11/12/08

Julio Acuña y su breve universo - Ontología menor



Ontología Menor

Siempre vienen las reminiscencias, te recuerdo – a ti Julio – no distante, pero borroso; como a diez años de distancia, seguramente más lejos, en los recitales, como un bochornoso espectador – yo – que te muele y no te lee…

Y escucho tu voz, leyendo, pues intuyo que renunciaste a la inútil vocación de los recitadores, que actúan inútilmente por salvar el texto que finalmente devorarán las fieras.

Y recuerdo tus poemas, largos como un viaje en bus, los sonámbulos monólogos de las cosas, tal vez una pajilla en un vaso de pepsi, o de coca cola… no sé…

Eran largos y demoledores aquellos poemas de entonces, plásticos y llenos de servilletas sucias, elementales como el hormigón, el aluminio y el vidrio, que pretenden arruinar las dislocadas vértebras de esta ciudad insignificante que sufre como mártir.

Ahora vuelves, no sé, te miro de lejos saludando, con tu sonrisa de siempre, y no sé si es a mi - que extiendo los brazos - y podría ser a otro, al que está detrás de mi, y que también extiende sus brazos y pasas de largo y mis brazos extendidos saludan mis ganas.

Estos poemas de ahora, me llevan hacia cuatro escenarios: los poetas, la calle, el bar y ella… son minimalistas, brevísimos, como imágenes instantáneas de una polaroid. En fin… “para tomar una foto y verla hasta morir”.

Julio Acuña

Los Poetas

Y qué distingue a las obsesiones del deseo? todo lo pueden: “ser lo que alguno sueña” sin abandonar la flema de Leónidas, el primero en morir gustoso desafiando a los dioses…

Pero son distintas: el deseo busca; las obsesiones mueven…

La primera obsesión son las lecturas, luego estas se convierten en diálogos con los muertos, con los muertos vivientes, y finalmente con los vivos… con Hart Crane, arrojado al mar por los marinos que amaba… “impregnando en el abismo su milagro”

Y hay otros diálogos, no con los muertos, si no con los que buscan la muerte: Alfredo Trejos, “pero los poemas suceden y no temen por sus vidas”

Y hay vidas más reales que las del poeta, Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro, más reales que Pessoa.

Pero siempre los que amamos las herramientas tristes de la gente común, caemos deslumbrados por la luz que manosea la culpa, tu la llamas Schiele – exhibiendo – Dalí – “cómo se odiaban esos átomos hasta el amor” – yo la llamo Klimt, mejor aún Guayasamín, curiosamente ese es el tono que siento en tus poemas..

Y por eso me vuelvo odiosamente vernáculo, humilde ante las mentes portentosas, ante los dioses encarnados como Carlos Martínez Rivas, ese que se emborrachaba en el Bar Morazán y que algunos sospechaban sobre sus vínculos con la CIA, y otros lo espiaban como agentes de la CIA, mientras arrecho, digno, como corresponde, “ceñida la discordia de los gestos” brindaba con la revolución perdida de Cardenal, de la misma manera que el amargo To Fu, hace guiños hoy .

Pero tu eres de los poetas que aman a los poetas por sus cantos, evitaste la tentación fetichista, al final estaba la calle, frente al “muro sereno y encendido. La puerta azul y brillante. Las tiernas y tiesas aldabas” de Cardoza y Aragón, de esa puerta, que no se abre… y frente a ti la calle, o a Rolando Rivera, a ti poeta “sin vino, sin piano con calle” en todo caso: la Calle.

