13/12/16

A través del ruido – Mauricio Ventanas

"Gran tango" de Carlos Alonso


“A través del ruido” fue el cuento ganador del segundo lugar en el II Concurso Literario del Tango (Argentina) en el año 2000. Mauricio Ventanas, su autor, lo comparte ahora en el Signo roto para demostrarnos que en Costa Rica cuando se quiere se puede hacer mucho más que “chiqui-chiqui”. Queda aquí el texto como comprobación.



A través del Ruido


Es el año 14.210 de la cuenta que llevamos.  Hoy se cumplen tal vez unos doce mil años desde la desaparición de Carlos Gardel, el inolvidable escritor y cantante de tangos.  Yo soy su último admirador, ya nadie más le escucha… y Elisa está harta de oírme hablar de aquel hombre casi prehistórico, de sonrisa fina y misteriosa, de un tiempo en que la gente andaba con sombrillas por las calles bajo la lluvia de agua.

Qué no diera yo por bailar un tango con Elisa, sé que así la conquistaría mi vago amor por aquellos tiempos lejanísimos, de máquinas estrepitosas y de bailes entre el ruido.  Pero no tengo la más remota idea de cómo se baila el tango.  Tendría que inventar el baile otra vez, y seguramente ya no sería lo mismo.

O tal vez debería matizar las canciones muy bajito a todas horas en la casa para que ella se fuera enamorando sin querer.  Pero no hay manera:  las versiones que tengo han acumulado un nivel de ruido tan alto, que tratar de escuchar el tango a través de él es poco menos que un penoso fastidio.  Se podría pasar por un filtro analizador que eliminara el ruido… si tan sólo supiera qué es ruido y qué es tango de todo aquello ¿Cómo saber?  Y qué parte del ruido ha sido mera culpa del tiempo, del murmullo estelar, o verdadero ruido de fondo de la época.

Lo que queda de los tangos de Gardel son copias de copias, sobre copias de copias que se han venido apilando a través de unos noventa y ocho cambios radicales en la tecnología de grabación.  Curiosamente las primeras grabaciones eran analógicas, en unos discos gigantescos llamados acetatos, lo cual quizás no estaba tan mal.  Pero por alguna razón inexplicable, a fines del segundo milenio hubo un retroceso terrible y todo se redujo a información digital.  Pasaron quizás unos mil años, con un holocausto de por medio, hasta que se volvieran a utilizar sistemas analógicos espectrales.  Luego vinieron, en diversos formatos, la información real, la compleja y últimamente la polidimensional, pero ya para cuando eso no quedaba de la colección más que atropellados torrentes de unos y ceros.

Sin embargo, de los acetatos conservo escondido el encuentro más sublime y estremecedor que todo hombre puede tener con su pasado (o más bien antepasado).  Una vez, cuando era joven y me gustaba aventurarme en los mercados negros, me vine a tropezar en Zimbabwe con un antiquísimo preservador criogénico que contenía dos fragmentos de los materiales más preciados de antes del año 3000: un pedazo de papel y un trozo de acetato con música.  Ambos eran supuestamente provenientes del mismo objeto.  En el tiempo de su aparente origen, la gente mataba los árboles por cualquier cosa, y vivos todavía los molían a golpes hasta reducirlos a una masa fibrosa, o “pulpa”, con la que fabricaban láminas de papel.  El papel se usaba para etiquetas que se pegaban a los artefactos.  O sea que si el pedazo de papel verde con letras negras estaba en lo correcto, aquel pequeño trozo de acetato contenía la voz de Carlos Gardel a dúo con un tal Odeón, no sé si este segundo era nombre o apellido y el resto ya no se alcanzaba a leer.

