19/12/12

El perro - Vladimir Chanchán



El perro semi hundido (detalle) Francisco de Goya

El perro
  
¡Cómo los elementos se endurecen!
La luz lunar, la peña como tiza,
en cuyo seno blanco ahora yacemos
Sucesos. Sylvia Plath


Saco una cerveza del refrigerador y salgo a la calle un rato. Veo a un perro en la terraza de la casa de enfrente. Está en medio de dos barrotes de la barandilla y mira con recelo a la calle.

Me acabo la cerveza, hago puño la lata y la dejo en la basura. Entro a la casa y me voy al sillón de la sala.

Enciendo la televisión y le pregunto a Sara por la cena. “A comenzar voy” me dice. Hago cálculos en mi cabeza y me doy tiempo para salir a fumar un cigarrillo. Le pregunto a Sara por la cajetilla y me dice que no sabe dónde la dejó.

Apenas la escucho y en eso la vi junto al control del televisor. La tomé y salí a la calle.

Enciendo el cigarro y veo pasar a una pareja con sus dos hijos. Los saludo, y el tipo me contesta con una sonrisa amable.

Veo la calle y de repente subo la mirada a la terraza de enfrente y veo otra vez al perro mirando la calle con el recelo más puro. Pero esta vez noto algo más; algo que no vi la otra vez: la tristeza de aquella imagen. Me da miedo, pues me doy cuenta que la tristeza está sumamente marcada en sus ojos.

El cigarrillo se consume por completo rápido, pero me quedo viendo por unos minutos más.

Tengo el impulso de ir a tocar la puerta, veo a ambos lados de la calle y no veo a nadie, entonces cruzo la calle. Toco la puerta de la casa, y el perro no se mueve. Ni siquiera nota que estoy tocando.

Nadie responde. Toco otra vez y sigue sin pasar nada. Le hablo al perro, le grito, pero tampoco responde. No puede notar nada. Se queda absorto mirando a la calle donde no pasa nada.
Sara sale de la casa. Lleva puesto un suéter que se acaba de poner, y trae otro en la mano derecha para mí. Me pregunta qué pasa, y le cuento lo del perro. Se queda sorprendida como yo, pero trata de dejarlo olvidado. “Ya está la cena servida” me dice. Me pone el suéter en el hombro y regresa a la casa.

Veo al perro por última vez; le aplaudo y nada.

Entro a la casa, y Sara no me pregunta ni yo le digo nada. Me doy cuenta que no es algo que quiero hablar. Cenamos y luego vemos la televisión por un rato.

Sara e dice que vayamos a la cama, que ya tiene sueño. Le respondo que está bien, apago la televisión y subimos.

Nos dormimos rápido, pero después de un rato me despierto sobresaltado. Unos nervudo ladrido me retumba en la cabeza. Luego otro, y otro, y otro más.

Me levanto de la cama y veo por la ventana, pero el perro ya no está. Bajo la mirada buscándolo pero tampoco está en la calle.

Entonces desde ese día ya no puedo salir de la casa, por los ladridos. Ustedes saben.

  

Vladimir Chanchán nació el 28 de Agosto de 1995. San Salvador, El Salvador. Escribe cuentos mientras se le queman los frijoles en la cacerola. Se gradúa del Colegio Externado de San José en 2012.

A veces se despierta en la tarde y se vuelve a dormir: http://frescodechan.wordpress.com/




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11/12/12

Catorce - Daniela S. Quintana



Catorce
   

Anita siempre me llevaba al banco para distraerse de lo que hiciera doña Ceci. A veces era cansado, sus manos en mis nalgas todo el día porque al parecer, eso lo toman como ofensa y a mí no me gusta que me ofendan; la verdad eso no era lo único, recuerdo las innumerables veces que me ensuciaba o cuando manchaba mi camisa de “U Rock” con la comida que, según ella, me haría crecer algún día.

Cuando entendió que yo era diferente, le dijo a doña Ceci que necesitaba una enagua. Era rosada con flores blancas y, con la misma tela, hicieron un lazo que iba en mi cabeza. No me sentía identificado pero parecía normal; especialmente cuando cada noche don Roger salía con esa pinta de su casa.

Ella me adoraba. Pasamos el tiempo explorando patios ajenos, jalándonos tortas, huyendo de chancletazos y abrazados para camuflar la gritadera de su tata, que un día el desgraciado ese me arrancó la enagua gritando cómo iba a andar yo así de playo. Lo raro es que a don Roger nunca le hizo nada parecido y tampoco entendí qué era lo que tenía contra el sol y la arena.

Por culpa de ese viejo barbudo doña Ceci y mi lindísima Anita terminaron agarradas del moño, ella los dejó en su peleadera y a mí empolvándome como testigo silencioso del salvajismo diario que los unía.
  

  
María Daniela Sánchez Quintana. (6 junio 1992) es otra de tantos estudiantes universitarios en transición.

La única vez que valió la pena como alumna fue cuando cursó un taller de escritura impartido por Anacristina Rossi; en la Universidad de Costa Rica como parte del bloque de Humanidades. A su vez participó en el taller Sobrescribir la ciudad con Timo Berger y actualmente es miembro del Taller Sin Nombre en Libros Duluoz.

Ninguno de sus textos ha sido publicado, ni premiado, ni es prestigioso en ningún ámbito.

Como mecanismo de defensa predilecto, escribe en su blog Aleatorio donde es mejor conocida como María Genérica.


