16/12/11

Laura Frost - Misivas Imposibles




Misivas Imposibles
  
Aquella mañana, el Sombrerero Loco decidió escribir una carta.

“Querida Alicia:

¿Cuándo vas a regresar? Te echo de menos.”

Siempre tuyo, el Sombrerero.

Más tarde decidió no enviarla. Quizás Alicia ya no le recordaba, o había elegido otro lugar donde no tener que contestar preguntas absurdas. Al fin y al cabo, tampoco es tan divertido jugar al cróquet con erizos y flamencos, y mucho menos que alguien desee cortarte la cabeza. Alicia siempre fue valiente pero no estúpida. Se sirvió otro té y lo endulzó con dos terrones de melancolía.

Antes de desayunar, Alicia optó por hacer una de esas cosas imposibles. Entonces escribió:

Querido Sombrerero:

¿Podrías venir a buscarme? Creo que he perdido a la niña que habitaba en mi.

Alicia.


  
Pentimento, diario de lo que sucede entre mis pechos.


Sevilla, 15 de octubre de 2011

El viaje hasta la casa ha sido silencioso. Yo me he entretenido en descifrar las imágenes que se proyectaban a través del puzzle de luz que construían los árboles y también a sonreír. Mientras tanto, él conducía, deleitado en la música y en mis piernas. Piernas de niña, como le gusta decir. Está enamorado de los pinos, por eso insiste en visitar ese lugar, circular por esa carretera.

“Nunca me dices qué es lo que te gusta de mí, lo que te impulsó a elegir esta vida conmigo”, me ha preguntado. Nunca le respondo a esas preguntas y quizás por eso me las hace. Cerrando los ojos le contesté: “Yo no sé hablar del amor”.

Le escuché murmurar un “ya” y con eso entendí todo lo que él comprendía y que yo jamás había dicho. Todas las cosas que se arremolinaban en mis tripas esperando tan solo el disparo de salida para precipitarse hacia él, todas y cada una de las certezas que nunca escuchó. Pero, si yo hubiera sido honesta con él y conmigo, hasta con el espejo, habría contestado:

“Me gusta tu nariz y el diente que se te rompió mientras esquiabas. Me gusta como se te arruga la camisa y no te importa. Me gustan tus dedos ágiles acariciando mi piel. Me gusta usar tu camiseta de Canadá y oler a ti. Me gusta la crisálida que formas con tus brazos porque allí me siento protegida. Me gustan tus cartas de una sola línea: ¿Te he dicho hoy que me encantas? Y me gusta cómo me miras, con esa mirada de niño grande, con los ojos ingenuos y voraces de quién parece estar observando a un ángel. Pero sobre todas las cosas, lo que más me gusta es que todo eso puede ocurrir en el interior de tu coche, mientras los espejos dan cuenta del delirio de tus manos en mi sexo, de mis ojos proyectando la dulzura de toda tu grandeza. De ti y de mi atrapados para siempre en un espacio-tiempo perfecto”.

Si debería ser honesta… pero bueno, quizás mañana.



Habitando en la Luna


La pequeña Luna se acercó sonriente a la mujer que tarareaba aquella bonita canción infantil junto a la salida del jardín: “Dulce voz, ven a mí, haz que el alma recuerde…”

—Qué canción más bonita.

La mujer se giró con una sonrisa.

— ¿Te gusta?

La niña asintió con un ligero movimiento de cabeza. Ambas continuaron cantando ajenas al resto del mundo, mientras se dirigían hacia una de las butacas de mimbre.

—Vamos a hacer algo con esas coletas ― le sugirió la mujer ―. ¿Quién te ha peinado, chiquilla?

—Mi papi ― musitó la niña.

— ¿Y qué pasa, que llegaste la última cuando repartieron los padres? — bromeó la mujer.

Ambas rieron y Luna se dejó peinar sentada en el regazo de aquella mujer de mirada perdida.

Desde el rincón, Francisco contenía las lágrimas y luchaba contra el dolor que le oprimía el pecho. Todos los sábados se repetía la misma historia. Todos los sábados se veía obligado a soportar cómo su mujer de treinta y ocho años no les reconocía, atrapada entre las paredes de aquella residencia, atrapada en las fauces del Alzheimer.



Pequeño Bestiario de Seres Interiores: La Libélula


DONDE HABITA:
Toda libélula mora en el reino de los sueños.

SU IMPERFECTA ANATOMÍA:
Frágil como el cristal de una pompa de jabón, una libélula solo adquiere el peso de los besos que transporta entre sus alas. La eclosión de una libélula interior es el fruto del lento madurar de una mujer que nunca dejará de ser niña.

QUÉ HACE Y DESHACE:
Una libélula está condenada a esperar detrás de la puerta, desde allí observa caprichosa cuando su amor entra y cuando se va. En cada tránsito ella le entrega una parte de su alma.

LO QUE AMA:
La tortura de una libélula está en haber elegido —entre todos los seres que habitan el submundo emocional—, a aquel que reside en la otra orilla del río que no puede cruzar.

LO QUE ESCONDE:
Una pestaña que robó en el más incauto de los sueños, un frasco de esencia de anhelo y dos cajas de cuchufletas.

SU SECRETO:
Tú.



