23/10/17

En la oscurana – Rodrigo Soto



Impresa y editada por Ediciones Lanzallamas en el 2012. En la oscurana de Rodrigo Soto supone la sexta novela del autor hasta ese momento y una interesante y parcial incursión en el género negro, o como prefiero llamarlo: en la ficción criminal. Digo parcial, pues se trata de una novela de autor que recurre a las formas y recursos del género; esto no es nuevo, y en el caso de la narrativa costarricense autores como Guillermo Fernández, Warren Ulloa, Jorge Méndez Limbrick, Daniel Quirós entre otros, han recurrido a la ficción criminal como andamiaje para obras que, reitero: son en última instancia obras de autor y no de género. Todavía no se ha escrito novela negra en Costa Rica.

Se impone en esta novela el peso y la voz de un veterano narrador, su estilo naturalista para los detalles y entornos de sus personajes casi hiperrealista queda patente en el caso de la protagonista Sylvia Morán, de ella lo sabremos todo hasta sus últimos detalles, desde lo que hace al levantarse en la mañana hasta acostarse en la noche, incluso lo que sueña (el ya relamido recurso onírico), su ropa interior, sus recuerdos, su presente y su pasado, sus gustos, su visión de mundo y estilo de vida pequeño burgués, no, no estamos leyendo una novela policiaca, estamos leyendo la novela sobre Sylvia Morán.

Se imponen también en esta novela la crítica social y la poco novedosa sanción de la “excepcionalidad costarricense” al derribar los íconos de una Costa Rica idealizada:

“De unos años para acá Sylvia vive con una sensación permanente de vértigo y fragilidad. Tras el asesinato a manos de sicarios de varios colegas y el destape de fabulosos escándalos de corrupción que involucraron a los caciques de los viejos partidos políticos, era imposible sostener el cuento de la Suiza centroamericana, el país de la eterna primavera y la paz perpetua. Era como si poco a poco salieran de un espejismo, rompieran la ilusión compartida, placentera y adormecedora en la que habían vivido.” (págs. 42-43)

Esa intención desmitificadora viene siendo una constante en nuestra narrativa, pero lo es igual en todas las narrativas de cualquier país. Por eso también la protagonista confronta el modelo desarrollo económico basado en los servicios turísticos:

“Lo que no muestran los anuarios, protesta Sylvia perspicaz, en silencioso diálogo con Tomás López y con Daniel Forester, es que las provincias con mayor inversión y desarrollo turístico continúan siendo las más relegadas y pobres del país. El espejismo se concentra en la franja costera que en algo más de dos décadas pasó casi por completo a manos de extranjeros. Ellos son ya los dueños de todo. Los ricos y poderosos del país compraron a los propietarios locales a precios de ocasión y luego revendieron a los extranjeros por sumas millonarias. Era público que algunos políticos involucrados en los escándalos de corrupción participaron del festín, pero eso no era delito. Sylvia había conocido a campesinos y pequeños propietarios que, en su desesperación, intentaban lanzarse a la corriente: vendían parte de sus fincas para emprender pequeños desarrollos turísticos, pero lo hacían sin criterio ni asesoría y fracasaban casi siempre. A nadie en el Ministerio de Turismo se la había ocurrido ayudar a esa gente, todos sus empeños se concentraban en atraer inversiones extranjeras. Se renunció por anticipado al desarrollo de base local. Era la miopía absoluta, peor aún, una traición. Era evidente que la clase política no imagina otro horizonte para los campesinos y la gente del campo que convertirlos en jardineros, botones y mucamas.” (págs. 213-214).

Pese a todo, para la protagonista sigue existiendo la ventaja de entrar y salir cuando quiera de la Costa Rica mítica en donde vive, o de la otra Costa Rica que descubre con horror.

Hay dos momentos interesantes que ayudan a contrastar, como si esos políticos corruptos e inversionistas supieran aprovechar el embrutecimiento de la población, uno es al comienzo de la novela con las festividades de independencia (aquí el autor se da la licencia de poner el desfile de faroles el 15 de setiembre y no el 14 como es usual) y el otro hacia el cierre, con la clasificación de la selección nacional de futbol a un mundial.

Pero esta novela tampoco es sobre el desarrollo turístico o la corrupción de los políticos, es sobre Sylvia Morán y su vida íntima y cotidiana quien de paso investiga el extraño caso de un grupo cesionista en Guanacaste que deviene en grupo terrorista auspiciado no por el anhelo de independencia del pueblo guanacasteco sino por… (claro que no lo voy a decir) dicha investigación debe ser interrumpida para indagar sobre el sector turístico, y el impacto que el desafortunado crimen de una turista holandesa a manos de unos muchachos tiene en esta actividad. Todo esto llevará a la protagonista a tejer una maraña de suposiciones que implicarán al papá de su jefe, a su jefe, al nieto del papá del jefe, terroristas pedófilos y más, y digo suposiciones pues no tenemos más remedio que confiar en lo que Sylvia Morán cree saber, dado que nunca en la novela nos consta nada de ello. La trama criminal se debilita, Sylvia parece tropezar siempre con las pistas y los sospechosos como si Costa Rica fuera tan pequeña como una habitación, lo cual es muy conveniente para el desarrollo de la trama aunque sea poco veraz, especialmente la entrevista entre Sylvia y una psicóloga que atendió a Miguel (uno de los sospechosos del homicidio de la holandesa), esta antes de comenzar le advierte a Sylvia que “hay cosas que no podré decirle por razones de ética profesional” (pág. 93) y luego le chorrea que el sospechoso fue prostituido durante su infancia por su propia madre; si le contó eso, quién sabe qué será lo que la ética le habrá impedido contar.

Rodrigo Soto

Con todo, hay dos momentos en la novela que me parecen destacables por su intensidad y escarnio de los personajes, uno de ellos es la primera entrevista entre Sylvia y Miguel (sospechoso del homicidio de la holandesa) el otro es cuando tachan el carro de Sylvia en Cañas. Pero en general es una novela que por no ajustarse al corsé formal que exige el género de la ficción criminal y por esmerarse en el examen exhaustivo de la personalidad y cotidianidad de la protagonista lo primero queda fuera de foco. Eso, una novela desenfocada.


Germán Hernández.


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