21/11/12

Las Posesiones de Carlos Alvarado



Con “Las Posesiones”, Carlos Alvarado nos entrega su segunda novela impresa, esta vez por Uruk Editores. Antes había publicado “Transcripciones Infieles” (Cuento. Ediciones Perro Azul. 2006) y “La Historia de Cornelius Brown” (Novela, Editorial Costa Rica. 2007) ganadora del certamen Joven Creación 2006.

Las Posesiones narra la vida en pareja de Ana y Samuel, y cómo sus vidas se vinculan con algunos hechos de la Guerra Civil de 1948 y los Campos de internamiento en Costa Rica durante la Segunda Guerra Mundial. La obra está dividida en tres partes, hagamos un repaso sobre su contenido.


1. A manera de sinopsis

La primera parte, “Posesiones y pesadillas”. Ana ha recibido una carta suscrita por Marcos Arias[i] su progenitor a quien no conoció nunca y recién ha fallecido, la carta tiene más de 60 años, su contenido es una  “confesión de remordimientos” (pág. 22)  no comprende el propósito de ésta y le inquieta. Su esposo Samuel intenta quemar la carta, pero algo hace desistir a ambos (caps. 1-2).

Pasan los días, es 28 de enero, tercer aniversario de bodas de Ana y Samuel, improvisan una cena en casa. El aparente olvido de Ana de la efeméride y un fuerte dolor de encía de ella opacan la cena. (Cap. 3). El dolor de encía persiste y Ana visita a un médico dentista que le realiza una cirugía (Cap. 4).

Un día después Ana decide convalecer en casa. Tras haber evadido las llamadas de su media hermana Doris, acuerdan una cita en la que ésta le avisa que al día siguiente se llevará a cabo el proceso sucesorio de su padre y Ana está convocada. Mientras tanto, Samuel se tomó la tarde libre para realizar una pesquisa en internet y luego en la biblioteca relacionada con la carta[ii]. (cap.5). Esa noche Ana tiene una pesadilla. (Cap. 6).

Al día siguiente Ana y Samuel llegan al despacho donde será la lectura del testamento, Ana hereda una suma en efectivo y una vieja casa en el centro de San José en avenida 10. Por intervención de su esposo pospone la firma de aceptación para tener tiempo de releer los documentos. (Cap. 6)

Pasan los meses, es mayo. Samuel ha hecho planes para construir una casa fuera del centro. Con algo de resentimiento por no haber sido consultada y por tener que posponer su embarazo Ana accede, y prevén trasladarse a la vieja casa heredada mientras dure la construcción de la nueva. Ana recibe una llamada de Apolíneo Brenes quien estuvo en la audiencia de la herencia, éste la invita a visitarle para hablar algo importante con ella. Ya en casa de Apolíneo, éste le revela a Ana que fue él quien le envió la carta de Marcos Arias, además, le hace entrega de un Baúl con más documentos; pese a la indiferencia,  Ana carga con el baúl, en casa advierte a Samuel para que no lo abra. (Cap. 7). Esa noche Ana tiene otra pesadilla (Cap. 8).

Por esos días Ana visita a su media hermana Doris, platican de asuntos diversos, en especial sobre sus madres y la forma que afrontaron su relación con Marcos Arias, una como esposa, la otra como amante. (Cap. 9).

Un domingo Ana y Samuel dan un paseo a la Sabana, los sorprende un aguacero y escampan en la soda Tapia y platican sobre el monumento a León Cortés, Ana le afirma que hay otro monumento del ex presidente, Samuel duda, hacen una apuesta, si Ana gana discutirán sobre su anhelado embarazo, sino Samuel podrá conocer el contenido del Baúl, Ana conduce a Samuel hasta el Cementerio Obrero donde le muestra la monumental sepultura de Cortés. Ahí tienen un encuentro con un peón del lugar que habla sobre espíritus y profanadores de tumbas, al llegar a su casa, Samuel sufre un súbito ataque, en medio de éste pronuncia un nombre: Beatriz, pidiéndole que responda a sus cartas. (Cap. 10).

La segunda parte de la novela “La culpa que durmió en Cristal City” comienza con una carta escrita en 1942 por un tal Stefan dirigida a una Beatriz, es una carta desde la cárcel, pide a su destinataria que espere, que no le visite ni se exponga por él hasta que todo se aclare, y le encomienda a que acuda a Marcos ante cualquier necesidad. (Cap. 1).

