26/12/16

Santiago Porras – La sombra decapitada



Muchas cosas se dicen sobre la narrativa breve local, que es floja, que es escasa, y nada de ello me parece cierto, solo faltan lectores para disfrutar de un género exigente, tanto para el autor en construirla como para el lector en destruirla.

Santiago Porras regresa después de su bella novela Avancari al género que lo dio a conocer y donde nos tiene acostumbrados: el cuento. Microrrelatos, estampas, anecdotarios, cuentos propiamente dichos, constituyen su nuevo conjunto “La sombra decapitada” curioso título de connotaciones posrománticas, pero no es el único, otros títulos de sus relatos tienen las mismas reminiscencias, como “La catedral de Rouen”,  “La sombra flotante”, “El hijo de la muerte”, “El cartabón para el fracaso”, “El secreto de la eternidad”, “El abrazo mortal”, solo cito títulos, independientemente de su contenido, por curiosidad y sorpresa, ¿Qué se traen estos y otros relatos?

Ya lo dijimos, desde microrrelatos, de apenas un párrafo, sentenciosos, como “La catedral de Rouen” con que abre el libro o “Esclavizadores” con que lo cierra. O bien, estampas que abren una ventana hacia un mundo que palpita entre lo mágico, y recuperan la oralidad popular en textos como “La sombra flotate”, “El secreto de la inmortalidad”, “El secreto perdido”, “Visita al nigromante” o “Abrazo Mortal”

Pero acostumbrados como estamos a la prosa diáfana, y reflexiva de Porras, vuelve con ella en cuentos cuyo propósito es hablarnos detrás del texto, para el que se compromete a leer entre líneas como las del cuento homónimo cuando dice: “Ahora entiendo por qué las hormigas cargan varias veces su propio peso, el suyo es un cuerpo sin el fardo de la memoria”. Sí, son cuentos con mucha glosa, de reflexión filosófica, pero para el que no quiera penetrar en ellas, tendrá una gustosa lectura sobre cosas que “dicen” que pasan.

Y también pasan cosas que se leen, que se dialogan con otros autores y se actualizan, ¿y cómo no encontrarse con otros maestros del relato breve?, como es el caso de “Autoinmolación” que le hace guiños a Alvaro Menen Desleal o a un Pamuk en “El hijo de la muerte”.

Santiago Porras
Encontramos también en este volumen otros textos, cuentos en toda regla, cuentos morales si se quiere, donde la vos del narrador casi parece sonrojar ante lo que cuenta, que se esquinea, dribla, busca entre palabras la imposibilidad de narrar lo indigno, lo vulgar, lo sucio de la manera más limpia, más elegante, más dignamente posible, tal es caso de textos como “El cartabón para el fracaso”, “Cuarteto de cuerdas y loco” o bien el dostoievskano “Por amor al arte”, narraciones absurdas, donde todo sentido común desaparece para dar lugar a situaciones excéntricas y enfermas, pero con un candor y una naturalidad exquisitas.

Esta última entrega de Porras reitera su ya singular y acertada forma de narrar, hermana de un Efrén y un Filisberto Hernández, de un Sergio Golwarts y de un Menen Desleal así como de Monterroso, prosa ligera, elegante, casi inocente, casi ingenua, suficiente para pasar una tarde creyéndonos más listos que el autor, casi…

En suma, un cuentario sabroso, digno de un narrador que sabe entretener y deleitar, e incomodarnos.


Germán Hernández


22/12/16

G.A. Chaves - Wallau



Wallau, de G.A. Chaves, segundo poemario, bellamente editado en México, así que sospecho que no tendremos muchos ejemplares impresos en Costa Rica (hasta que un editor nacional lo reimprima desde luego, lo cual esperamos que ocurra pronto) Pero al menos contamos con la infinita generosidad del autor, quien nos regaló una versión electrónica íntegra, y también su autorización para publicar aquí en el Signo roto una breve selección. Tarea dichosa, por un lado, e ingratísima por otro, dado que el autor me ha depositado la obligación de seleccionar la muestra a continuación; qué difícil alcanzar una síntesis que refleje apenas una arista de la riqueza de este bello poemario. Así que toda la culpa para este mal antologador, y el gozo para los lectores, eso espero.



Petricor

1.
Ahí donde ya no hay río, vengo yo a imaginar el río.
Ahí donde nunca hay nombres,
que alguien silbe el rumor de lo invisible.

2.
Antes de las fincas de café fueron los ríos.
Luego vinieron los tractores y residenciales.
Y con ellos llegaron los muros
y los muros se comieron las aceras,
y la electrificación y el asfalto
dispersaron los fantasmas antiguos.
Con cada movimiento de tierra nos derrumbamos un poco,
y el futuro se va vistiendo tras los andamios.
La sismología nos advierte que
istmo somos, y en cisma nos convertiremos.

3.
Cada vez cuesta más hallar palabras
para hablar de estas tapias
llenas de púas y de gris mohoso.
Y no es raro porque, a pesar de todo, Heredia
no obedece a la ruina hablada en Castilla, esa ortopedia
de idioma que nació de un silencio arenoso,
igual de provinciano.
La esperanza no es verde: pregúntenle a un centroamericano.
La penumbra caribe, las campanas de helechos,
el desborde sexual de algunos aguaceros,
el musgo en Navidad, Sibö y sus diablos solteros:
nada de esto fue nunca del color del afrecho.
Y ahora todo el verde se ha manchado
con las oxidaciones del asfalto. Se ha ahogado
de tos por tanto humo que atraganta.
Sobre estas líneas parcas y analíticas
el jíbaro desborde del viento de antes se torna calma artrítica:
Villa Cubujuquí, la ladera que hoy es una gris elefanta.

4.
Petricorosos, resbaladizos,
nos dejamos llevar por los nombres de las cosas.
El olor de la tierra, la geosmina,
crece en el barniz que recubre las piedras.
Nadie la ve. Sólo el agua y el aire
la sintetizan. Sólo la humedad relativa
la preña. Sólo la tocan las semillas.
Este es el primer licor que olimos
destilado en abriles y no en odres.
Esto es el petricor: el primer cigarro de la memoria,
el incienso secular de los sentidos,
la más sentimental biología
que se permite el trópico cuando se empolva.



Wallau : una elegía

1.
Salgo a darle de beber al orégano brujo.
Le ha crecido bambú alrededor
y el sol de enero insiste en marchitarlo.
También se marchitan los helechos
que van quedando atrapados entre telarañas.
Las garúas de la madrugada ya no son suficientes
para sostener el verde que cada día es más amarillo,
oro del viento, fósforo de los pastos.
Con Wallau hace unos años descendíamos
a Salinas.
La floración estival era el único tema
que nunca acongojaba. De alguna forma
la muerte de las hojas por escasez de humedad
en las raíces
no lograba decirnos nada sobre nosotros.
“El brillo agobia”, es lo que parecen decir los cañafístulas,
caídos de brazos por el peso de tanto rizo amarillo,
oro del viento, consuelo de almas úricas.
Nos deteníamos junto a cañales en verolís
para que Wallau liberara sus riñones diabéticos.
Comprábamos semillas de marañón y cajetas rellenas.
El tueste de la piel del pescado que almorzábamos
era siempre del mismo ámbar que el de las cervezas.