La Espera


Como cada día María espera el autobús de las seis. Siempre con cinco minutos de retraso, el chirriante vehículo abre sus puertas y ella sonríe entusiasta. Cierra su lectura y se atilda la falda antes de subir. Los peldaños de subida son para ella como un pequeño camino de baldosas amarillas que la han de llevar hasta su secreto objeto de deseo. Jaime, el chofer, que la ha de saludar como cada día con un cortés: “Buenos días, señorita”. María levanta la mirada y cualquier atisbo de felicidad se desvanece de su rostro ante la presencia de un poblado bigote y una camisa sudada absolutamente desconocidas. Se recompone pero los pasos que la conducen hasta su asiento junto a la ventana están poblados de una oleada de desilusión que le arrasa el alma. Entonces recuerda las palabras de su madre: “La desilusión se pega al alma como la melaza”. Qué sentido tiene ahora juguetear con el bies de la falda para captar su atención a través del espejo retrovisor. Para qué dejar caer el libro y permitir que el aroma de su cabello le alcancé en un sutil movimiento. María baja del autobús apretando el libro sobre el pecho y de camino el paso. Solo entonces permite que las gruesas lágrimas del desencanto comiencen a surcar su rostro. Lágrimas dulces de melaza.



Laura Frost. Nació hace 37 en Minas de Riotinto, Huelva. Aunque centra su actividad profesional en el ámbito de la intervención sociofamiliar, más concretamente en el área de Protección de Menores, la escritura es su principal vía de escape. Las historias mínimas son sus preferidas, esos pequeños bocados de realidad y ficción que se condensan en pocas palabras como un disparo emocional directo al corazón del lector. En los próximos meses algunos de sus microrrelatos saldrán publicados en la primera edición de Gigantes de Liliput y también muy pronto dispondrá de un libro eléctrónico donde se recogerán las pequeñas historias que dan vida a Dragonfly, su blog. Ama a su familia y a las libélulas. Visite el blog de la autora: http://www.elhadapirata.blogspot.com/

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12/12/11

Rafael Angel Herra - La Divina Chusma



Este próximo viernes 14 de diciembre, será la presentación del nuevo libro de Rafael Angel Herra, “La divina chusma” publicado por Uruk Editores.

Se trata de una colección de 101 relatos que, siguiendo en parte la tradición de la fábula, hace gala del comportamiento humano gracias al conflicto de personajes animales. Con holgura y humor, estos cuentos breves construyen analogías entre acciones, costumbres, vicios y virtudes del homo sapiens y el animal sapiens que serán no solo un espejo sino, por su cuidado estilo, un deleite para el lector. Así, por ejemplo, un día cualquiera el camaleón experimenta los remordimientos que le causa la mentira; el puma hambriento adula al lechón antes de comérselo; y el sapo no se deja besar porque la princesa no es bella.

“Cierta tradición divide la literatura en géneros mayores y géneros menores. La fábula estaría entre estos últimos, incapaz de competir con la ilustre novela o la noble poesía. Por eso quizás está tan ausente en la literatura contemporánea. A lo mejor cabría más bien hablar de plumas mayores y menores, porque lasfábulas de este libro están escritas por una pluma mayor –la de Rafael Ángel Herra– que vuelve noble e ilustre a ese género “menor”, con textos llenos de un cáustico humor negro, ironía y fina observación de conductas, cada uno un juego divertidísimo de espejos, cuando no de reescritura paródica de textos clásicos, alegorías crueles de lo absurdo y contradictorio de la condición humana”. Albino Chacón


Aquí una primicia de lo que encontrará en este libro:


Criaturas desdichadas

Cuando el dios de los animales creó al perro, decidió crear también al gato: así nadie tuvo paz en el reino.


El sapo burlón

Qué horrendos son esos bichos y tan inútiles que ni siquiera saltan para ir de un lugar a otro, se dijo el sapo burlón, mientras observaba a los cisnes en el charco.


La docta ignorancia de la madre camaleón

La madre camaleón desovó un puñado de huevos sobre huevos de serpiente.
Semanas después, ya bien nacidos, camaleones y serpientes corretearon, reptaron y se escurrieron juntos entre los hierbajos, muy felices de compartir el júbilo de la infancia.

La madre camaleón no extrañó la diferencia. Todos eran hijos suyos, aunque unos, los que se deslizaban como serpientes, hubieran sido tan prematuros en el arte de disfrazarse. Algunos de ellos, tan sagaces desde pequeños, imitaron el cuerpo de sus enemigas para engañarlas sin peligro.

Tales pensamientos entretenían a la madre camaleón, orgullosa de haber traído al mundo seres tan listos, y lo siguió creyendo hasta el día en que la mitad de sus hijos se comió a la otra mitad.



Rafael Angel Herra. Doctor en Filosofía (Maguncia), Rafael Angel Herra es autor de una veintena de libros de ficción, ensayo, poesía lírica, dos piezas de teatro, ex catedrático y por muchos años Director de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, profesor huésped en las Universidades de Bamberg y Giessen, ex embajador en Alemania y en la Unesco, miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua, autor de libros de ficción, entre otros: Había una vez un tirano llamado Edipo, La guerra prodigiosa, El genio de la botella, Escribo para que existas (recientemente publicada en Italia en texto bilingüe), La brevedad del goce (en prensa). También es autor de ensayos como Lo monstruoso y lo bello y Autoengaño, entre otros.

9/12/11

Marilinda Guerrero Valenzuela - Razones para no hacerse un tatuaje





Razones para no hacerse un tatuaje

Imponer en el cuerpo un tatuaje debería ser realizado después de una profunda y exhaustiva lista de razones justificadas para hacerlo. Por mencionar unos ejemplos, hay culturas donde éste lleva consigo una connotación de índole religiosa, espiritual, de guerra o fertilidad.