Una voz en primera persona, un sujeto que recuerda vagamente su primera comunión, y de ese día un evento en especial. (Cap. 2).

Otra carta de Stefan a Beatriz, narra sus amarguras en la cárcel, su traslado a un improvisado Campo de internamiento en el que fuera el Club Alemán, son detenidos políticos: alemanes, italianos y japoneses considerados enemigos en la coyuntura del momento, la gran guerra en Europa (Cap. 3).

Tras el ataque de Samuel están él y Ana en un hospital, se entrevistan con un médico. Ana está molesta con Samuel y éste quiere saber qué dijo durante el episodio, Ana le dice que no dejaba de repetir el nombre de una mujer, Samuel con la intención de aclararlo le confiesa que antes había abierto el Baúl que Apolíneo Brenes le dio a Ana. (Cap. 4).

Más cartas de Stefan Schmitz, una de ellas a su amigo y socio Marcos Arias. (Cap. 5). Tres cartas más a su amada Beatriz, confiesa su temor a la deportación, ha transferido todos sus bienes a Marcos Arias para que la Junta de Custodia de Propiedad Enemiga no los alcance. (Caps. 6, 7 y 8).

Continúa la discusión entre Ana y Samuel, ella le reprocha haber abierto el baúl, y ocultado su padecimiento, Samuel ha ido indagando la correspondencia de Stefan Schmitz con Beatriz y Marcos Arias. (Cap. 9).

Stefan es finalmente deportado a los EE.UU, permanece en Cristal City y posteriormente en Camp Kenedy. Confronta a Marcos Arias y avisa su propósito de regresar muy pronto a Costa Rica por los medios que sea. (Caps. 10, 11, 12, 13 y 14).

La voz en primera persona describe ese recuerdo de la infancia; un desfile alegre y triste a la vez. Ha visitado a su madre para constatar que verdaderamente sucedió. (Cap. 15).

En la tercera parte de la novela,  “El tiempo y la sangre”, Ana conoce el contenido de las cartas guardadas en el baúl, Samuel le habla del compromiso y la obligación de dar a conocerlo a los implicados, pero Ana prefiere esperar hasta que tengan la “fotografía clara” (pág. 174) y deciden acudir a Apolíneo Brenes. (Cap. 1).

La voz en primera persona de la segunda parte corresponde a Gerhard, su relato transcurre en Alemania. Va de visita donde su madre para preguntarle por su recuerdo infantil, su madre no recuerda ningún evento especial ese día de la primera comunión de Gerhard, pero le hace entrega de un viejo álbum familiar y un viejo cuaderno que había pertenecido a su abuelo quien desapareció luego de embarazar a la abuela. (Cap. 2).

El viejo cuaderno contiene el relato de la deportación de Stefan hacia Alemania, sus penurias y hambrunas en ese país devastado por la guerra, ahí conocerá a Ute, la abuela de Gerhard, juntos sobrevivirán a los horrores, su relación será fugaz, Stefan está determinado en regresar a Costa Rica por los medios que sean. A Gerhard le indigna la acción de Stefan, al final del cuaderno logra calcar la huella de un último mensaje cuya hoja fue arrancada, es un mensaje de despedida.[iii] (Caps. 3 y 4).

Ana y Samuel se entrevistan con Apolíneo Brenes, éste relata algunos hechos y circunstancias de la Guerra Civil del 48 y cómo conoció a Marcos Arias en la batalla del Tejar; la noche previa era Marcos quien presa del miedo y atacado por el remordimiento escribe y confiesa a Apolíneo la traición hacia su amigo y socio, al día siguiente tras el combate será Marcos Arias quien ahora salve la vida de Apolíneo cuando dispare contra los hombres que le atacaban. Esto sellará el secreto entre ambos. (Caps. 5 y 6).

Gerhard descubre finalmente en una biblioteca que aquel recuerdo de la infancia correspondía al desfile fúnebre, carnavalesco y espectacular de Henrich Böll. (Cap. 7).

Samuel y su primo Moshé, tienen un escrupuloso diálogo sobre la vida y la humanidad (Cap. 8).

Ana está embarazada y ya vive en su nueva casa. Va de visita donde su media hermana Doris, y tiene la oportunidad de conocer a Beatriz, la madre de Doris y la amada de Stefan, anciana y enferma de alzheimer, pese a ello Ana aprovecha para decirle furtivamente que su Stefan siempre la amó. (Cap. 9).

