24/1/13

Ojos de muertos - Guillermo Fernández



“a mi todo muerto me angustia, todo muerto me duele, sea un niño iraquí, americano o costarricense; pero, por supuesto, entre la muerte masiva de niños costarricenses y norteamericanos, y la muerte de niños árabes, ¿qué puedo escoger?...”.

Abel Pacheco


Guillermo Fernández debutó literariamente en poesía con La mar entre las islas. (Premio Joven Creación, ECR, 1983), Atrios, (ECR, 1994), Estocada final, (Premio Nacional Aquileo Echeverría, ECR. 1997), Para días posibles (EUNA, 1997) y Danzas (EUNED. 2002). Más adelante deja la lira y sigue con el cuento Efecto invernadero, (ECR, 2001) y Hagamos un ángel (Editorial EUNA. 2002). Más tarde aborda la novela con  Babelia  (2006) y Nebulosa (2007) ambas con la Editorial Costa Rica y sigue ahora con Ojos de Muertos (Uruk 2012).

En esta tercera novela Fernández incursiona en el género detectivesco[i], y en lugar de entregarnos un caso, nos ha novelado dos, uno que podríamos llamar “Los niños de Irak” y el otro “Draculín”, en una obra llena de referencias amargas y reconocibles, igualmente ha creado un singular detective, Pablo Jimenez, el cual resulta de alguna manera en un anti-héroe, digamos que un anti-detective, pero primero hagamos un repaso por la novela.

Síntesis

Compuesta por seis partes en treinta y dos capítulos, en la primera de ellas “La mano mordida” Pablo Jimenez, jefe de la Oficina del Crimen Especial del Ministerio de Protección Civil recibe el encargo del Director[ii] para investigar el ataque sufrido por el presidente de la república Joel Agüero[iii]. Autoridades superiores habían recibido antes un poema amenazando al mandatario por su incondicional apoyo a la Coalición de países que luchan contra Irak y el terrorismo de Al Qaeda de quienes se sospecha son los perpetradores del ataque. Ante todo, el propósito de la misión será “descartar de inmediato si los locos de Al Qaeda están detrás de este ataque” (Cap. I). Pablo pone en autos a su equipo de criminólogos (Cap. II) e inician sus primeras pesquisas infructuosamente (Cap. III) al día siguiente de su asignación, Pablo se entrevista sobre el asunto con el asesor presidencial Ananías (Cap. IV) y saliendo de allí se le ocurre la idea “no del todo clara en esa hora de debilidad, de visitar al padre Rosales” (Cap. V)

En la segunda parte “Huir y regresar” Pablo decide darse el fin de semana libre, visita un prostíbulo (Cap. VI), más tarde se encuentra con su amigo Celso[iv], quien hacía unos meses había perdido a su hijastro en un supuesto asalto, Celso pide ayuda a Pablo para que le consiga un sicario que le haga justicia a él y su mujer, Pablo lo recrimina y no le apoya (Cap. VII), regresa a casa donde se queda dormido viendo una película, cuando despierta sale a buscar a una vendedora que el día anterior le había parecido hermosa, como no la encuentra, se decide por ir a visitar a su padre en Barva (Cap. VIII), ahí pasa frente a la casa de Belisario, fabricante de máscaras y amigo de su padre y se detiene a conversar con él (Cap. IV), sigue caminando y ve el techo de la iglesia y recuerda una mala experiencia de su infancia con un sacristán hasta que se topa con Damaris, una ex novia de su juventud con quien charla un rato (Cap. X), finalmente llega a casa de su padre (Cap. XI).