En un principio compré el preservador más como curiosidad histórico-científica que por interés en la música, aparte del valor de coleccionista del papel.  Pero pronto no pude soportar la tentación de abrirlo y experimentar con el contenido, aunque yo sé que me puedo meter en un lío grave con la ley de preservaciones.  Por no poder consultar con nadie, pasé casi un año imaginando cómo podría haber música en un pedazo de plástico, hasta que puse atención a la irregularidad de los surcos.  Luego tuve que invertir enormidades construyendo un lector físico de surcos que pudiera extraer los fragmentos de música que guardaba el trozo de acetato.  Pero al fin lo logré y a cada pasada… que costaba un mundo calibrar, porque todos los surcos eran curvos y estaban hechos para leerse a velocidades diferentes ¡sabe Dios por qué! …a cada pasada pude escuchar por primera vez en mi vida, aunque fuera en solitarios fragmentos, la voz de Carlos Gardel:

…ver, con la frente marchita…
…que es un soplo la vida…
…vivir con el alma…
…tengo miedo…

Y al punto caí preso de una melancolía insondable.  Faltó que interviniera Odeón, pero con Carlos fue más que suficiente.  Yo no sabía que se trataba de tango, ni menos qué era el tango, pero al poco tiempo lo confirmé revisando bases de datos de la antigüedad, donde conseguí varias imágenes bidimensionales pasivas en un borroso blanco y negro, así como las versiones ruidosas de sus canciones, que comentaba al principio.  Será cuestión de gustos, o alguna misteriosa afiliación transancestral, pero nunca he podido contener ni explicar mi arrobamiento ante aquellos candorosos y rudimentarios impulsos musicales.  Se me salen las lágrimas, me dan ganas de cantar y canto con la ayuda del autosintetizador, pero sueno patético, sin vida.  Yo nunca podré cantar así.  Ya nunca nadie podrá cantar como Carlos Gardel.  Por eso soy su admirador, en medio de la ignorancia y la indiferencia de toda la humanidad.

Para ver qué tal habría sido conocerlo, fabriqué un holograma interactivo a partir de sus imágenes, pero es demasiado vago.  Todo lo que faltaba de él quedó lleno de arquetipos del tercer quinquenio, que se notan tanto… No tiene ninguna gracia así de reconstruido, como un vil títere electromagnético de dudosos colores sacados de la manga aleatoria de algún programador… y eso tan sólo consigue ponerme todavía más triste.

Así que después de haber agotado cuanto había por investigar he decidido escribir, así al estilo más retrógrado, todo lo que sé de él:  una pequeña biografía, para resucitarlo hasta donde pueda a través del ruido del tiempo.  Quizás sólo de esta manera, alguien algún día podrá volver a sentir por él y por su obra lo mismo que yo.

Carlos Gardel nació en la superficie terrestre, en Toulouse, Francia, para ser precisos, a finales del segundo milenio, de una mujer femenina fecundada por un hombre masculino, como era la usanza, al menos en cuanto a asuntos de procreación.  Pero no vivió casi nada:  infiero por los enredos de números que tengo a mano que no puede haber llegado ni a los doscientos años.  Falleció en una corta pero riesgosísima travesía a bordo de un teleportador de propulsión helicoidal y sustentación en medio gaseoso por diferencial de presión inducido cinéticamente, conocido como “avión”.  Era algo con alas, como inspirado en las aves, pero rígido y con hélices, una nave basada en modelos de movimiento totalmente Newtonianos, con un alcance ridículamente limitado y sujeta a todo tipo de aberraciones espaciales.  Aparte de que la nave entera se desplazaba con los objetos transportados, ni siquiera tenía autonomía de vuelo para salir de su sistema solar, por falta precisamente del medio gaseoso.

Escapa a mi entendimiento el por qué Gardel habría cometido la intrepidez de introducirse en un artefacto tan peligroso, si de por sí no pensaba ni podría abandonar el planeta (ni se conocían lugares adonde ir).  Lo cierto es que a poca distancia del despegue, la nave fue sacudida por turbulencias atmosféricas, perdió el control, fue dominada por el campo gravitatorio y sufrió un impacto de masas con otra nave, con la misma Tierra, con Gardel y sus amigos adentro y sin dispositivo de suspensión de eventos.  De haber sabido que todas esas cosas le podían pasar a esa nave, yo que él jamás habría puesto ni un dedo en ella.  Pero en fin:  así de aventurero era Carlos Gardel.