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30/11/12

Patxi Irurzun - Dios nunca reza y ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! (Memorias de una estrella del porno – Amateur -) "Fragmentos"





¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!
(Memorias de una estrella del porno – Amateur -)
  

(...) yo ya no sabía, no discernía la realidad de los sueños, estaba en el séptimo cielo, y este era una fiesta de un pueblo de la Ribera de Navarra lleno de chicas morenas que se reían en voz muy alta, que se ponían brazos en jarras para cantar una jota y de la boca les salía un pajarico mientras la falda blanca de tablas les hacía pinza justo en la raja del culo, un culo duro y respingón como un pan de pueblo, y en la blusa se les marcaban los pezones igual que nueces, chicas que te llevaban a lo oscuro y te daban besos con lengua que sabían a zurracapote, o te la cascaban, sin dejar nunca de reírse, mientras sus novios hacían recortes a las vacas, chicas que te hacían una mamada sin sacarse la polla de la boca, y repitiendo despacito el nombre de su pueblo, Fustiñana, Cintruénigo, Ribaforada...

***
(...) mi polla era la polla de todos los muertos de hambre del mundo, de todos los enfermos y salidos, yo los alimentaba con fantasías, sanaba los carcinomas que habían hecho engordar la religión, la moral, el pudor, el rechazo, sí, mis películas interesaban a alguien, se convertían en objetos de culto, yo había nacido para eso, había nacido con ese don, aquella minga como una grúa, capaz de levantar toda la basura del mundo y arrojarla a la papelera (...)

***
Volví a buscarla la noche siguiente, y la otra, dejé de recorrer los sex-shop y de cantar en el metro, la acompañé bajo los puentes, a los descampados, se la metí por detrás mientras nos calentábamos en una fogata dentro de una casa en ruinas y dieciséis borrachas en el cofre del muerto se retiraban las telarañas de su coño, acaricié la cicatriz de su cabeza en un coche abandonado mientras le introducía un dedo de la otra mano en el culo y escarbaba toda su mierda acumulada en las tripas, mientras la oía gritar y cagarse en su padre, que la violaba con una botella de Ricard cuando solo tenía diez años, o tirarse pedos en la boca de su madre, que la quemaba con cigarrillos Gaulois para que amara ese dolor más que el de la polla paterna desgarrándole su ano núbil, la hice tragar fuego y lefa cada noche, hasta que pude conocer cada rincón de su interior, hasta que comprendí que en realidad, la sangre con la que había pintado las paredes de sus cuevas era igual a la mía, a la de cualquier ser humano, la amé hasta que no pude más, hasta que no pude enfangarme más, hasta que supe que debía de guardar algo de luz y de calor para mí, hasta que aprendí a amarme otra vez a mí mismo, y solo entonces la abandoné como a una perra vagabunda, después de haberle pasado la mano por el lomo, quizás ahora Juliette tenga otra cicatriz en la cabeza, como la que se hizo arrojándose desde un puente cuando otro devoró también su corazón como si fuera un plato caliente, solo para no morirse de hambre y de frío. Y tuve mucho miedo, todavía lo tengo, incluso aunque me encuentre a miles de kilómetros de París, en Bangkok, en Manila, en México DF, de que sus ojos como lanzallamas vuelvan a buscarme, entre la multitud, para convertirme en ceniza.

Tomado de ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!. Patxi Irurzun (Eutelequia, Madrid, 2011)


  

Dios nunca reza


Sábado 6 de septiembre de 2008
  
Me ha pillado desprevenido, mientras conducía, ha encontrado el hueco a través de la armadura, ha pinchado en blando, y he comenzado a llorar como un tonto. Forever young, de Bob Dylan, en la radio. Ni siquiera sé qué dice exactamente la letra, a mí la canción me ha dicho que cuando dejas de ser un niño la vida sigue siendo un cuarto lleno de cajas por desembalar, pero que a menudo estas explotan en la cara al abrirlas, te dejan ciego, te amputan las manos, o hacen que tú las sientas amputadas, que no quieras mirar hacia delante, que tengas miedo a seguir abriendo cajas, a encontrarte dentro de ellas cadáveres despedazados, trozos de ti mismo; me ha dicho también que yo tengo una habitación llena de cajas, en una casa nueva, pero que ni eso, ni la mudanza cambiarán nada, no tendré ninguna sorpresa cuando las vacíe, me encontraré lo mismo que tenía antes; que, sin embargo, mis armas deben ser la perseverancia, no ceder espacios a la sustancia gris y viscosa, que debo seguir combatiéndola, poniendo diques, leer un libro, escuchar un disco de vez en cuando, escribir unas líneas cada noche, aunque me pesen los párpados, esté agotado y malhumorado, como ahora, sentir que esa es mi pelea, y que no me van a tumbar nunca, que puede que esté equivocado, solo sea un boxeador sonado, pero no me importa, seguiré siendo joven, por siempre joven, si sigo peleando, aunque sea contra el viento.

Y he recordado también la última vez que escuché esa canción -tal vez esa ha sido la fisura que esta ha encontrado para herirme-, fue en una proyección de diapositivas que nos hizo en el trabajo Iñaki Otxoa de Olza, el montañero que falleció hace unos meses en el Himalaya. Le invitó un compañero, amigo íntimo del alpinista, un compañero que lo único que pretendía era que mi jefe se rascara el bolsillo, para la siguiente expedición de Iñaki (por supuesto, mi jefe no lo hizo, aunque luego, cuando él murió, se sumó al coro de plañideras y escribimos en la revista un artículo muy emotivo, mencionando los proyectos que el montañero tenía en mente -un artículo que ni siquiera escribió su amigo, mi compañero, porque lo acababan de despedir-).

