vez en cuando aparece un relámpago, su monotonía perenne, pero donde realmente se cuenta es dentro de la habitación seca y tibia de la conciencia de los personajes, ahí es donde explora y ocurren los cuentos.

Arranca el cuentario con un Granito de Arena, texto fascinante, y que de alguna manera nos muestra el origen sucio de una vocación, y la paradójica lucha entre la oralidad y lo escrito. En Plan de Contingencia, el fetiche basado en un fin superior justifica toda conspiración.

Sentimos la onda concéntrica de un golpe que todavía duele en la conciencia colectiva de un pueblo en Infinidad de espejos justicieros, ¿Noriega? Que marca esa terrible marea de violencia que se desata concéntrica donde se puede tomar un bien a cambio de otro, una vida por otra, un hijo a cambio de un hijo como en Cabildo Abierto, hasta la más profunda amargura en Panamá 2015.

Incantations es un texto difícil, un poco rígido con respecto del resto del conjunto, pero contiene muchos guiños, lleno de consejos y advertencias para los aspiran al oficio de escritor.

Con Viejo Muelle, que es un cuento impecable, y escrito con destreza, es también un buen ejemplo del estilo narrativo de Jaramillo Levi a lo largo de todo el conjunto: cuando ante los hechos en sí, la introspección del narrador ya no está sometida a ningún examen o juicio moral, y asume una especie de estoicismo, una apacible resignación. Además con este texto se inaugura lo que llamo los cuentos de “Fantasmas”, como veremos en Una loca muy feliz, donde el espectro de la alucinación es la nos habla, o también la pequeña joya Menos mal, Acusación con una acabadísima síntesis de brutalidad, Lo mismo con textos Como un Fantasma, El fantasma prematuro, La situación, Caer en la Cuenta y el bellísimo cuento Ya no somos Novios, donde con una sencillez y una economía formal el autor nos devuelve de repente aquella vieja costumbre de sentir.

En Dadas las circunstancias comienzan los cuentos que yo denomino “Juegos”, porque son escenarios habituales, como una especie de tablero de ajedrez donde alguien ha movido una pieza secretamente y todo ha dejado de ser lo mismo, es un juego de inversión, donde las mujeres toman la iniciativa sexual, y pagan caro su atrevimiento, se pueden invertir los roles, pero no los prejuicios, los tríos escandalosos, en ¡Cómo es la vaina!, Ella la esquiva, Te veías preciosa, Te tengo una sorpresa, Hasta que la muerte los separe, Mordiscos y Menos mal que llueve, que recuerdan aquel rito ancestral plasmado en la Intrusa de Borges; las sustituciones y esa aceptación y devenir de los personajes, en Como por arte de magia, Los abajo firmantes , Escritor/texto/lector, y ese sutil efecto mariposa, De mil amores, La última noche, Noche de lluvia con la abuela, A veces se me olvida y 3, 2, 1 hasta las confidencias literarias en ¡Quién para adivino!, Puesta en escena, Cerebro.

Con fondo de lluvia y otros textos como Te deseo lo mejor y Dos opciones, ingresamos al espacio del “cibercuento” el cual usualmente es abordado  desde su arista más escabrosa, pero Jaramillo Levi prefiere otras opciones, el encuentro y el desencuentro de una manera más simple y probable, la historia de amor, tan difusa como la realidad de los mensajes instantáneos y virtuales que portan verdades con peso y consistencia.

Y me queda un pequeño grupo de cuentos, los “espejos” como el ya citado Menos Mal, o para ¡Colmo de Bienes! y Final de un asedio, textos que juegan, y también son fantasmales, y que rebotan en sí mismos, como el reflejo que sabe, que contempla a su portador.

Con fondo de lluvia es una colección de cuentos que se disfruta y a la vez deja una estela de rabia, lo que se lleva el tiempo cuando escampe, será un sabor a derrota que ya no importa, los valores y las reglas de un mundo no tendrán peso para conciencias que ya liberadas, descubren que esa libertad es un abandono y que la eternidad es una segunda muerte.

Germán Hernández.

23/8/11

Anisley Negrín Ruiz - Cake


Cake


Con Jorge Félix Soto,
en el ático de una casa frente al parque Las Arcadas.