Paléabamos toda la mañana alrededor de un guanacaste verde
y mirábamos la puesta del sol sin decir nada.
Espartano en Esparza, él se sabe padre y ya;
soy yo el que cree que algo falta para ser su hijo.
Algo debe ser tallado por el cuchillo fino de los años—
hasta que la simetría minuciosa de los actos de mi padre
(esa de la corvina y la cebolla de sus ceviches)
me cueza en el limón del trabajo sin queja—
No la aterciopelada amargura del orégano brujo,
su funerario aroma
entre sudor e incienso,
humedad del tiempo, fuego de los vivos.

8.
Después de las lluvias de octubre
han vuelto las lombrices buscando el sol.
Ellas que te han visto, Wallau,
¿sabrán quién soy yo?
Las babosas emergen de abajo del piso.
La lluvia las inundó.
Yo cubro con sal cada resquicio.
No quiero gusanos alrededor.
La sal absorbe la humedad de la casa;
se vuelve dura y huele a alcohol.
La sal amanece convertida en hielo.
Y yo… Yo ya no amanezco. Ya no.
Yo ya sé que voy para abajo
a secarme como una lombriz en el corredor;
como una babosa en la sal herrumbrada
me iré encogiendo en el dolor.
Yo ya sé a lo que vienen ellas:
vienen a arrancarme la voz.
Wallau: vos que estás allá abajo,
pediles que se queden con vos.


9.
Por meses Wallau me contó sobre ese sueño
en el que veía cartas de arena que se desintegraban.
Eran cartas mías, la mayor parte. Siempre algo urgente
que nunca podía recordar por la mañana.
Se despertaba cansado. Me llamaba a larga distancia.
Me preguntaba si todo estaba bien y si tenía comida.
Mientras me hablaba, un agua verde y quemante
me hacía ver un oasis en la alfombra.
Aquellas pocas veces en que fuimos a pescar
a la laguna de Arenal, Wallau parecía aburrido.
Casi tanto como en tantas otras noches
en que me acompañaba al ajedrez que no entendía.
Más fuerte que el aburrimiento era el deseo
de acompañar a su hijo, verlo crecer, verlo frustrarse.
Ni un solo guapote picó el anzuelo en la laguna.
El ajedrez se disipó como un vicio sin placer.
Wallau siguió en vilo…
Quedó la posibilidad de desayunar con él,
escribir las columnas de su periódico,
que me leyera, me increpara, me dijera…
Llegarle al viejo entre el café y las tortillas.
Escribirle cartas periodísticas por las mañanas
que previnieran aquella vez en que Wallau le preguntó
a una de mis amigas, en mi ausencia,
que cómo era yo, porque él no me conocía.
Le quedé debiendo un cuento sobre el Volvo B10
que condujo al otro lado del Tempisque,
algún homenaje a Glenn Miller, otro viaje a España
y las mil revelaciones de El país de las certezas.
Al final le escribí una carta, para contarle de la pesca
y darle las gracias. Para que durmiera mejor y dejara de soñar
con letras de arena. Para contarle que en esas horas mudas
en las que yo calculaba variantes o lanzaba cuerda,
él, por el simple hecho de estar, me había dado confianza.
Ahora que ya no está es que no me reconozco.
¿Abrir con 1. c4? ¿Usar lombrices como carnada?
Las más mínimas verdades son un diario Serengueti.
¿En qué piensa el césped cuando lo ahoga la nieve?
¿Cómo come una sardina huérfana en Semana Santa?
¿A quién se le ocurre que unas letras
pueden sustituir a la presencia de lo que nunca habla?


17. Canción de los muertos
Existimos. Tenemos nombres.
Ocupamos un espacio en la tierra.
Otros son cenizas en el agua.
Alguno es una mancha de dolor en un recuerdo.
No podemos ver a los vivos,
ni hablarles o interceder por ellos.
Somos perfectos. No nos equivocamos.
Finalmente comprendemos en silencio.
Ya no tenemos hambre ni sueño.
Somos la salomónica hierba
y los errantes pájaros marinos.
Nada nos perturba. Somos incontables.
En la película diaria de los vivos
somos los créditos finales, y la música al inicio.



Una vez un invierno

La luz es lo que anida
entre las sombras.
Nada tiene cuerpo.
En invierno los colores descansan
conmigo, en este hotel de otra parte
donde abrir la boca ya me hace extranjero.



Primavera nevada en Amherst, Massachusetts

¡Quién fuera Rafael Alberti
y cantara: “Otra vez la nieve;
otra vez el murmullo blanco,
las terrazas deshabitadas;
de nuevo el invierno absoluto,
el frío que está en las cobijas
de la tierra, y el agotado
sol deshaciéndose en su caspa”!
Quién fuera el poeta anhelante
que viera en el clima su paso
por el lento mar arbitrario
de lo ido — nunca lejano...
¡Quién fuera Rafael Alberti
—qué mierda—!
¡Quién pudiera ser él y decir algo!



Idaho, 1997

(A Olga Ruiz)

Olguita me envió un pétalo en su carta y me pidió que revisara si hay flores donde vivo o si el cielo es parecido al que está sobre su casa pero aquí sólo veo nieve y de noche el cielo es el mismo con sus estrellas y su negrura es más ancho que nunca pues la luna se me pierde a veces aunque yo no me entristezco porque el pétalo no se marchita y releo la carta en la que Olguita escribió que la vida a nuestra edad se ve bonita mientras espero salir de esta casa para regresar a la mía y ver la flor entera sembrada bajo el cielo mismo angosto y a Olguita linda imaginándolo todo y escribiéndome cartas.