Un tatuaje en la piel debe ser


  • Realizado por un especialista que utilice medidas de asepsia normadas por un ministerio de salud.
  • No debe ser tomado a la ligera: debe tener un significado importante que no sea causante de conflictos a futuro.
  •  No debe ser realizado por moda.

Aclaro estos tres puntos para evitar las preguntas  rutinarias después de muchas  copas y de la respectiva  embarazosa goma del siguiente día.

Doy fé que el uso de un tatuaje en la piel por las razones equivocadas puede provocar serios daños a la salud.

Es importante aclarar otro punto.

Una razón de peso para NO hacerte un tatuaje debe ser la presión de grupo o peor aún, la presión del novio, esposo, amante, o lo que sea.

A mi ex novio, Armando, lo amé con intensidad. Cuando lo acompañé a tatuarse, no imaginé que él colocara mi nombre. En consecuencia, dada la situación e inocencia, me vi forzada a hacer lo mismo. Las letras de su nombre se impregnaron en mi seno izquierdo. Caracteres muy elegantes, estilo gótico, cerca de mi corazón. Algo romántico ese día, hasta que me enteré de los numerosos senos izquierdos, nalgas y tobillos, que tenían su nombre. Terminamos. Y ese tatuaje me dolió. Odiaba tanto que Armando  se hubiera ido con otra, pero ver su nombre inscrito en mi seno brindaba paz y confort a mi espíritu.  Si lo observaba bien, le daba realce a mi busto.

A mi tatuaje le encantaba lucirse ante mi ex, sobre todo cuando hacíamos el amor y a mí me tocaba encima. Parecía agrandarse para mostrarse orgulloso ante su progenitor. Claro que eso  lo excitaba más provocando en mí otras emociones. El tatuaje acariciaba mi seno izquierdo como una extensión de las manos de Armando, y al hacerlo, provocaba una vulcanización de mis emociones al punto de erupción con solo verlo a los ojos.

Al terminar la relación, no sólo sufría yo, sino también mi tatuaje. Los dos pensábamos en él. Las letras impresas con caligrafía estilo gótico ya no sentían la necesidad de seguir en mi pecho. Me enojaba que en las noches mi tatuaje llorara por él mientras yo sufría por la falta de sus caricias y orgasmos.

Para engañarlo, coloqué una foto de Armando  en el techo. Con el pecho al descubierto, las letras de Armando observaban a su padre, provocando que se acurrucara y durmiera tranquilo. No era justo para mí, porque lo extrañaba y observaba su foto recordándolo.

Decidí romper  su foto. Al hacerlo,  manteníamos una lucha entre las letras de Armando y los intentos por olvidarlo. Llegué incluso a maldecirlo. Le decía que era un malagradecido y él respondía que era su padre y tenía derecho a verlo.

Con el devenir de los días nos fuimos acostumbrando a su ausencia y tras los cambios de mes y suspiros de minutos, un año pasó. Charlábamos y  reíamos, mientras nuestra relación mejoraba. Un día fuimos a hacer las compras y allí estaba Armando. Con su bebé y la desgraciada que nos lo quitó. Se veía tan varonil  con sus tatuajes de mariposas y flores además de mi nombre inscrito en su piel. Siempre tan guapo y masculino. Mi tatuaje al sentir su olor lo llamó. Me impulsó tratando de acercarme a Armando, yo anclé mis pies en el suelo negando sus llantos y gritos hacia él. Las letras negras estilo gótico me acariciaron como lo hacían cuando estábamos desnudos. Como loca traté  de no extasiarme frente al rostro de él, mientras me observaba con extrañeza. Inventé una excusa ridícula y corrí al baño con miles de orgasmos frustrados.

En la noche mientras pensaba en lo tonta y estúpida que había sido al saludarlo, mi tatuaje pasaba momentos de angustia y soledad. Necesitaba a su padre. Comenzó a agrandarse tanto que mi piel se estiró hasta desgarrarse y rompió la blusa. Alzó vuelo en busca de él  y las flores tatuadas en su piel. Yo acepté su partida. Era lo mejor para los dos. 

El nombre de Armando con letras negras  surcó  los cielos en la noche estrellada. Destilaba pequeños rastros de sangre mientras lo buscaba con sus pequeños ojos negros. En medio de los tejados y ventanas, divisó la figura de su padre. Inició el descenso con los brazos abiertos. Distraído, no presintió la lechuza que seguía el olor de la carne con sangre. Sus garras lo capturaron llevándolo al nido. Mientras las letras de Armando eran devoradas por sus crías, sentí que una parte de mí murió.

Mi piel ya sanó. Pero las heridas del amor de Armando quedaron. Ahora lo pienso bien antes de hacerme un tatuaje. Si llegara a hacerme uno, tatuaría mi nombre.


