17/3/17

Reparticiones – Diego Van Der Laat



Tengo en mis manos lo que entiendo es la reimpresión de “Reparticiones” por parte de Editorial Germinal luego de que esta ópera prima de Diego Van Der Laat fuera distinguido con el premio nacional Aquileo J. Echeverría 2015 en la rama de cuento. La edición es preciosa y cuidada, y no quería perder la oportunidad de decir que me recuerda esas bellas y exquisitas ediciones que he visto en Guatemala de parte de un sinnúmero de iniciativas editoriales privadas, magníficos artesanos del libro y la impresión.

La lectura de este cuentario me ha contrariado un poco, pues al decir de alguna crítica se le ha reprochado su irregularidad, cosa que me extraña bastante, pues siento todo lo contrario. También me ha contrariado lo que se ha dicho sobre los “textos intermedios” que intercalan los cuentos que conforman la colección, disque son "los que le meten radioactividad al libro" aunque que para mi no pasan de ser poemas en prosa cargados del típico intimismo que caracteriza la poesía costarricense, salvo quizá “Domingo 9:53 a.m.”. 

Diego Van Der Laat - Fotografía de Leo Carvajal.

Pero en su lugar, la mayoría de los cuentos ¡qué bien logrados están!, esa angustia, esa capacidad de cristalizar el instante previo a la catástrofe, al pánico; destaco especialmente: “Reparticiones”, “Gingers”, “Santos”, “Walter”, “Reunión”, este último posiblemente el más logrado del conjunto. Tal vez a mitad de la colección comienza a declinar en intensidad, lamentables los errores de estilo en “Hormiguero” y “La curiosidad no mató al gato, sino a dos en moto” (ahí faltó editor), y esa sensación de que el autor comienza a repetirse, como en el caso de “Cloacas” y “Perro”.

Pero en general, “Reparticiones” logra acongojarme, me ha lastimado, he sentido compasión por sus víctimas, algo que no es fácil, y quizá porque sus textos quedan groseramente abiertos, demasiado como para asomarnos al abismo que van dejando, que nos marea y nos da vértigo.

Germán Hernández.






12/3/17

Plancton - Sergio Arroyo



"Plancton", es el debut literario de Segio Arroyo, otro debut relativo, dado que Sergio Arroyo no es ningún desconocido en su faceta como editor, crítico y colaborador usual de diversos medios. Pero valga decir también, que Plancton es ante todo un voluminoso, si cabe, libro de microficciones (prefiero llamarlos así, dado que es un término más genérico que engloba mejor su contenido) lo micro pues por su brevedad, lo de ficciones, pues ¿qué artificio narrativo no lo es? Y voluminoso ¡pues son cincuenta y ocho textos! Subdivididos en cuatro secciones: “La Sagrada Familia”, “Juegos Florales”, “Un demonio de la soledad” e “Historia Universal del microrrelato”.

La primera parte “Sagrada Familia” Está constituida por 16 relatos, en esta sección encontraremos los rasgos generales que caracterizan el estilo de Arroyo: un lenguaje sencillo, frases cortas, textos breves que apenas superan una página, narrados de manera lineal. Sergio Arroyo nos muestra siempre todas las cartas, desde el primer párrafo de casi todos sus relatos plantea claramente la situación o conflicto, luego como si fueran en caída libre, los relatos se resuelven de manera sencilla, sin grandes giros o finales sorpresa. Es pura contención y economía, una búsqueda por la eficacia narrativa que no deja de recordar a esos grandes maestros del microrrelato mexicano Goldwards, Arreola y Valadéz.

¿Cómo son estos cuentos de Arroyo? Algunos parecen cuentos de enredos, confusiones y malos entendidos, como en el texto homónimo con que abre el libro: “todo empezó con un error, un pequeño error a la hora de servir la cena”, claro, en este texto los personajes regresan a la cordura, no así en el siguiente texto “Usos horarios” donde la protagonista sellará su destino: “El día que doña Carmen cumplió los 58 años de edad empezó a usar reloj. Las consecuencias llegaron de inmediato.”

Otros textos son viñetas, raros cuadros de germinales perversiones y obsesiones, como “Belcebú”, “Secreto número seis: me gusta jugar con fósforos” o alegorías sobre la envidia como “Tres montículos de tierra”, la ira en “Bautizo de fuego”, como lo anuncia el mismo título “Odio” perturbador sin duda y el estupendo “Diversiones de la Soledad” con el que tuve un deja vu y recordé otro cuento magnífico “Vivo/muerto” de Flavio Güell.