Por el río sinuoso

Hoy como ayer, es difícil escribir
un poema simple. Eso dijo Mei Yao Ch’en.
Llevo horas leyéndolo a él y a Tu Fu, y he notado
que casi todos sus poemas están escritos en presente:
alguien canta una canción del Sur;
es primavera en las montañas; un halcón está
suspendido en el aire. El pretérito aparece
cuando se habla de la muerte: Tu Fu reporta que
un árbol del desierto perdió sus pocas hojas.
Mei Yao Ch’en, en un poema llamado Pena, declara:
“El cielo se llevó a mi esposa”. Pobre de él.
Al final de ese poema ya no ve ni a una sombra
en el espejo. La soledad es así; nos borra.
Una vez me perdí en un gentío — creo que fue
un 15 de septiembre; estábamos de paso en Alajuela
y era la primera vez que yo iba. Por una hora, más o menos,
me sentí tan solo que a veces me cuestiono
si realmente estuve ahí; y si lo estuve,
¿por qué no recuerdo a nadie? Si acaso me quedé
sentado al pie de un muro. Cuando mi hermano me encontró
fue como haber despertado de un sueño ajeno.
Pero volviendo a los versos,
los otros que encontré fueron estos:
“Es lo mismo con esta bella vida
que me era tan querida,” dichos por Mei Yao Ch’en
en Sobre la muerte de un recién nacido,
un poema que termina con una madre vertiendo
lágrimas de sangre, mientras sus pechos aún se llenan
con leche. Sólo que aquí no se usa el pretérito
sino el imperfecto, y algo suena a suspiro.
El pretérito es a la pérdida lo que el imperfecto
a la melancolía. No es lo mismo anhelar lo que se va
que llorar por lo perdido.
(Sobre la calle
una luna sin nubes
anuncia el viento.)
Tengo entendido que en chino no hay tiempos verbales;
las cosas se dicen en presente
con un aspecto adverbial que especifica su tiempo.
Ayer yo amo, por ejemplo, es la forma de decir amé.
Pero eso no explica por qué
los poemas de Tu Fu y Mei Yao Ch’en están en presente.
Estos de seguro fueron hombres normales, con deudas
y horarios; con rutinas, nostalgias y deseos;
de seguro escribían de manera regular sobre
las mismas cosas. Pero llevo horas leyéndolos a ambos
y es como si ninguno tuviera memoria
o como si nada les resultara evidente.
(El subjuntivo, por cierto, no es un tiempo verbal,
sino un estado de ánimo: Tal vez me vaya — me dijo ella,
desalentada; Como querás —le respondí yo, indiferente.
El subjuntivo sabe que la voluntad avanza a merced
del clima.)
A mi alrededor quizá hay más cosas concretas
de las que puedo percibir. Constato lo mismo
todas las mañanas: los mismos árboles innombrables,
pájaros precavidos y ardillas estresadas
royendo una bellota cuyas cúpulas al secarse
se despegan y parecen boinas de fieltro. (Ella me regaló
una bellota con cúpula; un amuleto para cuando
me sentara a escribir. Parece una pequeña cabecita
con boina. Yo la llamo Pío Baroja,
con mucho cariño). Pero el punto es que
cada mañana veo lo mismo. Se requiere un corazón
muy amplio para escribir siempre en presente. Cada día
un nuevo día; el río es, pero no como era; las cosas son ellas
y no serán símiles. Tal vez escribiendo en presente
llegaría a componer un único poema
sobre las estaciones climáticas. Y no sería poco:
hay tanto que aprender de la luz y sus migraciones.
Hace unos días casi me congelo
tras quedar absorto viendo un junípero en otoño:
me dio la noche y descendió la temperatura;
estuve jalando mocos un buen rato. Entré a la casa
y preparé una sopa de algas: un amigo me las trajo
y yo no sabía qué más hacer con ellas. Aprendí que
las algas no se pueden morder: se pegan como sanguijuelas
en las paredes de la boca. Hay algo inquietante en las algas,
algo invasivo; me hacen sentir cubierto de escamas.
Ella también me besaba de esa forma invasiva, buscando
los pliegues de mi boca. El sexo nos limpiaba la piel.
Era como un cuchillo que nos quitaba las escamas.
(Hablando de sexo, hay una broma muy conocida
que se hace con las galletas de la suerte que dan
en los restaurantes chinos. El chiste es agregar “en la cama”
a lo que sea que diga la suerte. La última vez
yo saqué: “La filosofía de un siglo es el sentido común
del siguiente... en la cama,” lo cual es bastante estúpido;
pero a alguien más le salió ésta: “Acepta la siguiente
proposición que escuches... en la cama,”
lo cual sí tiene algo de malicia.)
Una vez le ofrecí a ella
que me pidiera cualquiera cosa... en la cama.
Ella no sabía qué decir. Lo digo en imperfecto
porque hoy anhelo su disposición de esa noche.
Todo pudo haber sido mejor. Es un arte sutil aprender
a ofrecerse. También la excesiva intimidad
nos borra un poco, como la soledad. Después de todo
es bueno tener escamas; saber hasta dónde llegamos nosotros
y dónde empieza la corriente que encaramos. Y es bueno
deshacerse de esas escamas como una bellota
se deshace de su cúpula; es bueno rodar y perderse
entre las hojas caídas de un árbol desconocido.
Es necesario perder para aprender a nombrar.
Si yo fuera Mei Yao Ch’en escribiría
que a plena luz del día sueño que estoy con ella,
y que de noche sueño que aún sigue conmigo. Si fuera
Tu Fu escribiría sólo en presente
y me sorprendería ante una canasta de frutas, no ante
los tiempos verbales de mi idioma, sus aspectos emotivos.
Escribiría poemas simples que al cabo de un rato olvidaría.
Y por eso quizá es que después de varias horas los poemas
de estos hombres resbalan en mi mente como niebla. De ellos
sólo me queda una breve ilusión de fijeza.
Algo está allá, en el pasado irrecuperable, tenso
en el recuerdo, sostenido por los nombres. Mientras tanto,
Tu Fu y Mei Yao Ch’en navegan por la bruma del tiempo
como dos botes sobre un río sinuoso. Y por encima de todo
la luna brilla.


G.A. Chaves
G.A. Chaves (Heredia, Costa Rica, 1979) ha publicado Cuentos etcétera (relatos, EUNED 2004), Vida ajena (poemas, EUNED 2010) y Diario de Finisterre (novela, Uruk 2014). Ha editado, seleccionado y prologado En esta rara noche: Poesía selecta 1970-2008 de Carlos de la Ossa (EUNED 2009), y ha traducido Fin del continente: Antología mínima de Robinson Jeffers (Editorial Germinal, 2010). Estudió ciencias políticas en la Universidad de Costa Rica en San José. Tiene una maestría en literatura por la Universidad de Massachusetts-Amherst y estudios de doctorado por la Universidad de Maryland. Fue finalista del Segundo Premio de Literatura Joven Latinoamericana ST Dupont – MEET en 1999. Ha sido incluido en Historias de nunca acabar: Antología del nuevo cuento costarricense (Editorial Costa Rica, 2009).








13/12/16

A través del ruido – Mauricio Ventanas

"Gran tango" de Carlos Alonso


“A través del ruido” fue el cuento ganador del segundo lugar en el II Concurso Literario del Tango (Argentina) en el año 2000. Mauricio Ventanas, su autor, lo comparte ahora en el Signo roto para demostrarnos que en Costa Rica cuando se quiere se puede hacer mucho más que “chiqui-chiqui”. Queda aquí el texto como comprobación.



A través del Ruido


Es el año 14.210 de la cuenta que llevamos.  Hoy se cumplen tal vez unos doce mil años desde la desaparición de Carlos Gardel, el inolvidable escritor y cantante de tangos.  Yo soy su último admirador, ya nadie más le escucha… y Elisa está harta de oírme hablar de aquel hombre casi prehistórico, de sonrisa fina y misteriosa, de un tiempo en que la gente andaba con sombrillas por las calles bajo la lluvia de agua.

Qué no diera yo por bailar un tango con Elisa, sé que así la conquistaría mi vago amor por aquellos tiempos lejanísimos, de máquinas estrepitosas y de bailes entre el ruido.  Pero no tengo la más remota idea de cómo se baila el tango.  Tendría que inventar el baile otra vez, y seguramente ya no sería lo mismo.