La Calle – El bar - Ella

Porque en la calle – pero no únicamente como espacio urbano – están las obsesiones que nos mueven, y “todo aquello que es anhelado” los rincones tibios como el bar donde transcurre el día “poco a poco el ocaso de la luz, cómo se rinde el Venadito que tiembla en la etiqueta” , donde pasa el tiempo “entre huracanes América Central moría”

En la calle están los poemas, ya lo dije: como fotos instantáneas y en la calle está don Claudio el cuida carros, los indigentes, el pordiosero, aquí el poemario increpa al lector, le muestra ese puñado de fotos para que los reconozca, para que usted lo sepa y los vea, allí también está ella, como regocijo, “mientras la veo, descanso”, “hasta que envejezca viéndote”, para entonces “el día ha cambiado su impasible argumento por la frescura de su paso”, usted también la vio pasar, y la dejó pasar, o corrió tras ella reconociéndola, en una niña, en un supermercado, paseando a los perros, en un bar, y me detengo, pues es la Cantinera donde convergen todas ellas, transcribo aquí poema completo:

Bonito el arete
en la nariz,
la nariz,
la nariz que baja
hasta el labio;
bonito el arete
en el labio,
el labio,
el labio que cubre
la lengua;
bonito el arete
en la lengua,
la lengua,
sus bestias.

Hay poemas que se desprenden del texto y cobran vida propia, se desprenden del autor y se liberan, quizás este sea uno de ellos, en él está el juego, lo lúdico, la mirada que explora hasta sus bestias, el juego es sencillo: la miro desde un arete a otro, y es bonito, y está bien como la obra de un creador, y las bestias son su misterio, o sus carcajadas, o sus insultos, la reserva de energía necesaria para mantenerse firme ante la zalamería, pero él la mira, solo la mira, y comprende que ella no es una foto, que ella también es una niña vendiendo prestiños, una niña descalza en Managua.

Ella es para cada uno y en cada caso alguien que amamos, o quisimos amar… a mi modo de ver es el punto más alto del poemario, y donde el lector acude a si mismo para leerlos; la vida nos hace tropezar con ella, no las lecturas.

El Matapalo

Este breve momento del poemario es un homenaje, y un abrazo fraterno, lo intuyo, no lo sé, ¿lo sabrá alguien en 10 años sin la inoportuna intervención o explicación de los subtextos y las glosas eruditas? lo sabrá alguien dejando todo afuera y sometiéndose únicamente al texto que lee?

Es un asunto difícil, hay poemas que son saludos y guiños, fórmulas secretas y recuerdos para que los amigos que lean estos poemas rían junto a ti, pero a mi me pierden por momentos…

Me quedo con los poemas que podrían pasarnos a los dos, los que nos pasan, como la vida.

Por supuesto, el poeta tiene derecho a escribir lo que quiera, nadie le exige lo contrario, ni siquiera se le exige que escriba… pero ahí está la ingratitud en medio de la marea de la indiferencia, el poeta ya no es dueño de sus versos, si alguien más los reclama.

¿Pero si nadie los reclama?

Me tomaré el atrevimiento de suponer que Ontología Mayor no es un poemario, si no varios poemarios, incluso momentos, el poeta trabajó verso por verso, necesitaba igual que los antiguos poetas japoneses encontrar el “efecto” en cada uno de ellos.

Y muchas veces ese efecto es circunstancial, solo el poeta lo sabe y su interlocutor secreto…

Pero basta, ahora vamos al objeto libro, el fetiche, las bellas ediciones de Andrómeda son indiscutibles… aunque, no sé, a veces un poco pomposas, ¿estrategia de mercadeo editorial? no lo creo, simplemente bellas, y gente que ama los libros como objetos de arte y que como artesanos trabajan sobre ellos para que sean hermosos, creo yo…

Sobre la contraportada que escribe T. S. (¿Tomás Saravi?) una contraportada más que no añade ni quita nada al texto, inclusive afirma una supuesta relación entre tu amor al cine y el poemario, nada más absurdo… no pude encontrar ningún rastro en el texto que confirme eso.

“Nada, el silencio acaso”

Esta, finalmente es mi preocupación, los poemas con rótulo y dedicatoria no son para mi, los tomo o los dejo… Pero no dejes de escribir sobre ella… y el bar.

Recuérdales a los intelectuales orgánicos… a los niños de bien… a las modelos en cintura… recuérdales cronista de tu tiempo… escribe sobre nosotros, los que no escribimos y no leemos…

A los amigos íntimos léeles secretamente… pero no nos ignores…

Gracias Julio por tu bello poemario, muchas cosas más que decir las podremos comentar en el bar, quizás con ella sirviendo…

Germán Hernández.

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