Epílogo. Al parecer, últimos pensamientos de Stefan. (Cap. 10).


2. Cuando las posesiones pasan de mano en mano…

Las posesiones que dan título a esta novela, no son propiamente aquellas posesiones demoniacas, ni de almas en pena. No olvidemos que el único evento que alude a la posesión de un espíritu es el ataque de Samuel en la primera parte; (pág.121) en adelante, tanto el autor como sus personajes razonan y se refieren al evento como eso: un ataque. Quizás Ana dude por un momento, (págs.136 y 137, 148) pero al final, de lo que sí está convencida es que Samuel le ha ocultado la verdad sobre una terrible enfermedad congénita que contagiaría a su progenie, (pag.144) lo cual resulta por demás exagerado, dos ataques aislados a lo largo de la vida de Samuel no dan para tanto. (pág.137)

En este caso las posesiones a las que sí alude la novela son de otro tipo. En efecto, hay un enorme patrimonio que Stefan Schmitz posee y ha transferido a su amigo Marcos Arias para protegerlo, la traición de éste dará con la cárcel, la deportación y la muerte de su amigo. Marcos Arias también lo ha despojado de la más valiosa de sus posesiones: el amor de Beatriz. Tras la muerte de Marcos Arias, sus bienes serán repartidos entre sus familiares. (cap.6)

De su progenitor, Ana no ha heredado una casa y una suma de dinero nada más, (pág. 65) sabe que ha heredado unos genes, una sangre sucia (pág. 23) y ahora Ana ha recibido una carta, (pág. 15) un baúl (I Parte, cap. 7) y las confesiones de Apolíneo Brenes (III Parte, caps. 5 y 6), que contienen la más valiosa posesión de Marcos Arias: sus secretos.

Para Ana, ¿quién fue Marcos Arias, y qué hizo con su vida?, no le importa en lo absoluto (págs.83 y 85); de todo lo que se enterará después será el resultado de la curiosidad de su esposo. (II Parte, cap.9) y las insistentes confesiones de Apolíneo Brenes.

De alguna manera, la actitud de Ana se ha asociado con esa otra tan socorrida por la idiosincrasia costarricense: la del olvido, la de tener una flaca memoria histórica, o bien de maquillarla a su antojo. Como el grueso de la sociedad costarricense, a Ana no le interesa saber, no quiere saber, pero sabe que hay algo tras de sí, y ello puede ser ignorado, olvidado y negado. También hay otro rasgo de esa idiosincrasia costarricense en el capítulo 1 de la tercera parte que recuerda aquella máxima: “Esperar a que se aclaren los nublados del día” cuando Ana, antes de cualquier compromiso prefiere tener “la fotografía clara” (pág. 174) o dicho de otro modo, “antes de tomar cualquier riesgo, esperemos a ver qué pasa o qué hacen los otros”. Pero hasta aquí las analogías, no se puede generalizar la situación particular de un sujeto con la idiosincrasia de una nación, esta novela no está construida sobre esos arquetipos.

Contrario a Ana, Samuel quiere saber, explorar, no le basta con ir revelando los hechos desnudos y desea explicaciones que le den sentido a estos, asumir una obligación ante ellos. ¿Qué vamos a hacer con la cuota de responsabilidad que nos toca? (pág.172) Finalmente Samuel no hará nada, será más bien Ana quien tenga ese atisbo de compromiso cuando en una melodramática escena Ana le revele a Beatriz (la amada de Stefan, ya en la senectud y enferma de alzheimer) que su Stefan nunca dejó de amarla, (III Parte cap.9) tampoco se da ese compromiso en el caso Gerhard el nieto de Stefan, quien sólo iba tras un recuerdo infantil, donde, con igual melodrama su madre le cuenta que su abuela decía sobre él que le recordaba el amor de su vida. (pág. 223).


