24/2/17

Fabián Coto Chaves – El país de las certezas



Fabián Coto Chaves debuta literariamente en el 2015 con el libro “El país de las certezas”. Es un debut a medias, pues tampoco el autor es un desconocido, ya tiene un back round bien ganado en la notable revista en línea Paquidermo de la que es editor y colaborador, mientras que en la obra que nos ocupa en esta oportunidad, es sobresaliente la firmeza de su prosa contenida y sobria; es un libro ecléctico, la singularidad y variedad de tópicos que abarca también pone de manifiesto el amplio bagaje del autor que expresa su también amplio abanico de preocupaciones y obsesiones.

Tras la dedicatoria, los agradecimientos y un epígrafe, arranca el libro sin las coordenadas, divisiones y parafernalia usuales, directamente en cuarenta y seis textos donde lo que más resalta es el manejo de los espacios y atmósferas que emplea dentro de los marcos que delimita en cada uno.

Tal vez se pueda intuir arbitrariamente cierta organización (a veces sí, otras no) por tema y tratamiento en el orden de los textos, por ejemplo, en los ocho primeros, (y luego otros dispersos en el libro) que cuentan anécdotas de una Costa Rica rural y meseteña ya ida, como recuperadas de la oralidad, como una especie de memoria patrimonial que quiere salvarse, en cuanto al tratamiento, se siente el sabor y la mesura del realismo agrario de Fabián Dobles, de Marco Retana de Francisco Zúñiga Díaz y Adolfo Herrera García, no algo en particular de estos autores, sino más bien ese modo distintivo de narrar el mundo rural. Pues si nos refiriéramos a obras y autores de primera entrada “El mar” con que abre la colección me evoca instantáneamente en su primera línea “Tenía poco más de 20 años y nunca había visto el mar” a un cuento de Salarrué sobre dos campesinos que no conocían el mar (tristemente he tratado de encontrar ese texto, sé que lo leí hace más de veinte años, pero ahora es imposible recordar dónde, si el libro era mío o me lo robaron, quien sabe, pero aún resuena en la memoria). Pero el contexto es totalmente distinto, el relato de Coto Chaves también nos sirve de modelo, en él está bien planteada la estructura y tratamiento de casi la totalidad de sus relatos.

En “El mar” el protagonista Joaquín (ficcional o ficcionado) se monta sobre un marco realista e histórico, en este caso la guerra civil del 48 en Costa Rica (el autor conoce, ha investigado, hace referencia a hechos, fechas y pormenores) pero “a él solo le interesaba conocer el mar” y cuando este acontecimiento llega al fin, descubre que “Solo es un montón de agua con otro montón de agua encima” El relato queda abierto, su protagonista pasa de largo por la guerra y los acontecimientos que no le importaban, pasa de largo por el asombro de ver el mar, pero recuerda la textura de la arena adherida al rostro y el olor a pólvora quemada, ¿será el relato de un muerto o un sobreviviente?

De manera semejante “Un recuerdo improbable de la guerra del 48” el protagonista, un testigo pasa también de largo por aquella guerra, no cuestiona lo que cuentan sobre ella, sino que contrasta su propia experiencia de ella, “para mí la guerra y la infancia fueron, más o menos, un paseo a la finca de mi abuelo.”

Los siguientes dos textos son anécdotas de caza, “Una cacería de tigre”, “Un cerrojo tipo máuser”, hay también a lo largo del libro textos de “perfiles” de “personaje singulares” pequeños retratos si se quiere, “Fígaro” (el amante de las aves que el día de su entierro no cantaron) y “Chico Caiteles” (donde se aborda el escenario de las bananeras), “Ramiro” (a quien “las crecidas del Ebro apenas y llegaban a inundar el dominio de su nostalgia”) hay también un cuento de espantos “Luces de muerto” bien logrado por cierto, el autor traza  una parábola ingeniosa para burlarse del positivismo lógico mediante la ingenuidad campesina, además es el primer relato que rompe con la monotonía al insertar el diálogo y la intersubjetividad de los personajes en sus propias voces. Y cierra este bloque con “La casa de los bisabuelos”, una viñeta que sintetiza la evocación nostálgica de estos primeros ocho textos. Más adelante en el libro aparece otro texto semejante “María Luisa” donde la protagonista espera la visita de su hermana, y digo semejante, pues se siente esa obsesión del autor por la memoria, tan frágil, tan dispuesta al olvido, que es capaz de no dejar rastro siquiera para quienes la buscan como en el relato “La memoria de las montañas”; muy al contrario de “El hijo pródigo” donde el personaje piensa que “las cosas nuevas son, apenas, accidentes de la forma y que, en el fondo, la totalidad del paisaje permanece inmóvil”.

Se va comprendiendo que, la nostalgia, la evocación, la memoria traspasan cada texto del libro, como lo expone el texto homónimo “siento algo que podría compararse a la felicidad o, a lo mejor, al germen de todo ejercicio de nostalgia.”

Coto Chaves combina en los siguientes textos con la misma evocación nostálgica, pero ya fuera del espacio agrario, los primeros, pese a las coordenadas historiográficas de algunos, son intemporales; los siguientes sí son fáciles de fijar, corresponden a la contemporaneidad, aquí autor y lector también son testigos de las circunstancias y hechos narrados o bien los tienen muy cercanos. Me refiero a textos como “Una fotografía de Aldrin, Armstrong y Collings” donde “(esos gringos) pese a todo, eran en verdad unos arrechos” y precede “Challenger” como reverso, y contrapunto.