En la tercera parte, “Últimos días del año” Pablo recibe un informe de sus colaboradores, se han hecho detenciones, pero no sienten que estén progresando pese a la captura de un indigente conocido como “Culebra” que parece coincidir con las descripciones y a quien el presidente ha identificado como su agresor (Cap. XII)[v]. Pablo platica casualmente con dos forenses alrededor de un extraño trozo de carne que los lleva a fantasear sobre su origen[vi]; le confirman también que la dentadura de Culebra coincide con las marcas del mordisco en la mano del presidente (Cap. XIII)[vii]. Los indigentes son liberados, “Culebra firma una confesión donde admite haber mordido al presidente, pero niega haber sido instigado por terroristas o conocer el misterioso poema de los niños de Irak, nadie le cree, las autoridades están obstinadamente convencidas de que Al Qaeda está detrás del ataque. (Cap. XIV)

Tras la negativa de contactar a un sicario,  Pablo finalmente cede al pedido de su amigo Celso y contactan a “Candado” para el trabajo. (Cap. XV)[viii] Más tarde, Pablo vuelve a entrevistarse con el Director, le indican que recibirá el apoyo de un agente de la Coalición de países de la guerra contra Irak para encontrar el vínculo entre el ataque al presidente y los terroristas (Cap. XVI) El 24 de diciembre, llega al país el agente, Arnold Badcock, Pablo lo recibe en el aeropuerto, lo lleva a un hotel y toman juntos. A la mañana siguiente Pablo recibe una llamada de Rodolfo, uno de sus colaboradores que se encuentra en una crisis personal y acude en su ayuda. (Cap. XVI).

El 26 de diciembre, Pablo y Arnold Badcock se entrevistan. Pablo pasa el fin de año solo. Otro día, una de las prostitutas que Pablo contactó para Arnold Badcock se queja con él de las perversiones de este. (Cap. XVII)[ix].

La cuarta parte “Testimonios” Pablo conoce las perversiones de Badcock, siente que son un arma para extorsionarlo y se retire de la investigación, pero fracasa, comienzan así los interrogatorios y torturas de Badcock que arranca testimonios inverosímiles de indigentes lo cual compromete a las autoridades por lo que finalmente es retirado de su cargo. (Cap. XVIII) En una nueva entrevista con el Director, se le indica a Pablo que se debe negar cualquier tipo de contacto con el agente (Cap. XX)  A consecuencia de los rumores sobre las torturas, Pablo sufre un incidente con Gregorio Luna, periodista de Testigo Ocular (Cap. XXI)[x].

La investigación ahora da un giro y se dirige hacia el posible autor del poema, Pablo entrevista a diversos poetas buscando indicios que lo llevarán hasta el poeta muerto Honorio Méndez[xi] y hacia  un grupo literario “Clara Oscuridad” (Caps. XXII y XXIII).

En la quinta parte “El rastro de Draculín” un nuevo homicidio en Aserrí  hace a Pablo retomar el caso del asesinato del hijastro de Celso, visita a éste y su mujer para informarles del asunto, con la ayuda de un informante van tras la pista de un sospechoso con el mote de Draculín, y las pesquisas los llevan hasta un bunker en medio del hermetismo de los presentes (Caps XXIV y XXV). Pablo tiene una pesadilla con Draculín, un mes después, recibe la llamada de Celso para avisarle que su mujer le ha abandonado, que se fue con el sicario para vengar la muerte de su hijo (Cap. XXVI). Esa misma noche, Pablo descubre que han caído en una trampa y Draculín se ha burlado de ellos por mucho tiempo (XXVII).

En la sexta parte “Ojos de muerto”, el presidente a sido atacado nuevamente, y aunque continúa la investigación en busca del instigador de estos ataques, se ha cubierto el asunto con un culpable por conveniencia (Cap. XXVIII), pese a que se descubre que un fantasmal Honorio Méndez es el autor de los ataques, las autoridades por consejo de una clarividente proponen llevar a cabo una serie de misas para apaciguar al atacante (Cap. XXIX) Días después Pablo tiene una curiosa conversación con Débora la clarividente (Cap. XXX). Pablo recibe una llamada de Celso: candado ha sido asesinado por Draculín, Pablo y sus colaboradores vuelven al bunker donde habían buscado antes para descubrir el paradero de Draculín, se monta un operativo para aprenderlo (Cap XXXI), tras el operativo, Pablo reflexiona sobre los resultados. (Cap. XXXII).


