27/9/11

Eduardo Alfonso Castillo Rojas - La Serpiente



 La serpiente



 
Una serpiente gris, caprichosa, rectilínea o de pronto sinuosa, hacia arriba o hacia abajo, oculta por la lluvia y la niebla o descubierta en el brillo del sol hasta el dolor en las pupilas. Extendida al frente se escurre en principio lenta y al llegar veloz, bajo las ruedas del camión y se queda atrás esperando la nueva oportunidad de volver a ser el reptil rastrero que se sacude ante los ojos del conductor, pero sabedora de que su inmovilidad es la única verdad que garantiza el nuevo encuentro.

El hombre se aferra al volante y pisa el acelerador como si majara la culebra, matándola con cada vuelta de los neumáticos delanteros y resucitándola con los traseros para dejarla tendida en espera del regreso.

Y así por la eternidad, por el sempiterno ir y venir del camión lleno de productos que se intercambian en el mercado de los que compran allá y venden acá, de los que pagan por traer y cobran por enviar, dando vida a una economía que ni el conductor ni la serpiente de asfalto entienden. Ella solo sabe que está ahí; él, que va y viene lleno de una soledad no pagada con el salario de hambre recibido cada quince días.

Pero esa es su vida, soledad apagable con los gritos que doblan las canciones repetidas desde el radio. Se las sabe todas de tanto oírlas, y las canta con el estrépito y la confianza que el saberse sin compañía le permite.

De noche, el hotel de paso con su bar abierto hasta la madrugada le permite descargar su desamparo al pie de unos vasos de cerveza y, con suerte, con la conversación y el amor pagado de alguna de las mujeres que de vez en cuando se acercan a vender compañía en estos lares.

Y está esa morena, casi niña, nueva en el sitio y en el oficio, por poco inocente o con cara de serlo. No habla de lo mismo que las otras; aún menciona sus clases de colegio y sueña que tiene futuro. Sus ojos conservan el brillo negro de una esperanza que la convierte en la ilusión de ser verdadera en el amor. Así la siente él cuando la abraza para entrar a la habitación, cuando la oye quebrarse en sus embates y cuando se le cuelga a los hombros para dejarse caer exhausta tras fingir llena de naturalidad casi verdadera que le ama, que es alguien en su vida vacía.

Ya no quiere seguir solo, por lo menos no por este viaje que le demorará al menos siete días entre dejar la serpiente botada tras de sí y repasarla en el retorno, entre entregar los tiliches que unos compran y cargar los que otros venden. El acuerdo entre oferta y precio no es difícil: él busca compañía, ella conocer. Nada a perder y algo que ganar para los dos los lleva a emprender la loca aventura de ignorar los tantos años que los hacen diferentes, evitando con recato digno de mejor causa las miradas en los albergues de camino.

Canciones gritadas a dúo, risas desgañitadas por chistes sin ninguna gracia, despertar en medio de la nada mientras él conduce de memoria mirándola más a ella que a la carretera, hoteles de quinta categoría y luna de miel todas las noches. Los dos saben que es amor de una semana y lo exprimen hasta el hueso.

La va sintiendo propia, la va interiorizando como protegida y sin quererla solo para él, le aconseja que no sea de nadie más hasta que sea alguien por ella misma. Esa vida no le sirve, vale mucho para eso. El amor se le recuerda en los brazos de ella como fue en tiempos idos, cuando conoció a otra joven de ojos negros y también la dejó ir llena de consejos.

La culebra se termina cuando el zigzag reptante se cuadra en la ciudad. Semáforos, edificios, suburbios y el barrio marginal con el “quiero dejarte en la puerta de tu casa” esperanzado en el “no quiero perder a nadie otra vez”.

La recibe una puerta abierta en las manos de una madre, azabache en la mirada, que ha llorado siete días por la hija que vuelve del brazo de aquel hombre que un día la dejó sin enterarse de que su semilla le creció en el vientre hasta explotar en esa joven de ojos brunos como ella.