En seguida, aparece un texto que nos ha gustado mucho, “El A.C. Milán de Arrigo Sacchi” (pese al mal empleo del gerundio, ¡cuidado con las oraciones subordinadas!) Aquí hay chispa y encanto, pero el texto se queda a medio camino, como la mayoría, cuadros, viñetas, preámbulos de un cuento, constantemente queda esa sensación de: ¿Y qué sigue? y, ¿Qué pasó? Algo semejante ocurre con otros textos como “Una luna como una tortilla de queso” donde el juego con las redundancias resulta obvio; “El principio de los aguaceros”, “Panspermia”, “Un viento frío que se filtra por el paso de La Palma”, y entonces, el autor rompe con la brevedad exhibida a lo largo del libro (constituido casi totalmente de microficciones) en “Una mujer con la mirada color azul eléctrico (incluso encabeza el texto con un epígrafe) pero mantiene la misma estructura, solo es una versión extendida, el personaje recuerda lo inmediato (la mañana con Sofía) y lo distante (Casablanca) todo el libro es (insisto) una apologética de la nostalgia y la memoria.

Como un cuento visagra, como una especie de frontera sutil entre lo leído y lo que sigue, o mejor: a mitad del libro aparece el texto el “Catalejo roto” que de alguna manera nos indica de qué va el resto del libro, no sé si fue intencional o inadvertido por el autor, pero a partir de aquí, “nuestro catalejo permitía detectar privaciones de realidad en la que podía ocurrir cualquier cosa”.

Notable, y según yo con toda la factura de un cuento, “Derrumbe” no todos se quedan anclados a la nostalgia y la memoria, así parece hacerlo Isabel, una de sus protagonistas “porque quería destruir cualquier posibilidad de recuerdo y porque estaba convencida de que yo regresaría ahí, como nadie regresa a los lugares que más amado.” Mientras que el cuento que le sigue “Réquiem” igualmente notable, es opuesto al anterior “Qué ganas de no irse nunca de Limón ni de 1942” en una especie de delirio superrealista. Y vuelve por sus fueros, pues “La Habana” el texto siguiente es una coda de “Derrumbe” pero un malogrado texto de cabanga. Aquí debo agregar a título personal mi repugnancia por esa necedad de los escritores suramericanos de destacar que un personaje o personajes son negros, como si se tratara de una singularidad determinante, o mejor, de trazar una frontera entre los negros y los no negros, como si fuera necesario de parte de los no negros estar aclarando que se sienten blancos, en fin, pose siempre pedante, y muy mal emulada aquí.

Fabián Coto Chaves
Y persiste la nostalgia, ese deseo de fijar las cosas, y la certeza de su imposibilidad en “Diario de los gatos muertos de Buenos Aires” pues “cuando le ponemos nombre a algo, o cuando sabemos el nombre algo, de inmediato lo empezamos a perder”. A partir de aquí el libro da un giro cosmopolita, los escenarios se vuelven más exóticos, tanto en tiempo como en lugar, pero eso sí, conservan la familiaridad de lo vulgarmente humano universal en todos ellos, evocaciones siempre como en “Colonia de Sacramento” donde por fin comprendemos la insistencia de mencionar las aves en uno y otro texto, acaso, las aves como recuerdos, unas se quedan otras vuelan, las que sí y las que no se lo llevan todo o dejan algo. ¿Y por qué no? ¿Acaso no son eso los siguientes textos que en bloque cierran el libro? Textos de lugares remotos, de contextos ajenos a la inmediatez, rescatados de la afinidad libresca, reinventados y falseados y vueltos a construir como “Los pájaros de Gerd von Rundstedt”, “Los misiles R-12”, “Un minotauro en Nueva España”, “Zappin en Berlín del Este”, “Payola”, “Los mangos dorados del general MacArthur”, “Samizdat”, “La banda sonora invisible de las Malvinas”, “La sed en los gulags del Ártico”, “Derrelictos y planetas sin sol”, “Noticias enviadas desde la parte alta del río Amur”, “El gargaleote”, “Las monstruosidades de Boris Zhutovsky”, “El almirante en el primer viaje”, “Los límites del escepticismo”,  “Mayo del 68”, “El silencio de Komitás”, “Navidad de 1914”, viñetas históricas que rescatan a los posibles anónimos que las vivieron.

Pese a la eficiente y notable prosa de Coto, la regularidad, la homogeneidad de los textos, la unitonalidad narrativa del hablante impide cristalizar y narrar desde otros puntos de vista, los personajes siempre son referencias, todo lo que hagan, digan o piensen será dicho por el narrador desde su punto de vista, y con sus palabras. En consecuencia, por tramos del libro, ya uno sabe de qué va el asunto, se intuye y adivina el formato.

Resalta la obstinación por recuperar del olvido, de fijar en el tiempo, de rescatar lo vivido a toda costa como si se guardara en el texto el espíritu, la vitalidad, el contenido existencial del recuerdo que trasciende el hecho. Es un libro que indirectamente nos plantea problemas gnoseológicos sutiles: ¿Cómo recordamos? ¿Eso que recordamos sepulta la verdad versionada en la fijeza textual o la restaura? No lo sabemos.


Germán Hernández


17/2/17

Diego Van Der Laat – Veintidós



Para reseñar el trabajo de Diego Van Der Laat, pareciera que no queda más que escribir como él lo hace, desde sí mismo, como conversado con un amigo de la infancia que se reconocerá de inmediato en sus narraciones. Pero eso me pone a prueba a mí mismo, porque Diego Van Der Laat y yo no somos amigos en el sentido convencional de la palabra y sospecho que nunca hemos coincidido en el mismo lugar y a la misma hora, y si así ha sido, seguramente ninguno se dio cuenta.

Pese a ello, no sé por qué, siento que somos amigos, incluso y esto no tiene ninguna importancia para nadie, él y yo tenemos unas cervezas pendientes, eso lo sabemos él y yo, y seguro que ese lugar y tiempo llegará como suelen llegar todas las cosas.