3. Volver la mirada en tiempos de paz

Pongamos ahora el énfasis en lo que la novela, desde su portada se propone hablarnos “los campos de internamiento en Costa Rica y EE.UU. durante la segunda Guerra Mundial”. No se trata de una página oscura y oculta de nuestra historia, pero sí, poco conocida, poco honrosa. Costa Rica como el resto de países de América Latina, entraron a la guerra jugando un importante papel estratégico: mientras se libraran las batallas en Europa y el Pacífico asiático, nuestras naciones tomaron postura y fueron proveedores de alimentos, y materias primas para los “Aliados” con significativas ventajas para sus economías, y cuyo compromiso exigía el cumplimento de diversas  medidas, tal es el caso de la confiscación de bienes, propiedades y el confinamiento de los ciudadanos de las naciones enemigas, Alemania, Italia y Japón. Al respecto nos cuenta Aguilar Bulgareli en su libro Costa Rica y sus hechos políticos de 1948:

“Por otra parte, el gobierno también abusó en lo referente a su actitud con los nacionales de los países a los que había declarado la guerra. Sus bienes  fueron tomados en custodia por el gobierno y las personas enviadas a campos de concentración en Costa Rica y en los Estados Unidos. No criticamos el hecho de aislar a esas personas del medio costarricense, puede suponerse una muy remota intervención contra el gobierno del país. Lo que sí no tienen justificación alguna, es la intervención que se hizo de sus bienes, ya que en muchas oportunidades, las custodias quedaron en manos de personas que no velaron correctamente por los bienes a su cargo. Y más aun, hubo algunos casos en que se valieron de ello para hacer su propia fortuna.”[iv]

Muchos ciudadanos de esos países, con el fin de evitar la confiscación de sus bienes por parte del gobierno transfirieron estos a sus socios, parientes y amigos costarricenses para que una vez pasado el conflicto les fueran restituidos, y así fue, pero no en todos los casos. La novela de Alvarado nos narra una de esas excepciones: la traición de Marcos Arias contra su amigo Stefan Schmitz un costarricense hijo de inmigrantes alemanes.

Sin duda, la narración epistolar sobre la tragedia y sinsabores de Stefan Schmitz son el punto alto de la novela, logran por sí mismas crear una atmósfera convincente, capaz de transportarnos al lugar y tiempo en que se escriben las cartas. Por otro lado, es inevitable sentirse defraudado por ser precisamente la narración epistolar y sus circunstancias las más escasas, centrándose mayormente en la vida cotidiana de Ana y Samuel, en este sentido es evidente el uso y abuso de algunos recursos narrativos como la analepsis, el racconto, la glosa erudita, sueños, descripciones, redundancias y hasta caprichosos modismos en el uso del lenguaje, como comentaremos enseguida.


4. Composición

Para ir juntando los hilos que unen las vidas de unos personajes distantes en el tiempo y el espacio, Alvarado ha recurrido a un nutrido número de recursos narrativos, veamos algunos.

La analepsis.  Utilizada especialmente en lo que tiene que ver con Ana y Samuel: “La vela y entierro de Marcos Arias” (Primera Parte, Cap. 1), la “Boda de Ana y Samuel” (Primera Parte, Cap. 3), “Cuando Ana y Samuel se conocieron” (Primera Parte, Cap. 5), “De la juventud de Ana y una relación con un hombre casado” (Primera Parte, Cap. 8)

La glosa erudita. Insertada de manera arbitraria y poco pertinente como son los casos sobre “la dinámica económica y las flores para difuntos” (pág. 16), o la tediosa explicación sobre “la ley de Engel” (págs. 63-65). Luego vienen otras de tipo histórico, como la relacionada con León Cortés (págs. 102-104) la cual rompe abruptamente con el diálogo que llevan Ana y Samuel, y que luego el autor pretende fue recitada de memoria por el segundo, en todo caso, es poco lo que aporta e ignoramos por qué la falta de sutileza en a la hora de insertar referencias, lo mismo ocurre en el capítulos 5 y en parte del 6 de la tercera parte que son propiamente raccontos sobre episodios de la Guerra Civil del 48; estas últimas caen en un claro pedagogismo, donde se ha sacrificado la posibilidad de recrearlas literariamente.

La descripción. En la que se abusa a lo largo de toda la novela con detalles irrelevantes que ralentizan la acción, podríamos citar ejemplos como:

“Ana sacó los fósforos de la gaveta y encendió una candela que despedía una tenue fragancia a canela. Al inicio, la vela en ocasiones incurría en una combustión imperfecta que por instantes hacía despedir en la llama un humillo grisáceo, que a los segundos logró regularse.” (pág. 32).

Ó

“Ana cerró la revista que leía, se levantó del sillón donde estaba y se desplazó hacia su cartera, la cual hurgó para encontrar el aparato móvil que sonaba.” (pág. 45).