El anti-detective, paranoia y absurdidad

Guillermo Fernández ha creado un personaje muy peculiar en Pablo Jimenez, jefe del departamento de la Oficina de Crímenes Especiales, se trata de un sujeto pusilánime como individuo y como detective “Creo que mi trabajo en el Ministerio de Protección Civil ya no me parecía estimulante” (pág. 9), estoico, nunca va contra la corriente y termina haciendo lo que los demás quieren: se hizo criminólogo porque su ex mujer se lo pidió “lo que había vivido hasta ahora era la fantasía de mi ex esposa y sin ella no tenía a quién comentarle los avatares de cada día” (pág. 9 ), fue despedido como profesor de filosofía porque los estudiantes no lo respetaban (págs. 13 y 14), le consiguió un sicario a un amigo pese a no estar de acuerdo (Cap XV), consiguió prostitutas para el agente de la Coalición (Cap. XVIII), y no pudo extorsionarlo luego, calló las torturas y abusos de esté cuando se lo ordenaron “la orden que tenemos ahora es la de negar cualquier tipo de contacto con el agente” (pág. 150), calla también sobre la falsa resolución de los ataques al presidente (Cap. XXVIII), en general, todo en Pablo Jimenez es un acto fallido, fracasa en sus investigaciones, pues paralelamente el Director llega primero  que él a los mismos resultados (Cap. XXIX), igualmente, “Candado” le gana la carrera en encontrar a Draculín (Cap. XXXI). En suma, la vida del “anti-detective” no tiene mucho sentido salvo que sigue jovencitas sin éxito aunque lo niegue[xii] (pág. 60).

Resulta interesante el recurso del detective-filósofo, aunque a fin de cuentas, todos los personajes resultan tan buenos filósofos como Pablo, en especial el Director (Cap. I) [xiii] y Badcock (Cap. XIX)[xiv]  que hasta citan mitos y autores clásicos con él, realmente se desaprovecha en la novela esta peculiaridad para la resolución de los casos.

Como habíamos dicho al comienzo, esta novela es dos historias, o mejor, dos casos, el primero que llamaremos “Los niños de Irák” es una parodia, carnavalesca y paranoica, la obstinación de las autoridades por revelar un misterio para inmediatamente negarlo, sean los terroristas de Al Qaeda o la sombra de un poeta muerto, aquí la verdad se inventa y luego se oculta.

El segundo caso “Draculín” rememora la ultraviolencia de la Naranja Mecánica de Anthony Burguess, del niño que está en la frontera de la vida y debe decidir si crese o se queda en sus mórbidas travesuras, pero también da paso a otro elemento, a una fascinante confrontación, la cacería de un criminal entre un detective (dentro del aparato institucional) y por otro el sicario (que transgrede esa institucionalidad). A pesar de ser este segundo caso más contundente, se debilita (poco importa que la esposa de Celso se valla con Candado) hasta su  desenlace y en medio del clímax el narrador se detiene a describir la casa del asesino y a citar los nombres de los autores de los cuadros y esculturas; la casería de Draculín se vuelve melodramática y poco creíble cuando Pablo se enfrenta sólo ante él, como si lo hubiera finalmente emboscado en un callejón solitario cuando en realidad estaba acompañado por un fuerte operativo con agentes armados.

Pero sentimos que hay algo que no nos permite sumergirnos en cada una de las historias narradas y exprimirles todas sus consecuencias, y es a nuestro parecer el problema del narrador-personaje-autor por un lado y por otro los tantos episodios que las enmarañan, a veces sólo accesoriamente, para servir de trasfondo o escenario a las reflexiones y juicios del protagonista.


El problema del narrador

A todo lo largo de novela el narrador y protagonista Pablo Jimenez opina de todo, juzga a todos y lo describe todo sin dejar nada para el lector, no cabe duda que hay agudeza y hasta puntos altos en sus soliloquios, pero la mayor de las veces resultan estorbosos, tanto que terminan sofocando el relato, los personajes los conocemos por lo que Pablo Jimenez dice y piensa de ellos y nunca por lo que los personajes realmente son y hacen, la novela se excede en juicios de valor y pierde en sutileza y sugestividad. Quisiera mostrarlo con algunos ejemplos:

“Cuando salía de Casa Presidencial me sentí mareado. Detuve el automóvil cerca de un puente, abrí la ventana y vomité. Un grupo de colegiales me vio desde la esquina, se agitaron sorprendidos y luego se rieron socarronamente. A los jóvenes les encanta ver a los viejos hacer el ridículo, el instinto les dice que ya nos pueden pasar  por encima, y de paso gozar como lobeznos lujuriosos.” (Cap. V. pág. 37)

Aparte del vómito (que es un clisé del cine de Holywood  que no viene al caso) realmente no interesa el comentario sobre la juventud irreverente, el lector puede llegar a esas conclusiones sin ayuda del autor, también se nota aquí el uso del símil con un propósito decorativo más que para ampliar el sentido o bien comparar una cosa con otra.

