19/8/13

Maigret y el ladrón perezoso – Georges Simenon



En la revista MD en español de Octubre de 1965, el artículo “Novelista portentoso” dedicado a George Simenon que en ese entonces tenía sesenta y dos años se cita lo siguiente sobre su manera de escribir:

“Simenon empieza a trabajar a las 6:30 de la mañana. Fumando en pipa incesantemente y tomando café, escribe a máquina con rapidez tachando muy pocas palabras; tres horas más tarde ha terminado el primer capítulo. El resto del día vaga por los alrededores sumido en profunda concentración, sin hablar con nadie. A la siguiente mañana escribe el segundo capítulo; unos diez días más y 200 páginas: el libro está terminado. [….] Después de que el manuscrito ha reposado durante una semana, el autor lo revisa suprimiéndole esencialmente adjetivos y frases que sólo producen efecto literario; luego saca una copia fotostática del manuscrito y la envía a los editores. [….] Últimamente escribe tan sólo seis libros al año; dos “maigrets” (“para ejercitar los dedos”), dos “semi-serios” y dos “serios”.


“Maigret y el ladrón perezoso”, fue originalmente publicada con el título en francés “Maigret et le voleur paresseux” en 1961.

En el Bois de Boulogne han encontrado un cadáver, el inspector Fumel llama a Maigret para que le apoye, el comisario acude al lugar y ha reconocido a la víctima.

Pero por esos días, en el Juzgado y el Ministerio del Interior y todos los nuevos legisladores, han venido cambiando las reglas, estableciendo nuevas normas y protocolos “Para aquéllos, la policía constituía un engranaje inferior, un poco vergonzoso, de la Justicia con mayúscula. Había que desconfiar de ella, vigilarla, emplearla en un cometido subalterno” (Cap. 1). Por lo que no más llegando un magistrado y un juez a la escena del crimen, sin más indican: “No creo, señor comisario que sea asunto para usted. Debe usted tener importantes cosas entre manos. Por cierto, ¿por dónde andan ustedes respecto al atraco de la sucursal de correos del distrito XIII?” (Cap. 1) y dándose cuenta de que el crimen aparenta ser un ajuste de cuentas entre bandidos concluyen: “es un hecho banal, un crimen crapuloso y, le aseguro, si los malos tipos empiezan a matarse entre sí, mejor para todo el mundo. ¿Me comprende?” (Cap.1)

En efecto, la víctima es un discreto desvalijador de pisos, no de los que esperan a que los dueños se ausenten por algún motivo, al contrario, los prefiere cuando están ocupados, su nombre Honoré Coundet. Así que a contrapelo, y con otro caso a cuestas, Maigret inicia disimuladamente la investigación de la muerte del viejo ladrón a quien ha llegado a considerar a lo largo de los años una especie de amigo. Con la maestría de siempre para crear complejos personajes que tiene Simenon, vamos conociendo el mundo de Coundet, sus antecedentes, su juventud y hosquedad con el mundo, su pasión por la lectura y sus métodos de trabajo; también conoceremos a su madre, sumida en el ostracismo, pero confiada en que su hijo muerto no la dejará desamparada. Y llegando al climax de la novela a una inesperada compañera.

Georges Simenon
Mientras tanto, la banda de asaltantes de cajeros continúa haciendo de las suyas, a Maigret lo presionan, su única pista sobre el homicidio de Coundet son unos extraños pelos de gato salvaje encontrados en su ropa.

Como es usual en las novelas de Simenon, la resolución del caso será secundaria, una cosa lleva a la otra, y con un poco de paciencia los responsables caerán. Lo que no deja de ser fascinante en esta novela es la empatía y casi deuda que el comisario Maigret siente con uno de sus adversarios. La vida secreta de Coundet, la solidez y singularidad de este ensimismado pillo lo convierten  seguramente uno de esos irrepetibles personajes que igual que el comisario sentimos cercano a nosotros y fascinante en su vulgaridad.

He aquí un ejemplo de cómo la construcción de un personaje exquisito, puede ser más real y sólida que cualquiera de nosotros, pese a estar muerto desde las primeras páginas.

Germán Hernández. 


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