  
El suelo que te abraza

Surgían sonidos en mis oídos, conforme los  sentidos poco a poco despertaban. Con cautela,  percibía. Ladridos. Uno, dos, tres. De nuevo la mudez. Intentaba deducir el origen de los aullidos. Los ojos hacían el esfuerzo por abrirse. Tranquila. Respira. Poco a poco, despacio, lento. Pausado. 1, 2, 3, 4… Así es. Serena. Obscuro. Negro, negro sombrío. La tierra. El polvo. Por un polvo de minutos me uní en matrimonio. En ese momento mi corazón latía fuerte, la sangre surcaba rápido las arterias  para recuperarse del desmayo y no toleraba los latidos en el pecho, dolían. Respira despacio. Mi consciencia. Dispuse utilizar el sonido como fuente de recolección de datos para determinar el punto exacto en el que me encontraba. Autos. Buses. Bocinas. Todos mezclados con los sonidos caninos que quizás se encontraban encerrados tras una reja. Lo comprobé por la insistencia. Imagino veían pasar los autos y con su furia trataban de abarcarlos. Cumplían la visceral función de enmarcar con fuerza aquel halo de misterio alrededor del rótulo que dice “cuidado con el perro” el cual se encontraba en la parte superior izquierda de la puerta de la reja. El sonido del viento enmarcaba los tejados de la fría habitación. Chocaba, se colaba tras las rendijas, instauraba remolinos en la unión de las paredes con los techos. Realizaba una danza interminable de susurros no perceptibles a la mayoría si no se prestaba atención. Un reloj. Suena el tic tac. Marcaba el movimiento lento pero firme de la aguja segundera que impulsaba los minutos para avanzar el día. Poco a poco, empecé a recordar que hacía en el suelo.

Me enclaustré en él “es mejor lo viejo conocido que lo nuevo por conocer.” En el matrimonio que llevaba, mi día giraba bajo comandos de vida. Mantener el orden. Limpiar lo sucio. No pienses, respira. Horas y días de vida, minutos de viento, instantes del pasado transitado hacia un recuerdo que a nadie le importa. A mí, ya no. Las llantas pasaban sobre el lodo creando marcas borradas por las siguientes. Así es la humanidad. Una renovación. Recordé donde estaba. En el suelo, en mi casa, pensando en el tiempo. Con el polvo de tierra en la cara y cuerpo. Llena de moretones y sangre. Soy una declaración de muerte. Traté  de levantarme después de los golpes recibidos. Llora Lluvia. No el cielo. Mi hija, Lluvia.

Tuve una hija demasiado joven. La tuve con el primer y único polvo de mi vida. Al principio me pareció novedad. Con el tiempo llegó a aburrirme. Pero no puedes hacer nada. Toda mi vida he padecido del mal del olvido. Por parte de la sociedad, de mis padres, de los vecinos, incluso de Dios. No teníamos dinero, y nos instalamos en el único cuarto situado a orillas del basurero. Nuestro nido de silencio. Afuera, nada pasaba. Dentro, era el infierno.

Todo era posible gracias a Lluvia.  Una vez encontré un vestido de princesa manchado con colores y olores de la ciudad. Lo lavé bien y quedó como nuevo. Al verla con el vestido puesto era toda una princesa. Esa noche se durmió con el traje puesto.  Cada vez que lo exhibía, abría un paraguas, salía a la calle en medio del polvo, y las casas de láminas. Danzaba con sus pies mientras imaginaba ser una extranjera. Proponía su historia al mundo sobre andar de  vacaciones en un basurero. Cuando andaba de princesa, decía ser una voluntaria más. Como los que a veces llegan a enseñarles a los niños a tomar fotos, o los otros que instruyen a las mamas a hacer collares con papel, y aquellos que muestran la forma de separar la basura para el reciclaje. Aquellos, los que llegan por la mañana y por la tarde se van  a sus casas con techo y cielo falso, junto a un piso de alfombra o de azulejo. Nosotros regresábamos a nuestra casa con tierra como alfombra para los pies.

Recuerdo haber tomado una piedra de nuestro barrio después de haberla aventado hacia la lámina de la casa vecina. Esta rebotó y cayó sobre la calle de tierra húmeda. La recogí del suelo, la probé y pensé. Este es el sabor de mi tierra. El suelo y yo, éramos  íntimas amigas.

Había estado acostumbrada a mostrar mi vestido tejido con su aliento, cuyos bordes matizaron las vidas que le perdoné.  Exhibí la lucha de carnes, el cementerio de besos, las obtusas ideas, las lúgubres caricias, las necrópolis de viento. Mi perfil se marchitó  y  creó un camuflaje con el satélite lunar enmascarando tristezas.  Maquillé el rostro de materia, disfracé la soledad con muchedumbre. Todos los días justificaba mis muertes diarias, las lavaba hacia cualquier bulto que confiscara los recuerdos, además de  ideas inútiles implantadas de momentos extemporáneos. Ajenos a su tiempo. A veces los almacenaba, por si en algún sitio me serían de beneficio.  La tierra de mi casa me acompañaba siempre. En cada caída, ella me abrazaba. Al igual que Lluvia. Ella esperaba a que él se pusiera de nuevo el cincho o cerrara la puerta para hacerlo. Llegué en un momento tomarle cariño. Me sentía suelo. Podía pisarme, mojarme, pero seguía en pie.

Esa última vez, los golpes fueron mayores. Moje la tierra con la sangre de las patadas recibidas como su despedida. Mi amiga, la tierra, junto con el polvo, nos hicimos uno al aceptarme como inquilina. Eso fue lo que me salvó.  Adormecida de la pérdida de sangre,  sentía sus pisadas. Un capullo moreno y brumoso cubrió mi entidad. Mi piel se rasgó, mientras los pétalos morenos cayeron al suelo. Con cada huella recibida, detecté piel nueva cubrir mis ropas, y detalles de mujer nueva florecieron en mi. De manera invisible para él, pero mi nuevo caparazón de metal pesaba tanto, lo suficiente para que la huella de sus zapatos no hiciera daño en mi cuerpo. Pesadilla o realidad, a manera de espejismo, el polvo se rebeló. Formó un remolino alrededor de él provocando ceguera en sus ojos. La tierra cubierta con mi sangre devolvió los golpes acumulados por las caídas, moretones y saliva cubrieron su piel. No soportó mucho tiempo. El cuerpo de él tendido en la tierra, era solamente un recuerdo de un ser humano. Estaba completamente deformado, mientras pedía con el último suspiro ayuda, yo iba tomando vida de nuevo. El suelo lo ocultó bajo sus capas.