El narrador, que en todo caso es testigo y protagonista de la acción, por momentos es también omnisapiente, conoce los pensamientos y hasta lo que los personajes quieren decir y sienten:

Lo que Damaris quería decirme, en verdad, era lo siguiente: No puedo evitar vivir así, y solo pienso en huir”. (Cap. X, pág. 74).

“De nuevo, Damaris invertía los términos. Lo que deseaba decir era que Daniel le había puesto un terrible vigilante: Juan y que lo hacías porque no solo la celaba. Sabía que ella era diferente, alguien que no formaría nunca parte de sus propiedades, un ser inaccesible, aunque la pudiera tener a su disposición, cuando se aburría de sus muchas amantes. Daniel sabía hacer dinero y eso era lo único que había aprendido en la vida. Lo hacía de todas las maneras posibles y creo que muchos lo adoraban. Hombres como Daniel son apreciados sin mucha dificultad, les sobran serviles y protectores. Tal vez conocen el corazón de los hombres mejor que ninguno y les saben hablar para mantenerlos hipnotizados”. (Cap. X, 75)

Aquí es donde mejor se aprecian los problemas con el narrador en primera persona que además es el protagonista, como siempre, agrega comentarios que no son pertinentes, que no refuerzan la trama ni aportan gran cosa al argumento. En toda la novela solo existe un punto de vista: el del autor-narrador-protagonista.


Un relato saturado

Conforme avanzamos en la lectura de la novela, comenzamos a notar una saturación de recursos: sueños, voces, encuentros y episodios enteros alrededor del detective con el único propósito de servir de escenografía para sus juicios y sentencias, la trama se desdibuja, la novela se vuelve un relato sobre Pablo Jimenez y sus escrúpulos, todo lo demás es fachada, de no ser así, faltó economía, contención y eficacia.

Por ejemplo la entrevista con Ananías en el capítulo IV que no hace más que repetir lo que ya sabemos del caso de “los niños de irak” en el capítulo I.

Desde el capítulo V hasta el XI, se intercalan una serie de personajes y situaciones que nada aportan a los casos, y que conciernen únicamente al narrador protagonista, es débil el papel del padre Rosales tanto en el capítulo V como en el capítulo XXXII donde se siente una especie de voluntad aleccionadora en el autor representada por la “autoridad moral del sacerdote” alargando el final de la novela sin necesidad.

El largo fin de semana narrado en la segunda parte (Caps. VI-XI), con la excepción del encuentro entre Celso y Pablo es bastante prescindible; ahí se narran la visita al prostíbulo, la búsqueda de la vendedora, el diálogo con el taxista, el recuerdo de una violación por parte de un sacristán, la visita al fabricante de máscaras, el encuentro con una exnovia, la visita a la casa paterna y las voces de la madre muerta, todo gira alrededor de Pablo pero no alrededor de los casos que investiga.

Igualmente se sienten recargados y clisés los diálogos con los taxistas (págs., 63-64 y 106-107), o los sueños, sobre todo en el capítulo XXVI cuando Pablo sueña con Draculín, personalmente, opino que el recurso onírico, como intento de penetrar en el subconsciente y en la psiquis de los personajes para ampliar las posibilidades significativas de un relato ha sido un recurso excesiva y vanamente socorrido en la literatura costarricense.

También sentimos innecesarios los lamentos y auto-recriminaciones de Pablo y su equipo cuando descubren el engaño de que han sido víctimas por parte de Draculín en el capítulo XXVII y cómo se alarga el final de la novela con la llamada de Pablo a Andrea (pág. 240), o el diálogo con Ananías (pág. 245-246) o la totalidad del capítulo XXX, y la entrevista del detective con Débora la clarividente. En todos los pasajes que he mencionado llueve sobre mojado, el autor interviene como queriendo explicar y ampliar un sentido y unas conclusiones que ya se intuyen y le corresponden al lector.