O tal vez debería matizar las canciones muy bajito a todas horas en la casa para que ella se fuera enamorando sin querer.  Pero no hay manera:  las versiones que tengo han acumulado un nivel de ruido tan alto, que tratar de escuchar el tango a través de él es poco menos que un penoso fastidio.  Se podría pasar por un filtro analizador que eliminara el ruido… si tan sólo supiera qué es ruido y qué es tango de todo aquello ¿Cómo saber?  Y qué parte del ruido ha sido mera culpa del tiempo, del murmullo estelar, o verdadero ruido de fondo de la época.

Lo que queda de los tangos de Gardel son copias de copias, sobre copias de copias que se han venido apilando a través de unos noventa y ocho cambios radicales en la tecnología de grabación.  Curiosamente las primeras grabaciones eran analógicas, en unos discos gigantescos llamados acetatos, lo cual quizás no estaba tan mal.  Pero por alguna razón inexplicable, a fines del segundo milenio hubo un retroceso terrible y todo se redujo a información digital.  Pasaron quizás unos mil años, con un holocausto de por medio, hasta que se volvieran a utilizar sistemas analógicos espectrales.  Luego vinieron, en diversos formatos, la información real, la compleja y últimamente la polidimensional, pero ya para cuando eso no quedaba de la colección más que atropellados torrentes de unos y ceros.

Sin embargo, de los acetatos conservo escondido el encuentro más sublime y estremecedor que todo hombre puede tener con su pasado (o más bien antepasado).  Una vez, cuando era joven y me gustaba aventurarme en los mercados negros, me vine a tropezar en Zimbabwe con un antiquísimo preservador criogénico que contenía dos fragmentos de los materiales más preciados de antes del año 3000: un pedazo de papel y un trozo de acetato con música.  Ambos eran supuestamente provenientes del mismo objeto.  En el tiempo de su aparente origen, la gente mataba los árboles por cualquier cosa, y vivos todavía los molían a golpes hasta reducirlos a una masa fibrosa, o “pulpa”, con la que fabricaban láminas de papel.  El papel se usaba para etiquetas que se pegaban a los artefactos.  O sea que si el pedazo de papel verde con letras negras estaba en lo correcto, aquel pequeño trozo de acetato contenía la voz de Carlos Gardel a dúo con un tal Odeón, no sé si este segundo era nombre o apellido y el resto ya no se alcanzaba a leer.

En un principio compré el preservador más como curiosidad histórico-científica que por interés en la música, aparte del valor de coleccionista del papel.  Pero pronto no pude soportar la tentación de abrirlo y experimentar con el contenido, aunque yo sé que me puedo meter en un lío grave con la ley de preservaciones.  Por no poder consultar con nadie, pasé casi un año imaginando cómo podría haber música en un pedazo de plástico, hasta que puse atención a la irregularidad de los surcos.  Luego tuve que invertir enormidades construyendo un lector físico de surcos que pudiera extraer los fragmentos de música que guardaba el trozo de acetato.  Pero al fin lo logré y a cada pasada… que costaba un mundo calibrar, porque todos los surcos eran curvos y estaban hechos para leerse a velocidades diferentes ¡sabe Dios por qué! …a cada pasada pude escuchar por primera vez en mi vida, aunque fuera en solitarios fragmentos, la voz de Carlos Gardel:

…ver, con la frente marchita…
…que es un soplo la vida…
…vivir con el alma…
…tengo miedo…

Y al punto caí preso de una melancolía insondable.  Faltó que interviniera Odeón, pero con Carlos fue más que suficiente.  Yo no sabía que se trataba de tango, ni menos qué era el tango, pero al poco tiempo lo confirmé revisando bases de datos de la antigüedad, donde conseguí varias imágenes bidimensionales pasivas en un borroso blanco y negro, así como las versiones ruidosas de sus canciones, que comentaba al principio.  Será cuestión de gustos, o alguna misteriosa afiliación transancestral, pero nunca he podido contener ni explicar mi arrobamiento ante aquellos candorosos y rudimentarios impulsos musicales.  Se me salen las lágrimas, me dan ganas de cantar y canto con la ayuda del autosintetizador, pero sueno patético, sin vida.  Yo nunca podré cantar así.  Ya nunca nadie podrá cantar como Carlos Gardel.  Por eso soy su admirador, en medio de la ignorancia y la indiferencia de toda la humanidad.

Para ver qué tal habría sido conocerlo, fabriqué un holograma interactivo a partir de sus imágenes, pero es demasiado vago.  Todo lo que faltaba de él quedó lleno de arquetipos del tercer quinquenio, que se notan tanto… No tiene ninguna gracia así de reconstruido, como un vil títere electromagnético de dudosos colores sacados de la manga aleatoria de algún programador… y eso tan sólo consigue ponerme todavía más triste.

Así que después de haber agotado cuanto había por investigar he decidido escribir, así al estilo más retrógrado, todo lo que sé de él:  una pequeña biografía, para resucitarlo hasta donde pueda a través del ruido del tiempo.  Quizás sólo de esta manera, alguien algún día podrá volver a sentir por él y por su obra lo mismo que yo.

Carlos Gardel nació en la superficie terrestre, en Toulouse, Francia, para ser precisos, a finales del segundo milenio, de una mujer femenina fecundada por un hombre masculino, como era la usanza, al menos en cuanto a asuntos de procreación.  Pero no vivió casi nada:  infiero por los enredos de números que tengo a mano que no puede haber llegado ni a los doscientos años.  Falleció en una corta pero riesgosísima travesía a bordo de un teleportador de propulsión helicoidal y sustentación en medio gaseoso por diferencial de presión inducido cinéticamente, conocido como “avión”.  Era algo con alas, como inspirado en las aves, pero rígido y con hélices, una nave basada en modelos de movimiento totalmente Newtonianos, con un alcance ridículamente limitado y sujeta a todo tipo de aberraciones espaciales.  Aparte de que la nave entera se desplazaba con los objetos transportados, ni siquiera tenía autonomía de vuelo para salir de su sistema solar, por falta precisamente del medio gaseoso.

Escapa a mi entendimiento el por qué Gardel habría cometido la intrepidez de introducirse en un artefacto tan peligroso, si de por sí no pensaba ni podría abandonar el planeta (ni se conocían lugares adonde ir).  Lo cierto es que a poca distancia del despegue, la nave fue sacudida por turbulencias atmosféricas, perdió el control, fue dominada por el campo gravitatorio y sufrió un impacto de masas con otra nave, con la misma Tierra, con Gardel y sus amigos adentro y sin dispositivo de suspensión de eventos.  De haber sabido que todas esas cosas le podían pasar a esa nave, yo que él jamás habría puesto ni un dedo en ella.  Pero en fin:  así de aventurero era Carlos Gardel.

En aquel tiempo el español no era la lengua predominante en la galaxia, ni siquiera en el planeta Tierra.  Sin embargo Carlos Gardel fue tan visionario que desde muy joven decidió prácticamente abandonar su lengua natal y dejarle todo su trabajo a la posteridad de una vez y mayoritariamente en español.  Al menos eso creo, aunque mi base de datos registra entre sus obras el tango pesado “Beat me ‘til I’m conscious” (en un dialecto hipoverbial contraído, que se había difundido para efectos de negocios) y no me extrañaría que también haya cantado en francés, el idioma que se hablaba en Francia.