De repente esta primera sección decae, incluso podríamos decir que los cuentos se vuelven sosos “La circulación de la sangre”, “Una noche romántica”, “Recuerdos de mi última cara” en este último no entendemos por qué el autor anticipa el final, incluso lo repite cuando ya no tiene menor efecto, es como cuando por error contamos el final de un chiste al comienzo. Luego vuelve a reponerse con “Un querido sufrimiento” donde inferimos que además de existir sufrimientos queridos, son también íntimos y secretos, como también lo son las pesadillas en “Madre de dios y madre nuestra” le precede un cuento que parece salirse del conjunto, “Los zapatos” cuyo golpe de timón en la trama lo hace más cercano al realismo social. En cambio, “Las confesiones de Agustín” (un título muy sutil con enormes connotaciones) interpela directamente al lector, las llaves que abren y cierran puertas a lo mejor obedecen a nuestros deseos. Cierra esta sección con un texto cuya trama se siente familiar, “Preocupaciones de una madre de familia” donde Arroyo sabe dar esa “vuelta de tuerca” necesaria para mostrarnos un reverso igual de inquietante y aterrador en el silencio voluntario y la soledad de la protagonista.

La segunda sección del libro “Juegos Florales” está compuesta por doce textos, mantiene la misma estructura y tensión de la primera parte, continúan los enredos, las confusiones y malos entendidos, el cuento del mismo nombre que le encabeza suma una dosis de resignación y decepción, o bien de perplejidad como en “El uniforme”, destacable la viñeta “El útero”, “Ocelote” y “Final para un cuento japonés”, por otra parte “7.4 grados en la escala de Richter”, nos comienza a mostrar cómo el autor estructura sus cuentos, los cierres de estos se vuelven sentencieros y yuxtaponen los vanos intentos de los protagonistas, incluso estos giros se adivinan, como “El gran Nusrat” donde el autor nos explica lo que había que entender. Y entonces nos encontramos con una extraña joya, un juego: “Arbol #1” y no sé por qué me recordó aquellos bellos cuentos infinitos de Monterroso y de Menen Desleal, pero esta vez a la inversa, como un espejo roto, y también de excepcional calidad, “Historia de amor” donde no es lugar común decir que el amor es infinito e insondable en sus formas. Francamente flojos y sosos son textos como “Anti Rapunzel”, “El apagón” y “Un cíclope estúpido” no más que anécdotas.

La tercera sección “Un demonio de la soledad”, no son más que divertimentos, cuadros más o menos ingeniosos sobre los teléfonos celulares y cómo mi generación (cosa que no ocurrirá con la generación que nos precede) ha caído en sus enredos, confusiones y mal entendidos, estas últimas ya no endosadas a la telefonía, sino a la marca del autor en la construcción de sus textos. “La suerte que han corrido”, “Sísifo”, “Un pequeño precio por pagar”, “Admiradora secreta”, “En la riqueza y en la pobreza”, “Jaime”, “Manos libres”, “Karma”, “Tres mil metros con obstáculos”, King Krimson”, “Tono de ocupado”, “Perdido y hallado”, “Los motivos de Luciana”, “Telemitomanía” “El móvil” “Llamada telefónica”, Ichi the caller” lo malo es que los tópicos se reiteran: gente que finge conversaciones, que pierde intencionalmente o no su teléfono, parejas que se distancian o se aproximan, mensajes y llamadas sin responder, y las obscenas, en fin, que la familiaridad con estos cuentos los hacen más bien una serie de lugares comunes. Un bajón en lo que llevábamos en el libro, una sección que tal vez no pertenecía a este.

“Mensaje de SOS” es un texto que brilla solitario en esta sección, emula la técnica que llamaría yo “del espejo roto” igual que en el texto de la sección anterior “Arbol #1”, “Tratado de la comunicación humana” “La mujer invisible” “Mensajes de texto” risueños, lo que se pudo salvar.

Cierra el libro con una paradigmática sección: “Historia universal del microrrelato” título pretencioso, pero que sin duda honra los textos que encabeza, acaso, una exposición ejemplar de los modos y formas que el relato breve ha recorrido en el tiempo y en las culturas, a mi modo de ver, por mucho, la mejor lograda sección del libro, que lo salva luego del desafortunado bajón de la sección que le antecede.