 
Eduardo Alfonso Castillo Rojas. De formación en el campo del periodismo, se ha desempeñado siempre entre letras, como reportero en varios medios de comunicación nacionales y como encargado de prensa en el Instituto Tecnológico de Costa Rica y de la Municipalidad de Cartago, entre otros. Ha sido editor y director de dos periódicos y una revista regionales y como aficionado a la fotografía ha realizado varias exposiciones. En el campo literario ha obtenido algunos premios y menciones en certámenes del Instituto Tecnológico de Costa Rica y del Ministerio de Cultura de Costa Rica. Fue invitado a participar en una antología de cuentos de Costa Rica y República Dominicana publicada bajo el título de "Puente de Palabras" con motivo de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica en el 2006, en la cual se incluyó el cuento "La serpiente" que ahora se publica. Tiene publicado el libro de cuentos "Las Escaleras" (Uruk Editores, colección Sulayom). Actualmente se desempeña como Secretario General de la Municipalidad de Cartago y prepara la publicación de su segundo libro de cuentos.

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30 Libros: 16. Uno ruso que sí haya leído - La Dama del Perrito - Anton Chejov


Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interesé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...

16. Uno ruso que sí haya leído - La Dama del Perrito - Anton Chejov

Me dio gracia llegar a este título, pues da a entender que todos hemos mentido respecto a los rusos (y pienso que es verdad), y esta categoría también parece sugerir, que existe un espacio de tiempo entre el siglo XVIII e inicios del XX, en que Rusia generó una muchedumbre de genios que no ha vuelto a repetir. Dostoievsky y Tolstoi parecen obligatorios, pero preferí a Chéjov, ese maestro sutil del cuento breve, que también sutilmente ha impregnado a los narradores posteriores.

Los cuentos de Chejov, tan vulgares y cotidianos, aportaron a la narrativa la invención literaria del personaje de la calle, del tipo común y corriente en circunstancias comunes. Y siempre, una especie de resonancia, un eco que se queda con uno, que se va a la cama con uno, y sigue al día siguiente cuando estamos en el trabajo, y que rumeamos en el almuerzo, y sigue y sigue, sin poder comprender el asombro de unos cuentos que nos ocurren a todos. Por cierto, tengo dos ediciones distintas de la Dama del Perrito, y ambas tienen cuentos distintos, sospecho que ambos son recopilaciones, pero el editor no aclara nada, temo que la más de las veces, tenemos que conformarnos con un Chéjov fragmentario.

25/9/11

30 Libros: 15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega - Mamita Yunai - Carlos Luis Fallas



Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interesé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...


15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega - Mamita Yunai - Carlos Luis Fallas

 En realidad no lo amé nunca. Pero en aquellos años adolescentes cuando lo leí, lo veneraba a él y cualquier cosa "antiimperialista"; estaba evidentemente borracho de izquierdismo. Y es que Mamita Yunai no es más que un panfleto político. Literariamente mediocre, no pasa de ser una narración descriptiva y testimonial plagada de juicios de valor, la mayor de las veces llenas de racismo y xenofobia, y odiosos estereotipos racistas contra los negros y los pueblos autóctonos de Costa Rica. Y es una forma del peor racismo: el que no se advierte. Pero en fin, se le considera un testimonio vivo de la lucha antiimperilista contra la United Fruit Company, y sus abusos en la costa atlántica costarricense.

Los defensores de Fallas y su obra le perdonan todo, y le excusan todo, "qué era un hombre de su tiempo", "que era de extracción humilde, con pocos estudios", "que fue un valiente luchador social", sí, todo eso es verdad, pero no lo hacen tampoco buen escritor.

Lamento que en las guías turísticas su libro sea referente de la literatura nacional, y que desvergonzadamente se ignora todo lo escrito en más de medio siglo como si no existiera. Se le sigue leyendo en las secundarias y temo sinceramente que a los muchachos y muchachas no se les advierta del cuidado que se debe tener al leer un libro que al final puede servir para reforzar el racismo y la idiosincrasia meseteña que no puede ver otra cosa más que su ombligo.



24/9/11

Carolina Lozada - Los cuentos de Natalia



Existen pequeñas e íntimas alegrías, diminutos instantes que se disfrutan profundamente, son como el asombro infantil, cuando una caricia o una palabra se fijan para siempre. Hace unas semanas, mi amigo Gustavo Solórzano me avisó que tenía con él un libro de Cuentos de Carolina Lozada, que la autora me había enviado desde Venezuela.

¡Caray, qué sorpresa! Porque es el tipo de cosas que uno no espera, y en el fondo causa mucha emoción cuando sabes que alguien en algún lugar se acordó de vos y tuvo ese gesto.