Le encantaban los nombres.  Su nombre original completo era Charles André Joseph Marie de Gaulle y como tal llegó a ser muy famoso por su heroísmo en las escaramuzas intertribales que se daban dentro del mismo planeta.  Aficionado desde siempre a la vida en el exilio, dedicó muchos de sus años a formas poco usuales de pelear fuera de su país, como las cruzadas, la legión extranjera y la resistencia clandestina.  Sin embargo, durante una de las treguas que ocurrían de vez en cuando, se dejó seducir por una romántica corriente migratoria de excombatientes y criminales de guerra hacia el cono suramericano.  Iban en busca de mujeres compasivas a quienes amar, ya que sus esposas los habían abandonado -y con buena razón- por ser tan violentos.  Así fue como de Gaulle se trasladó, no sé si al Uruguay, donde se hablaba el guaraní, o a la Argentina, donde se hablaba el italiano, y desde ahí se puso en contacto por fin con el idioma español y el tango, a través de una tribu festiva llamada “Los Pibes”.

Algunas de estas lenguas, especialmente el español, eran conocidas como lenguas “romances”, porque se usaban más que nada para enamorar a las personas y serían sin lugar a dudas las causantes de que todo quien las hablara con virtud se volviera tremendamente prolífero.  Mejor aún si las cantaba.  De ahí que las razas romances llegaran a establecer un patrón de crecimiento exponencial notablemente superior a las demás, y en cuestión de menos de dos mil años ya las iban a borrar del mapa.

Esto lo percibió al instante el recién llegado y poco tiempo después decidió adoptar el seudónimo de Carlos Gardel, junto con otros que siguió coleccionando a lo largo de su fugaz carrera artística, valga mencionar Morocho y Zorzal.  Inteligentemente dejó las armas, a falta de gran escuela con la guitarra[1] se alió con buenos guitarristas y empezó cantando en bares, boliches y cafés.  Registro nombres de lugares como Abasto, O'Rodemman, El Pelado y Armenorville.

Entre sus guitarristas aliados se citan muchos, pero sobre todo un tal Razzano, con el que se dedicó ya seriamente a enamorar mujeres famosas como Lola Membrives, Angelina Papano, Marylin Manson y Orfilia Rico.  Acostumbraban también grabar las canciones, o bien historias seductoras, llenas de besos y conquistas, con imágenes animadas y música para enviarlas a otras ciudades y enamorar a la distancia.  En vista de su gran éxito, pronto se les unieron otros músicos y congregaban filas enormes de mujeres, a veces hasta hombres e incluso llegaron a despertar tanto celo que en alguna ocasión alguien trató de matarlo con un lanzador de proyectiles de plomo.

Luego los conciertos fueron progresando, se presentaban en lugares cada vez más grandes, hasta que ya no cabían en el país y tuvieron que empezar a visitar otros escenarios.  Igualmente conoció a uno de sus grandes amores:  Isabel Del Valle.  Extrañamente no se reportan resultados de esta relación.  Puede haber sido por alguna regresión juvenil o edípica experimentada por Gardel, puesto que aparentemente durante ese tiempo vivía con su madre.  Pero yo sospecho que lo que pasaba era que de tanto cantar amorosamente se había enamorado demasiado de la música, o del amor, y eso intimidaba a las mujeres y a él mismo, y les producía un síndrome de candidez platónica.  Incluso en uno de sus grandes esfuerzos se fue de luna de miel a España nada menos que en compañía de Rivera de Rosas, que sería ya el non plus ultra de las mujeres románticas, pero nada.  Carlos Gardel seguía sin asentar el corazón.  Lo único bueno es que mientras tanto, él y sus aliados iban dejando dispersas por el planeta las canciones más apasionadas que escuchara la historia.

Descorazonado por el fracaso con Rivera, abandonó por un tiempo la música y se refugió en casa del Príncipe de Gales, junto con Eduardo de Windsor y otros viejos y solitarios amigos de los tiempos de la guerra.  Trabajó por varios años en el gobierno de Francia y se dedicó a escribir libros en francés, algunos decididamente melancólicos como “El Filo de la Espada” y “Memorias de Esperanza”, otros de ciencia ficción como “La Armada del Futuro”, pero ya no sabría decir si llegaron a calar muy hondo en los sentimientos de la humanidad o si le valieron algún romance.  La verdad es que estaba abatido.  Desde el fondo de su abandono, sin poder ya recordar en qué dirección quedaba el exilio después de tantas partidas, sabía que si algo suyo había en el mundo, eran las canciones, y se moría por regresar a alguna parte donde pudiera fajarse un buen tango.

Fue el mismo Razzano quien acudió en su rescate, con un puñado de tonadas nuevas que Gardel no pudo resistir.  Ahí mismo en el castillo de Caernarvon las cantaron hasta llorar y hacer llorar a todos, hasta al Príncipe, hasta que pareciera que podrían cantar juntos para siempre.  Y partieron de vuelta.  Además Razzano le prometió hacerse cargo de la administración de sus bienes y de su carrera artística, y le juró que no descansaría en ayudarle a encontrar el amor de su vida, con tal de que no dejara de cantar.

De nuevo se dedicaron a dar conciertos por todo el mundo, en los escenarios más famosos y escuchados, en las difusiones electromagnéticas de banda radial, en más grabaciones animadas y corrían frenéticos de continente en continente, a través del ruido de aplausos, de fábricas, de motores de combustión, de naves terrestres, marítimas y aéreas, de taconeos de baile y de todo aquello en que pudieran ahogar la pasión irremediable que bullía en la garganta de Gardel.  Aunque ya hoy en día no queda mucho qué escuchar, sí se deja entender por los registros que fueron infinidades de canciones las que cantaron y eventos en los que participaron juntos.  Entre los dos tienen que haber enamorado a miles de millones de mujeres. Yo no entiendo ni por lo bajo qué fue lo que salió mal.

Lo cierto es que la frustración de Gardel llegó a tal punto que se vino trayendo por tierra su amistad con Razzano.  Se acusaron soezmente y terminaron rompiendo todos sus contratos y sus promesas, excepto la de seguir cantando, que esa ya no tenía freno.  Pero eso no venía a resolver nada.  Tal vez entonces fue en busca de liberar sus ansiedades que Carlos se dedicó a buscar ocupaciones cada vez más riesgosas, como la gimnasia, los vuelos transatlánticos en naves inestables y quién sabe qué otras cosas peores.

Así fue como llegó a poner pie en la nave fatídica que les contaba al principio, que no pudo casi ni despegar.  Después del impacto, el avión alzó fuego, y se dedicó ardiente a cobrar vidas:  las de sus amigos, la de él…  Y se murió, se murió, se murió Carlos Andrés Zorzal Morocho José María, con todos los nombres que guardaba para sus hijos y con sus canciones, de las que ya sólo nos queda esta entrecortada plegaria a la nostalgia.  Oigan:

…ver, con la frente marchita…
…que es un soplo la vida…
…vivir con el alma…
…tengo miedo…

                Así se despidió.  En algún lugar en el corazón del mundo, donde era de noche ese mismo día, algún otro visionario, de piel muy oscura, que desde ya bailaba extasiado las danzas de la lluvia y el fuego, amansó de pronto su ritmo para bajar la cabeza y atragantarse el alma con la noticia:

—Ongong’ho kele Carlos Gardel… ongong’ho kele.