El caso es que Iñaki nos habló de sus sueños, de lo que significaba para él la montaña, de los compañeros que había visto caer desde el techo del mundo, de las veces que él había estado a punto de hacerlo y cómo se había levantado. Yo le escuché con cierta desconfianza, nunca me ha atraído el frío, la nieve, el sufrimiento como superación, desafiar a la muerte por placer, cuando hay tanta gente que tiene que pelear por no perder la vida cada día. "¿Qué significan esos aros que llevas en las orejas, cada uno es un ochomil?" fue lo único que se me ocurrió preguntarle. Iñaki dijo: "no, en realidad no significan nada, simplemente me gusta llevarlos, sirven para definirme, para que determinadas personas vean que no tengo nada que ver con ellas", contestó. Para definirse, posicionarse, enfrentarse, ponerse en guardia frente a los enemigos... Esas eran sus armas.

Iñaki era un rebelde, sin nómina, ni hipoteca, que eligió no solo su propia vida, también su propia muerte. Uno puede morirse, en realidad, de muchas maneras, muerto de asco a causa de un trabajo seguro pero que odia, muerto de soledad en mitad de una ciudad repleta de muertos, muerto de puta casualidad (un accidente, cualquier loco que se cruza en tu vida...) un día cuando menos te lo esperas, muerto mientras observas tus miembros, tu cabeza, tu corazón despedazados en varias cajas de cartón, sin saber que estás muerto... Iñaki murió muy cerca del cielo, o al menos muy lejos de la tierra, a 7.400 metros, en el Annapurna, y allá se va a quedar para siempre. Como quería. La mayoría de las personas nunca podrán hacer esa elección, y probablemente yo sea una de esas personas, pero al oír Forever Young me he sentido -por una vez- orgulloso de mí mismo, de no haberme rendido -y saber que nunca lo haré ya- de no haber dejado de luchar, ni de esperar algo mejor para mí y, ahora, también para mis hijos; orgulloso de no haber bajado nunca la guardia, ni arrojado la toalla para mis sueños, de no haberme apartado jamás de este camino, largo y tortuoso, pero que yo mismo he elegido y he trazado.

Tomado de “Dios nunca reza”. Patxi Irurzun. (Alberdania, Irún, 2011)

   

Patxi Irurzun (Pamplona, 1969), es autor de los libros de cuentos 'Ajuste de cuentos', 'Cuentos de color gris', 'Cuentos sanfermineros', 'El cangrejo valiente' y 'La polla más grande del mundo', las novelas 'Cuestión de supervivencia', 'Ciudad Retrete' y 'Odio enamorado' y el libro de viajes 'Atrapados en el paraíso', sobre su viaje al vertedero de Payatas (Manila) y a Papúa Nueva Guinea. Ha escrito además varias biografías para niños (Beethoven , Franklin, Mozart... ) y la colección "Érase una vez en Navarra".

Cuentos y reportajes con su firma han aparecido en diferentes medios: El Canto de la Tripulación, El Europeo, Rolling Stone, La Jornada de México, Dominical, Mono Gráfico, Gara, ADN, Vinalia Trippers... Actualmente tiene una popular colaboración humorística en la revista Guía del niño, donde habla de sus aventuras como padre.

Ha ganado diferentes premios, como "El Viajero", de El País-Aguilar, el "Ciudad de Palencia", el Certamen de textos teatrales sobre San Fermín (con una adaptación de su cuento Fiambre, estrenada en el Teatro Gayarre) o el Francisco Yndurain de las letras para autores jóvenes, y sido finalista en otros como el 'Desnivel 'o el 'Libro deportivo Marca'. Ha participado en diferentes antologías, como 'Golpes', 'Tripulantes', 'Beatitud', 'Viscerales', 'Nadando contracorriente' o 'Cuentos de fútbol' (en italiano, idioma al que también se han traducido varios de sus cuentos). Junto con Vicente Muñoz ha coordinado el libro de homenaje a Bukowski, Resaca/Hank Over' (y ambos mantienen el blog homónimo) y con Esteban Gutiérrez 'Baco' 'Simpatía por el relato. Antología de cuentos escritos por rockeros'. Acaba de publicar su diario 'Dios nunca reza' y la novela '¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno -amateur-'. En los años 90 fue editor del referencial y pionero fanzine literario digital Borraska. Mantiene varios blogs entre los que destaca Ajuste de cuentos .




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21/11/12

Las Posesiones de Carlos Alvarado



Con “Las Posesiones”, Carlos Alvarado nos entrega su segunda novela impresa, esta vez por Uruk Editores. Antes había publicado “Transcripciones Infieles” (Cuento. Ediciones Perro Azul. 2006) y “La Historia de Cornelius Brown” (Novela, Editorial Costa Rica. 2007) ganadora del certamen Joven Creación 2006.

Las Posesiones narra la vida en pareja de Ana y Samuel, y cómo sus vidas se vinculan con algunos hechos de la Guerra Civil de 1948 y los Campos de internamiento en Costa Rica durante la Segunda Guerra Mundial. La obra está dividida en tres partes, hagamos un repaso sobre su contenido.


1. A manera de sinopsis

La primera parte, “Posesiones y pesadillas”. Ana ha recibido una carta suscrita por Marcos Arias[i] su progenitor a quien no conoció nunca y recién ha fallecido, la carta tiene más de 60 años, su contenido es una  “confesión de remordimientos” (pág. 22)  no comprende el propósito de ésta y le inquieta. Su esposo Samuel intenta quemar la carta, pero algo hace desistir a ambos (caps. 1-2).