(…) en el suelo todos luchan
por los dulces…

Luis Rogelio Nogueras


La niña Claudia se sienta en el patio a mirar las lombrices.
Las lombrices son rojas.
Unas flacas. Otras gordas.
Las lombrices flacas se pasan el día serpenteando en la tierra.
Las gordas esperan.
La niña Claudia se sienta en las lombrices a mirar el patio.
La niña Claudia parece ella misma una lombriz.
Flaca, de barriga hinchada.
La niña Claudia tiene la barriga hinchada de llevarse a la boca puñados de tierra.
La niña Claudia es roja.
Los puñados de tierra se deshacen en la boca de la niña Claudia…
como pastel de chocolate.
Las migas caen al piso
 a la tierra.
Las lombrices gordas esperan con sus bocas abiertas
las migas que caen de la
boca de la niña Claudia.

La boca de la niña Claudia es una máquina de comer pastel…
                                                           ¿de chocolate…?
                                                                                      ¿del que le gusta?
Tengo dientes de hierro ­—dice la niña Claudia— y se come la tierra.
Las lombrices gordas tienen miedo de esos dientes de hierro que le roban su tierra.
A las flacas no les importa…
                                              se pasan el día serpenteando en la tierra. No tienen tiempo para comer. Ni siquiera pastel de chocolate.
Las lombrices flacas no saben lo que es el pastel de chocolate. Solo que…
 no les gusta la tierra.
Las lombrices gordas creen que la tierra es pastel de chocolate.
La niña Claudia cree que la tierra es pastel de chocolate.
La tierra parece en la boca de la niña Claudia pastel de chocolate. Pero…
 no lo es.
Es solo tierra que cae de la boca de la niña Claudia…
                                                                                     y las lombrices gordas prefieren.
Las lombrices gordas son mañosas. Se esconden dentro de la tierra para pasar sin ser vistas por la máquina de comer pastel. Y ver desde arriba a las lombrices flacas…
                      serpenteando en la tierra.
Ahora las lombrices gordas están donde quieren estar. Como reinas…
                                                                                 sus cabezas asomadas entre los dientes de hierro.
Desde lejos, las lombrices gordas parecen una lengua que la niña Claudia les saca a las lombrices flacas.
Desde cerca, las lombrices gordas se retuercen como una lengua mordida por los dientes de hierro de la niña Claudia. Ha caído un pastel…
                                                                        de chocolate...
                                                                                     del de verdad…
                                                                                                    un pedacito.
Del patio que la niña Claudia mira, sentada en las lombrices.
El patio del vecino…
                                 ese niño sin nombre que puede comer cada vez que quiera pastel de chocolate.
Que puede jugar con él.
Y lanzarlo.
Que no sabe de lombrices.
Ni flacas ni gordas.
Pero que se asusta al verlas llegar.
Primero las flacas…
                                serpenteando.
Luego a las gordas…
                                 mordisqueadas, maltrechas, por haber estado entre los dientes de hierro de la niña Claudia.
La niña Claudia se sienta en el patio a mirar las lombrices.
Las lombrices le traen a la niña Claudia pastel de chocolate…
                                                                                                un pedacito…  
¿del de verdad?


Santa Clara y  2010






Anisley Negrín Ruiz, (Santa Clara, Cuba, 1981). Narradora. Licenciada en Derecho. Miembro de la Asociación “Hermanos Saíz” y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Tiene publicados los libros Sueños morados/ Sueños rojos (Ed. Sed de Belleza, 2008), Feeling (Premio de Literatura “Félix Pita Rodríguez”, Ed. Unicornio, 2008), Temporada de patos (Premio “Alcorta” de Literatura, Ed. Cauce, 2008) y Diez cajas de fósforos (Premio “David”, Ed. Unión, 2009). Ha obtenido premios como el “Ser en el tiempo”, 2009 y “Hermanos Loynaz, 2011; además de menciones en el Premio Iberoamericano de Cuento “Julio Cortázar”, 2008 y 2010. Su libro Sueños morados/ Sueños rojos fue escogido para integrar la colección “La puerta de papel” en el año 2009. Cuentos suyos han sido publicados en revistas y antologías dentro y fuera de la Isla.


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