Así que voy a referirme al libro de un amigo que no conozco, “Veintidós”, que de muchas maneras me recuerda  esas misceláneas de Cortázar como “Último round”, “La vuelta al día en ochenta mundos” o “Los autonautas en la cosmopista” pero no por la azarosa organización y composición de los textos (lástima, Van Der Laat ordenó muy bien los suyos, cómo me hubiera gustado algo más de aleatoriedad) Pero digo que me recuerda al cronopio mayor por esa voluntad lúdica y la insana picardía de saberse la más de las veces buen protagonista de sus propios relatos.

Entonces lo que tenemos en “Veintidós” es un rejuntado (por favor, esto no tiene ninguna connotación negativa) de textos, el mismo autor nos lo advierte al inicio, pues recicla en este un pequeño volumen anterior “11 textos temporales”, otros de sus colaboraciones en la Revista Dominical de la Nación, o de su sitio web www.sanjosereves.com, etc. La cuestión es que en sus propias palabras “publicar este libro deja mi bandeja limpia, vacía” es decir, que no se guardó nada, que este desprendimiento podría indicar un cierre y una apertura hacia proyectos totalmente nuevos, quizá.  

Y cuando me refiero a misceláneas, es precisamente a textos como “La plasticina café” donde la memoria antes homogénea ya no lo es, sino un amasijo, una sustancia imposible de separar en partes. En este texto por cierto, Van Deer Laat nos hace un guiño para recordarnos que plasticina es una marca, y que salvo en tiquicia el mundo la conoce por su verdadero nombre: plastilina, de la misma manera que llamamos “cinta scotch” a la cinta adhesiva, “zipper” a la cremallera o “pilot” a los marcadores. Además, en este primer texto del libro, nos queda claro que como en todos los siguientes, el libro se escribe desde un punto de vista, el de Diego Van Der Laat, sus coordenadas están ahí, para quien coincida con ellas.

“Ahora es tarde en la noche de un día muy largo, en el cuarto de al lado estoy yo, tengo treinta y cinco años; y estoy tratando de separar la plasticina pero ya no puedo hacerlo”

Este hubiera sido un cierre maravilloso para ese texto.

Por esa voluntad aglutinadora del autor, y vaciamiento, nos parece que los resultados son irregulares, a veces nos emociona y nos hace saltar de la silla, y otras nos desilusiona, sentimos que se reitera en su fórmula de composición, por ejemplo: “De por qué creo en el ratón de los dientes” y “La rama que flota”. En ambos, el autor repite la fórmula: Apertura, una situación cotidiana como ir al dentista o un día de paseo en la playa; Situación disparatada, súbitamente un acontecimiento rompe la tranquilidad, el paciente se traga una muela, unas bañistas comienzan a ahogarse; Cierre, donde la situación se resuelve en una especie de glosa del autor que se redondea con el título de la narración, el ratón de los dientes sí existe pues le dejó dinero en el excusado después de cagar la muela, o cuando tenga que jugarse la vida, sabe que lo hará.

El desarrollo de las situaciones disparatadas solo parece ser escenografía, el narrador en primera persona siempre agudo, siempre ingenioso, nos cuenta un “algo en medio” solo para llegar a un final que parece previsto de antemano. No pasa lo mismo con otro texto que sigue la misma estructura, me refiero a “Asfixia” donde sí sentimos que se logra plenamente la circularidad pretendida por el autor. No así en “El niño Gusano” donde otra vez el final se siente forzado a encajar, mediante la añoranza, desde el juego infantil en el patio hasta una final de la Champions (el aparato nemotécnico del autor no necesariamente funciona igual para todos).

Diego Van Der Laat - Fotografía de Esteban Chinchilla.
Hay otros textos, donde ese desarrollo de la situación disparatada es más nuclear y sustantivo, en este sentido cabría destacar los textos trillizos (porque están escritos de la misma forma); me refiero a las crónicas de viaje, el primero “El retrato de John Anthony Gillis”, “Nahual” y “En un jeep al hotel”, en ellos la picardía del autor y hasta una pequeña muestra de cinismo se sienten más frescos. Pero hay que destacar “En un jeep al hotel” porque en este su infaltable M deja de ser una referencia nada más y la sentimos como un personaje verdadero. Y bueno, ahí es cuando Van Der Laat realmente nos gusta, cuando sus personajes cobran vida, cuando M y A las sentimos verdaderas como en el cruel pero bellamente ejecutado “El gran quetzal de la tele” o en “El fin de la infancia” y, “La memoria de los Peces”, que cierra la colección acertadamente y abre una brecha de interrogantes, de preguntas por mejorar, y que como niños nunca hemos respondido ¿Por qué murió Happy? ¿Por qué acaban las películas y los libros que nos gustan? ¿Por qué morís vos?

Hay otros brevísimos, no cuentos exactamente, más bien viñetas, pequeñas escenografías con un tono más cercano al divertimento, prosa ligera como “Simón de Cirene”, “Pequeño Larousse”, “Alfileres”, “Dos de otra época”, “Sitifis Colonia”; aunque también hay gazapos, como “Las dos esferas” y “Peligrosísimo Pájaro”.

Van Der Laat es espontáneo, parece que todo lo que escribe le sale de un tirón, no se excede, pero no desaprovecha tampoco para dejar entre líneas sus destellos de ingenio. Sabe encuadrar, crear atmósfera, pese a sus tramas mínimas, “Muñecona” es un buen ejemplo de caracterización y construcción de un tipo, de una singularidad, pero sin exceder los límites de la viñeta. Lo mismo pasa con “Glory Days”, donde es inevitable para mí como lector solidarizarme con el toro, extraña vendetta, donde el narrador que pudo ser en primera persona prefirió la tercera persona singular, ¿tal vez porque el autor no pudo penetrar en otra subjetividad sin dejar de ser él mismo? Podría considerarse esto último como una fortaleza en algunos casos y una debilidad también y hasta en una tendencia de la mayor parte de nuestros narradores, la unitonalidad, su casi obsesivo control, sin importar si es en primera o tercera persona singular, inclusive cuando usa la primera persona en plural, mientras no tenga que desdoblarse en la subjetividad del otro siempre reconocemos al mismo hablante, el mismo punto de vista, la misma voz. Insisto, es virtud, a partir de ahí se construyen los rasgos que identifican, que vuelven inequívoco un texto y nos hace exclamar: “Esto lo escribió Van Der Laat”, pero también limitación, que puede acabar en tedio.