Pasan los días, es 28 de enero, tercer aniversario de bodas de Ana y Samuel, improvisan una cena en casa. El aparente olvido de Ana de la efeméride y un fuerte dolor de encía de ella opacan la cena. (Cap. 3). El dolor de encía persiste y Ana visita a un médico dentista que le realiza una cirugía (Cap. 4).

Un día después Ana decide convalecer en casa. Tras haber evadido las llamadas de su media hermana Doris, acuerdan una cita en la que ésta le avisa que al día siguiente se llevará a cabo el proceso sucesorio de su padre y Ana está convocada. Mientras tanto, Samuel se tomó la tarde libre para realizar una pesquisa en internet y luego en la biblioteca relacionada con la carta[ii]. (cap.5). Esa noche Ana tiene una pesadilla. (Cap. 6).

Al día siguiente Ana y Samuel llegan al despacho donde será la lectura del testamento, Ana hereda una suma en efectivo y una vieja casa en el centro de San José en avenida 10. Por intervención de su esposo pospone la firma de aceptación para tener tiempo de releer los documentos. (Cap. 6)

Pasan los meses, es mayo. Samuel ha hecho planes para construir una casa fuera del centro. Con algo de resentimiento por no haber sido consultada y por tener que posponer su embarazo Ana accede, y prevén trasladarse a la vieja casa heredada mientras dure la construcción de la nueva. Ana recibe una llamada de Apolíneo Brenes quien estuvo en la audiencia de la herencia, éste la invita a visitarle para hablar algo importante con ella. Ya en casa de Apolíneo, éste le revela a Ana que fue él quien le envió la carta de Marcos Arias, además, le hace entrega de un Baúl con más documentos; pese a la indiferencia,  Ana carga con el baúl, en casa advierte a Samuel para que no lo abra. (Cap. 7). Esa noche Ana tiene otra pesadilla (Cap. 8).

Por esos días Ana visita a su media hermana Doris, platican de asuntos diversos, en especial sobre sus madres y la forma que afrontaron su relación con Marcos Arias, una como esposa, la otra como amante. (Cap. 9).

Un domingo Ana y Samuel dan un paseo a la Sabana, los sorprende un aguacero y escampan en la soda Tapia y platican sobre el monumento a León Cortés, Ana le afirma que hay otro monumento del ex presidente, Samuel duda, hacen una apuesta, si Ana gana discutirán sobre su anhelado embarazo, sino Samuel podrá conocer el contenido del Baúl, Ana conduce a Samuel hasta el Cementerio Obrero donde le muestra la monumental sepultura de Cortés. Ahí tienen un encuentro con un peón del lugar que habla sobre espíritus y profanadores de tumbas, al llegar a su casa, Samuel sufre un súbito ataque, en medio de éste pronuncia un nombre: Beatriz, pidiéndole que responda a sus cartas. (Cap. 10).

La segunda parte de la novela “La culpa que durmió en Cristal City” comienza con una carta escrita en 1942 por un tal Stefan dirigida a una Beatriz, es una carta desde la cárcel, pide a su destinataria que espere, que no le visite ni se exponga por él hasta que todo se aclare, y le encomienda a que acuda a Marcos ante cualquier necesidad. (Cap. 1).

Una voz en primera persona, un sujeto que recuerda vagamente su primera comunión, y de ese día un evento en especial. (Cap. 2).

Otra carta de Stefan a Beatriz, narra sus amarguras en la cárcel, su traslado a un improvisado Campo de internamiento en el que fuera el Club Alemán, son detenidos políticos: alemanes, italianos y japoneses considerados enemigos en la coyuntura del momento, la gran guerra en Europa (Cap. 3).

Tras el ataque de Samuel están él y Ana en un hospital, se entrevistan con un médico. Ana está molesta con Samuel y éste quiere saber qué dijo durante el episodio, Ana le dice que no dejaba de repetir el nombre de una mujer, Samuel con la intención de aclararlo le confiesa que antes había abierto el Baúl que Apolíneo Brenes le dio a Ana. (Cap. 4).

Más cartas de Stefan Schmitz, una de ellas a su amigo y socio Marcos Arias. (Cap. 5). Tres cartas más a su amada Beatriz, confiesa su temor a la deportación, ha transferido todos sus bienes a Marcos Arias para que la Junta de Custodia de Propiedad Enemiga no los alcance. (Caps. 6, 7 y 8).

Continúa la discusión entre Ana y Samuel, ella le reprocha haber abierto el baúl, y ocultado su padecimiento, Samuel ha ido indagando la correspondencia de Stefan Schmitz con Beatriz y Marcos Arias. (Cap. 9).

Stefan es finalmente deportado a los EE.UU, permanece en Cristal City y posteriormente en Camp Kenedy. Confronta a Marcos Arias y avisa su propósito de regresar muy pronto a Costa Rica por los medios que sea. (Caps. 10, 11, 12, 13 y 14).

La voz en primera persona describe ese recuerdo de la infancia; un desfile alegre y triste a la vez. Ha visitado a su madre para constatar que verdaderamente sucedió. (Cap. 15).

En la tercera parte de la novela,  “El tiempo y la sangre”, Ana conoce el contenido de las cartas guardadas en el baúl, Samuel le habla del compromiso y la obligación de dar a conocerlo a los implicados, pero Ana prefiere esperar hasta que tengan la “fotografía clara” (pág. 174) y deciden acudir a Apolíneo Brenes. (Cap. 1).

