20/1/12

Tres cuentos de la Isla Fuerteventura - Juan Yanes Glez




La Jamalula
  

—Lo hice para que no sufriera —decía la tía Lola.

La tía Lola había organizado el universo de la casa para que todo funcionara dentro de un orden casi perfecto, presidido por ella, para mayor gloria de Dios y de la Virgen Santísima.

—¡Niña —decía la tía—, el remejedero se pone siempre al lado del tostador, con cuidado de que no se queme la cabeza, que es de trapo!

—¡Niña, ese cuchillo ni se toca, que es el de matar baifos! —decía señalando una especie de cimitarra gigante que colgaba de una escarpia en la pared de la cocina.

—¡Niña, el trapo de secar vasos siempre va el primero en el colgador! Ni se te ocurra secarte las manos en él.

—¡Niña, después de levantarse y antes de desayunar, se recogen la bacinillas de peltre de debajo las camas, se bota el orín y se ponen a enjuagar ahí más abajo!

Eso me lo decía mi tía en los Lajares, cerca de la Rosa del Cohombrillo que es donde estaba la casa y donde las tardes se ponían rojas como un incendio y mis tías decían que era la Virgen que estaba planchando, pero no era la Virgen ni nada, sino que los atardeceres de la isla del viento eran rojos porque la tierra y el aire tenían el mismo color.

Aquella tarde estábamos sentadas fuera, en el patio de la casa, y escuchábamos el gemido de la camella en aquel horizonte pelado.

—Esa es La Jamalula que está pariendo —dijo la tití Lola.

Pero todas siguieron hablando porque las camellas parían solas y había que dejarlas tranquilas. La tití Lola era tiesa como un pírgano y seca como un palo y grande como un armario y decía que la leche de camella era la mejor del mundo, después de la leche de burra. Y que ella tenía esa constitución porque mezclaba la leche de camella y de burra con gofio, desde chiquitita. Todas estaban contentas porque paría La Jamalula y entonces habría leche. Aquella tarde roja, estábamos rezando el rosario que llevaba la tití Lola que era la que se sabía los misterios y las letanías y la que mangoneaba, pero entre misterio y misterio, hablábamos cosas.

—Yo me meto debajo de la burra y chupo de las tetillas— decía yo entonces se reían todas. La leche de la burra era dulce.

Vinieron unos hombres del cercado y dijeron que La Jamalula se había metido en la gavia cumplida y que no había manera de sacarla. Mi tía Lola se fue con ellos y nos dijo a nosotras que nos estuviéramos quietas y que siguiéramos rezando el rosario que es lo mejor que podíamos hacer. Llevaron sogas, el ronzal y unas especies de barrederas de hierro que utilizaban para limpiar el fondo de los pozos y así anduvieron tiempo y a nosotras no nos dejaban ir, sino que oíamos los gemidos de La Jamalula, cada vez más quedos, como si estuviera pariendo, pero no estaba pariendo sino atrapada en el fango. Con nosotras se quedó también el tío Liberto, de Tiscamanita, que era manco y no podía hacer nada y mi tía decía que era un chisgarabís. Pero el tío Liberto no era atravesado, sino que le daba al ron y se aturrullaba porque siempre estaba mascando tabaco.

Ya se había quitado el rojo del cielo y ahora estaba todo negro. Así que sentimos a mi tía Lola que volvía con los hombres a buscar carburos y antorchas de brea. Mi tía Lola entró en la cocina y cogió el cuchillo y sólo dijo que faltaba poquito para sacarla del fango de la gavia. Hicieron un último esfuerzo por arrastrar la camella hasta la parte seca de la charca. Fue inútil. Entonces mi tía mandó que se fueran todos y que la dejaran sola. Se descalzó, se quitó las medias, se arremangó el zagalejo hasta la cintura, se metió en la charca y empezó a hablarle a La Jamalula hasta que la agarró con una mano por la cabeza y se la echó para detrás con todas sus fuerzas. Con la otra cogió el cuchillo de matar baifos y le dio un sajazo en el cuello, hasta degollarla. Fue entonces cuando sentimos el grito prolongado que se apagó poco a poco y luego no lo volvimos a oír.

Al cabo de un rato vimos aparecer a la tití Lola andando por el camino y salimos todas corriendo a ver qué le pasaba, porque estaba como derrotada.

—Lo hice para que no sufriera más, dijo.

La tía no lloraba ni nada, sino que decía que se hizo lo que se tenía que hacer. Aquel día no se me olvida nunca. La tarde aquella roja como un incendio. La camella y el guelfo que traía dentro nos los comimos. Eran tiempos de hambre.
  


Plata antigua
  

En realidad estás ahí sentada al lado de la piedra de lavar, viendo cómo luce la ropa blanca, azulada por el añil. Tu pelo es también blanco, como si estuviera hecho de plata antigua y la sonrisa te sale aún fresca porque vienes de alguna claridad que ninguno de nosotros ha podido tocar, llena de ventanas por las que entra el mar sin bordes de tu infancia. ¿Dónde has estado? He estado guindando agua fresca en las maretas de Lajares con mi abuelo. Pero dime, ¿qué día es hoy?