Por el contrario, sentimos como verdaderas joyas los pasajes sobre Beatriz y Filadelfo, vecinos de Pablo o el magnífico relato inserto del capítulo XIII, la confesión de Culebra o el pulso entre Candado el sicario y el protagonista planteado en la página 182. También sobresalen las entrevistas con los poetas en los capítulos XXII y XXIII.

Concluyendo

Ojos de Muerto es una parodia sobre la paranoia institucionalizada, donde los personajes se arrastran por el fracaso y la absurdidad de sus propias acciones, con mayor contención y énfasis en los casos investigados y sin los juicios morales de Pablo Jimenez en cada párrafo y situación del relato seguramente la novela sería más sólida.

Germán Hernández




[i] La novela detectivesca a lo largo de su evolución ha sido un pretexto afortunado para ahondar en la condición humana y síntesis de los múltiples rostros de la sociedad. Tal parece que ahora y afortunadamente la literatura costarricense va perdiendo el temor por la literatura de género y en el caso de la literatura policiaca ya es obligatoria la mención de Enrique Villalobos o Jorge Méndez Limbrick y otras voces emergentes como la  de Daniel Quiroz y ahora la incursión de Guillermo Fernández, en ese sentido creemos que es ganancia, y en la medida que el género cobre vigor, ya no se dirá al contrario que esta es pretexto de lo primero sino razón central para referirse a esa condición humana y social, con toda la dignidad literaria que sí goza en otras latitudes con mayor tradición en el género.
[ii] Curiosamente, nunca sabremos el nombre del “Director” como tampoco conoceremos el nombre de la “dirección” a su cargo, a veces se le dice Director de Protección Civil, pero ese es el nombre del ministerio y él no es ministro.
[iii] La referencia es inconfundible, y se transcriben casi literalmente las palabras del presidente Abel Pacheco en el 2003 “entre la muerte masiva de niños costarricense, norteamericanos y árabes, se hacía la pregunta de lo que debía escoger” (Pag.12).
[iv] Aquí se introduce disimuladamente el otro caso, el de “Draculín”.
[v] Estamos de regreso en el caso “Los niños de Irak”
[vi] Este relato inserto, es alucinante y de una sobresaliente calidad, sin duda uno de los logros dentro de la novela, genera extrañeza y entra plenamente en lo fantástico, y logra contribuir con esa atmósfera de absurdidad.
[vii] En este capítulo se hace una referencia al caso de “Draculín” que será fundamental.
[viii] Volvemos al caso de “Draculín”.
[ix] Es más que obvia la referencia de Arnold Badcock con un conocido actor de películas de acción y más por su curioso apellido, como sea, no deja de ser curioso que en una novela donde sobreabundan los detalles no se describa ni una sola de las perversiones de Badcock.
[x] Pero este incidente parece ocurrir sin ninguna consecuencia posterior. Lástima que se desaprovechara este pasaje. El personaje de Luna es mucho más complejo e interesante por lo que hace y dice que por lo que Pablo Jiménez dice de él en su caricaturesca descripción.
[xi] Las referencias en estos capítulos de los poetas (Sara, Miguel, Braulio) provocarán a más de uno, pero en el caso de Honorio Méndez la referencia es inconfundible, se refiere al desaparecido poeta David Maradiaga, salvo por el año de su muerte los datos son exactos como su vocación y las hipótesis de su muerte: “Algunos consideraban que lo habían matado por ser ecologista, otros, que habías muerto en su propia ley, henchido a más no poder de una apocalíptica borrachera” (pág. 168) la edad en que murió: “la muerte del poeta a los 27 años” (pág.170) El lugar donde encontraron su cuerpo “nos fuimos al parque de los Mangos en Zapote donde había sido encontrado el cadáver de Honorio Méndez” (pág. 177) y su origen “Ah, y no le he contado lo peor: sabemos que descendía de nicaragüenses” (pág. 239).
[xii] Angélica la vendedora (Cap. VI) y Paula (Cap. XXV)
[xiii] Donde platican sobre el mito del Minotauro a propósito de un trabajo escolar del nieto del Director.
[xiv] Donde platican de Chang Tse y Bataille.