La voz en primera persona de la segunda parte corresponde a Gerhard, su relato transcurre en Alemania. Va de visita donde su madre para preguntarle por su recuerdo infantil, su madre no recuerda ningún evento especial ese día de la primera comunión de Gerhard, pero le hace entrega de un viejo álbum familiar y un viejo cuaderno que había pertenecido a su abuelo quien desapareció luego de embarazar a la abuela. (Cap. 2).

El viejo cuaderno contiene el relato de la deportación de Stefan hacia Alemania, sus penurias y hambrunas en ese país devastado por la guerra, ahí conocerá a Ute, la abuela de Gerhard, juntos sobrevivirán a los horrores, su relación será fugaz, Stefan está determinado en regresar a Costa Rica por los medios que sean. A Gerhard le indigna la acción de Stefan, al final del cuaderno logra calcar la huella de un último mensaje cuya hoja fue arrancada, es un mensaje de despedida.[iii] (Caps. 3 y 4).

Ana y Samuel se entrevistan con Apolíneo Brenes, éste relata algunos hechos y circunstancias de la Guerra Civil del 48 y cómo conoció a Marcos Arias en la batalla del Tejar; la noche previa era Marcos quien presa del miedo y atacado por el remordimiento escribe y confiesa a Apolíneo la traición hacia su amigo y socio, al día siguiente tras el combate será Marcos Arias quien ahora salve la vida de Apolíneo cuando dispare contra los hombres que le atacaban. Esto sellará el secreto entre ambos. (Caps. 5 y 6).

Gerhard descubre finalmente en una biblioteca que aquel recuerdo de la infancia correspondía al desfile fúnebre, carnavalesco y espectacular de Henrich Böll. (Cap. 7).

Samuel y su primo Moshé, tienen un escrupuloso diálogo sobre la vida y la humanidad (Cap. 8).

Ana está embarazada y ya vive en su nueva casa. Va de visita donde su media hermana Doris, y tiene la oportunidad de conocer a Beatriz, la madre de Doris y la amada de Stefan, anciana y enferma de alzheimer, pese a ello Ana aprovecha para decirle furtivamente que su Stefan siempre la amó. (Cap. 9).

Epílogo. Al parecer, últimos pensamientos de Stefan. (Cap. 10).


2. Cuando las posesiones pasan de mano en mano…

Las posesiones que dan título a esta novela, no son propiamente aquellas posesiones demoniacas, ni de almas en pena. No olvidemos que el único evento que alude a la posesión de un espíritu es el ataque de Samuel en la primera parte; (pág.121) en adelante, tanto el autor como sus personajes razonan y se refieren al evento como eso: un ataque. Quizás Ana dude por un momento, (págs.136 y 137, 148) pero al final, de lo que sí está convencida es que Samuel le ha ocultado la verdad sobre una terrible enfermedad congénita que contagiaría a su progenie, (pag.144) lo cual resulta por demás exagerado, dos ataques aislados a lo largo de la vida de Samuel no dan para tanto. (pág.137)

En este caso las posesiones a las que sí alude la novela son de otro tipo. En efecto, hay un enorme patrimonio que Stefan Schmitz posee y ha transferido a su amigo Marcos Arias para protegerlo, la traición de éste dará con la cárcel, la deportación y la muerte de su amigo. Marcos Arias también lo ha despojado de la más valiosa de sus posesiones: el amor de Beatriz. Tras la muerte de Marcos Arias, sus bienes serán repartidos entre sus familiares. (cap.6)

De su progenitor, Ana no ha heredado una casa y una suma de dinero nada más, (pág. 65) sabe que ha heredado unos genes, una sangre sucia (pág. 23) y ahora Ana ha recibido una carta, (pág. 15) un baúl (I Parte, cap. 7) y las confesiones de Apolíneo Brenes (III Parte, caps. 5 y 6), que contienen la más valiosa posesión de Marcos Arias: sus secretos.

Para Ana, ¿quién fue Marcos Arias, y qué hizo con su vida?, no le importa en lo absoluto (págs.83 y 85); de todo lo que se enterará después será el resultado de la curiosidad de su esposo. (II Parte, cap.9) y las insistentes confesiones de Apolíneo Brenes.

De alguna manera, la actitud de Ana se ha asociado con esa otra tan socorrida por la idiosincrasia costarricense: la del olvido, la de tener una flaca memoria histórica, o bien de maquillarla a su antojo. Como el grueso de la sociedad costarricense, a Ana no le interesa saber, no quiere saber, pero sabe que hay algo tras de sí, y ello puede ser ignorado, olvidado y negado. También hay otro rasgo de esa idiosincrasia costarricense en el capítulo 1 de la tercera parte que recuerda aquella máxima: “Esperar a que se aclaren los nublados del día” cuando Ana, antes de cualquier compromiso prefiere tener “la fotografía clara” (pág. 174) o dicho de otro modo, “antes de tomar cualquier riesgo, esperemos a ver qué pasa o qué hacen los otros”. Pero hasta aquí las analogías, no se puede generalizar la situación particular de un sujeto con la idiosincrasia de una nación, esta novela no está construida sobre esos arquetipos.