A Carolina Lozada no tenemos el gusto de conocerla personalmente, tampoco hemos tenido algún intercambio literario intenso, pero desde hace más o menos un par de años me enteré de ella en su blog Tejado sin gatos , he leído la mayoría de los textos que ahí ha publicado, he dejado algunos comentarios en sus entradas y ya. Por eso es tan significativo para mí como lector recibir tan grata sorpresa.

Sobre Carolina Lozada, diremos que nació en 1974, es licenciada en letras, es miembro del grupo Las Malas Juntas y en su oficio como escritora ha sido reconocida con varios premios como El País literario (Madrid 2005), Premio nacional de literatura solar (Mérida 2007), Premio Municipal de Narrativa Oswaldo Trejo (Mérida 2006) entre otros y ha publicado Historias de mujeres y ciudades (2007), Memorias de azotea (2007) un libro sobre cine venezolano, Luis Armando Roche (2008) y el libro que ahora nos ocupa Los cuentos de Natalia, editado por Monte Avila editores en Venezuela en el 2010.

El libro comienza con una especie de proemio, Natalia un día, y casi convencionalmente sentimos que a lo mejor los cuentos girarán alrededor de esa Natalia que habita una ciudad de edificios envejecidos y autopistas atascadas y quizás sea así, cuando se lee la primera sección de cuentos La memoria que inicia con  Conversaciones en Comala, un denso y bien hilvanado relato de una mujer refiriéndose a su infancia y juventud, a un pueblo y unos parientes que podemos reconocer con  familiaridad arquetípica, y pensamos que a lo mejor es Natalia que cuenta su historia, que nos sonroja con sus detalles íntimos, que va saltando de un recuerdo a otro fluidamente; en ese sentido se trata de un cuento que a pesar de su aparente linealidad, en realidad ha sido formulado con destreza, donde un tópico o una situación surge de otra con una fluidez natural y sencilla como una enorme colcha zurcida de retazos y que abriga con su calor homogéneo.

El Río, es un relato más complejo, ahora los retazos no son tan uniformes y los hilos que lo unen son más sutiles todavía, siete relatos que al final forman una diminuta nouvelle, y otra vez Carolina Lozada nos lleva por la familiaridad del escenario de la provincia, de la endogamia, de la sequía y de la lluvia, de la migración campo-ciudad, todas cicatrices habituales en todas las latitudes y épocas de América latina; pero sobre ese andamiaje reconocible se va construyendo la singularidad de unos personajes que apenas saben nombrar lo que les pasa y lo sienten, pero vigorosamente, se caen las imágenes idílicas, y se forjan humanos más humanos, y donde la piel de las niñas huele a alcohol que no desinfecta ni limpia ni remueve las manos hirvientes, que ni la lluvia, ni la huída, ni el río, ni el olvido borran.

Pero están Las Manos, que toman conciencia de los vórtices del tiempo, del espacio de la niñez nos desplazamos hasta el otro extremo, cuando se constata que no es lo que nos rodea lo que ha envejecido, sino nosotros mismos, y todavía más lejos, después de la vejez, cuando el tiempo es una sustancia sin límites, y con un giro y técnica bien empleada en La casa de las flores y Alevna en la ventana los fantasmas se niegan a callar y siguen viviendo y recordando.

Dos textos componen la sección Amores Perros: La Bruja y Película Muda, y esos amores tan humanos, que le pueden pasar a cualquiera, están escritos con una cualidad que quisiera destacar en Carolina, su gran habilidad para el diálogo interior, la fluidez con que el personaje dialoga consigo mismo, y transcurre en medio de una situación, en Película Muda, fue grato encontrarme la referencia a El Pozo del entrañable Onetti  y en los siguientes textos.

Y hacia el final, vamos de regreso, la sección que cierra Natalia, nos transporta otra vez a Comala, y comienza a atar cabos sueltos, con la misma fuerza y contundencia del diálogo interior en Huéspedes y Pasajera en Tránsito, sin convicción, el personaje busca refugios, quizás no crea en esta evasión, ni en sus posibles salidas.

Los Cuentos de Natalia, podrían leerse en clave de novela también, sospecho que Carolina Lozada pronto nos sorprenderá con una. Mientras acabamos estas líneas, caigo en la cuenta de que difícilmente en Costa Rica donde escribo, los lectores tendrán la oportunidad de leer y adquirir este bien logrado libro, eso me hace pensar en los límites editoriales actuales, en la disimulada cautividad de la gente en un mundo global… habrá que tomar un vuelo igual que Natalia… quizás.