Abrí los ojos. Escuché los ladridos y el llanto de Lluvia. Traté de levantarme, y no pude. Me dolía demasiado. Escuché a mi niña agitarse al correr hacia mí. Sentí sus manos acariciar mi pelo mientras gritaba mami.  Solo alcanzo a decirle estoy bien, mija.  La sequía de caricias llevaba ya varios años presente en la vida de nuestra familia aumentada en manos ásperas y de piel rugosa. Dicen que si no acaricias una piel con amor, ésta se desgarra y se transmite la falta de tacto a través de generaciones.  Tuve a mi hija en un tiempo en el que hubo amor. También cuentan que polvo eres y en polvo te convertirás. Al final de los párrafos, te das cuenta, del suelo que te abraza y cómo tú te abrazas con él.



 La Fiesta

Caminan azonzadas con sus máscaras de noche gritando improperios y lanzando irreverencias  con palabras disfrazadas de momentos luz, cámara, acción. Empieza la fiesta. Ingresan a aquel pequeño bar con cigarro en mano beben una, dos, tres.  Las mesas estorban, las sillas quieren bailar mientras sus pies se mueven al ritmo de la cumbia que estimula los cuerpos y sus hormonas, sugieren el apareo de hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, como sea. El orden de los factores no altera el producto. Quieren  continuar con el bailoteo. Salen e ingresan a la noche desenfrenada lanzándose  a la calle, escupen a los autos, vomitan en el suelo. Mientras las drogas de las manos en otros  bolsillos son alcanzadas por sus dedos que  las impulsan al centro de sus fosas nasales. El cuerpo pide más. Entran a otro bar, más obscuro esta vez. Detectan las masas y cadáveres danzantes bailar al ritmo del musicón, saltan y saltan sin parar.  Cada vez más alto alcanzando decibeles circunscritos en el rítmico y pegajoso haz de luces que ilumina el lugar. Rojo, verde, azul. Luz de láser ó neón, ¡qué importa quítate el calzón! Hace estorbo.  Pasan las horas. Una, dos, tres, cuatro. Los ojos con pupilas dilatadas no piden descanso y el cuerpo sigue en actitud erguida. ¿Se acaba la fiesta?  Vamos a mi cuarto. Se adhieren otros al after. En esa pequeña habitación se aplica el donde caben dos caben 30. Sigue el baile, las luces, la función.  Las caricias, las orgías, el hedonismo de diez minutos.  No te conozco, dime quién sos. Las diez de la mañana. Tiempo de contabilizar los daños y responsables. Dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. Eso es lo que dicen, quién sabrá si es cierto. Lo que ellas si saben, es que en la noche resucitan, y vuelven a bailar.



Marilinda Guerrero Valenzuela. (Guatemala, 1980) Odontóloga con especialidad en endodoncia por la USAC. Publicó su primer libro “Relatos de Sábanas” de la editorial Letra Negra, en octubre de 2011. Publicó un relato en el evento “Gráfica escrita” donde realizaron un dibujo de su texto en una revista digital de diseño gráfico. Publicó cinco relatos en la revista digital “Te Prometo Anarquía”. Ha participado en eventos de poesía y narrativa como “100,000 poetas por el cambio”, “Arte para vivir” llevados a cabo en la ciudad de Guatemala.



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7/12/11

30 Libros. 30 - Uno que pueda salvar vidas - Hojas de Hierba - Walt Withman

Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interesé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...


30. Uno que pueda salvar vidas - Hojas de Hierba - Walt Withman

Hice todas las trampas, me demoré todo el tiempo posible para llegar hasta aquí, lo hice por gusto, por necesidad, por incapacidad y por inconstancia, lo hice con entuciasmo, con pereza, con miedo, con vanidad, con obstinación. Llegamos al final, ¡qué mal! Y no me atrevo a mirar hacia atrás el camino recorrido, que ya no importa, que no importó nunca, me paraliza siempre el horizonte mudo que tengo en frente.

Y si tuviera que citar ese libro que puede salvar vidas, sería ese árbol que armó a pura vida el viejo Withman, sus exquisitas "Hojas de Hierba" que desde muy joven soñé leer en inglés, con mi mediocre inglés que solo sirve para balbucear en la migración de los aeropuertos y para pedir un wooper en algún exótico Burguer King del mundo...

Pero me salvó la vida saber que el movimiento del cuello de una vaca que pasta en un potrero es un milagro mayor a cualquier obra humana, me salvó saber que no soy solo éste que habita entre mis zapatos y mi sombrero. Sólo por eso quisiera que hubiera un Cielo, y un Dios, y un propósito para todo esto, y quizá poder reunirme con él, contemplarlo, eso bastaría para mi, la verdad no tendría nada que decir, tan solo sentiría gratitud de haber sobrevivido.


