15/8/11

Javier Payeras / El Silencio de los Gatos - American Idol

El Silencio de los Gatos

 
Anochece sobre el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. Sucede una extraña transformación y va desapareciendo su habitual tránsito de estudiantes, burócratas y amas de casa. Comienza la sincronía de las rocolas que dispensan el ruido a calles repletas de restaurantes chinos. Las patrullas pick up negras pasan lentamente por las esquinas. Toda la 5ta Avenida comienza a llenarse de cuerpos entallados en minifaldas sumamente ajustadas. Mucho más altas que las guatemaltecas promedio, se exhiben por los callejones que conocen y sobreviven cada noche. Pasan de las once y los hoteles tienen sus letreros encendidos.

Un grupo de oficinistas caminan por la calle, vienen muy bebidos y se ponen a orinar en plena vía pública. Uno de ellos se dirige a una rubia vestida con un diminuto traje de charol blanco. El resto de sus amigos comienza a reírse y le gritan “Tono no seas mula, es un hueco”. En ese instante él retira la mano que le puso en la cintura, discute con la rubia y descubre, por el tono de su voz, que la patoja es en realidad un patojo. Su rostro denuncia asco y le pega un fuerte empujón. Ella cae sentada en la banqueta. El travestí quiere levantarse, pero de inmediato llegan los demás oficinistas y comienzan a patearlo en el piso. Uno de ellos recoge una piedra, un pedazo de la acera, y se la estrella en la cara. El rostro de la rubia queda completamente ensangrentado. Una radiopatrulla asoma. Ellos salen corriendo.

Los policías se detienen frente al cuerpo del travestí que se queja muy bajito. Uno de ellos se baja del carro y le busca el rostro tomándolo del cabello. Mira a su compañero y ambos comienzan a reírse. Encienden la patrulla y siguen su recorrido sin darle importancia a lo sucedido.

 

Latin American Idol

 
Ella sale a prisa, su bolso resbala hasta llegarle al codo, mientras amenaza a la bebé y amenaza a los otros 2 niños que no se apresuran a salir para el colegio. Trabaja de ocho a cinco y media en una oficina donde atiende reclamos de clientes y recibe la correspondencia. De ocho a cinco y media pasa horas de calma lejos de sus tres niños insoportables. Algún oficinista le hace la corte de vez en cuando,  pero no es más que otro hombre casado con ganas de  entretenerse durante un par de meses, para  luego volver con su mujer, sus hijos, su perro, su televisor plasma y su casa de condominio.

Mientras Ella, que tuvo a dos amores  que le dejaron a los 3 monstritos que la esperan en la casa, ya no encuentra consuelo en las promesas de ningún labioso casanova perseguidor de madres solteras. Treinta y tres años vividos, tachonados y, bueno... qué otra cosa se puede esperar de la gente y sus habladurías.

Aunque es una mujer bastante guapa, no existe nadie que pueda tolerar sus gritos y la ira que la lleva a arañar al niño, a jalonear el pelo a la niña y a nalguear a la bebé, cuando se enoja. Sólo viene un poco de calma, los sábados, cuando escucha la música en la radio mientras hace la limpieza; música que canta imitando los gestos y la voz de la artista mexicana de moda. Sus niños la ven y piensan que su mamá tiene talento como para ganarse Latin American Idol. Cuando termina la balada Ella se pone triste, pero busca otra canción, una más alegre. La cera líquida cae al piso y ve a sus 3 monstritos aplaudiéndole. Entonces algo parecido al consuelo le brota de alguna parte.  


 JAVIER PAYERAS (1974). Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado Post-its de luz sucia (poesía 2009) Días Amarillos (Novela 2009) Lecturas Menores (Ensayo 2007), Afuera (Novela 2006), Ruido de Fondo (Novela 2003), Soledadbrother (2003).

Su trabajo ha sido incluido en diversas revistas y antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Actualmente escribe para Revista de la Universidad de San Carlos, en el blog www.javierpayeras.blogspot.com y en la columna de opinión “El Intruso” en el diario Siglo 21 en Guatemala. 



Síga las publicaciones y comentarios de la Convocatoria Permanente de Narrativa en Facebook

1 comentario:

  1. Javier, el dìa que me enviaste el texto no lo pude leer, hasta hoy, me parece una muestra de tu sintetismo de esa musica negra en degrade a la sangre que pasa por tu mente, algo cada vez mas suprematista, nada de adornos, ya no hay nada que adornar, solo el silencio y la soledad pueden iluminar tus cuadros. Un abrazo, desde Panajachel, la capital del desconsuelo.

    ResponderEliminar

Deja tu signo