Germán Hernández

23/9/11

30 Libros: 14. Uno que haya odiado hace años y que hoy admira - La Consagración de la Primavera - Alejo Carpentier

 
Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interesé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...


14. Uno que haya odiado hace años y que hoy admira - La Consagración de la primavera - Alejo Carpentier

Hace 18 años en 1993, (recuerden que suelo apuntar en mis libros el año en que los leí) Leía con gran expectación lo que sería una especie de crónica sobre la Revolución Cubana, narrada por más ni menos que mi adorado Alejo Carpentier, en su novela La Consagración de la Primavera.

Me sentí tan decepcionado, me cayó tan mal el protagonista Enrique, tan preocupado siempre por verse joven y viril... cada cien páginas... en fin. Sentí que una cosa era el Carpentier del Siglo de las Luces, cuando los hechos históricos estaban suficientemente añejados y mitologizados y otra cosa era el Carpentier escribiendo sobre el siglo XX.

Pero estos 18 años no me han hecho mal, y ahora comprendo mejor el espíritu que inspiró esa novela, el cosmopolitismo de Carpentier era algo dificil de asimilar para un muchachillo de los barrios del sur. Restaurado en el lugar que le corresponde, La Consagración de la Primavera es entre las obras de Carpentier la más subjetiva e íntima, la más erudita e intelectualmente más comprometida y díafana... Hoy día admiro especialmente su capacidad de ser beligerante políticamente sin dejar de ser un artísta auténtico.

22/9/11

Música Bruja

(Poema a dos voces)

A Fidel Gamboa




Le entregaste a la vida
todo lo que no quisiste
que la muerte se llevara:
una música bruja
fuego encendido
contra todo silencio
contra todo olvido.
Se fue tu cuerpo
pero nos quedó tu idea:
bajar al pozo de la memoria
y beber tiempos y caminos
para volver a nosotros mismos
en un solo amasijo
 de tambores y de sueños.

Cuando te pusimos en tierra
ya te sabíamos semilla
ya te veíamos inmenso árbol
apretado contra el cielo azul
vigoroso Guanacaste de mil orejas
prestas a cazar melodías
de esas que brotan calladas
en el ardor de la llanura.
Ya te veíamos volver
como pájaro
con nueva y jugosa agua
como viento
como eco de futuros amaneceres

¿Quién dijo que te has ido?
Si por la puerta de tu canto
por el camino de tu aurora
se asoma tu guitarra
se filtra tu música traversa
que nos aguijona como tábano
y nos entrega en rosas los sueños
y en gotas de agua la utopía.
¿Quién dijo que te has ido?
Si esta tarde y sus celajes
tienen el tono de tu nostalgia
y en el viento trina y revolotea
el pájaro de tu corazón.

Nos dejaste paraísos en el alma
esperanzas cruzando horizontes
raíces y memorias como luces
aguaceros olorosos y maizales.
Surco en el cielo abrió tu canto
y en este polvo terrestre
relampaguea tu magia
como estrella que palpita de entusiasmo
como cigarra que resucita
para que trabajen las hormigas.

Serenatas y conciertos bajo lunas
levantaron corazones como banderas:
bruja fue la música en tus manos
red de pescar amores
anzuelo metiendo sus zarpas
en ayeres de lunadas y parrandas.
Las florescencias del naranjo
eran espumas libando arenas
y un beso y otro beso
nos entregaba el mundo
de la persona amada.
La vida era un bolero
y tu nota marcaba el paso
de imposibles equilibrios.

Contigo no se vuelve atrás
sino que se empieza a andar
en la memoria de los abuelos
para que los retoños del futuro
sepan dónde tiene la sed su pozo
dónde echa plumas el alma
cuando hay que volver a casa
colgado del olor de una tonada:
tu música bruja como estaca
nos hace pensar con las entrañas
y arranca de la noche de los sueños
caminos para viajar hacia dentro.

En este mal país de amnesia crónica
en tu voz la memoria tiene voz
y la historia halló tierra de arraigo.
Tu música huele a naranjos.
Sabe a tamarindo el aire.
La luna trae muchachas
y las olas abrazan, seducen.
La nostalgia es un caldo sabroso
y el corazón se vuelve pájaro.
¿Quién dijo que te has ido?
Si el pasado es un charco de amores
donde pesca consuelo tu canto
para nuestro corazón mortal.