Sergio Arroyo
Y abre con un “mito”, “El gran debate” precioso relato, me sentí tremendamente identificado con los relatos cosmogónicos de los pueblos profundos amazónicos; continúa con una “parábola”, “Parábola de la moneda” donde el extraño discernimiento del hijo nos hace dudar de la fortuna fácil, y sigue una “fábula”, “Recursos humanos” heterodoxa por saltarse el requisito de la prosopopeya, pero cumplidor en su moraleja. Tenemos también un “koan” esa pregunta extravagante y hasta absurda que el maestro zen hace a su “pequeño saltamontes”, pero esta vez bellamente resuelta. Aparece un “apotegma” con su aleccionadora sentencia en “[No surprises]”, donde el autor hace una curiosa aparición (y habrá otras), pero dado que estamos hartos de textos sobre teléfonos celulares este pasa apenas discretamente; y hasta tenemos un “enxiemplo” mordaz y moralizante, que es una reescritura de un cuento popular “Lo que le sucedió a un hombre con su hijo con su bestia, donde otra vez vuelve aparecer nuestro autor como personaje. Encontramos en esta historia universal del microrrelato, como no, un “cuento de hadas”: “La primera orden del rey” que es irónicamente, “una pérdida de la inocencia”, así como también un “cuadro” (de costumbres): “Mamavirgen”.

Dentro de la misma sección cierra con dos textos determinantes, el primero un homenaje a Ramón Gómez de la Cerna, una “greguería”: “[El microrrelato declara su filiación]” que más bien, digo yo, es la filiación del autor y no del género. Y finalmente un “microrrelato”: “Dos veces en un mismo río”, pieza bellamente ejecutada, pese a que su extensión nos parece excesiva.

"Plancton" es un libro de cuentos que puede ser considerado de referencia, es la más explícita y honesta propuesta al ajetreado asunto del microrrelato o microficción, donde no faltan innumerables ejemplos de libros donde casi siempre la supuesta economía no es más que carencia, y el efectismo y la relamida excusa de que el lector completa la circularidad hermenéutica rápidamente deviene en hastío, repetición y formulismo. Pero es que en esta obra de Arroyo todo es tan deliberado y ejemplar que no podemos generalizar más sin reconocer la lucidez y propósito del autor, pese a los altibajos, pese a que sentimos al libro plagado de viñetas prescindibles, pese a que no entendemos cómo el autor junta lo exquisito con lo magro.


Germán Hernández

3/3/17

Marilinda Guerrero Valenzuela - Dos cuentos


Nos resulta grato compartir en "El signo roto" dos cuentos inéditos de la narradora y amiga guatemalteca Marilinda Guerrero Valenzuela, sutiles toques de ficción científica con prosa ágil y eficáz. ¡Provecho!


La hilera

Vio su reflejo en el charco de sangre bajo sus pies. La casi ausencia de luz por causa de un daño en el sistema eléctrico hacían difícil la visión. Empuñó con fuerza el arma y se adentró en el laberinto. Dentro del camino estrecho surgían nuevos retos: rampas, puentes, escaleras, las paredes parecían desdoblarse frente a ella, cambiaban su posición segundos antes que llegara a las habitaciones con posibilidad de salida. El tiempo se agotaba. Las voces regresaron a su memoria, los gritos, las súplicas. Se detuvo con el sonido de una detonación. Creyó haber muerto, un cuerpo cayó frente a ella. A lo lejos, una silueta se acercó. Era inútil, la habían detectado.
La interrogaron. Ataron sus muñecas con una sustancia que se adentró en el tejido conectivo y logró una unión a partir de la lámina basal, imposible de romper sin desangrarse. Sin posibilidad de huida, su cuerpo estaba siendo hundido en el suelo, unas máquinas volaban escaneando su cerebro, buscando cualquier indicio que pudiera llevarlos al origen. No sabían que ella había almacenado todo en una memoria que retiró presionando el sensor que tenía tatuado bajo su pezón izquierdo. Toda la información, todo aquello que la incriminaba flotaba en un pedazo de hilo que quedó a la deriva en el laberinto. Prefería olvidar quien era a ser sometida al escrutinio del consejo.
El policía escupió, lo había logrado una vez más, cada vez era más astuta, cada nuevo crimen era mejor planeado, su tecnología había aumentado de forma considerable. Al verla de nuevo con el cerebro expuesto, vacío, sometido a los rastreadores, entendió que no era a ella a quien debía buscar. Era a sus proveedores, los que le daban la tecnología,  las actualizaciones. Elevó su cuerpo del suelo y la llevó al escáner, un viejo aparato similar a una araña, donde las patas tenían la habilidad de rastrear todos los ángulos de una superficie al mismo tiempo. Las largas extremidades pasaron varias veces sobre los tejidos corporales y detectaron una implantación pequeña en la rodilla derecha, una especie de entrada antigua, de cientos o miles de años. Capturó la imagen y buscó en los archivos. Era una entrada VGA, colocadas en los primeros prototipos.
En el sótano, sección archivos descontinuados de crímenes antiguos sin resolver, los cuerpos de los primeros prototipos pendían del techo. Buscaba alguno que tuviera características similares con Adriana. Ponía uno a uno frente a él, los examinaba cuidadosamente. No este. El siguiente. Por varias horas estuvo buscando, incansable, hasta que uno, Selenie, tenía el mismo puerto y misma fisonomía que ella. Lo conectaron al simulador para revivirlo y estudiar su fisiología, tecnología, capacidades y debilidades. 