Contrario a Ana, Samuel quiere saber, explorar, no le basta con ir revelando los hechos desnudos y desea explicaciones que le den sentido a estos, asumir una obligación ante ellos. ¿Qué vamos a hacer con la cuota de responsabilidad que nos toca? (pág.172) Finalmente Samuel no hará nada, será más bien Ana quien tenga ese atisbo de compromiso cuando en una melodramática escena Ana le revele a Beatriz (la amada de Stefan, ya en la senectud y enferma de alzheimer) que su Stefan nunca dejó de amarla, (III Parte cap.9) tampoco se da ese compromiso en el caso Gerhard el nieto de Stefan, quien sólo iba tras un recuerdo infantil, donde, con igual melodrama su madre le cuenta que su abuela decía sobre él que le recordaba el amor de su vida. (pág. 223).


3. Volver la mirada en tiempos de paz

Pongamos ahora el énfasis en lo que la novela, desde su portada se propone hablarnos “los campos de internamiento en Costa Rica y EE.UU. durante la segunda Guerra Mundial”. No se trata de una página oscura y oculta de nuestra historia, pero sí, poco conocida, poco honrosa. Costa Rica como el resto de países de América Latina, entraron a la guerra jugando un importante papel estratégico: mientras se libraran las batallas en Europa y el Pacífico asiático, nuestras naciones tomaron postura y fueron proveedores de alimentos, y materias primas para los “Aliados” con significativas ventajas para sus economías, y cuyo compromiso exigía el cumplimento de diversas  medidas, tal es el caso de la confiscación de bienes, propiedades y el confinamiento de los ciudadanos de las naciones enemigas, Alemania, Italia y Japón. Al respecto nos cuenta Aguilar Bulgareli en su libro Costa Rica y sus hechos políticos de 1948:

“Por otra parte, el gobierno también abusó en lo referente a su actitud con los nacionales de los países a los que había declarado la guerra. Sus bienes  fueron tomados en custodia por el gobierno y las personas enviadas a campos de concentración en Costa Rica y en los Estados Unidos. No criticamos el hecho de aislar a esas personas del medio costarricense, puede suponerse una muy remota intervención contra el gobierno del país. Lo que sí no tienen justificación alguna, es la intervención que se hizo de sus bienes, ya que en muchas oportunidades, las custodias quedaron en manos de personas que no velaron correctamente por los bienes a su cargo. Y más aun, hubo algunos casos en que se valieron de ello para hacer su propia fortuna.”[iv]

Muchos ciudadanos de esos países, con el fin de evitar la confiscación de sus bienes por parte del gobierno transfirieron estos a sus socios, parientes y amigos costarricenses para que una vez pasado el conflicto les fueran restituidos, y así fue, pero no en todos los casos. La novela de Alvarado nos narra una de esas excepciones: la traición de Marcos Arias contra su amigo Stefan Schmitz un costarricense hijo de inmigrantes alemanes.

Sin duda, la narración epistolar sobre la tragedia y sinsabores de Stefan Schmitz son el punto alto de la novela, logran por sí mismas crear una atmósfera convincente, capaz de transportarnos al lugar y tiempo en que se escriben las cartas. Por otro lado, es inevitable sentirse defraudado por ser precisamente la narración epistolar y sus circunstancias las más escasas, centrándose mayormente en la vida cotidiana de Ana y Samuel, en este sentido es evidente el uso y abuso de algunos recursos narrativos como la analepsis, el racconto, la glosa erudita, sueños, descripciones, redundancias y hasta caprichosos modismos en el uso del lenguaje, como comentaremos enseguida.


4. Composición

Para ir juntando los hilos que unen las vidas de unos personajes distantes en el tiempo y el espacio, Alvarado ha recurrido a un nutrido número de recursos narrativos, veamos algunos.

La analepsis.  Utilizada especialmente en lo que tiene que ver con Ana y Samuel: “La vela y entierro de Marcos Arias” (Primera Parte, Cap. 1), la “Boda de Ana y Samuel” (Primera Parte, Cap. 3), “Cuando Ana y Samuel se conocieron” (Primera Parte, Cap. 5), “De la juventud de Ana y una relación con un hombre casado” (Primera Parte, Cap. 8)

La glosa erudita. Insertada de manera arbitraria y poco pertinente como son los casos sobre “la dinámica económica y las flores para difuntos” (pág. 16), o la tediosa explicación sobre “la ley de Engel” (págs. 63-65). Luego vienen otras de tipo histórico, como la relacionada con León Cortés (págs. 102-104) la cual rompe abruptamente con el diálogo que llevan Ana y Samuel, y que luego el autor pretende fue recitada de memoria por el segundo, en todo caso, es poco lo que aporta e ignoramos por qué la falta de sutileza en a la hora de insertar referencias, lo mismo ocurre en el capítulos 5 y en parte del 6 de la tercera parte que son propiamente raccontos sobre episodios de la Guerra Civil del 48; estas últimas caen en un claro pedagogismo, donde se ha sacrificado la posibilidad de recrearlas literariamente.

La descripción. En la que se abusa a lo largo de toda la novela con detalles irrelevantes que ralentizan la acción, podríamos citar ejemplos como:

“Ana sacó los fósforos de la gaveta y encendió una candela que despedía una tenue fragancia a canela. Al inicio, la vela en ocasiones incurría en una combustión imperfecta que por instantes hacía despedir en la llama un humillo grisáceo, que a los segundos logró regularse.” (pág. 32).

Ó

“Ana cerró la revista que leía, se levantó del sillón donde estaba y se desplazó hacia su cartera, la cual hurgó para encontrar el aparato móvil que sonaba.” (pág. 45).