Y luego pidió un silencio así de grande.

Se nos fue Gardel… Se nos fue y nos dejó sin él una soledad cósmica que ha recorrido a velocidades estelares la historia, hasta volver a venir a darse de lágrimas y tangos perdidos con nosotros.  Escúchenme por favor, que Elisa no me entiende.  Se nos fue, y después de tantos siglos y tantas regeneraciones, esa soledad nos sigue llegando…  a través del ruido del tiempo.


Mauricio Ventanas
Mauricio Ventanas (Ciudad Quesada, 1967) ha publicado lo cuentarios Las muertes normales (1997) y Del delirio, las botellas y las flores (2000).  Varios de sus cuentos han sido traducidos al inglés, francés e italiano, y publicados en diversas antologías como Latido generacional 1990-2000 (Círculo de Escritores Costarricenses), Zur Dos: Última poesía latinoamericana (Madrid, España), e Historias de nunca acabar: Antología del nuevo cuento costarricense (Editorial Costa Rica). Medios internacionales como el World Public Library Constortia, educActiva, El Café del Foro, Logos Library, Proyecto Sherezade y Letralia también han incluido textos suyos. En el 2000 obtuvo el segundo lugar en el II Concurso Literario del Tango (Argentina) con “A través del ruido”, así como el primer lugar en el concurso de cuentos de Navidad del Proyecto Sherezade con “Nochebuena Nochevieja”, posteriormente publicado en la revista Entorno universitario de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México.  También obtuvo el primer premio del concurso Terra Ignota (México) con “Náufragos”. Su cuento “Las muertes normales” fue grabado para el proyecto leerescuchando.com y seleccionado por la Universidad de Rennes, en Francia, para la enseñanza del español.




[1]   La guitarra era un instrumento musical utilizado por los romances para acompañarse en sus canciones.  Consistía en una caja de resonancia con un brazo, hechos de diversos tipos de árbol, con incrustaciones en bronce, acero y marfil.  De la caja de resonancia se ataban varias cuerdas de tripas de gato hasta el extremo libre del brazo y se tensaban con un mecanismo de engranes y perillas.  Las cuerdas se hacían vibrar golpeándolas con los dedos, con espinas de zarza o con arcos de pelo de caballo.  A pesar de que su interpretación requería una destreza excepcional, me parece que no sonaba tan mal y producía un rango de sonidos más o menos armónicos.  Actualmente lo más parecido en forma a una guitarra es la Estación Tundera en Argmagovia, además del ejemplar supuestamente genuino que se conserva en el Museo Bergovitz.


8/12/16

Camilo Retana - Challenger



Camilo Retana, comparte una breve selección de su poemario Challenger, para aquellos cosmonautas que lo quieran arriesgar todo después de esta probadita.




El viento que golpea tu cara

El viento que golpea tu cara       
no es un signo
de lo bien
que has hecho las cosas,             
tampoco
una premonición apocalíptica.  
Es solo el viento
que te golpea la cara.    

Pensás en eso
como quien arranca de sí
algún órgano
poco necesario.

Alguna vez
viste un pájaro morir.   
También has visto nieve.

Entre su boca y vos
estaba todo
lo que quisiste ser.



El sabor amargo de los días

El sabor amargo de los días,
la derrota que te lastima
como un beso en la boca.

Tenés algunos años más
que hace unos años.

Allá abajo,
unas calles después de la 45,
el paisaje del otoño
te recuerda
que no naciste aquí.

Desde arriba,
tu cuerpo mojado por las hojas
parece un nacimiento.



Las partículas subatómicas de la antimateria

Te declaré mi amor a oscuras
y en silencio.
Pero luego te besé desesperadamente.

Vos abriste la boca
como un niño pequeño
y pensé que esas fauces
serían capaces de engullirme.

Todo fue sucio,
veloz.

Te succioné un pecho de forma más bien triste.
De seguro nos veíamos tan precarios.

Y vos,
que eras la reina en muchas millas a la redonda,
parecías un cúmulo de antimateria
desorbitado,
confundido.

En vos busco a todas las mujeres
que alguna vez quise.



Z

Tuve que detenerme
y pensar:
Dios,
desde los cielos,
¿veía en la cruz
un punto iluminado?
¿veía dentro
de la cabeza sangrante
de su hijo?
¿veía acaso
la corona de espinas?

Tuve que detenerme
y preguntar:
¿alcanzaba Dios a ver
la inscripción
sobre el cuerpo mancillado
de su hijo?

Entonces fui Jesús crucificado
y encontré la nada.



El cosmonauta conocido

Todo hombre es sus pies,
el cansancio de sus pies.

Camino al Monte de los Olivos
como cualquier condenado.

Pregunto por qué me han abandonado
y no recibo respuesta.

Una mujer unta mis pies
con algo parecido
al nardo puro.
Enjuaga mis heridas
con su pelo.

Una mujer
limpia mis pecados.


En su llanto resucito.

Camilo Retana
Camilo Retana (1983). Es profesor e investigador en temas de filosofía, sexualidad, corporalidad y cultura en la Universidad de Costa Rica. En poesía ha publicado los libros Mala estirpe (Perro Azul, 2007) y Challenger (Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, 2016). En ensayo publicó los libros Pornografía: la tiranía de la mirada (Arlekín, 2008) y Las artimañas de la moda (Arlekín, 2015) y compiló Otros que levantan la mano (Arlekín, 2011). En coautoría con Helio Gallardo escribió asimismo dos pequeños volúmenes de intervención/discusión: La producción social del espacio: el acoso contra las mujeres (Antanaclasis Editores, 2016) y Sexualidades humanas: el abrazo diverso (Arlekín, 2016). Textos de su autoría, tanto en ensayo como en poesía, han sido compilados en diferentes antologías y compilaciones dentro y fuera de su país.



2/12/16

Al lector - Alfredo Cardona Peña



Un poema, "al lector" o ¿habrán poemas que no lo son? No importa, pues él mismo da la respuesta. Este poema cierra el poemario "Anillos en el tiempo" del maestro Alfredo Cardona Peña. Una oportunidad de refrescarnos con su poesía, Un vistazo a su torrencial obra.

AHORA que terminas de leer este libro él comienza a existir.
Más aún: desde el momento en que, curioso,
lo tomaste para hojearlo,
él comenzó a palpitar.
Algo sucedió en tu ánimo,
pues de lo contrario lo hubieras ignorado.
Te haré una confesión:
sucede que te lo fui dictando
para que lo escuches, lo apruebes
o lo abandones.
Porque tú no eres solamente mi amigo
sino mi noble oponente,
aquél para quien fueron reunidas
estas errabundas guirnaldas.
Si acaso te produjeron disentimiento,
marchítalas.
Pero si dentro de eso tan frágil y tan discutible
que es el sentido de la línea de un verso encontraste algo que verdaderamente impresionó tu espíritu, te ruego lo deposites un momento en la memoria
(pues al olvidarlo ella lo recordará
cuando menos lo pienses)
como quien corta una hierba aceptable
en un prado con muchas hojas.
Ese verso será tuyo.
"Ya no me pertenece", te diré al oído.
Mi esperanza consiste en imaginar
que nacerá en tu alma.

