6/2/17

Guillermo Fernández - Hojas de ceniza



Guillermo Fernández retorna en su último libro a la poesía, con su entrega "Hojas de ceniza"; seguro que no se las disipará el viento cuando deguste esta breve selección que nos ha compartido el autor.

2

Tu ausencia dibuja nuevos miedos, nuevos rostros,
extrañas callejuelas,
letreros de un idioma impronunciable.
Soles que parecen dolientes que me llevan al entierro.

Temo por mis pensamientos
insanos, como enredaderas sucias
en las paredes antiguas,
son puras imágenes viejas:
lastimosas imágenes de opresión
donde hay paisajes que se oscurecen
y en donde voy buscando un refugio.

Tu silencio me vuelve a mí sonriente.
Me río más de la cuenta, en medio de unas pocas risas,
y me vuelvo a ver las manos
cuando escucho mis propias carcajadas.

Me toco la piel, siento mis huesos,
más que nunca
en medio de tu ausencia,
asombrado de este cuerpo firme,
como si me lo acabaran de coser
a la pura vibración de los átomos.

Me acaricio en los baños.
Me gusta sentir que no soy de humo.
Como tu mirada,
que busco tanto en la insoportable luz.


13

Escucho respirar el lobo de la muerte
que ocupa cualquier sitio,
como el aire que me roza
o la almohada en la que dejo posar
mi sombrío cerebro.

Es la muchacha que me vende un café
mientras miro la gente comer esa comida rápida
que tiene un aspecto tenebroso.

Es el sol del que me cubro
al salir del café,
un sol devorador, como un gusano.

Es la gente que conversa en el parque,
vestida con la moda que se impuso en la morgue.
Muchos de los que ríen tienen grandes dientes grises.
Muchos de los que miran las palomas
solo quieren destrozarlas con sus pezuñas.

Escucho el lobo desde el amanecer.
Jamás estaré preparado para ganar una batalla.
Desde que miro el espejo estoy vencido,
cansado, obsoleto.
Pero atrapado como el roedor
en una sarna indócil
que me obliga a seguir vivo
solo por sentir la amada picazón.

Desde el primer minuto,
trato de equilibrarme sobre un hilo de miedo,
vestido para que me lleven al cementerio más próximo.

El lobo sabe que tengo menos impulso.
Espero su ataque en una esquina,
seguro de que no daré nada gratis.


18

Yo no te puedo decir que sos mi amor muerto.
Que te hayás muerto vos, hijo mío,
no mata mi amor.
Incluso tu frío no mella el que mi amor aún te busque
como la savia de mi vida fallida.

Aprendé a oírme donde estés.
Quizás en este viento donde dejo mis preguntas,
más sordo tal vez que la tumba
donde te dejé soñando como una máscara feliz,
feliz de estar sin ropa y sobresaltos.

Aprendé a sentirme. Yo sí te siento en la muerte como un calor rebelde.
No me ha quitado todo la huesuda.
Y que me abraza cada día como una novia pegajosa,
a quien debo separar para tomar aire,
porque me asfixia,
me deja sin exhalar una oración,
o lo que yo quiero en el fondo decir con toda el alma:
la maldición perfecta,
la que nace de mis entrañas con la ternura de un mendigo.

Dicen algunos que hay un reino posible
donde tal vez te abrace ya convertido yo mismo en solo brisa sin palabras.
Ya nos diremos lo que no nos dijimos.
Ya solo mi abrazo calmará la furia de este león que desataste en mí,
la verdadera tristeza, la que no tiene médico.

Soy esta cárcel donde late un corazón oscuro,
una soledad que no puede encarcelarse
y que sin embargo es como si fuera prisionera
de mi propio desamparo.

No se deshoja un muerto tan querido
tan sencillamente como un árbol.
Me mirás con más intensidad en este largo anochecer,
donde he pedido la justicia de la muerte, su dulce medicina.

A través de las ventanas de un café quisiera verte,
tan lleno de vigor como la última vez
que esperaste que me marchara para salir del cuarto.
Sé que soy ahora el que ama como un muerto al que la vida le ordena persistir,
mirando como el loco el brillo de una fantasía:
“¿Y si pasaras y te viera?
¿Y si tu semblante recayera sobre mí y me sonrieras?”

Me gusta pensar ahora que hay misterios
que los científicos descifran como niños.
Uno de ellos es el amor que no cesa.
El amor que tiene ganas de ser un caballo
y correr sin freno hasta quedar sin carne,
hasta que los ojos se le consuman en honduras de espanto.

Me consuela que haya enigmas
como el de la soledad habitada por una esperanza demencial,
donde yo aún tengo un sitio para vos, hijo mío.
Y que toda esta muerte,
es solo un instante de separación
donde el fuego de mi amor está invicto.


6

Cierro los ojos para verte en el seno de mi honda oscuridad.
Y me aferro a la imagen de un pasado que no es pasado,
sino una imagen tuya donde cifro mi desamparo presente.

Abro los ojos a un mundo donde ya no puedo aferrarte.
Un mundo que es un torrente que nutre las células de un monstruo.
Lucho para convocarte en los segundos
que van consumiendo las cenizas,
los gestos, las palabras que se dejaron decir,
y que ya nadie recuerda.

Cierro los ojos como para atravesarme a otro mundo:

Un recóndito planeta donde pueda empezar de cero.


Guillermo Fernández


Guillermo Fernández. Es autor de varios géneros. Sus temáticas son variadas y no se puede resumir en un enfoque literario su producción hasta el día de hoy. Confluye en su tratamiento narrativo la ficción, el realismo y una mezcla de ambos, el análisis social con excusa del género policíaco o el testimonio autobiográfico. Algunos de sus libros son las novelas "Babelia" Editorial de la Universidad de Costa Rica. 2006. "Ojos de muertos", Uruk Editores, 2012. y "Te busco en las tinieblas", Uruk Editores. 2015. Ha incursionado en el cuento con libros como "Hagamos un ángel", Editorial UNA, 2002 Y "Tu nombre será borrado del mundo", Editorial Arboleda, 2013.  este último recibió el premio nacional de cuento 2013. Algunos de sus libros de poesía son los siguientes "La mar entre las islas", Editorial Costa Rica, 1983, "Atrios"Editorial Costa Rica 1994, Danzas, EUNED, 2002.


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