Extenuantes son los pasajes donde se describen sillas, maquillaje, vestidos y un sinnúmero de detalles en capítulos como:

El capítulo 4, primera parte, cuando Ana visita a un dentista, todo el capítulo no tendrá la menor relación ni importancia con el núcleo de la acción, incluso se comete el error de cambiar el sexo del asistente dental, primero es hombre: un asistente ingresó al recinto y le colocó una especie de babero desechable” (pág. 36), luego es mujer: “se tragaba involuntariamente un sabor amargo que por alguna razón se le iba entre la saliva que el aparato que sostenía la asistente no succionaba” (pág. 38) y luego vuelve a ser hombre “pasó al escritorio donde el asistente le hizo una demostración de cepillado…” (pág. 39).

En el capítulo 5, primera parte, cuando Doris espera a Ana para tomar café en un mall (pags.46, 47 y 48.)

En el capítulo 6 de la primera parte durante la recepción y lectura del testamento de Marcos Arias, los detalles y reiteraciones se hacen insoportables, plagados de juicios de valor donde está claro que el autor quiere ridiculizar a los herederos de Marcos Arias logrando apenas unas caricaturas de ellos, por ejemplo a una personaje la describe “parecía un payaso fino” (pág. 59), “… la que se pintaba como payasa de alcurnia.” (pág. 67), “No hay nada que cuestionar – sentenció la hermana mayor, la payasa.” (pag.68)  como si una vez no fuera suficiente. Ana y Samuel se repiten así mismos “nos quieren ver la cara de tontos” en tres ocasiones (págs. 66, 68 y 71) aunque jamás se logra intuir el por qué.

En el capítulo 7 de la primera parte en la entrevista entre Apolíneo Brenes y Ana, el diálogo resulta en un juego de rodeos y sofismas que parecen ir a ninguna parte, al final, resulta forzado que Ana reciba y cargue con el baúl que contiene los secretos de Marcos Arias, por los que no siente interés.

En el capítulo 10 de la primera parte se hace una detalladísima descripción de la casa en Avenida 10 (págs. 116-118).

A lo largo de la novela observamos problemas de estilo tales como redundancias, inconsistencias, contradicciones y falsas expectativas en la trama. Algunas no son más que descuido, resultado de ese afán por sobrescribir y decorarlo todo y llenarlo de palabras y palabras, al parecer el autor no vio estas faltas durante la etapa de corrección y edición del texto. Veamos algunas de ellas:

Redundancias:

El espacio se estrujaba por la incesante entrada de arreglos florales contratados. […] El espacio se estrechaba entre los arreglos de flores que escoltaban al ataúd de madera brillante.” (págs. 16 y 17).

“no se quedaron más que para la oración final del cura y para el empujón del ataúd dentro de una bóveda del cementerio privado. Mientras la gente se iba, los obreros cubrían el orificio por donde se introdujo el cajón en la bóveda…” (pág. 18).

“La reacción inicial de Ana no fue del todo positiva. Resintió el hecho de que Samuel hubiera estado maquinando todo el cambio sin haberle compartido idea alguna y que él solo quisiera montar toda la maniobra para luego únicamente solicitar su opinión y aprobación, sin hacerla partícipe de aquello. Para este plan tan importante no habían operado como un equipo y eso Ana lo resintió profundamente.” (Pag. 74).

“Lo que usted me dice me reafirma que tengo la razón y que debo hacer lo que pienso es lo correcto” (pág. 83).

También encontramos pasajes enteros reiterativos, como una especie de deja vu, uno de ellos está en el capítulo nueve de la primera parte, cuando Ana y Samuel se encuentran en el Cementerio Obrero y platican con el sepulturero en alusión al nombre del perrito faldero que le sigue.

“- Nauseas es un nombre raro para un perrito – cuestionó Samuel, escéptico.
- Yo sé, empezó como un chiste para asustar a la gente cuando lo llamaba. También por ser un perrillo hediondo. Pero me encariñé mucho y después no respondió a ningún otro nombre.” (pág. 114).

Pero más adelante, en el mismo capítulo, Samuel le dice a Ana:

“… Además debe ser el cuento que anda regando para meter miedo y para que la gente deje tranquilo el lugar. ¡Qué más prueba que le ponga al perro Nauseas! – razonó Samuel.” (pág. 120).

Y queda hecha pedazos la perspicacia de Samuel, pues momentos antes, el sepulturero se lo había dicho y el ahora lo repite como si se tratara de un hallazgo. Otra reiteración es el siguiente párrafo colmado de un patético pesimismo en alusión al pedido de Ana respecto a la maternidad:

“Samuel sabía que este era un tema del que no se podía escapar. Debía enfrentar la petición de Ana, pero sobre todo debía enfrentar sus miedos. Sus miedos a un hijo discapacitado o enfermo, a un hijo potencialmente miserable, a un hijo que tenía toda la posibilidad a pertenecer a la última generación de humanos en la tierra, los que estaban destinados a ver el fin. No quería pensar en eso.” (pág. 172).

Y en el capítulo 8 de la tercera parte mientras Samuel dialoga con su primo Moshé, el autor nos vuelve a repetir de manera idéntica:

“el miedo de procrear a un hijo con su misma condición neurológica o peor aún, con un cuadro más pronunciado, y el recelo de que naciera en un mundo egoísta y utilitario como el que sentía que le rodeaba. Un mundo, no de guerra termonuclear, sino de cambio climático, escasez de agua y alimentos, de catástrofes naturales y demás calamidades apocalípticas.” (pág.224).