San José, Costa Rica. Enero de 1979


25/11/16

Ocho canciones de Leonard Cohen - Traducidas por Gustavo Solórzano-Alfaro (2008-2016)




Ocho canciones que son poemas, una pérdida que no es pérdida, una derrota que no es derrota. Una vez más Gustavo Solórzano-Alfaro colabora con el Signo roto y nos comparte sus notables traducciones, esta vez de Leonard Cohen, que recién se fue, pero se quedó entrañable en todos y todas.

Suzanne

Suzanne te lleva a su casa, cerca del río.
Podés escuchar los botes
y pasar la noche a su lado.
Vos sabés que está medio loca
pero por eso mismo querés quedarte.
Te alimenta con té y naranjas
que vienen desde China,
y justo cuando pretendés decirle
que no tenés amor para ofrecerle
te atrapa con sus ideas
y deja que el río responda
que siempre has sido su amante.

Y vos querés viajar con ella,
viajar a ciegas,
y sabés que confiará en vos
porque has tocado su verdadero cuerpo con tu mente.

Jesús fue un marinero
cuando caminó sobre las aguas.
Pasó mucho tiempo vigilando
desde su solitaria torre de madera,
y cuando estuvo seguro
de que solo los ahogados podían verlo
les dijo: “Todos los hombres serán marineros
hasta que el mar los libere”.
Pero él mismo estaba desecho,
mucho antes de que el cielo se abriera.
Olvidado, casi humano,
se hundió en tu sabiduría como una piedra.

Y vos querés viajar con Él,
viajar a ciegas,
y creés que a lo mejor confiarás en Él
porque ha tocado tu verdadero cuerpo con su mente.

Ahora Suzanne toma tu mano
y te lleva hacia el río.
Viste plumas y harapos
de los mostradores del Ejército de Salvación.
El sol se derrama como miel
sobre nuestra señora del puerto
y ella te enseña dónde mirar
entre la basura y las flores.
Hay héroes en las algas
y niños en la mañana
que buscan el amor
mientras Suzanne sostiene un espejo.

Y vos querés viajar con ella,
viajar a ciegas,
y sabés que confiará en vos
porque ha tocado tu verdadero cuerpo con su mente.


Famoso impermeable azul

Son las cuatro de la mañana,
a finales de diciembre.
Te estoy escribiendo ahora
solamente para saber si estás mejor.

Nueva York es frío,
pero me gusta donde vivo.
Hay música en la calle Clinton
durante todo el atardecer.

Escuché que estás construyendo una casita
en lo profundo del desierto
y que ahora no tenés mucho por qué vivir.
Espero que guardés al menos un recuerdo.

Sí, Jane vino con un mechón de tu cabello.
Dijo que vos se lo entregaste
la noche en que planeabas quitarte de en medio.
¿Alguna vez lo hiciste?

La última ocasión en que te vimos
lucías mucho más viejo.
Tu famoso impermeable azul
tenía una hombrera rasgada.

Fuiste a la estación
para esperar todos los trenes,
pero viniste a casa
sin Lili Marlene.

Y trataste a mi mujer
como si fuese apenas un trozo de tu vida,
aunque cuando ella regresó
ya no fuera la esposa de nadie.

Te veo ahí con una rosa en tus dientes,
como cualquier otro gitano delgado y ladrón.
Veo que Jane se despierta.
Te envía saludos.

Y qué te puedo decir,
mi hermano, mi asesino,
qué posibilidades tengo
siquiera de decir algo.

Supongo que te extraño,
supongo que te perdono.
Estoy contento
de que te atravesaras en mi camino.

Si alguna vez venís,
sea por Jean o por mí,
pues bien, tu enemigo está durmiendo
y su mujer es libre.

Sí, y gracias por la angustia
que borraste de sus ojos.
Pensé que estaba ahí para bien
así que nunca intenté arreglarla.

Y Jane vino con un mechón de tu cabello.
Dijo que vos se lo entregaste
la noche en que planeabas quitarte de en medio.

Con toda sinceridad,

L. Cohen


Hotel Chelsea #2

Te recuerdo claramente en el Hotel Chelsea.
Hablabas tan segura y tan dulce, 
pegándome una mamada en la cama desecha,
mientras las limusinas esperaban afuera.

Esas fueron las razones y esa fue New York,
corríamos por el dinero y por la carne.
Para los músicos eso era el amor,
y puede que aún lo sea para los que quedan.

Pero vos te escapaste, ¿no es cierto?
Le diste la espalda a la multitud.
Te escapaste y nunca te escuché decir:
“Te necesito, no te necesito,
te  necesito, no te necesito”
y todas esas necedades.

Te recuerdo muy bien en el Hotel Chelsea.
Vos ya eras famosa, tu corazón, una leyenda.
Me dijiste de nuevo que preferías hombres apuestos
pero que harías una excepción conmigo.

Apretaste el puño por aquellos como nosotros,
oprimidos por los cánones de la belleza.
Te arreglaste y dijiste: “Bueno, no importa,
seremos feos pero tenemos la música”.

Y no pretendo sugerir que fui quien más te amó.
No llevo la cuenta de todos mis amoríos.
Te recuerdo claramente en el Hotel Chelsea.
Eso es todo. Ni siquiera pienso en vos muy a menudo.


Aleluya

He escuchado que existía un acorde secreto
que David tocaba y que complacía al Señor,
pero a vos no te interesa mucho la música, ¿verdad?
Va así: la cuarta, la quinta,
la menor disminuida, la mayor aumentada
y el rey, confundido, compone su aleluya.

Tu fe era fuerte pero necesitabas una prueba.
La viste bañándose en el techo.
Su belleza y la luz de la luna te derrotaron.
Ella te ató a una silla de la cocina,
rompió tu trono, te cortó el cabello
y de tus labios extrajo el aleluya.

He estado aquí, conozco este cuarto,
he caminado por este piso,
solía vivir solo antes de conocerte.
He visto tu bandera en el arco de mármol.
El amor no es una marcha victoriosa
sino un aleluya roto y frío.
  
Hubo un tiempo en que me dejabas saber
realmente qué estaba sucediendo,
pero ahora no lo hacés más, ¿cierto?
Recordá que cuando me mudé con vos
el Espíritu Santo también lo hizo
y cada suspiro que dábamos era un aleluya

Tal vez haya un Dios en lo alto,
pero todo lo que he aprendido sobre el amor
ha sido como dispararle a alguien que te supera.
Esto no es un llanto que podás oír en la noche,
no es alguien que haya visto la luz,
es tan solo un aleluya roto y frío.