3/12/11

Bajo la Lluvia Dios no Existe - Warren Ulloa


Publicada este año 2011 por Uruk Editores, “Bajo la lluvia Dios no existe”, primera novela de Warren Ulloa, se ha convertido en pocos meses, en una obra que ha despertado la curiosidad (de la buena y de la mala) del público,  tanto del lector habitual como del que no lo es tanto, pero sin duda, lo más importante aquí, es que se ha vuelto de obligada interlocución en el medio literario  y ha sobrepasado la indiferencia promedio que es regla en nuestro “culto” país. En hora buena por Uruk Editores y por Ulloa.

Si en algún momento “El Emperador Tertuliano” de Rodolfo Arias se convirtió en la novela paradigma de los sectores burocráticos y de los intelectuales orgánicos desclasados, o bien “Los Dorados” de Sergio Muñoz vino a ser el modelo de la novela sobre la marginalidad social; de la misma manera la obra de Ulloa viene a ser la novela sobre la lumpenburguesía, y da lugar a unos personajes, escenarios y abordaje prácticamente inéditos en la literatura costarricense.

Permítanme citar la definición de lumpenburguesía que hace Roger Bartra:

“La lumpenburguesía  es una capa social parasitaria que se forma generalmente en torno a algunos sectores de la burguesía financiera y de la burguesía burocrática. La lumpenburguesía a diferencia de su contrapartida proletaria, vive suntuosamente a base de drenar ilegalmente una parte de la plusvalía acaparada por la burguesía. Está constituida por despojos de la aristocracia que aún cobran una especie de renta por sus títulos, burgueses arruinados que se mantienen gracias a la manipulación de intereses y viejas amistades y a la realización de negocios sucios que la burguesía “honorable” prefiere dejar en sus manos, estafadores de alto nivel, políticos venales que cobran por “servicios” prestados y “apoyos” comprados, políticos aventureros que se prestan a maniobras ilegales (incluyendo el asesinato), play boys incrustados en las altas esferas de la sociedad, modelos, bailarinas y actrices semi prostituidas y desplazadas, corredores de apuestas, propietarios de prostíbulos, etc. El amplio espectro de los elementos de la lumpenburguesía llega a colindar con ciertas esferas del lumpenproletariado, en el hampa organizada, la prostitución suntuosa y el juego.” (Diccionario de sociología marxista, Grijalbo. 1973)

Esta definición de lumpenburguesía, describe en buena medida el espacio en que se desarrollará “Bajo la lluvia Dios no existe”.

Pero debemos tener en cuenta que la novela no es un retrato de la realidad en que se inserta, no debemos olvidar que el narrador será un adolescente entre los 16 y 17 años, Berny, quien desde su subjetividad juzga e interpreta su mundo, lo asume y lo conoce de manera parcial y hasta ingenua, en el momento que inicia la novela, Berny no es más que un niño mimado, que vive con su madre divorciada y que ve ocasionalmente a su padre, la visión que tiene de ellos es casi una caricatura, no comprende el mundo de los adultos, se ve a sí mismo como una gran estrella del futbol 5 colegial, pero en el fondo, según él mismo, no es más que un “sobón”. Hasta que aparece Mabe, también hija de padres divorciados, una especie de lolita perversa, mentirosa patológica y manipuladora que interfiere en la vida de Berny.

Hay un tercer personaje, que es particularmente sombrío, en la trama de la narración es una especie de catalizador de la acción, Ratatás, quien no pertenece al mundo de Berny y Mabe, y quien al fin al cabo será la víctima sometida virilmente por Berny, y traicionado por Mabe.

Los personajes adultos, serán secundarios, los padres de Mabe: Agustín y Ofelia, los de Berny  Lorenzo y Fabiola y luego Eugenia la empleada doméstica en casa de Berny y Valeria, la misteriosa alcahueta y promotora de eventos. Todos ellos bajo la mirada de Berny serán apenas caricaturas, modelos de lo que más adelante Mabe y él acabarián convirtiéndose a no ser por el desenlace de la novela.

Por su estilo de vida y status socioeconómico, y teniendo todo a la mano, se lanzan al goce hedonista, incluso sin ninguna necesidad, casi como una travesura juvenil venden drogas en su colegio, y se van dando situaciones una tras otra en que se va construyendo la gran metáfora que gira en torno a esta novela: el miedo al compromiso y el miedo a crecer.


El Miedo al Compromiso y el Miedo a Crecer

Berny y Mabe, inician una relación irregular en la que Mabe controla todo encuentro y contacto, el rol de Berny es totalmente pasivo, y sin embargo el se cree “novio de Mabe” cuando el padre de Mabe: Agustín inicia una relación con Fabiola madre de Berny, este cree que ahora su “noviazgo” es incestuoso con su “hermanastra” Mabe, cree todas las mentiras de Mabe, como lo de la supuesta “custodia” que dictó un juez que obligaba a Mabe a vivir con su padre, cuando el lector riguroso sabe perfectamente que hasta un niño de 10 años puede elegir libremente con cuál de sus progenitores quiere convivir; luego la presunta pedofilia del padre de Mabe y hasta un supuesto intento de violación contra ella, pero lo cierto es que con su padre, Mabe tiene la libertad y los medios económicos para hacer lo que desee, manejar un automóvil del año y tramitar la licencia de conducir (¡sin necesidad de sacarse ni la foto!) entrar a los antros donde el dueño es amigo de papá y beber gratis, y es en uno de ellos donde Mabe con su doble moral profiere un memorable discurso sobre la decadencia de la sociedad costarricense. Hacia el final ya no es posible saber si el hastío de Mabe es auténtico o simplemente un desorden neuroquímico como advierte su madre. Hacia el final Berny, en un delirio “freaky” arma las piezas sueltas de su propia trama en una interpretación pueril y autojustificante.

