18/2/11

Pedro - David Eduarte



Pedro

 
Muuuuuy buenas tardes damas y caballeros. Primero quiero pedirles disculpas por interrumpir cualquier cosa que estén haciendo y por robarles un momento su atención… Mi nombre es Pedro, como pueden ver no llevo ningún distintivo ni ningún documento que certifique o justifique el porque estoy acá pidiéndoles una colaboración. No estoy vendiendo postales, ni llaveros, ni bolígrafos. No vengo departe de ningún centro de restauración, no vengo a hablarles de cómo el señor Jesucristo me salvó del demonio de las drogas. Tampoco estoy aquí para contarles cómo fue que me dejaron sin trabajo y como estoy demasiado viejo para volver a ser contratado, ni a decirles que necesito de su colaboración para comprarles comida a mis hijos, ya es demasiado tarde para eso

 Vengo a pedirles una colaboración simbólica, lo que tengan, cualquier monedita, veinte, cinco, diez colones, eso no importa, lo que su corazón y su bolsillo puedan disponer para una noble causa. Quiero pedirles una colaboración para poder así comprar un arma, así es damas y caballeros, un arma y una bala

 No se asusten con esto que acabo de decir, no soy un criminal, nunca le he hecho un daño a ninguno de mis vecinos y hermanos, y ciertamente no lo haré ahora que estoy ya en los últimos años de vida. Cómo les dije anteriormente, no vengo a pedirles dinero para poder vivir mientras consigo otro empleo, ya que no pienso conseguirlo, desde joven he trabajado duro y dignamente pero ya a mis edades sé que nadie me va a contratar, además estoy ya muy cansado; no vengo a pedirles dinero para comprar la lechita para mis hijos ya que no están más conmigo. Un arma y una bala, damas y caballeros, es para lo que estoy pidiendo su colaboración. Un arma y una bala que pienso usar para matar al presidente.
 Ahora voy a pasar por cada uno de sus asientos recogiendo cualquier colaboración que quieran dar. Muchas gracias, y recuerden, manos que no dan… nunca estarán limpias.

—¿Va a matar al presidente?

—Eso dicen las denuncias –nunca había estado en el despacho del ministro, acariciaba el cono de cartón que había agarrado del sifón de agua. Mientras esperaba admiraba los anaqueles repletos de libros sobre derecho penal que estaba seguro ningún ministro había tocado.

—¿Quién las hizo?

—Pues la gran mayoría son anónimas, pero unas cuatro o cinco si dieron los datos.

—¿Y ya los interrogaron?

—Sí, lo describen como un hombre de unos cincuenta o sesenta años, pero muy avejentado, calvo y de barba larga y desordenada. Algunas lo describen como un indigente y otras no, pero supongo que eso depende de quién es la persona que hacía la denuncia. Sobre cómo anda vestido, pues nadie da la misma descripción, siempre tiene ropa diferente, algunas veces usa un abrigo, otras una camiseta, pantalones cortos, chancletas, botas, siempre es diferente.

—Pero ¿Qué tal si no es más que un loco que se sube a los buses?

—Usted sabe que no nos podemos dar esos lujos señor ministro.

—Bueno, que giren la orden de captura entonces.

—Señor ministro –dijo tomando de nuevo la carpeta con las denuncias–. ¿Cómo espera que gire una orden de captura a un tipo que sólo se identifican como Pedro y que cabe en la descripción de la mitad de los indigentes de la ciudad?

—Bueno, ponga oficiales en los buses.

—¿En todas las rutas a todas horas? –se levantó para botar el conito de cartón–. Señor, lo han visto en casi todas las rutas, se mueve por todo el país, no sólo en la capital.

—Como usted ya lo dijo, no podemos darnos estos lujos. Vea a ver como lo detiene para averiguar si es solamente un loco o ya estamos hablando de algo más serio.

 El ministro le hizo la indicación de que ya podía retirarse. Mientras caminaba por los pasillos crema del ministerio, siempre tan húmedos, como una cripta de playwood y pintura de plomo. Era un edificio viejo, y esa vejez llegaba a notarse en los que ahí trabajaban. Cualquier que tuviera más de dos semanas de trabajar ahí se convertía fácilmente en una pieza de inmobiliario más, como esos sillones de los años sesenta que todavía tienen cerca de los elevadores, todo parecía haber estado ahí toda su vida y no podría estar en otro lado. Intentaba no pensar mucho en eso.

 Dos días después ocurrió el primer atentado. No tuvo éxito, era un hombre que se identificaba como Pedro. Sin identificación, sin registro alguno, sin cotizaciones al seguro social, nada, absolutamente nada, no existía simplemente.

—¿Cómo se atreve a decir que no existo si estoy hablando con usted en este preciso momento? Si cuando entro acá arrugó la ñata, como si nunca hubiera olido a alguien que vive en la calle.

—Miré, Pedro, no me refería a eso –siguió, midiendo sus palabras–. No se haga el que no sabe lo que estoy diciendo cuando le digo que usted no existe. Ahora ya dígame ¿Qué pretendía con toda esta mierda de subirse a los buses a pedir plata y luego dispararle al presidente?

—Bueno, di… matar al presidente

—Claro, claro, pero me refería a sus motivos hombre.

—Pues véalo como un ajusticiamiento, ustedes tienen un pichazo de casos así ¿no?

—El presidente de la republica no es un criminal.
—Bueno, esa es una opinión.

 El segundo atentado ocurrió dos semanas después. Después de todos los protocolos funerarios tenía a dos hombres, llamados Pedro, dos fantasmas barbados sacados de la calle.

—Mire hijodeputa, si en este país existiera la pena de muerte ya estaría amarrado a una camilla con una aguja en el brazo. Pero ahora sólo nos va a quedar meterlo en la cárcel de por vida.

—Usted puede hacer lo que le dé la gana conmigo. Yo no soy nadie, usted me lo ha dicho varias veces, y tiene razón, yo ya cumplí. Y los que siguen en la calle, recolectando plata en los buses, en las paradas, una monedita por acá, otra por allá, pues yo tampoco sé quiénes son. Solamente vi a uno de esos Pedros, uno igualito a mí, hablando en una parada y empecé a hacer lo mismo. Mire, llevo diez años viviendo en la calle y me pareció que era una buena idea, como que tenía sentido, en esos diez años nunca pude ponerle nombre a esta vara hasta que oí a ese mae. Pensé que yo era solamente un miado, pero lo que dijo Pedro tenía tanto sentido. Yo ya jugué, me entiende, pero hay otros que apenas  la están empezando y otros que quizás nunca tengan que hacerlo.

—No me venga con esas mierdas. Dígame algo que nos sirva antes de que me olvide de ofrecerle algún beneficio si nos da información.

—Bueno oficial, lo lógico es que siga el vicepresidente.

David Eduarte


David Eduarte.1985. Graduado en Ciencias Políticas en la UCR. Cuenta con diversas publicaciones en medios independientes, además de haber sido incluido en la Antología del Nuevo cuento Costarricense, Historias de Nunca Acabar, Barquero y Murillo Editorial Costa Rica 2008.
   

Ha publicado:
 
Cuentos circunstanciales, Editorial de la Universidad de Costa Rica. 2008
Alejandría, Editorial de la Universidad de Costa Rica. (2010)



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