Decís que tomé el nombre de Dios en vano,
pero ni siquiera conozco ese nombre,
y aunque así fuese, de verdad, ¿qué tiene que ver con vos?
Hay un destello de gloria en cada palabra,
no importa lo que hayás escuchado,
si un aleluya roto o uno sagrado.

Hice lo mejor que pude, aunque no fuese mucho.
No podía sentir así que intenté acariciar.
He dicho la verdad, no he venido a engañarte.
Y aunque todo saliera mal,
me pararé frente al Señor de la Canción
y en mi lengua no habrá nada más que un aleluya.


El futuro

Devolveme mi noche rota,
mi cuarto de espejos, mi vida secreta,
aquí está muy solo,
no queda nadie para torturar.
Dame control absoluto
sobre cada ser vivo,
y acostate a mi lado, mujer,
¡es una orden!

Dame crack y sexo anal,
cortá el último árbol que queda
y metéselo en el culo
a tu cultura.
Devolveme el muro de Berlín,
a Stalin y a san Pablo.
Hermano, he visto el futuro:
es un asesinato

No sabés nada de mí,
nunca lo harás, nunca lo has hecho,
soy el pequeño judío
que escribió la Biblia.
He visto a las naciones levantarse y caer,
he oído sus historias,
las he escuchado todas,
pero el amor es el único motor para sobrevivir.

A tu siervo se le ha dicho
que lo diga fría y claramente:
“Esto se acabó, no va más”.
Y ahora que las ruedas
del cielo se detienen
sentís el látigo del diablo.
Preparate para el futuro:
es un asesinato.

El antiguo código occidental saltará en pedazos.
Tu vida privada explotará de pronto.
Habrá fantasmas,
hogueras en el camino,
y el hombre blanco estará bailando.
Verás a tu mujer colgando boca abajo,
con la cara cubierta por su vestido.
Todos los miserables poetuchos se acercarán
e intentarán sonar como Charlie Manson.
Y el hombre blanco estará bailando.

Devolveme el muro de Berlín,
a Stalin y a san Pablo.
Dame a Cristo
o repetí lo de Hiroshima.
Destruí otro feto,
de todas formas no nos gustan los niños.
He visto el futuro:
es un asesinato .

Las cosas se dispararán,
se dispararán en todas direcciones.
No habrá nada,
nada que podás volver a medir.
La ventisca,
la ventisca del mundo
ha cruzado el umbral
y ha invertido el mandato del alma.

Cuando ellos decían: “Arrepentite”,
me pregunto a qué se referían.


Esperando por el milagro

He estado esperando,
todo el día y toda la noche.
Se me pasó el tiempo
y desperdicié la mitad de mi vida.
Hubo muchas invitaciones
y sé que vos me enviaste algunas,
pero yo, yo estaba esperando,
esperando el milagro.

Sé que vos me amabas de verdad,
pero mirá, estaba atado de manos.
Sé que esto debió herirte,
sé que debió herir tu orgullo
pararte en mi ventana
con tu trompeta y tu tambor
y que yo estuviera ahí, nada más esperando,
esperando el milagro.

No creo que te guste,
no te gustaría este lugar.
No hay nada para entretenerse
y las sentencias son muy duras.
El director de orquesta dice que es Mozart
pero a mí me suena a musiquita cursi,
porque estoy esperando,
esperando el milagro.

Esperando el milagro
no queda nada más que hacer.
No he sido tan feliz desde que terminó
la segunda guerra mundial.

No queda nada más que hacer
cuando has sido engañado.
No queda nada más que hacer
cuando estás rogando por migajas.
No queda nada más que hacer
cuando tenés que seguir esperando,
esperando el milagro.

La otra noche
soñé con vos.
La mayor parte de tu cuerpo estaba desnudo
pero había una parte iluminada.
Las arenas del tiempo caían
de tus dedos y tus manos,
y vos, vos estabas esperando,
esperando el milagro.

Cariño, casémonos,
hemos estado solos muchos años.
Estemos solos juntos,
veamos si somos así de fuertes.
Sí, hagamos algo loco,
algo completamente equivocado
mientras estamos esperando,
esperando el milagro.

Cuando has caído en la carretera
y estás tirado en la lluvia
y te preguntan que cómo te está yendo,
por supuesto que dirás que no podés quejarte.
Y si te presionan por información,
ahí es cuando tenés que hacerte el tonto.
Solamente deciles que estás esperando
el milagro por venir.


Ligera como la brisa

Ella se posa desnuda frente a vos,
podés verla, probarla,
y se te entrega ligera como la brisa.
Podés bebértela o amamantarla,
no importa de qué forma la adorés
siempre y cuando sea de rodillas.

Así que me arrodillé en el delta,
en el alfa y en el omega,
en la cuna del río y de los mares.
Y como una bendición del cielo,
como por un segundo fui curado
y mi corazón estuvo en paz.

Cariño, he esperado
mucho por tus besos,
por que algo suceda,
algo como esto.

Sos débil y e inofensivo,
y dormís  sobre tu apero
y el viento sopla fuerte entre los árboles.
Y esto no es exactamente una prisión,
pero nunca serás perdonado por lo que sea
que hayás hecho con las llaves.

Está oscuro y nieva.
Amor mío, debo marcharme.
El río ha empezado a congelarse
y estoy harto de fingir.
Estoy desecho de tanto inclinarme,
de haber vivido tanto tiempo arrodillado.
Pero entonces ella baila con toda su gracia,
y tu corazón endurecido está lleno de odio,
y ella se desnuda pero solo para provocarte.
Vos te das la vuelta, asqueado,
por tu odio y por tu amor,
y ella se te acerca ligera como la brisa.

Hay sangre en todos los brazaletes,
podés verla, probarla.
Y vos le decís: “Por favor, cariño, por favor”.
Y ella te responde:
“Bebé con ganas, peregrino,
pero no te olvidés de que debajo
de esta resplandeciente camisa
todavía hay una mujer”.

Así que me arrodillé en el delta,
en el alfa y en el omega,
me arrodillé como un creyente.
Y como una bendición del cielo,
como por un segundo fui curado
y mi corazón estuvo en paz.


Debido a…

Debido a unas cuantas canciones
en las cuales hablé de su misterio,
las mujeres han sido
excepcionalmente amables
con mi vejez.
Ellas guardan un lugar secreto
en sus ocupadas vidas
y me llevan a él.
Luego se desnudan,
cada una a su manera,
y me dicen:
“Leonard, mirame,
mirame por última vez.”
Entonces se inclinan sobre la cama
y me cobijan
como a un bebé que tirita de frío.


Referencias

“Suzanne”. “Suzanne”, Songs of Leonard Cohen, 1967.
“Famoso impermeable azul”. “Famous Blue Raincoat”, Songs of Love and Hate, 1971.
“Hotel Chelsea # 2”. “Chelsea Hotel # 2”, New Skin for the Old Ceremony, 1974.
“Aleluya”. “Hallelujah”, Various Positions, 1984.
“El futuro”. “The Future”, The Future, 1992.
“Esperando el milagro”. “Waiting for the Miracle”, The Future, 1992.
“Ligera como la brisa”. “Light as the Breeze”, The Future, 1992.
“Because of”. “Debido a…”, Dear Heather, 2004.