31/1/14

Una confidencia de Maigret – Georges Simenon

Publicada originalmente con el título “Une confidence de Maigret” en 1959, este episodio de la saga del comisario, resulta en la mutua confidencia que se hacen el comisario y su amigo el Doctor Pardon.  Cada quincena, una vez en la casa de los Maigret y a la siguiente en la de los Pardon, se reúnen ambos matrimonios para compartir sus veladas delante la cena. Estos encuentros se repiten por años, Pardon es personaje recurrente de infinidad de novelas de la serie, y se podría decir que el mejor amigo del comisario “Sentía un gran afecto por Pardon. Le consideraba un hombre, en la plena acepción que daba él a esta palabra”.  

Es durante una de esas cenas en casa de los Pardon que comienza nuestra historia, los personajes están a punto de saborear el postre, un pastel de arroz, cuando una llamada los interrumpe, es para el doctor y este la atiende. Más tarde, terminada la cena, los dos hombres se acompañan en silencio hasta que Pardon exclama “¡Una noche más en la que desearía haber elegido otro oficio!” luego, explica la situación de la llamada que ha recibido, uno de sus pacientes está prácticamente desahuciado, y pese a todo se niega a ir al hospital, Pardon se siente frustrado, sus recursos y voluntad no dan para más respecto de su paciente agonizante y su mujer embarazada del sexto hijo.  

Maigret, cuidadosamente, como queriendo ponerse en el lugar del otro, hace su propia confidencia “el caso no es completamente idéntico, sin duda… También yo he deseado algunas veces haber elegido otro oficio…”  “el simple hecho de considerar a un hombre sospechoso, de citarle en la Dirección de Seguridad, de interrogar sobre él a su familia, a sus amigos, a su portera y a sus vecinos es capaz de hacer variar el resto de su vida…  Tal individuo que tiene uno delante y que parece normal ¿ha sido capaz de matar? No se trata de decidir si es o no culpable, lo admito. Esto no es de la incumbencia de P. J. No por eso dejamos de estar obligados a preguntarnos si es posible que… ¡Y es juzgar, a pesar de todo! Eso me horroriza… de haber pensado en ello cuando ingresé en la policía, no estoy seguro de que…”  

George Simenon
Estas reflexiones del comisario, darán lugar al relato sobre el caso de Adrian Josset, el farmacéutico, cuya mujer aparece degollada en su casa, todas las sospechas caen sobre él, todas las circunstancias y motivaciones lo señalan, todos piensan que se casó por conveniencia, para ascender socialmente, por el dinero de su esposa, todo se agrava, tiene una amante, estuvo en la escena del crimen, por un momento intenta huir, pero comprende que es inútil, denuncia el homicidio y se entrega resignado, jura por su inocencia, Maigret que no lo juzga, finalmente tiene que entregarlo a la fiscalía, Josset es juzgado, y condenado, pero a Maigret lo persigue la duda, la cual solamente se aclarará parcialmente tiempo después, gracias a una carta y los rumores de un proxeneta, pero todo nuevo indicio carece de fundamento, quizás sí, quizás no, el caso Josset era ya cosa juzgada.  

La trama del “inocente condenado” está magistralmente llevada a cabo en esta novela, la distancia emocional del policía sobre su presa como requisito metódico entra en crisis y con esto, George Simenon nos brinda uno de los testimonios más intensos sobre la humanidad del comisario.    

Germán Hernández


21/1/14

Arnaldur Indridason – La mujer de verde



“¿Quién condena un hombre por asesinar un alma?”
Arnaldur Indridason – La mujer de verde (pág. 238)

Desde el meteórico y espectacular paso de Stieg Larsson y su trilogía Milenium, editores y lectores de todo el mundo han puesto su atención a la literatura negra nórdica, y los hallazgos han sido notables. Pero la literatura negra en esos países no es tan reciente y es obligatorio mencionar a quienes sin duda son los precursores del género, el matrimonio compuesto por Maj Sjöwall y Per Wahlöö, con su saga de diez novelas en las que aparece el inspector Martin Beck; y también a  Henning Mankell y su atormentado inspector Kurt Wallander. Gracias a ellos, el número de autores y obras desde los países del norte van en aumento y en el caso particular de la novela que comentaremos a continuación “La mujer de verde” del islandés Arnaldur Indridason, influencias a tener en cuenta (de las buenas).

Arnaldur Indridason nació en 1961, es  historiador, periodista, crítico de cine y literatura, y hoy por hoy el más conocido y difundido escritor islandés, traducido a 37 idiomas y con más de siete millones de ejemplares vendidos de su obra, con alrededor de 19 títulos, 13 de ellos de su serie negra con el detective Erlendur y su equipo.