Aunque se queme el cielo
tu lluvia cae sobre los techos
tu semilla revienta
entre la humareda
como veloz cusuco
aferrado a su esperanza.
¿Quién dijo que no estás?
Si las ranas y las iguanas
en tu música hallaron casa.
Si las raíces de los manglares
claman contigo un mañana.

Como honda de David
abofeteaste las mentiras
y las promesas de un día
de distinguidos presidentes
y levantaste hasta el cielo
los siglos de nuestra necesidad.
¿Quién dijo que no estás presente?
Si nos espuelea tu música
por estaciones y pueblos
queriendo espantar también
los monstruos devora mundo.
¿Quién dijo que te has ido?
Si nos aguijonea tu música
de la cabeza a los pies.
Si queremos poner derecho
lo que otros tienen al revés.

Hoy sólo te nos adelantaste
para ir allanando el camino
del día que nos toque el zarpe.
Nos esperarás con esas canciones
que te quedaron en el tintero
y nosotros llegaremos con tamales
chicheme y guaro e coyol.
Será una fiesta de locura.
Lloverá nostalgia sobre Nicoya
el corazón de todos tendrá alas
el árbol sembrado en el alma
buscará el sol abierto de la llanura.
Marimbas y ocarinas despertarán
y entre güipipías y retahílas
animaremos el viaje a la eternidad.
Todos estaremos vivos
en el sol inmortal de tu Guanacaste
y correremos descalzos sus potreros.

 Heredia, 2011
© Silvia Solano Rivera
© Jorge Ramírez Caro

21/9/11

30 Libros: 13. El primero que leyó en su vida - Juan Varela - Adolfo Herrera García

 
Motivado por una entrada aparecida en el blog "Jacintario" de la escritora Jacinta Escudos, que se llama 30 libros, me interesé por este curioso reto que surgió en el blog del mismo nombre "30 Libros", que consiste en recomendar un libro cada día, durante treinta días, siguiendo el esquema propuesto. Vamos a intentarlo...


13. El primero que leyó en su vida - Juan Varela - Adolfo Herrera García

Recuerdo que mi hermana mayor ya iba al colegio, y en un viejo ropero guardaba sus libros de texto que a mi me gustaba registrarle y que revisaba y ojeaba... por aquel entonces, tenía 9 años y lo único que leía eran unos comics que se llamaban Memín y Kaliman, pero entre los libros de mi hermana, que ignoro si leyó, atesoró o le importaron, había una novelita delgadita, que se llamaba Juan Varela, de Adolfo Herrara García. 

Sobre este autor, muchos años después me contaría mi maestro Francisco Zúñiga Díaz, que era periodista, hombre izquierda, quien producía radioteatro, y que en una ocasión, cuando le habían anunciado que cerrarían su programa radial, dedicó una tarde entera a llamar a la emisora desde un teléfono público con diferentes voces, reclamando a la emisora de ¿cómo era posible que fueran a quitar tan maravillosa radionovela de su programación?, la cuestión es que al día siguiente, los encargados de la emisora le dijeron a don Adolfo, que su espacio continuaría, que la audiencia es la que manda...

De Juan Varela, recuerdo que fue una obra que me conmovió mucho, por ser una historia dura, de alguna manera rompía con la imagen idílica del "zoncho" ese campesino estúpido de Magón y pícaro de Lisímaco, y mostraba la triste historia del campesino sin tierra, casi bestia de carga, cuyo destino al final fue el presidio de San Lucas, por no poder pagar su hipoteca. Como buen meseteño Herrera García encuentra villanos "típicos" los indios y los nicas, por variar, como hombre de izquierda, los villanos también son "típicos" los bancos y los terratenientes.

Una novela que todavía mantiene un valor testimonial innegable. Ingenua como todo realismo socialista, la recuerdo con cariño, fue mi primer libro... y casualmente mientras escribo esto me doy cuenta que está ausente en mi biblioteca.

20/9/11

Carlos Alvarado - Abad revelación



 Abad Revelación


 
―Si pedimos a un Dios bueno, y aún así hay tanta hambre, dolor, enfermedad, calamidad y colapso ¿no sería lo mismo o mejor, pedirle a su adversario, el que es responsable de todo esto? ¿Cómo dejó Dios que todo esto pasara?

―Tenés una crisis de fe y es comprensible.  Pero los verdaderos responsables son los hombres, no es Dios.  Y el instigador del mal de los hombres es el adversario.