Germán Hernández


13/2/17

Guillermo Acuña González – Vostok



Guillermo Acuña González comparte con nosotros una breve selección de su último poemario Vostok, esperamos que esta cálida muestra lo lleve a explorar completo el austral territorio de este libro.


Estación central

Vostok es un dinosaurio. Tiene literas con lechugas y pósters que recuerdan el día que se quemó el girasol, 89.2 grados bajo sombra. Una sala donde no se hace ruido y se duerme. Paredes de hormigón altas. El aire es algo que huele. Es lo único que huele. Este lugar, corazón, es parecido al hospital de mis 8 años: grande, impersonal, doloroso pero cierto. Por eso algún día de aquí saldremos hacia un libro de ciencia, fotografiados como supervivientes con sonrisas de acuario. Alguien donará nuestras voces al contar diamantes en polvo en voz alta. Me envuelvo como astronauta cumpliendo el viejo ritual de dormir despierto, hibernando. Tan cierto. Tan dibujado una y otra vez en un cuaderno en blanco.


Consejo de sabios

Fui el único en la estación que llenó de flores su litera. Rojas, amarillas, violetas. Pasaron horas. No importaron los grados bajo cero en mi cuerpo. Esperé tus aires, lo que fuera a insinuar tus formas para aparecerte, amenazar el agua y su núcleo vuelto hielo. No supe más. Oí el frío. Luego, me llevaron a un lugar azul. Y me enseñaron a olvidar despacio.


Poliarniki

He dicho que me falta piel. Mis ojos ya no siguen el movimiento de la duna y su iglesia acorazada, sus edificios grandes y duros no dejan ver el día organizarse para el resto de la noche. Reconozco posibilidades: el amor es algo parecido a este mar acantilado, lleno de lunas pequeñas incrustadas como banderillas en el lomo de los días. Los cuento. La última vez que amé con delicia estabas sobre un pequeño muelle, agitando un pañuelo, diciendo adiós.


Lo que provoca la falta de humedad

La mano resbala por los vidrios como placas tectónicas a punto de provocar un continente. Es la ley del frío que se pega en la ventana y la desplaza lentamente de su centro. Es cuestión de pensar en la mano que se despega del vidrio y queda tatuaje. Es la variante del rocío que abraza mi cuerpo y se endurece. Y todo vuelve a la humedad del segundo.


1983

Nada de esto es real. Nada de esto es real si huelo tu cuerpo. Nada es real, porque tiene la gracia del hielo en un refresco de niño. Nada de lo que diga Vostok es real, pasó en algún diario el día que crujieron sus paredes de hormigón, atrapadas por el frío. Nada es real. Sólo tu boca. Tu fe por mis manos.


Apátrida

¿Cómo llamarse uno en un lugar donde las únicas fronteras posibles han sido borradas por el lastre del corazón? ¿Cómo se limpian esos escombros? ¿Para qué están allí? ¿Cuándo cruzar al país de la duna, páramos y espejos? Para vivir allí largamente ¿como ciudadano?


Guillermo Acuña González


Guillermo Acuña González (Costa Rica, 1969). Sociólogo y escritor costarricense.  Perteneció al Taller de Literatura Activa Eunice Odio entre 1990 y 1993.  Ha publicado Programa de Mano (2008), En Cuerda Floja (2014). Ambos con Editorial Arboleda, Costa Rica. Amares (2014), publicado por Editorial Ixchel, Honduras, En Ninguno de tus mapas (2015) y VOSTOK (2016), ambos publicados por Metáfora Editores, Guatemala. Una selección de sus poemas denominada “El fin de los días” fue publicada por Editorial Alebrije, Costa Rica, en formato artesanal (2013).

Ha sido publicado en las antologías “Instrucciones para salir de un cementerio Marino” del taller de literatura Activa Eunice Odio, en 1992; “Sostener la Palabra. Antología de Poesía Contemporánea costarricense, Editorial Arboleda, 2008; Antología Poesía del Encuentro, 2010, todas editadas en Costa Rica y la Memoria del XII Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, en homenaje a la Vida y Obra de las personas desaparecidas en Guatemala. En el año 2013 fue incluido en una edición especial de la publicación hispanoamericana Otro Lunes, editada en Berlín, Alemania, como parte de una selección de poesía centroamericana. En el año 2014 fue incluido en la publicación literaria Rayuela, del Diario El Péndulo, en Chiapas, México, como parte de una selección de poesía costarricense. En ese mismo año, trabajos suyos fueron incluidos en la edición especial de la Revista Apócrifa Conjetura, dedicada al Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. En el 2016 fue incluido en el espacio cultural La Guardarraya, del Diario Día a Día News, publicado en Los Ángeles, California.

También ha sido publicado en espacios virtuales dedicados a la poesía y la creación literaria, como afinidades electivas, capítulo Costa Rica, La Ratonera, Costa Rica y Letras Uruguay (Uruguay).

Mantiene inéditos los libros de poesía “Acto de construcción” (2012), “Para cuando regrese” (2013), En Busca del Fuego (2015) y el libro de cuentos “Por Vivir en Quinto Patio” (2015).