Lo cierto es que ambos personajes están atravesando una crisis, están en el límite de su adolescencia y en el umbral de su mayoría de edad, el horizonte que vislumbran es el mundo de los adultos que desprecian, las obligaciones estereotipadas y los compromisos. Las “aventuras” de Mabe y Berny no deben ser juzgadas en sí mismas, si no por su falta de sentido y de propósito. Donde algunos han querido ver una denuncia llena de moralina sobre la “pérdida de valores” y una “juventud descarriada”, es en realidad una metáfora sobre el momento en que los hijos de papi deben decidir el resto de sus vidas, seguir sus pasos, ponerse serios y en este caso Berny y Mabe deciden no crecer, deciden no comprometerse, su futuro es ya una condena que no son capaces de aceptar.

“Bajo la lluvia Dios no Existe”, tiene la virtud de estar escrita en un ritmo vertiginoso y fluido que obliga a leerla de un tirón, recrea vívidamente y sin aspavientos el habla coloquial; en este sentido sólo le reprochamos al autor las innecesarias explicaciones sobre algunas palabras, las cuales se explican por sí mismas en el contexto de la narración, y algunas descripciones algo tiesas, como de catálogo, por ejemplo cuando describe la habitación de Mabe, pero estos lunares no desmerecen la totalidad de la obra; la sentimos emparentada con aquel genial cuento de Sartre “La infancia de un Jefe” o “Un mundo para Julios” de Brice Echenique, pero completamente singular y autónoma. Con esta novela Warren Ulloa da otro paso firme en su producción literaria, pero eso sí, lo compromete todavía más con sus lectores y futuros trabajos.


Germán Hernández

2/12/11

Nicolás Melini - Hijo


Hijo


Estaba viendo la tele en su habitación. Acababa de anochecer, muy temprano, cuando, al otro lado de la puerta, se escuchó una voz:

            —¿Mamá?

            Berta miró hacia la puerta. Se trataba de la voz lenta y grave de su hijo. Podía imaginarlo plantado allí detrás, su uno noventa de estatura, grande y pesado, inclinándose junto a la puerta para llamarla como en susurros.

            —Qué —respondió Berta con normalidad, sin apartar la vista del televisor.

            —Estás viendo la tele —dijo su hijo.

            No era una pregunta, sino, más bien, una súplica, la afirmación de cuyo tono se traslucía un ligero reproche.

            Berta volvió a mirar hacia la puerta.

            —Sí —respondió, sin más, no quería dar mayor importancia a que su hijo de veinte y tres años hubiese venido a llamar a la puerta de su habitación al oscurecer.

            Pero su hijo repitió, como una súplica:

            —Estás viendo la tele, mamá.

            —Sí, estoy viendo la tele —dijo Berta, intentando que su voz fuese como un bálsamo—. ¿Y tú, hijo? ¿No deberías irte a la cama?

            —En la tele suceden cosas malas —advirtió su hijo.

            —¿Por qué dices eso, cariño?

            —En la tele...

            Berta fijó su mirada en la puerta, aguardando las palabras de su hijo al otro lado, hasta que por fin éste continuó:

            —Antes alguien dijo "sangre".

            Una brizna de tristeza apareció en los ojos de Berta, que dijo, tranquilizadora:

            —Sólo era una película de médicos, cariño.

            Al otro lado hubo un breve silencio. Berta podía imaginar a su hijo asintiendo con la cabeza, y enseguida se escuchó:

            —Pero luego oí un grito.

            —¿Un grito? —dijo Berta, con un tono ingenuo.

            —Sí.

            Berta intentó recordar a qué grito podía referirse su hijo, pero finalmente desistió y decidió decirle cualquier cosa:

            —Sólo era un concurso. La ganadora gritaba de contenta. ¿Por qué no vuelves a la cama?

            —Era el grito de una niña —advirtió su hijo, para rebatir su teoría.

            Berta guardó silencio.

            —Ya —vaciló un segundo—. Pero no te preocupes, las cosas que suceden en la tele no son de verdad. Vuelve a la cama, ¿vale, cariño?
            —El hambre... —se escuchó al otro lado.

            —¿Sí? —dijo Berta.

            —¿Los niños muertos de hambre tampoco son verdad?

            —No, claro que no, eso sí es cierto. Además, tú no eres tonto, sabes que eso es verdad. ¿Por qué me lo preguntas si lo sabes? No está bien que te hagas el tonto conmigo.

            Su hijo pareció reír en silencio al otro lado de la puerta, pero enseguida dijo, con un tono muy grave y temeroso, arrastrando las palabras:

            —En la tele suceden cosas malas...

            Berta intentó disimular su tristeza:

            —Pues no la veas, cariño. Ya sabemos que tú... que tú ahora no puedes... te sienta mal ver la tele. Anda, por qué no te vas a la cama, te acuestas, cierras los ojos...

            —No soporto oír la tele. Me imagino cosas —su voz, temblorosa, traslucía un terror obsesivo.

            —No imagines, ¿vale? —dijo Berta con un tono de voz conciliador, equilibrado, sereno—. Vete a dormir, ¿te has tomado...?

            —Sí —respondió su hijo, sin dejarle terminar la pregunta.