En aquel tiempo el español no era la lengua predominante en la galaxia, ni siquiera en el planeta Tierra.  Sin embargo Carlos Gardel fue tan visionario que desde muy joven decidió prácticamente abandonar su lengua natal y dejarle todo su trabajo a la posteridad de una vez y mayoritariamente en español.  Al menos eso creo, aunque mi base de datos registra entre sus obras el tango pesado “Beat me ‘til I’m conscious” (en un dialecto hipoverbial contraído, que se había difundido para efectos de negocios) y no me extrañaría que también haya cantado en francés, el idioma que se hablaba en Francia.

Le encantaban los nombres.  Su nombre original completo era Charles André Joseph Marie de Gaulle y como tal llegó a ser muy famoso por su heroísmo en las escaramuzas intertribales que se daban dentro del mismo planeta.  Aficionado desde siempre a la vida en el exilio, dedicó muchos de sus años a formas poco usuales de pelear fuera de su país, como las cruzadas, la legión extranjera y la resistencia clandestina.  Sin embargo, durante una de las treguas que ocurrían de vez en cuando, se dejó seducir por una romántica corriente migratoria de excombatientes y criminales de guerra hacia el cono suramericano.  Iban en busca de mujeres compasivas a quienes amar, ya que sus esposas los habían abandonado -y con buena razón- por ser tan violentos.  Así fue como de Gaulle se trasladó, no sé si al Uruguay, donde se hablaba el guaraní, o a la Argentina, donde se hablaba el italiano, y desde ahí se puso en contacto por fin con el idioma español y el tango, a través de una tribu festiva llamada “Los Pibes”.

Algunas de estas lenguas, especialmente el español, eran conocidas como lenguas “romances”, porque se usaban más que nada para enamorar a las personas y serían sin lugar a dudas las causantes de que todo quien las hablara con virtud se volviera tremendamente prolífero.  Mejor aún si las cantaba.  De ahí que las razas romances llegaran a establecer un patrón de crecimiento exponencial notablemente superior a las demás, y en cuestión de menos de dos mil años ya las iban a borrar del mapa.

Esto lo percibió al instante el recién llegado y poco tiempo después decidió adoptar el seudónimo de Carlos Gardel, junto con otros que siguió coleccionando a lo largo de su fugaz carrera artística, valga mencionar Morocho y Zorzal.  Inteligentemente dejó las armas, a falta de gran escuela con la guitarra[1] se alió con buenos guitarristas y empezó cantando en bares, boliches y cafés.  Registro nombres de lugares como Abasto, O'Rodemman, El Pelado y Armenorville.

Entre sus guitarristas aliados se citan muchos, pero sobre todo un tal Razzano, con el que se dedicó ya seriamente a enamorar mujeres famosas como Lola Membrives, Angelina Papano, Marylin Manson y Orfilia Rico.  Acostumbraban también grabar las canciones, o bien historias seductoras, llenas de besos y conquistas, con imágenes animadas y música para enviarlas a otras ciudades y enamorar a la distancia.  En vista de su gran éxito, pronto se les unieron otros músicos y congregaban filas enormes de mujeres, a veces hasta hombres e incluso llegaron a despertar tanto celo que en alguna ocasión alguien trató de matarlo con un lanzador de proyectiles de plomo.

Luego los conciertos fueron progresando, se presentaban en lugares cada vez más grandes, hasta que ya no cabían en el país y tuvieron que empezar a visitar otros escenarios.  Igualmente conoció a uno de sus grandes amores:  Isabel Del Valle.  Extrañamente no se reportan resultados de esta relación.  Puede haber sido por alguna regresión juvenil o edípica experimentada por Gardel, puesto que aparentemente durante ese tiempo vivía con su madre.  Pero yo sospecho que lo que pasaba era que de tanto cantar amorosamente se había enamorado demasiado de la música, o del amor, y eso intimidaba a las mujeres y a él mismo, y les producía un síndrome de candidez platónica.  Incluso en uno de sus grandes esfuerzos se fue de luna de miel a España nada menos que en compañía de Rivera de Rosas, que sería ya el non plus ultra de las mujeres románticas, pero nada.  Carlos Gardel seguía sin asentar el corazón.  Lo único bueno es que mientras tanto, él y sus aliados iban dejando dispersas por el planeta las canciones más apasionadas que escuchara la historia.