Extenuantes son los pasajes donde se describen sillas, maquillaje, vestidos y un sinnúmero de detalles en capítulos como:

El capítulo 4, primera parte, cuando Ana visita a un dentista, todo el capítulo no tendrá la menor relación ni importancia con el núcleo de la acción, incluso se comete el error de cambiar el sexo del asistente dental, primero es hombre: un asistente ingresó al recinto y le colocó una especie de babero desechable” (pág. 36), luego es mujer: “se tragaba involuntariamente un sabor amargo que por alguna razón se le iba entre la saliva que el aparato que sostenía la asistente no succionaba” (pág. 38) y luego vuelve a ser hombre “pasó al escritorio donde el asistente le hizo una demostración de cepillado…” (pág. 39).

En el capítulo 5, primera parte, cuando Doris espera a Ana para tomar café en un mall (pags.46, 47 y 48.)

En el capítulo 6 de la primera parte durante la recepción y lectura del testamento de Marcos Arias, los detalles y reiteraciones se hacen insoportables, plagados de juicios de valor donde está claro que el autor quiere ridiculizar a los herederos de Marcos Arias logrando apenas unas caricaturas de ellos, por ejemplo a una personaje la describe “parecía un payaso fino” (pág. 59), “… la que se pintaba como payasa de alcurnia.” (pág. 67), “No hay nada que cuestionar – sentenció la hermana mayor, la payasa.” (pag.68)  como si una vez no fuera suficiente. Ana y Samuel se repiten así mismos “nos quieren ver la cara de tontos” en tres ocasiones (págs. 66, 68 y 71) aunque jamás se logra intuir el por qué.

En el capítulo 7 de la primera parte en la entrevista entre Apolíneo Brenes y Ana, el diálogo resulta en un juego de rodeos y sofismas que parecen ir a ninguna parte, al final, resulta forzado que Ana reciba y cargue con el baúl que contiene los secretos de Marcos Arias, por los que no siente interés.

En el capítulo 10 de la primera parte se hace una detalladísima descripción de la casa en Avenida 10 (págs. 116-118).

A lo largo de la novela observamos problemas de estilo tales como redundancias, inconsistencias, contradicciones y falsas expectativas en la trama. Algunas no son más que descuido, resultado de ese afán por sobrescribir y decorarlo todo y llenarlo de palabras y palabras, al parecer el autor no vio estas faltas durante la etapa de corrección y edición del texto. Veamos algunas de ellas:

Redundancias:

El espacio se estrujaba por la incesante entrada de arreglos florales contratados. […] El espacio se estrechaba entre los arreglos de flores que escoltaban al ataúd de madera brillante.” (págs. 16 y 17).

“no se quedaron más que para la oración final del cura y para el empujón del ataúd dentro de una bóveda del cementerio privado. Mientras la gente se iba, los obreros cubrían el orificio por donde se introdujo el cajón en la bóveda…” (pág. 18).

“La reacción inicial de Ana no fue del todo positiva. Resintió el hecho de que Samuel hubiera estado maquinando todo el cambio sin haberle compartido idea alguna y que él solo quisiera montar toda la maniobra para luego únicamente solicitar su opinión y aprobación, sin hacerla partícipe de aquello. Para este plan tan importante no habían operado como un equipo y eso Ana lo resintió profundamente.” (Pag. 74).

“Lo que usted me dice me reafirma que tengo la razón y que debo hacer lo que pienso es lo correcto” (pág. 83).

También encontramos pasajes enteros reiterativos, como una especie de deja vu, uno de ellos está en el capítulo nueve de la primera parte, cuando Ana y Samuel se encuentran en el Cementerio Obrero y platican con el sepulturero en alusión al nombre del perrito faldero que le sigue.

“- Nauseas es un nombre raro para un perrito – cuestionó Samuel, escéptico.
- Yo sé, empezó como un chiste para asustar a la gente cuando lo llamaba. También por ser un perrillo hediondo. Pero me encariñé mucho y después no respondió a ningún otro nombre.” (pág. 114).

Pero más adelante, en el mismo capítulo, Samuel le dice a Ana:

“… Además debe ser el cuento que anda regando para meter miedo y para que la gente deje tranquilo el lugar. ¡Qué más prueba que le ponga al perro Nauseas! – razonó Samuel.” (pág. 120).

