9/11/12

Jill Barquero - Relatos de supermercado




Relatos de supermercado

  
Estoy en el cielo raso del edificio, lleno perling y zinc, viendo el gran gentío que compra las mercancías de la quincena. Desde uno de esos perlings que sostienen la estructura,  miro ir  y venir los pensamientos de la gente entre una botella de Coca Cola, un yogurt y una o dos manos que cogen los respectivos productos.

Dos chavalos jóvenes de un barrio marginal, con puñal en la media del zapato, no llevan mayor cosa que unos cuantos abarrotes a la mujer que los esperaba en la casa.

Volviendo a ver en otra dirección había un hombre de piel trigueña y desaliñado, planeando un asalto en los siguientes días con la ayuda de dos tipejos más de la pandilla de la Quince.

Más allá, esas mujeres habladoras, una de ellas, guapa con accesorios de moda y torneaditas piernas.  Y ahí van unos chicos de la escuela de San Patrick corriendo por los pasillos, de cuando en vez botan sin querer algún alimento de los estantes.  Hay dos señoritas en la sección de comida de mascotas, trabajan de noche en un bar de la ciudad con una blusita y pantys negros a rayas.  

Con pánico me pasé de perling y me ubiqué al lado norte del establecimiento. No recordé en realidad, cómo putas  desemboqué entre estos fierros fríos.   No sé, pero ningún guarda o la demás gente se ha dado cuenta de mi atrevimiento, de seguro ha de ser porque estoy tan alto…  Me entró sed, me muero por un jugo, pero está muy lejos.

No sé como bajar de aquí, pero no quiero gritar auxilio y causar un escándalo y  pasar vergüenza. Y entre tantos pensamientos de la gente, me cuesta diluir alguno, no me explico como es que en medio de familias decentes, se esconde la maldad y la escoria, es que  lo puedo oler y hasta sentir… gente con tornillos sueltos, otros que de seguro morirán en un  accidente o   puñalada.  Estoy cansada y mi vida cuelga de un hilo y para peor, no sabía si estaba imaginando todo este puñado de estupideces.

Cuando me paso de viga pierdo el equilibrio, -¡Dios mío!, por más que hago a agarrarme, caigo al vacío,  Un horrible chillido me siguió y los recuerdos de mi vida me corrieron brevemente,  como todo un puto cliché.

Cuando iba a dar de bruces contra el pavimento y despedazarme en piezas inciertas y bizarras, noté que me volví a levantar donde estaba, en las vigas. Quería ver si  había sido el brazo de una grúa que me había recogido justo a tiempo.

Pero no fue esto. ¡Mierda!, ¿Qué  pasó? - Ciertamente que no lo sé, solo sé que de repente, atravesé la pared.


  
Jill Barquero (Jilthy de Jesús Barquero Vindas) nace en Dic 1973. Fue premio de poesía Liceo Anastasio Alfaro en 1990 donde concluye el bachillerato al año siguiente. Es bachiller en Informática y miembro de la Cadena de Artesanos de Curridabat, ha realizado estudios de acabado de muebles, de dibujo y pintura.

Fue miembro del taller conducido por Dlia Mcdonald y actualmente es miembro del “Taller sin Nombre”. Algunas de sus publicaciones han aparecido en el periódico Ecos de la Carpintera de Tres Ríos. Conduce dos blogs Los árboles sueñan de pie y Merodeando.


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