El detective Erlendur nos recuerda en algunos aspectos al inspector Walander de Mankell, por su vida disfuncional, abandonó su matrimonio y a su hija, que acabó en la indigencia y drogadicción, vive atormentado por la desaparición de su hermano durante la infancia en una ventisca de nieve. El lirismo bellamente logrado en el estilo narrativo de Indridason nos recuerda a los precursores Maj Sjöwall y Per Wahlöö y esa voluntad por desmistificar a los países nórdicos, que pese a sus bien aprovechada y casi infinita riqueza natural y sus sistemas de bienestar social, también ocultan sus miserias y a través de ellas mediante la ficción de la novela es que se “explica un país”. Desafortunadamente, las obras Indridason han sido poco traducidas al español, y no han provocado el furor que sí han tenido en lengua inglesa.

Arnaldur Indridason
“La mujer de verde”, es su segunda novela de la serie del detective Erlendur, publicada originalmente en el 2001 con el título original Grafarþögn, y traducida en el 2008 al español, primero con el título “Silencio sepulcral” (que es la traducción literal del título en islandés)  y posteriormente con el de “La mujer de verde”. En ella, durante un cumpleaños, unos niños encuentran unos huesos expuestos en una construcción los cuales resultan ser humanos. La lenta excavación de los restos, abre una ventana hacia el pasado, y lo va desenterrando poco a poco conforme el detective Erlendur y su equipo indagan sobre el secreto que guardan; paralelamente se desarrolla un segundo estadio narrativo: la historia de vida de una mujer, su madre y sus hermanos durante la Segunda Guerra Mundial y su interminable sufrimiento en medio de la violencia doméstica, y un tercer estadio narrativo, la vida privada de Erlendur, los demonios de la culpa y su pasado, revividos en el momento en que encuentra su hija drogadicta y la interna en estado grave. Todo converge hacia el final, pero de la manera más dramática y conmovedora. En este sentido, “La mujer de verde” es capaz de removernos, de traspasar el contenido conceptual y descriptivo de la “violencia doméstica” llegando hasta el centro vital y de sentido de esta, superándola, exponiendo lo que al final, en medio del horror que es capaz de transmitir y que se resume demoledoramente:

“- ….Creo que te he hecho una pregunta sobre violencia doméstica.
- Una palabra muy neutra para el asesinato de almas. Una palabra suave para quienes no saben lo que se esconde detrás de ella.”  (Pág. 237).

Para un personaje atormentado como el detective Erlendur, cuyas heridas nunca cicatrizan y así, los pasajes dolorosos de vida, como cuando perdió la mano de su hermano en una ventisca de nieve, o cuando abandonó a su hija recién nacida, son heridas abiertas y sangrantes, es comprensible comprender su terca ansiedad:

“Un crimen es un crimen. No importan los años que hayan pasado.” (pág. 71)

Confrontar los crímenes propios y los ajenos, será, su única forma de expiación.

La mujer de verde debe de considerarse como la obra maestra de la actual literatura negra nórdica, y a Indridason, el más completo de sus actuales escritores. Es imposible salir entero después de leerlo.

Germán Hernández

9/1/14

El destino de las palabras – Santiago Gil




El destino de las palabras, es la última novela de Santiago Gil (por el momento); esta vez en formato digital mediante la atractiva propuesta del proyecto editorial Attikkus que inaugura su catálogo con esta obra  a través de Amazon y la cual es fácil y económicamente accesible, lo cual confirma y motiva la emergente lectura por otros medios no impresos.

Santiago Gil ya ha estado de visita en el Signo Roto, primero lo tuvimos en la Convocatoria Permanente de Narrativa con un delicado texto “Películas”, luego tuvimos el grato regocijo de comentar su novela “Sentados”. Ahora nos vuelve a dar la oportunidad de leerlo en “El destino de las palabras” y con esta novela, regresan los horrores de la demencia, la senilidad y el devenir.

Con su estilo llano, directo, Gil monta un escenario y unos personajes cuyo drama al principio puede ser el de cualquiera que nos topamos en la acera, gente común, Carmen y su esposo, su hija Irene y su otra hija muerta, su terapeuta, espacios y circunstancias que el autor plasma de primera entrada, que por comunes las comprendemos de inmediato, hasta que vienen los giros que nos remueven y dan vértigo enseguida: el de la violencia y la invalidez afectiva, la inversión de roles, hasta el horror de las vidas tomadas y la sanción social.

Una vez que se tienen claros los personajes y su contexto, vamos avanzando por una lectura sutil, compuesta de retazos, susurros de los personajes que en conjunto van formando un cuadro completo de la trama, sobre su incapacidad de tender puentes, de las profundas brechas de desapego que se abren entre ellos, pero también de los irrompibles vínculos que los unen, que los obligan a compartir ese destino.
Santiago Gil

La composición de “El destino de las palabras” obliga una lectura de un tirón, para que puedan llegar hasta nosotros los instantes y fragmentos de la vida de los personajes como los rumores que nos cuentan sobre algún vecino, y por eso también nos obliga a reformular nuestra curiosidad morbosa a cambio de una humanizada empatía, para no caer en los juicios incompletos y fragmentados de la prensa, y devolverle la dignidad al escarnecido dolor de estos.

En esta estupenda novela de San Santiago Gil, con sutileza y economía sabe desatar un insondable testimonio que los lectores tendremos que acabar de construir.

Germán Hernández