Y queda hecha pedazos la perspicacia de Samuel, pues momentos antes, el sepulturero se lo había dicho y el ahora lo repite como si se tratara de un hallazgo. Otra reiteración es el siguiente párrafo colmado de un patético pesimismo en alusión al pedido de Ana respecto a la maternidad:

“Samuel sabía que este era un tema del que no se podía escapar. Debía enfrentar la petición de Ana, pero sobre todo debía enfrentar sus miedos. Sus miedos a un hijo discapacitado o enfermo, a un hijo potencialmente miserable, a un hijo que tenía toda la posibilidad a pertenecer a la última generación de humanos en la tierra, los que estaban destinados a ver el fin. No quería pensar en eso.” (pág. 172).

Y en el capítulo 8 de la tercera parte mientras Samuel dialoga con su primo Moshé, el autor nos vuelve a repetir de manera idéntica:

“el miedo de procrear a un hijo con su misma condición neurológica o peor aún, con un cuadro más pronunciado, y el recelo de que naciera en un mundo egoísta y utilitario como el que sentía que le rodeaba. Un mundo, no de guerra termonuclear, sino de cambio climático, escasez de agua y alimentos, de catástrofes naturales y demás calamidades apocalípticas.” (pág.224).

El problema con esto último es su falta de coherencia en la novela, el ascetismo escatológico de Samuel desaparece súbitamente en el capítulo siguiente: su mujer ya está embarazada (pág. 228), viven en una casa nueva en las faldas del Zurquí (pág. 228), tienen una oferta para vender la casa de Avenida 10 (pág. 229), en fin, mucho parloteo del medroso personaje que tampoco renuncia a su vocación pequeñoburguesa. El problema con esto es que la novela crea  falsas expectativas, hay tres que nos parece importante señalar: la primera durante “la lectura y firma de la herencia de Marcos Arias” donde los personajes no dejan de afirmar que están siendo timados, pese a ello y que más tarde Moshé, el primo de Samuel lo congratula nunca llegamos a comprender en qué consistía la “tomadura de pelo”, la segunda  “De la responsabilidad histórica con la verdad” en la que uno llega a pensar que Ana y Samuel verdaderamente restituirán la verdad para los descendientes (de Marcos y Stefan) que se cruzarán más destinos, pero tampoco ocurre y  la tercera sobre la supuesta “enfermedad congénita de Samuel” la cual jamás nos llega a convencer que padezca.

Inconsistencias: en expresiones como “Ana rompió el silencio” (pág. 21) cuando está en pleno diálogo con Samuel; la expresión se vuelve a repetir, al menos de manera más afortunada en la página 136, donde esta vez, efectivamente, Ana sí rompe el silencio.

Contradicciones: como la que se da en las cartas entre Stefan y Beatriz, en la primera de ellas (pág.127). “Si ya fueras mi esposa, te lo ordenaría, pero como ese tan esperado día ha quedado por ahora pospuesto, solo te lo puedo rogar” y en la siguiente carta dice: “tomados del brazo, ya como casados.” (pág. 133) donde se quiere dar a entender en sentido figurado, pero no está redactado de esa manera.

Finalmente, quería llamar la atención sobre el uso caprichoso de “en veces”[v], el cual a nuestro entender es propio del habla coloquial y no en el contexto en que es empleado por Alvarado hasta  en cinco ocasiones a lo largo de la novela:

“El se conocía y sabía que su humor era en veces la forma de eludir la ansiedad o el miedo” (pág. 57).

“desaparecía por temporadas, y reaparecía en veces cariñoso y necesitado, en veces violento.” (pág. 97).

“Fue hasta que crecí y me hice más viejo que comprendí que en veces ella y yo competíamos por su afecto” (pág. 178).

“En el Partido nos enterábamos de todo esto, en veces sabíamos más que el propio Gobierno de Calderón” (pág. 194).

“El ejército del Gobierno era manejado con una incompetencia que en veces nos hacía preguntarnos si en verdad querían detener el levantamiento” (pág. 200).


5. Concluyendo

Al finalizar el capítulo 6 de la tercera parte, prácticamente todo sobre el asunto de los campos de internamiento, sobre Marcos Arias y Stefan Schmitz está resuelto, lo que resta de la novela ya no genera mayor interés, especialmente el capítulo 8, ese curioso diálogo entre Samuel y su primo Moché, el cual parece un intento desmesurado del autor por aleccionarnos e indicarnos lo que deberíamos aprender de esta novela.