18/1/13

Calú Cruz - Fuego en la Montaña



Bosque en llamas (Detalle) Cynthia Bignon

Fuego en la montaña

  
Guarumos a lo lejos adentran en sus ramas las verdades y clavan por la senda espinas. En la explanada un rancho de bambú, madriguera de dos: uno campesino, Fernando, y la otra hogareña, Lucía.

Apenas el rumor del viento irrumpe; sombras copiosas hay en la ventana, muy junto a los platanares, cerca, muy cerca y pegadas a su casa.

—¡Tomá las botas, Fernando!
—No te preocupés, descansá, “Chía”.
—¡Llevate el termo! ¡Tomá el pan y echá las tortillas!...

Comienza la faena el hombre, lleva el bocado de la huerta, botas hasta la rodilla, cuchillo en su vaina y sombrero ala corta. Es su mujer lo único que tiene, su compañera y su sonrisa.

Ya toma rumbo, se va ocultando entre la senda, lo sigue su mujer con la mirada, observa cómo se va ocultando, su marcha parece camino de hormigas; ya lo pierde de vista, el día parece fogón y, lo único que está por enfriarse es el termo sobre la mesa y corre Lucía hacia el cuarto, apresura el paso, pues ya hace “frío”...

Se cuela el suspiro secreto del monte que pisa asustadizo y merodeante, mete su cuerpo en la cama y cierra Lucía la ventana.

En la huerta, sacude Fernando el sudor, lo seca con su camisa, son las diez y el sol es capaz de encender el hambre, toma su bolsa, saca el pan, las tortillas, pero no está su termo, colérico torna por el trillo, encendido sujeta el cuchillo y profiere improperios. El viento aúlla entre las paredes, parece avisar y nadie lo escucha, adentra su cuerpo en la casa, parecen gemidos los vientos, son los ecos… son los ecos…

—¡Chía! ¡Chía!, ¿dónde está el term…? ¡Lucía!
—Yo, este… el termo está en… ¡Corre!

Hay un sol ardiente y sus ojos perplejos ven visiones, la fuerza sostiene su llanto, mientras un demonio le aprieta el sable… quema la chispa por sus venas y cargadas de pólvora ya están las paredes. El sol refleja a dos cuerpos, uno moreno, ¡ay!... uno moreno que no es Chía.

Han volado las aves, gritos de mono parecen escapar de entre los árboles, huyen los animales espantados; el sol hace lo suyo y la montaña lo ayuda, huele a quemado y es su rancho.

Son las doce, y ya sale Fernando de su casa, carga sacos de siembra, cava profundo y riega, la llave de paso la tienen sus ojos, hunde la pala con ira…

Siembra, Fernando, siembra; y son dos cuerpos “las semillas”.

        Hay fuego en la montaña…



Calú Cruz. Óscar Leonardo Cruz Alvarado. Nació el 27 de junio de 1987, en Alajuela. En 1999 se graduó de primaria; donde inician sus primeras incursiones a la escritura por dos cuentos “extraviados” de corte infantil, con apenas 11 años. Para el 2005, obtiene su título como bachiller en secundaria. Ingresa a la corta edad de 17 años a la Universidad.  En la actualidad se desempeña como docente.

La obra “Cuentos de mamá muerte” es su primer libro publicado, dicha obra es una recopilación de cuentos trágicos, en donde la muerte aparece como protagonista (muerte psicológica, física y existencial). Se caracteriza por recrear situaciones que son incomprensibles y “perversas”; algunos cuentos se adentran en la superstición para dar mayor significación al lector.

Cada uno evidencia el desenvolvimiento del ser humano cuando se enfrenta a sí mismo en su psiquis. Algunos parecerán oscuros y otros fantásticos; pero la temática general se engloba en el ser humano; ya sea en entornos rurales o urbanos; ironizando sus situaciones  marginales o desplomándose hacia la muerte.

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