Ha participado en encuentros y festivales internacionales de Poesía: Encuentro Internacional de Escritores Isaac Felipe Azofeifa, en San José, Costa Rica en 2010; En el IX festival Internacional de Poesía, realizado en San José, Costa Rica en  2010; en el Festival Enamórate de tu ciudad, en San José, Costa Rica, en marzo de 2011,  en el Festival Nacional de las Artes (FINA) , en Turrialba, Costa Rica, en Marzo de 2011, en el X Festival Internacional de Poesía, en San José Costa Rica, en Mayo de 2011, en el IX y XI y XII  Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, en Guatemala, en agosto de 2013,  2015 y 2016, en el IX Festival Internacional de Poesía de Barranquilla, Colombia en 2016 y en VI Encuentro Internacional de Poesía Tierra de Poetas, San Ramón de Alajuela, Costa Rica, en Agosto de 2013.  En octubre de 2013 participó en San Carlos de Nicaragua, del Encuentro de Poetas Costarricenses y Nicaragüenses por la hermandad y la solidaridad entre los pueblos. En noviembre de 2013 formó parte del II Festival Centroamericano de Poesía realizado en Chinandega, Nicaragua. En mayo de 2015, fue invitado a la Feria Internacional del Libro de Xela, en Guatemala, donde presentó su libro Amares e impartió una charla sobre Migraciones en Centroamérica.

Ha colaborado en la realización de encuentros internacionales de poesía, como el encuentro de escritores costarricenses y nicaragüenses en San Carlos de Nicaragua, en Octubre de 2013 y en Liberia, Costa Rica, en noviembre de 2014 y la organización de la Sede Heredia del Encuentro Internacional de Escritores Tierra de Poetas, San Ramón 2014 y 2015.

Ha organizado eventos literarios relacionados con la migración, tales como encuentros, lecturas y talleres, a nivel nacional y regional.

Es Sociólogo con una especialidad en comunicación social.  Docente universitario, investigador social y especialista en temas migratorios a nivel regional centroamericano. Trabajó en FLACSO Sede Académica Costa Rica durante 10 años. Actualmente es Director del Instituto de Estudios Sociales en Población (IDESPO) de la Universidad Nacional, en Costa Rica.


10/2/17

Arabella Salaverry - Impúdicas



Arabella Sallaverry, recién distinguida con el premio nacional “Aquileo J. Echeverría” en la rama de cuento con su obra “Impúdicas”, del cual comparte en el Signo el relato “Amira”. Esperamos que este anticipo sirva como invitación a descubrir su mundo narrativo. 


Amira (o sobre desechos incómodos)

Oigo un estrépito de pájaros tamizado por el ruido de un motor que se acerca por el sendero. El jeep en el que te apareciste está ya destartalado y mugroso. No era una condición nueva. Lo esperable después de años de servicios, trayendo y llevando materiales de una gama indescriptible: maderas medio podridas, lagartos muertos, aserrín, vástagos de banano, frutas de pan, langostas vivas, carnadas para pescarla, machetes herrumbrosos y palas aterradas. Detrás, la carretilla rectangular, cerrada, oscura y manchada, premonitoria de su contenido. Te miro a lo lejos, con movimiento de puma bajas del vehículo, abres la tranca del portón, mueves una hoja regresas al auto ronroneante, y te diriges hacia abajo, donde está la casa. Desde el recuadro de la ventana de mi habitación te observo. Sigues teniendo esa calidad felina que hace de cada movimiento un alargamiento del otro. Te sigues moviendo con una elegancia no sé si innata o desarrollada como una más de tus dotes de seductor.