Te veo cosiendo por dentro las costuras del recuerdo, caminando por veredas de jable, mientras hilvanas sueños a tu antojo y correteas de aquí para allá por encima de los muros de piedra limpia y amarilla. ¿Dónde estuviste? Estuve jugando con el guelfo de la camella en la gavia cumplida. ¿Sabes qué día es hoy?

Qué guapa estás con la mirada puesta en el patio de flores de la acuarela de Bonín. Ahora no puedes ver el botijo, ni el piano, ni la silla de enea que yo pinté para ti, cuando apenas despuntaban los años, porque estás sentada de espaldas, pero dime, ¿dónde estás? Estoy aquí sentada bajo el alpende, en Majanicho. Ya se hizo de noche y ha salido la luna. Estoy mirando las aulagas y los espinos y a mi tía leyendo una novela de amor. Pero ¿qué día es hoy, dime?

No importa el día en que estemos. La vida pasa como un soplo y se nubla con el siroco, sin pedir permiso a nadie. Tú vienes del aire líquido del mar y eres una niña que juega y acabas de lavarte la cara con la flor del agua y nos dices adiós con la mano.


  
La espera


Lavó la lana con agua salada para quitarle la suarda y la puso al sol. Cuando se secó, la abrió con los dedos y la trabó en la hendidura de la caña para hilarla. Lo hizo con mucha nostalgia, hasta devanar la mazaroca. Luego le tejió unos calcetines gruesos porque allí, donde él estaba, hacía mucho frío, y se los mandó en un paquete. Él estaba lejos, lo habían mandado a la guerra. Ella se sentaba junto a la ventana en una silla de enea y esperaba, mirando entre los visillos el camino que baja desde la gavia cumplida, entre las pencas, hasta la casa. Ella se sentaba y hacía empleitas con hojas secas de palma. De vez en cuando levantaba la cabeza y miraba el camino. Allí fija, en la ventana, como una estatua esperando ver llegar su cadáver en una furgona militar.


  

Me llamo Juan Yanes y tuve la suerte de nacer en el Jardín de las Hespérides, que está situado, más o menos, sobre los restos de la antigua Atlántida, que es, más o menos, el lugar que ocupan hoy unas islas diminutas llamadas, Canarias.

Casi todos los canarios somos poetas o narradores. Es un lío enorme de poetas y poetisas el que hay aquí. Pero de ese extraño fenómeno no tenemos mérito ni demerito alguno, es uno de esos determinismos históricos que acaecen de forma natural. Ahora nos está afectando mucho el cambio climático y se nota una languidez terrible en los versos y una falta de nervio exasperante en la escritura.

Tuve mala suerte con la fecha de nacimiento. Me nacieron en mal momento, 1947. Eran los años grises de la Posguerra Incivil española. Nací exactamente, en el llamado Periodo de Autarquía, con lo cual pasé más hambre que un bendito y la prolongada ausencia de aportes proteínicos, en la dieta alimenticia de mi infancia y pubescencia, hizo que mi genio literario floreciera más bien tardíamente, si es que ha florecido, que no lo tengo muy claro. Estoy en ello. También tuvo culpa de ese retraso la cantidad de años que tardó en morirse el Dictador y la inutilidad de nuestros esfuerzos por arrojarlo al basurero de la historia.

Di clase en la Universidad de La Laguna, en la Facultad de Educación. Dar clase es algo que me produce una vibración muy profunda, que solo podría explicar en términos estéticos y morales. Pero mi verdadera pasión secreta es la pintura y la escritura. Otro día les hablaré de la pintura. Hoy sólo me gustaría decirles que escribo desde hace mucho tiempo y sólo me he animado a publicar desde que he descubierto el artilugio este de los blogs, donde tú eres escritor, editor, librero, diseñador, crítico y contertulio. Literatura en estado puro. Ausencia total de venalidad. Me hace mucha gracia eso de publicar en el blog. Tiene morbo. Hasta hace poco, entraba todas las noches en el mío, un chino o una china, estaba un ratito y se iba en silencio. ¿Qué escritor normal tiene lectores en China? Ninguno. Solamente he publicado en papel un librito, Bestiario Lector, que también he colgado en mi blog, faltaría más y un artículo sobre las fábulas en una remota revista, cuyo nombre he olvidado.

Para terminar les diré que creo, a pie juntillas, lo que dice mi maestro y confidente, Lichtenberg: “Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña”. Así que ¡disparen!

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2 comentarios:

  1. Me ha gustado descubrir este blog a través del de Juan Yanes, que ya me ha dado a conocer muchos otros blogs y escritores desde el suyo. Y también conocerle un poco más a él a través de sus palabras.
    Gracias, pues, en ambos sentidos. Ha sido un viaje interesante.

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  2. Halagado Susana y bienvenida siempre por aquí.

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