―Quisiera llenarme de la fuerza que da el adversario, y hacer sufrir a esos que me quitaron a mi mujer y mi hija. Mi vida.

―Dicen que la venganza es hacer que el otro sienta el mismo dolor que nos hizo sentir. ¿Pero qué ganamos con eso? Terminaríamos matándonos los unos a los otros.

―Pero ¿no es eso lo que hicimos ya?  La extinción es inminente.

El generador de clatrato de metano fluctuó, y la energía que liberaba para alimentar el campamento improvisado hizo que la luz y la ventilación titubearan por unos instantes, y luego de manifestar su vacilación, volvió a la normalidad. 

―En este momento me vendría mejor un padre que predicara que las cosas no tienen sentido.

―Yo no soy ese tipo de cura.

―Es una pena... ―dijo el hombre afligido mientras los roedores despellejados seguían girando circularmente sobre la parrilla para cocinarse de manera uniforme.

―Repite conmigo La Palabra:  Amarás a Dios tu Señor sobre todas las cosas...

Pero un sonido los interrumpió.

―Padre, ¿por qué no recita sus verdaderos mandamientos? ―invadió la fragilidad del campamento una tercera voz, una forastera, una peligrosa y desconocida. La voz de un barbudo sucio y hediendo que estaba armado.

―El Señor esté contigo ―le dio la bienvenida el padre sin inmutarse, en tanto el hombre del campamento que cocinaba de cuclillas llenó su rostro y pecho de sangre, preparándose para el fin. El recién llegado le quitó el seguro a su arma.

―Recite Padre: no puedo hacer daño a un ser humano, por inacción, o permitir que un ser humano sufra daño ―comenzó a decir el forastero.

―Detente hijo ―dijo el religioso poniéndose lentamente de pie.  El hombre lo siguió, pero se irguió en un salto violento, listo para luchar por su vida contra el sujeto armado.

―...debo obedecer las órdenes dadas, excepto si estas entrasen en conflicto con el primer mandamiento... ―siguió el forastero apuntando su arma al otro hombre tenso y enardecido.

―...te lo suplico ―repuso el padre.

―...debo proteger mi propia existencia en la medida en no entre en conflicto con los primeros mandamientos...― y sin esperar más, el forastero se dispuso a descargar su arma sobre el hombre atemorizado. 

Pero el padre se interpuso y recibió por lo menos tres tiros, uno en la frente, dos en el cuello. Pausa suficiente para que el otro se lanzara sobre el atacante, clavándole el pulgar en el ojo, atenazando el afiance con la oreja. Cae el arma. La otra mano lanzando repeticiones a la cara y los testículos, alternado con rodillazos.  Luego un mordisco para arrebatar la otra oreja.  Ya en el suelo, la oreja desprendida y el hombre, repeticiones de una dos tres más patadas, todas destructivas, huesos traqueando, órganos torcidos, sangre prensada dejando el cuerpo estrujado.  Por último, un tiro de gracia a la bestia herida, un solo tiro para guardar el resto de las balas, un tiro que por un momento dudó si ponerlo en el corazón o entre los ojos, pero se decidió por la cabeza, para no toparse luego con esa bala si llegaba a comerse el corazón en vez de las asquerosas ratas.

Una vez descargado el disparo, se volvió a su acompañante herido.  Pero no dio crédito a lo que vio. 

No había sangre, no había un hombre herido o agonizando.  Había cables expuestos saliendo del cuello y algunas piezas sueltas. El abad desnudado por dentro. El otro se mantenía de pie, incrédulo.  El cura se adelantó. 

―Somos pocos, cada vez menos lo que llevamos el mensaje del Señor. Tienes que entender. Porque es tu fe la que te ha salvado.


Carlos Alvarado Quesada. San José, Costa Rica. 1980. En 2006 la Editorial Perro Azul publicó su libro de cuentos Transcripciones Infieles. Ese mismo año ganó el Premio Joven Creación de la Editorial Costa Rica con la novela La Historia de Cornelius Brown, (2007).

Revistas como Los Noveles y Punto de Partida han publicado cuentos de su autoría y fue incluido en la antología de relato costarricense Historias de nunca acabar (ECR 2009). Periodista y politólogo graduado de la Universidad de Costa Rica, con una maestría en Estudio del Desarrollo en la Universidad de Sussex, Inglaterra.


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