Conforme te vas acercando puedo observar con más cuidado la camisola blanca, traspasada por el sudor en los puntos habituales: espalda, axilas, alrededor del cuello. Ya no es tan blanca, y menos ahora que viene manchada por lo que traes en el receptáculo que arrastras con el jeep. Pese a los años que han pasado, muchos, estás igual. El mismo tono de bronce, la calva, los ojos de color incierto, las manos grandes, la misma delgadez de espalda ancha, la misma permanencia impasible ante el tiempo que desarrollan los muertos. Seguí tu recorrido cuando detuviste el jeep, te bajaste de un salto, caminaste hacia el interior de la casa, buscando, pero casi de inmediato te dirigiste a mi habitación en donde yo, aún a medio salir de la ducha, trataba de acomodar la mata de pelo con su rebelde humedad, con su intransigencia para aceptar cualquiera cosa de la familia del peine, peineta o cepillo que intentara amansarla. Me resultó extraño verte allí, después de tanto, tanto tiempo. No te preocupaste mucho por mi presencia. No como en otros tiempos. Definitivamente no como en otros tiempos.  La mirada no fue la de antes. No la mirada de caricia, perfumada con cacao. Ahora una mirada cortante, de trámite. Me saludaste con un hola, Amira, dicho al pasar, mientras observo que si en algo no has cambiado es en esa manera intensa de apropiarte del mundo y de lo que te rodea. Me sigo preguntando si es un hábito innato o adquirido.  Das media vuelta, te diriges al comedor que sigue siendo monástico, solo la gran mesa y la luz que entra por la ventana para iluminar las ocho sillas de madera que están alrededor. El frutero en el centro de la mesa desbordando papayas, limones, mangos, manzanas de agua de un rojo vistoso e insolente, único momento de color en el espacio. Las paredes de tablones sin tratar, el oscuro tono de la selva metiéndose también en la estancia, solo el recuadro de luz que permite la ventana para evadir en algo las sombras; caminas hacia donde está mi sobrina con su menuda presencia adolescente, su pelo largo, acaramelado, sus ojos grandes de pestaña anochecida. Tratas de acariciarla, con una caricia que pretende inocencia, pero yo que te observo sé que no hay nada ni remotamente parecido a la inocencia en el deslizar de tu mano grande -y sé por experiencia que rugosa por los callos del trabajo fuerte- por su cara. Ella no se inmuta, y decidida aparta su cara, sin violencia, pero con firmeza. El gesto te desconcierta. Estás tan acostumbrado a la obediencia núbil, que no entiendes de esa rebeldía serena de la muchacha. Te vuelves hacia donde yo estoy, y con un movimiento de brazos y un gesto con la cabeza me preguntas qué le pasa. Te contesto de la misma manera, solo encogiendo los hombros. Los tiempos son otros. Vas entonces hacia la ventana, y ahora te veo ansioso buscando un lugar que no aparece. Y pienso entonces en mis dieciséis, en la mansedumbre de la edad adolescente, en tu mano callosa recorriendo mi cara en un momento igual al que acabo de presenciar, solo que ahora estamos en la antigua casa victoriana, de maderas pintadas con colores opacos, tal vez un verde agrisado, y el piso de madera que cada día cruje más, el pasillo largo que concluye en un espacio abierto en donde el cielo entra a raudales, y dibuja en el suelo un rectángulo de luz que no alcanza a regarse por el pasillo, mi madre y yo, solas, aquella casa, marcos de puertas y ventanas pintadas de blanco sucio, mi madre en su siesta infaltable, y vos moviéndote alrededor mío, como una pantera a punto de devorar la presa, en un movimiento que termina siendo hipnótico por lo repetido, desconozco tu intención, oigo tu voz dulce, vení Amira,  llenándose de palabras que no alcanzo a distinguir, como si brotaran caramelos de distintos sabores de tu boca, me vas acercando a la pared, hasta que me obligas a recostarme en ella, tu cuerpo flaco y fuerte de hombre maduro se apoya con una sola mano en la verde extensión del muro, mientras la otra me acaricia el pelo, la cara, baja imprudente por el pecho, regresa a mi pelo, tiemblo porque siento tu olor tan intenso avasallándome, es una sensación de impotencia, de estar amarrada sin amarras, porque no me lo esperaba, porque siempre fuiste el tío, el amigo, la familia, la confianza, el paseo, el almuerzo de campo, la cena con langostas recién pescadas, el hermano infaltable de mi madre, el amigo de mi padre, Benny Moré y Agustín Lara, tal vez Vivaldi en las tardes lluviosas, el vaso de ginebra con hielo, la palmadita cariñosa en el trasero, pero nunca fuiste una mano que acaricia, una mano que atropella, un cuerpo que se transforma en grillete y me incrusta en la pared verde, larguísima y alta, un gesto que exige silencio,  una mano que rompe botones, violencia, una mano que rebusca entre las piernas, las mías, las tuyas, más violencia, dolor y violencia, un asalto, un rechazo y una mano que silencia la boca, una urgencia, un jadeo, violencia, violencia, un estertor y mucha más violencia si eso fuese posible. No, nunca antes fuiste nada de eso. Y ahora regresas, después del tiempo largo transcurrido, regresas de tu muerte,  sigues dueño del mundo y como si fuese lo más normal me preguntas si en la finca hay tanque séptico. Te contesto que no, que aún no lo hacemos, que no tenemos tanque séptico. Incrédulo, sigues examinando el panorama ¿y eso, Amira?, señalando hacia el fondo del patio. Eso es el tanque de agua limpia. Eso no se puede contaminar. Porque intuyo que detrás de la pregunta hay algún interés. Y sí, tenía razón. Ya sé que contaminar no te importa. Me indicas que la carga que viene en la carretilla que acarreas quién sabe desde dónde, es material que debes depositar en algún tanque séptico. Y lo extraño es que no huele.


Arabella Salaberry


Arabella Salaverry. Costarricense. Una infancia transcurrida en el Caribe costarricense define la presencia literaria de esta escritora y actriz. Viajera incansable, se forma en diversos países latinoamericanos en donde estudia Artes Dramáticas, Filología y Teatro en universidades latinoamericanas (México, Venezuela, Guatemala y Costa Rica).                                     
Su labor como promotora cultural se pone de manifiesto en la Presidencia y la Vicepresidencia de la ACE (Asociación Costarricense de Escritoras) en los períodos 2004-2008  2008-2010 y desde la dirección del Grupo EL DUENDE
Ha publicado: “Impúdicas” Uruk editores; “Llueven Pájaros”, Torremozas, España; EUCR; “Erótica”, Erotomanías, Barcelona, España; “Continuidad del Aire”, ECR, CR; “Violenta Piel”, URUK Editores, CR; “Dónde Estás Puerto Limón”, EUNED. “Chicas Malas, URUK Editores, CR “Breviario del deseo esquivo” ECR, “Arborescencias” Ministerio de Cultura y Juventud.
Embajadora de la cultura latinoamericana, su obra literaria aparece en antologías en Costa Rica, México, Ecuador, Italia, España y la India; considerada en periódicos, revistas y blogs literarios en el país y en México, Ecuador, España, Italia, Argentina y Colombia. Escenarios de varios países han albergado su voz en recitales personales: Costa Rica, Chile, Panamá, Guatemala, México, Brasil y Argentina. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, polaco, catalán, italiano, húngaro y al bengalí.
Invitada a Encuentros y Festivales de Escritores nacionales e internacionales. Jurado en concursos nacionales e internacionales de poesía y narrativa. Ha participado como actriz protagónica y de reparto en más de 50 montajes de diversas instituciones. Trabaja en producción, dirección y actuación para radio, cine y televisión.

Ha sido distinguida con reconocimiento como el “Premio Nacional de Literatura Joaquín García Monge” rama cuento; “Mención de Honor Colegio de Periodistas” por una vida dedicada al arte; “Mención de honor” en Venezuela por su cuento “La abuela”; “Miembro de Honor” de la Compañía Nacional de Teatro. Su más reciente cuentario impúdicas fue reconocido con el premio “Aquileo J. Echeverría” en la rama de cuento 2016, mismo que está disponible en Librerías Lehmann, Universitaria, Andante, Nueva Década, Dulouz, Buhólica y Tienda EÑE.