            Berta guardó silencio un instante, y luego volvió a proponerle:

            —Pues venga, vete a la cama, ¿vale, cariño?

            —Antes oí un tiro —inquirió su hijo con la voz un tanto más ralentizada que antes.

            Berta ya se había dado cuenta de que su hijo podía parecer más sedado, de pronto, de una frase a otra, en el transcurso de una conversación. Preguntarle que si se había tomado las pastillas solía surtir aquel efecto, pero no sabía si su hijo era consciente de ello: no podía saber si trataba de engañarla, o se engañaba.

            —Sí, es verdad —dijo Berta, esforzándose en resultar mucho más convincente—. Cambié de canal un momento. Estaba zapeando, lo siento. Pero ahora estoy viendo el concurso, no te preocupes, en el concurso no habrá disparos, ni dirán la palabra sangre ni nada de nada, confía en mí, vuelve a tu habitación, y acuéstate.

—¡La tele está encendida! —su hijo alzó ligeramente la voz, y Berta se envaró por primera vez sobre la cama, mirando expectante hacia la puerta.

—¿Cariño? —preguntó.

Su hijo se quedó completamente callado al otro lado.

—Cariño —lo volvió a intentar Berta, con la mirada crispada hacia la puerta, pero con un tono de voz inequívocamente cariñoso—. Es un poco tarde, qué te parece si lo hablamos mañana... Mañana por la mañana...

Pero de pronto la manecilla de la puerta se sacudió súbitamente en todas las direcciones. Al otro lado, su hijo intentaba entrar, y Berta se incorporó más aún, alertada, en tensión, hasta que por fin su hijo desistió de manipular la manecilla, y dejó de escuchársele tras la puerta.

La puerta estaba cerrada, pero Berta no podía dejar de mirar hacia ella. De pronto se había quedado mirando fijamente la manecilla, atenta a cualquier sonido que su hijo pudiera producir al otro lado.

La casa se había quedado en silencio. Al fin y al cabo acababa de oscurecer y sólo pasaba algún que otro coche esporádicamente por la carretera. Berta sabía que si se asomaba al balcón sólo conseguiría atisbar las luces de las otras casas, a lo lejos. Y el teléfono estaba en el salón.

  Pero por fin contuvo su desesperación, miró la tele y dijo:

—Está bien. Mira, vamos a hacer una cosa, yo apago la tele —Berta cogió el mando a distancia y apagó la tele—, y tú te vas a la cama ¿vale, cariño?

Berta aguardó un instante, con la tele apagada, hasta que escuchó de nuevo la voz de su hijo:

—Vale.
Berta suspiró al oír su voz.

—Yo voy a leer un poco y luego me duermo —dijo Berta, y cogió un libro. Luego añadió—: Buenas noches, mi amor... —Y aguardó.

Al otro lado no se escuchó nada durante un instante, luego su hijo dijo:

—Buenas noches —y se oyeron sus pasos alejándose.

Berta se cercioró de que sus pasos se perdían al final del pasillo, y entonces abrió el libro. Estaba algo crispada, aunque había aprendido a contenerse. Dio la vuelta al libro para mirar la portada, pero ni leyó el título. Aún así, lo abrió por la mitad e intentó leer un párrafo al azar. Transcurrió un instante, estuvo leyendo un par de páginas sin conseguir enterarse de nada, con la cabeza en ningún sitio, intentando tranquilizarse, cuando al otro lado de la puerta se escuchó de nuevo la voz de su hijo:

—Mamá...

Berta se sobresaltó ligeramente.

—Qué, cariño —dijo con un tono de voz terso, dulce, amable, conciliador.

—La tele está encendida —dijo su hijo.

Y Berta miró la televisión, apagada, y de pronto las lágrimas le asaltaron los ojos.

—No, cariño, la tele está apagada.

—¿Estás llorando, mamá?

—No, cariño, no estoy llorando —dijo Berta, secándose las lágrimas—. Anda, ¿por qué... por qué no te acuestas? Mañana...

—Sí estás llorando —dijo su hijo.

Y Berta negó con la cabeza, negó varias veces pero su llanto silencioso no le permitió volver a decir que no estaba llorando.  


Del libro de cuentos “Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte” (Baile del sol, Tenerife, 2005)



Nicolás Melini.  Santa Cruz de La Palma, 1969 Es el autor más joven incluido en el libro elaborado por los hispanistas franceses Literatura española actual (2000-2010). Autor de una obra repartida en libros breves, ha publicado las novelas El futbolista asesino (2000, reeditada en 2006 y 2011) y La sangre, la luz, el violoncelo (2005), los volúmenes de cuentos Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte (1999, reeditado en 2005), Cuaderno de mis mayores (2002, reeditado en 2006) y Pulsión del amigo (2010); así como los poemarios Cuadros de Hopper (2002) y Adonde marchaba (2004). Crítico de cine, guionista y director, ha coescrito el cortometraje La raya, acreedor de numerosos premios, colaboró en los diálogos adicionales de La balsa de piedra, largometraje del holandés George Sluizer basado en la novela homónima de José Saramago, y ha dirigido los cortometrajes Mirar es un pecado e Hijo, con los que ha obtenido varias menciones especiales del jurado y concurrido a numerosos festivales internacionales: La citadella del corto (Roma, Italia), Bello Horizonte (Brasil), Slamdance Film Festival (Los Ángeles, EE.UU.), Upsala (Suecia), Cine Chico (Nueva Zelanda), etc. Recientemente ha dirigido el documental La maleta de Cervantes.




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