Pero no son moralejas lo que nos queda después de la lectura de Las Posesiones, en realidad nos quedan dudas, nos irrita la obstinada pasividad de Beatriz que no parece sospechar ni darse cuenta de nada, incluso Ute parece ser su reflejo. No nos convencen las razones del silencio de Apolíneo ni por qué al final se decide por revelar esa verdad que resulta tan importante para él y que fue cómplice en ocultar, ¿Por qué revelarla  a Ana y no a cualquier otro hijo, hija, nieto nieta de Marcos Arias? Sus explicaciones no satisfacen.

En general, en Las Posesiones, resulta tedioso ese estilo sobre-elaborado, esa obsesión por describir minucias, por dilatar inútilmente la acción; nos parece mala idea intentar crear suspenso mediante rodeos y rodeos.

La posibilidad de transferir los hechos históricos hacia la ficción narrativa, nos permite sentir con mayor vitalidad y autenticidad lo que el dato frío no puede transmitir; desde luego no se debe caer en la ingenuidad de pensar que la ficción literaria por basarse en “hechos objetivos” es verdadera, o por el contrario, creer que para ser válida requiere la rigurosa veracidad de esos hechos. Si algo rescatamos de todo esto son las cartas de Stefan Schmitz, bellamente escritas, y el único momento en que el relato se vuelve eficaz.

Germán Hernández




[i] El nombre del progenitor de Ana lo sabremos hasta el capítulo 6.
[ii] Será hasta el capítulo 9 de la segunda parte (pág. 126) que nos enteraremos qué fue lo que Samuel encontró durante su búsqueda en internet, se trata de la coincidencia de la fecha y lugar de la carta de Marcos Arias y una batalla ocurrida durante la Guerra Civil de 1948, la cual será detalladamente descrita por Apolíneo Brenes en el capítulo 6 de la tercera parte.
[iii] Resulta incomprensible cómo el cuaderno llegó a manos de Ute la abuela de Gerhard mientras que el mensaje escrito que sí iba dirigido a ella se perdiera.
[iv] Aguilar Bulgareli, Oscar. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948. Editorial Costa Rica. 1969. Pág. 34.
[v] Según la Real Academia Española, en su Diccionario panhispánico de dudas (2005), indica: Es propio del habla popular de algunos países americanos, y desaconsejable en el habla culta, decir en veces, en lugar de a veces.

5 comentarios:

  1. Si algún día publico un libro y alguien le dedica una crítica (esto es mucho más que una reseña) de esta profundidad y dimensiones, me daría por satisfecho. Me la llevo impresa para leerla en el bus.

    Te cuento que acabo de inaugurar un nuevo blog, dedicado a la literatura oriental que, más por casualidad que otra coa, me cae en las manos:

    http://literaturaoriental.blogspot.com/

    ¡Saludos!

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  2. Gracias por tus palabras Sergio, espero muy pronto tener el gusto de reseñar tu obra impresa cuando llegue...

    Saludos!

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  3. Y lo olvidaba, el blog de literatura oriental nunca más oportuno que ahora, y me cae de perilla a mi que tan poco conozco de la misma...

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  4. ¡Bien! Por ahora, en ese blog solo hay letras japonesas. (Un desvío que me propuse arreglar a la fuerza forzándome a llamar el blog de esa manera.)

    Estoy esperando la siguiente obra de Carlos. Creo que si él logra construir una novela a partir de la pasión de personajes como Stefan, podría convertirse en la voz cantante de la generación en el género novelístico. Estoy convencido.

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  5. Sergio! Por algo hay que empezar, desconocemos tanto de la literatura oriental, el sólo hecho de pensar en culturas como la Koreana, Vietnamita, Mongol, etc., cada una con una identidad y lengua milenarias me hace pensar que existen tesoros literarios en cada una de ellas... y no deja de provocarme cierta molestia saberme tan finito e incapáz de abarcarlos.

    Por otro lado, no dudo de las potencialidades del trabajo de Carlos Alvarado, como bien citas, las cartas de Stefan son sobresalientes. Pienso que en el caso de esta novela, hizo falta un verdadero trabajo por parte del editor, tema que ya deberíamos comenzar a discutir en el medio literario: "el papel del editor más allá de imprimir libros bonitos"

    Saludos!

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