6/2/17

Guillermo Fernández - Hojas de ceniza



Guillermo Fernández retorna en su último libro a la poesía, con su entrega "Hojas de ceniza"; seguro que no se las disipará el viento cuando deguste esta breve selección que nos ha compartido el autor.

2

Tu ausencia dibuja nuevos miedos, nuevos rostros,
extrañas callejuelas,
letreros de un idioma impronunciable.
Soles que parecen dolientes que me llevan al entierro.

Temo por mis pensamientos
insanos, como enredaderas sucias
en las paredes antiguas,
son puras imágenes viejas:
lastimosas imágenes de opresión
donde hay paisajes que se oscurecen
y en donde voy buscando un refugio.

Tu silencio me vuelve a mí sonriente.
Me río más de la cuenta, en medio de unas pocas risas,
y me vuelvo a ver las manos
cuando escucho mis propias carcajadas.

Me toco la piel, siento mis huesos,
más que nunca
en medio de tu ausencia,
asombrado de este cuerpo firme,
como si me lo acabaran de coser
a la pura vibración de los átomos.

Me acaricio en los baños.
Me gusta sentir que no soy de humo.
Como tu mirada,
que busco tanto en la insoportable luz.


13

Escucho respirar el lobo de la muerte
que ocupa cualquier sitio,
como el aire que me roza
o la almohada en la que dejo posar
mi sombrío cerebro.

Es la muchacha que me vende un café
mientras miro la gente comer esa comida rápida
que tiene un aspecto tenebroso.

Es el sol del que me cubro
al salir del café,
un sol devorador, como un gusano.

Es la gente que conversa en el parque,
vestida con la moda que se impuso en la morgue.
Muchos de los que ríen tienen grandes dientes grises.
Muchos de los que miran las palomas
solo quieren destrozarlas con sus pezuñas.

Escucho el lobo desde el amanecer.
Jamás estaré preparado para ganar una batalla.
Desde que miro el espejo estoy vencido,
cansado, obsoleto.
Pero atrapado como el roedor
en una sarna indócil
que me obliga a seguir vivo
solo por sentir la amada picazón.

Desde el primer minuto,
trato de equilibrarme sobre un hilo de miedo,
vestido para que me lleven al cementerio más próximo.

El lobo sabe que tengo menos impulso.
Espero su ataque en una esquina,
seguro de que no daré nada gratis.


18

Yo no te puedo decir que sos mi amor muerto.
Que te hayás muerto vos, hijo mío,
no mata mi amor.
Incluso tu frío no mella el que mi amor aún te busque
como la savia de mi vida fallida.

Aprendé a oírme donde estés.
Quizás en este viento donde dejo mis preguntas,
más sordo tal vez que la tumba
donde te dejé soñando como una máscara feliz,
feliz de estar sin ropa y sobresaltos.

Aprendé a sentirme. Yo sí te siento en la muerte como un calor rebelde.
No me ha quitado todo la huesuda.
Y que me abraza cada día como una novia pegajosa,
a quien debo separar para tomar aire,
porque me asfixia,
me deja sin exhalar una oración,
o lo que yo quiero en el fondo decir con toda el alma:
la maldición perfecta,
la que nace de mis entrañas con la ternura de un mendigo.

Dicen algunos que hay un reino posible
donde tal vez te abrace ya convertido yo mismo en solo brisa sin palabras.
Ya nos diremos lo que no nos dijimos.
Ya solo mi abrazo calmará la furia de este león que desataste en mí,
la verdadera tristeza, la que no tiene médico.

Soy esta cárcel donde late un corazón oscuro,
una soledad que no puede encarcelarse
y que sin embargo es como si fuera prisionera
de mi propio desamparo.

No se deshoja un muerto tan querido
tan sencillamente como un árbol.
Me mirás con más intensidad en este largo anochecer,
donde he pedido la justicia de la muerte, su dulce medicina.

A través de las ventanas de un café quisiera verte,
tan lleno de vigor como la última vez
que esperaste que me marchara para salir del cuarto.
Sé que soy ahora el que ama como un muerto al que la vida le ordena persistir,
mirando como el loco el brillo de una fantasía:
“¿Y si pasaras y te viera?
¿Y si tu semblante recayera sobre mí y me sonrieras?”

Me gusta pensar ahora que hay misterios
que los científicos descifran como niños.
Uno de ellos es el amor que no cesa.
El amor que tiene ganas de ser un caballo
y correr sin freno hasta quedar sin carne,
hasta que los ojos se le consuman en honduras de espanto.

Me consuela que haya enigmas
como el de la soledad habitada por una esperanza demencial,
donde yo aún tengo un sitio para vos, hijo mío.
Y que toda esta muerte,
es solo un instante de separación
donde el fuego de mi amor está invicto.


6

Cierro los ojos para verte en el seno de mi honda oscuridad.
Y me aferro a la imagen de un pasado que no es pasado,
sino una imagen tuya donde cifro mi desamparo presente.

Abro los ojos a un mundo donde ya no puedo aferrarte.
Un mundo que es un torrente que nutre las células de un monstruo.
Lucho para convocarte en los segundos
que van consumiendo las cenizas,
los gestos, las palabras que se dejaron decir,
y que ya nadie recuerda.

Cierro los ojos como para atravesarme a otro mundo:

Un recóndito planeta donde pueda empezar de cero.


Guillermo Fernández


Guillermo Fernández. Es autor de varios géneros. Sus temáticas son variadas y no se puede resumir en un enfoque literario su producción hasta el día de hoy. Confluye en su tratamiento narrativo la ficción, el realismo y una mezcla de ambos, el análisis social con excusa del género policíaco o el testimonio autobiográfico. Algunos de sus libros son las novelas "Babelia" Editorial de la Universidad de Costa Rica. 2006. "Ojos de muertos", Uruk Editores, 2012. y "Te busco en las tinieblas", Uruk Editores. 2015. Ha incursionado en el cuento con libros como "Hagamos un ángel", Editorial UNA, 2002 Y "Tu nombre será borrado del mundo", Editorial Arboleda, 2013.  este último recibió el premio nacional de cuento 2013. Algunos de sus libros de poesía son los siguientes "La mar entre las islas", Editorial Costa Rica, 1983, "Atrios"Editorial Costa Rica 1994, Danzas, EUNED, 2002.


