19/12/12

El perro - Vladimir Chanchán



El perro semi hundido (detalle) Francisco de Goya

El perro
  
¡Cómo los elementos se endurecen!
La luz lunar, la peña como tiza,
en cuyo seno blanco ahora yacemos
Sucesos. Sylvia Plath


Saco una cerveza del refrigerador y salgo a la calle un rato. Veo a un perro en la terraza de la casa de enfrente. Está en medio de dos barrotes de la barandilla y mira con recelo a la calle.

Me acabo la cerveza, hago puño la lata y la dejo en la basura. Entro a la casa y me voy al sillón de la sala.

Enciendo la televisión y le pregunto a Sara por la cena. “A comenzar voy” me dice. Hago cálculos en mi cabeza y me doy tiempo para salir a fumar un cigarrillo. Le pregunto a Sara por la cajetilla y me dice que no sabe dónde la dejó.

Apenas la escucho y en eso la vi junto al control del televisor. La tomé y salí a la calle.

Enciendo el cigarro y veo pasar a una pareja con sus dos hijos. Los saludo, y el tipo me contesta con una sonrisa amable.

Veo la calle y de repente subo la mirada a la terraza de enfrente y veo otra vez al perro mirando la calle con el recelo más puro. Pero esta vez noto algo más; algo que no vi la otra vez: la tristeza de aquella imagen. Me da miedo, pues me doy cuenta que la tristeza está sumamente marcada en sus ojos.

El cigarrillo se consume por completo rápido, pero me quedo viendo por unos minutos más.

Tengo el impulso de ir a tocar la puerta, veo a ambos lados de la calle y no veo a nadie, entonces cruzo la calle. Toco la puerta de la casa, y el perro no se mueve. Ni siquiera nota que estoy tocando.

Nadie responde. Toco otra vez y sigue sin pasar nada. Le hablo al perro, le grito, pero tampoco responde. No puede notar nada. Se queda absorto mirando a la calle donde no pasa nada.
Sara sale de la casa. Lleva puesto un suéter que se acaba de poner, y trae otro en la mano derecha para mí. Me pregunta qué pasa, y le cuento lo del perro. Se queda sorprendida como yo, pero trata de dejarlo olvidado. “Ya está la cena servida” me dice. Me pone el suéter en el hombro y regresa a la casa.

Veo al perro por última vez; le aplaudo y nada.

Entro a la casa, y Sara no me pregunta ni yo le digo nada. Me doy cuenta que no es algo que quiero hablar. Cenamos y luego vemos la televisión por un rato.

Sara e dice que vayamos a la cama, que ya tiene sueño. Le respondo que está bien, apago la televisión y subimos.

Nos dormimos rápido, pero después de un rato me despierto sobresaltado. Unos nervudo ladrido me retumba en la cabeza. Luego otro, y otro, y otro más.

Me levanto de la cama y veo por la ventana, pero el perro ya no está. Bajo la mirada buscándolo pero tampoco está en la calle.

Entonces desde ese día ya no puedo salir de la casa, por los ladridos. Ustedes saben.

  

Vladimir Chanchán nació el 28 de Agosto de 1995. San Salvador, El Salvador. Escribe cuentos mientras se le queman los frijoles en la cacerola. Se gradúa del Colegio Externado de San José en 2012.

A veces se despierta en la tarde y se vuelve a dormir: http://frescodechan.wordpress.com/




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11/12/12

Catorce - Daniela S. Quintana



Catorce
   

Anita siempre me llevaba al banco para distraerse de lo que hiciera doña Ceci. A veces era cansado, sus manos en mis nalgas todo el día porque al parecer, eso lo toman como ofensa y a mí no me gusta que me ofendan; la verdad eso no era lo único, recuerdo las innumerables veces que me ensuciaba o cuando manchaba mi camisa de “U Rock” con la comida que, según ella, me haría crecer algún día.

Cuando entendió que yo era diferente, le dijo a doña Ceci que necesitaba una enagua. Era rosada con flores blancas y, con la misma tela, hicieron un lazo que iba en mi cabeza. No me sentía identificado pero parecía normal; especialmente cuando cada noche don Roger salía con esa pinta de su casa.

Ella me adoraba. Pasamos el tiempo explorando patios ajenos, jalándonos tortas, huyendo de chancletazos y abrazados para camuflar la gritadera de su tata, que un día el desgraciado ese me arrancó la enagua gritando cómo iba a andar yo así de playo. Lo raro es que a don Roger nunca le hizo nada parecido y tampoco entendí qué era lo que tenía contra el sol y la arena.

Por culpa de ese viejo barbudo doña Ceci y mi lindísima Anita terminaron agarradas del moño, ella los dejó en su peleadera y a mí empolvándome como testigo silencioso del salvajismo diario que los unía.
  

  
María Daniela Sánchez Quintana. (6 junio 1992) es otra de tantos estudiantes universitarios en transición.

La única vez que valió la pena como alumna fue cuando cursó un taller de escritura impartido por Anacristina Rossi; en la Universidad de Costa Rica como parte del bloque de Humanidades. A su vez participó en el taller Sobrescribir la ciudad con Timo Berger y actualmente es miembro del Taller Sin Nombre en Libros Duluoz.

Ninguno de sus textos ha sido publicado, ni premiado, ni es prestigioso en ningún ámbito.

Como mecanismo de defensa predilecto, escribe en su blog Aleatorio donde es mejor conocida como María Genérica.


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