El problema con esto último es su falta de coherencia en la novela, el ascetismo escatológico de Samuel desaparece súbitamente en el capítulo siguiente: su mujer ya está embarazada (pág. 228), viven en una casa nueva en las faldas del Zurquí (pág. 228), tienen una oferta para vender la casa de Avenida 10 (pág. 229), en fin, mucho parloteo del medroso personaje que tampoco renuncia a su vocación pequeñoburguesa. El problema con esto es que la novela crea  falsas expectativas, hay tres que nos parece importante señalar: la primera durante “la lectura y firma de la herencia de Marcos Arias” donde los personajes no dejan de afirmar que están siendo timados, pese a ello y que más tarde Moshé, el primo de Samuel lo congratula nunca llegamos a comprender en qué consistía la “tomadura de pelo”, la segunda  “De la responsabilidad histórica con la verdad” en la que uno llega a pensar que Ana y Samuel verdaderamente restituirán la verdad para los descendientes (de Marcos y Stefan) que se cruzarán más destinos, pero tampoco ocurre y  la tercera sobre la supuesta “enfermedad congénita de Samuel” la cual jamás nos llega a convencer que padezca.

Inconsistencias: en expresiones como “Ana rompió el silencio” (pág. 21) cuando está en pleno diálogo con Samuel; la expresión se vuelve a repetir, al menos de manera más afortunada en la página 136, donde esta vez, efectivamente, Ana sí rompe el silencio.

Contradicciones: como la que se da en las cartas entre Stefan y Beatriz, en la primera de ellas (pág.127). “Si ya fueras mi esposa, te lo ordenaría, pero como ese tan esperado día ha quedado por ahora pospuesto, solo te lo puedo rogar” y en la siguiente carta dice: “tomados del brazo, ya como casados.” (pág. 133) donde se quiere dar a entender en sentido figurado, pero no está redactado de esa manera.

Finalmente, quería llamar la atención sobre el uso caprichoso de “en veces”[v], el cual a nuestro entender es propio del habla coloquial y no en el contexto en que es empleado por Alvarado hasta  en cinco ocasiones a lo largo de la novela:

“El se conocía y sabía que su humor era en veces la forma de eludir la ansiedad o el miedo” (pág. 57).

“desaparecía por temporadas, y reaparecía en veces cariñoso y necesitado, en veces violento.” (pág. 97).

“Fue hasta que crecí y me hice más viejo que comprendí que en veces ella y yo competíamos por su afecto” (pág. 178).

“En el Partido nos enterábamos de todo esto, en veces sabíamos más que el propio Gobierno de Calderón” (pág. 194).

“El ejército del Gobierno era manejado con una incompetencia que en veces nos hacía preguntarnos si en verdad querían detener el levantamiento” (pág. 200).


5. Concluyendo

Al finalizar el capítulo 6 de la tercera parte, prácticamente todo sobre el asunto de los campos de internamiento, sobre Marcos Arias y Stefan Schmitz está resuelto, lo que resta de la novela ya no genera mayor interés, especialmente el capítulo 8, ese curioso diálogo entre Samuel y su primo Moché, el cual parece un intento desmesurado del autor por aleccionarnos e indicarnos lo que deberíamos aprender de esta novela.

Pero no son moralejas lo que nos queda después de la lectura de Las Posesiones, en realidad nos quedan dudas, nos irrita la obstinada pasividad de Beatriz que no parece sospechar ni darse cuenta de nada, incluso Ute parece ser su reflejo. No nos convencen las razones del silencio de Apolíneo ni por qué al final se decide por revelar esa verdad que resulta tan importante para él y que fue cómplice en ocultar, ¿Por qué revelarla  a Ana y no a cualquier otro hijo, hija, nieto nieta de Marcos Arias? Sus explicaciones no satisfacen.

En general, en Las Posesiones, resulta tedioso ese estilo sobre-elaborado, esa obsesión por describir minucias, por dilatar inútilmente la acción; nos parece mala idea intentar crear suspenso mediante rodeos y rodeos.

La posibilidad de transferir los hechos históricos hacia la ficción narrativa, nos permite sentir con mayor vitalidad y autenticidad lo que el dato frío no puede transmitir; desde luego no se debe caer en la ingenuidad de pensar que la ficción literaria por basarse en “hechos objetivos” es verdadera, o por el contrario, creer que para ser válida requiere la rigurosa veracidad de esos hechos. Si algo rescatamos de todo esto son las cartas de Stefan Schmitz, bellamente escritas, y el único momento en que el relato se vuelve eficaz.

Germán Hernández




[i] El nombre del progenitor de Ana lo sabremos hasta el capítulo 6.
[ii] Será hasta el capítulo 9 de la segunda parte (pág. 126) que nos enteraremos qué fue lo que Samuel encontró durante su búsqueda en internet, se trata de la coincidencia de la fecha y lugar de la carta de Marcos Arias y una batalla ocurrida durante la Guerra Civil de 1948, la cual será detalladamente descrita por Apolíneo Brenes en el capítulo 6 de la tercera parte.
[iii] Resulta incomprensible cómo el cuaderno llegó a manos de Ute la abuela de Gerhard mientras que el mensaje escrito que sí iba dirigido a ella se perdiera.
[iv] Aguilar Bulgareli, Oscar. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948. Editorial Costa Rica. 1969. Pág. 34.
[v] Según la Real Academia Española, en su Diccionario panhispánico de dudas (2005), indica: Es propio del habla popular de algunos países americanos, y desaconsejable en el habla culta, decir en veces, en lugar de a veces.