3/2/17

Armando Antonio Saccal - Los Secretos de Abraham



Armando Antonio Saccal comparte en el Signo roto una breve muestra de su último poemario "Los secretos de Abraham". Esperamos que a partir de su lectura se le antoje descubrir todos sus secretos... 


Introitus

El nieto, se acerca al abuelo cansado.
Lo acaricia con su mano tersa, diciendo:

“Tato,
he venido a este mundo por vos, y para vos.

quiero que despiertes para mí.
Que me des un beso y llegues hasta mi nuevo amor.

Te contaré mis secretos para que los escribas,
al incendiar
 toda la bruma que te apoca.

Tato,
estoy aquí para matar tu realidad impune:
no me dejes dormir,

sólo
y sin amparo.”


Cotigo


Tato,
¿Verdad que tú
nunca te irás de mí?

¿Qué
eso que llaman
                                                               tiempo
no existe entre nosotros?

¿Qué,
mi mejilla siempre
encontrará
el calor de la tuya?


Tato,
es qué si te vas,

el moscul de la lluvia

                               me llenará de espectros y alimañas,
y mi pequeño corazón,

no resistirá su furia.


Domanda

Tato:

¿qué es un poeta
triste?


Amor.


Sólo un cúmulo de sal

envuelta por el agua.


Limítrofe

Sobre el borde austero
                                                                               de mi patio,

existen brillos encubiertos,
                                                                               persisten pánicos
y escondrijos.

(Sobre mis hombros rojos
                                                                               soles de incierto estadio):


hálitos de fe,

                                               que se disloca.


Plegaria

Seducido por tu
                                                               falda,

 no me queda más,

                               que ver

al cielo.


Vórtice

No entiendo el mar
y su constante brecha.

No vislumbro
tus ojos carcomidos

ni tu asombro sin milagro:

-como quien ve llover
                                                               y piensa en fuego-

no entiendo al mar
                                               y sus corrientes.


Partire

Cuando sea un anciano
y nadie se ocupe de mí:

no importará que me drogue,
ni los nervios que aniquile
la morfina.

No importará que tenga
estados alterados,

nadie se ocupará de mi
nadie hará un bosquejo de mi caso,
ni siquiera dos pliegues en la cama.

Nadie notará mi ida,

ni mi retorno
ni mí no,
retorno.


Fijación

Es un pubis,
dulcemente perfilado,

                                               a pura luz.

Sobre el trote imperceptible de la calle.
(imaginado todo entre mi boca que aprisiona):

sin develar la carne,
que pertenece a tu esencia.


Abierta sombra

Tengo una herida abierta                                             por ahí
una que supura y se limpia,
y se vuelve a infectar.


Resistente al alivio,
                                               y profusa al oprobio.

Es,
una incesante herida abierta
                                                                                               justo aquí:

por sobre todas nuestras cosas
-       ahora inertes,
 sobre una cloaca oscura-.

Parecen no entender,
que esta carne silente                                  
desde aquí,
                                              
 no cesa,
-de buscar un aire-:
 que siempre, ha de faltar.


Abraham, aprende a caminar

El trazo que preludia esta forma
ensimismada

                               contiene los pasos de tu línea curva,


que dejan perplejas las palabras
                y ruedan como un trompo
en nuestra carne

(nunca han sido dichas)


Por eso,
cuando vas y vienes por ahí
                               partiendo todo el viento de la casa.

Un asombro que asoma
                                                               ruboriza mi rostro.


Íntimo

El cielo está sin párpados
y no para de llover.

Una sustancia roja
desterró todos los pájaros.

Y sólo en ciertos ángulos,

verdes sombríos
se
olvidan de aquel hecho:


el cielo está sin párpados

y la sorpresa es mía.


2!

Junto al más
                                               tierno amor.

Muero.


Junto,
al aura oscura
de
mi propia sombra.


Graphos de luz

Llegas a mis brazos, pequeño,
y desprovisto de maldad

como un guisante verde que promulga presencia.

Como el buñuelo,
en la canasta de los apetitos.

Porque en una tarde mortal,
rodeado de hienas, y peligros,

 apareciste entre la bruma
                                                                                              prolijo y desarmado
(como quien mata al mirar):

 sobre el prado iluminado
                                                               por mis hombros viejos.
Para que circundes nuestra casa
                                                                                sobre los trazos nuevos,
que limpiarán con mesura,        

todo lo destruido.


Molotov

Estoy de rodillas
sobre un palmo de fuego

 inextinguible,


y no termino de arder

                                                                               (como debiera)

Armando Antonio Saccal


Armando Antonio Ssacal (1956). Poeta y Cantor.  Armando Antonio Ssacal, ganó el primer lugar del certamen “Constantino Lascaris”, 1979, con su libro “Canto en Cero y Otros Motivos”; y el segundo premio del Certamen Miguel Hernández, 1980. En 1985 publicó “La Monna Lisa sin Fondo”. Ese mismo año fue seleccionado como participante para el Encuentro Hispanoamericano de Jóvenes Escritores en Madrid España. Ha publicado en revistas literarias y diarios nacionales y extranjeros.
Para Noviembre del 2016 publicó el libro “Los Secretos de Abraham”, y para el 2017 la reedición de la “Monna Lisa Sin Fondo” y la publicación del libro “Colección Desagradable”.


Armando Antonio Ssacal es químico de profesión, y trabaja como asesor empresarial y docente universitario.