Selenie abrió los ojos y se encontró en una habitación brillante. Pequeños robots volaban a su alrededor, capturando información. Al sentir sus pies de nuevo contra el suelo, activó el proceso de reconstrucción. Entonces, desapareció frente a los ojos de todos, atravesó la pared y frente a la mirada atónita de los investigadores, los aniquiló, uno a uno sin piedad. El camino se abrió y apareció el laberinto por el cual ella encontraría la iluminación. “Voy por ti, Adriana”, dijo, mientras cargó la información que se encontraba a la deriva, en un pedazo de hilo flotante.



La otra mirada.

Regresé a la casa de esquina, que corría peligro de desaparecer. Entré de nuevo en el cuarto, y aunque dicen que la muerte la podes encontrar en la boca de una guitarra, yo la encontré contigo, en la boca de aquella cama que nos engulló. Primero fue la ropa, luego este sitio. Dicen que desde que te fuiste, la casa poco a poco nos fue olvidando. Aún recuerda tus pies, desayuné con ellos y tomamos café. Dormí con ellos por las noches, abrazándolos, mientras moría dentro de tus huesos y así, la casa de los dos. La casa esperaba las sombras para recordar, entre pelos de gato negro y tu mirada viendo al vacío. Por las noches me encontré  buscando la eternidad. Me di cuenta cómo un dragón nos vio sentado mientras el cielo se hacía rojo y las nubes verdes, dentro de un sobre tamaño carta y el sonido de un refrigerador en esta morada vacía. Sabes, la ventana se veía tan lejana en la fotografía oscura y la cámara aún no capta el color de los azulejos donde posaste. El correo puede a veces llevar muchas muertes dentro de un sobre y la mía estaba disfrazada de un saludo y un libro ajeno.
Regresé a la casa de esa esquina que con el tiempo, cambió de color. Recuerdo que era amarilla, luego pasó a verde y después cambió a un color azul.  Me di cuenta que no habían suficientes pecas en el mundo para olvidarte y decidí volverme arena, esperando que el tramo de las flores marcara un nuevo día. Pero, ¿Cómo podes refugiarte en vos misma si lo llevas dentro?
Cerré las ventanas y me pareció verla cada vez más chica. Algo sucedió en el intermedio del tiempo cuando cerraste la puerta y dijiste ser uno más en mis cuentos. Algo quedó aquí metido como la boca de la guitarra, duro, inamovible, estático. Algo hizo mover las mariposas negras de este recinto vacío. Cerrar el capítulo en un libro de historia no es el lado oscuro que esperé de ti. Aún busco la herida que produjo tu espalda en la puerta. Y abrí el libro de las hormigas, el que planteó una respuesta a la ausencia y una pregunta al eco. El que llenó el cuarto y me hundí en él. El que me llevó y cambió la página.

Dicen que esa casa de esquina, desapareció. Que vieron salir de ahí a una muchacha delgada, pálida, con dos maletas y un sombrero. Dicen que cuando cerró la puerta, dos pies la seguían y cuando se subió al carro se disiparon, en el resto de la ciudad.


Marilinda Guerrero Valenzuela


Marilinda Guerrero Valenzuela.(1980). Ha publicado en revistas electrónicas, así como los libros de narrativa Relatos de sábanas (Letra negra 2011) Escenarios de un mundo paralelo (Letra negra 2012) Voyager (subversiva 2015). Fue incluida en la antología Cuerpos, relatos eróticos por mujeres (F&G 2015). En poesía, publicó el libro Todos tenían derecho a estar presentes (editorial cartonera Alambique 2014). En literatura infantil, publicó el libro Odisea de tres mundos (editorial Santillana 2016) Actualmente tiene la columna “Cazadora de microficciones” en la revista digital Penumbria, es coeditora en la revista de narrativa “Primeros Auxilios: lea en caso de emergencia”.