Descorazonado por el fracaso con Rivera, abandonó por un tiempo la música y se refugió en casa del Príncipe de Gales, junto con Eduardo de Windsor y otros viejos y solitarios amigos de los tiempos de la guerra.  Trabajó por varios años en el gobierno de Francia y se dedicó a escribir libros en francés, algunos decididamente melancólicos como “El Filo de la Espada” y “Memorias de Esperanza”, otros de ciencia ficción como “La Armada del Futuro”, pero ya no sabría decir si llegaron a calar muy hondo en los sentimientos de la humanidad o si le valieron algún romance.  La verdad es que estaba abatido.  Desde el fondo de su abandono, sin poder ya recordar en qué dirección quedaba el exilio después de tantas partidas, sabía que si algo suyo había en el mundo, eran las canciones, y se moría por regresar a alguna parte donde pudiera fajarse un buen tango.

Fue el mismo Razzano quien acudió en su rescate, con un puñado de tonadas nuevas que Gardel no pudo resistir.  Ahí mismo en el castillo de Caernarvon las cantaron hasta llorar y hacer llorar a todos, hasta al Príncipe, hasta que pareciera que podrían cantar juntos para siempre.  Y partieron de vuelta.  Además Razzano le prometió hacerse cargo de la administración de sus bienes y de su carrera artística, y le juró que no descansaría en ayudarle a encontrar el amor de su vida, con tal de que no dejara de cantar.

De nuevo se dedicaron a dar conciertos por todo el mundo, en los escenarios más famosos y escuchados, en las difusiones electromagnéticas de banda radial, en más grabaciones animadas y corrían frenéticos de continente en continente, a través del ruido de aplausos, de fábricas, de motores de combustión, de naves terrestres, marítimas y aéreas, de taconeos de baile y de todo aquello en que pudieran ahogar la pasión irremediable que bullía en la garganta de Gardel.  Aunque ya hoy en día no queda mucho qué escuchar, sí se deja entender por los registros que fueron infinidades de canciones las que cantaron y eventos en los que participaron juntos.  Entre los dos tienen que haber enamorado a miles de millones de mujeres. Yo no entiendo ni por lo bajo qué fue lo que salió mal.

Lo cierto es que la frustración de Gardel llegó a tal punto que se vino trayendo por tierra su amistad con Razzano.  Se acusaron soezmente y terminaron rompiendo todos sus contratos y sus promesas, excepto la de seguir cantando, que esa ya no tenía freno.  Pero eso no venía a resolver nada.  Tal vez entonces fue en busca de liberar sus ansiedades que Carlos se dedicó a buscar ocupaciones cada vez más riesgosas, como la gimnasia, los vuelos transatlánticos en naves inestables y quién sabe qué otras cosas peores.

Así fue como llegó a poner pie en la nave fatídica que les contaba al principio, que no pudo casi ni despegar.  Después del impacto, el avión alzó fuego, y se dedicó ardiente a cobrar vidas:  las de sus amigos, la de él…  Y se murió, se murió, se murió Carlos Andrés Zorzal Morocho José María, con todos los nombres que guardaba para sus hijos y con sus canciones, de las que ya sólo nos queda esta entrecortada plegaria a la nostalgia.  Oigan:

…ver, con la frente marchita…
…que es un soplo la vida…
…vivir con el alma…
…tengo miedo…

                Así se despidió.  En algún lugar en el corazón del mundo, donde era de noche ese mismo día, algún otro visionario, de piel muy oscura, que desde ya bailaba extasiado las danzas de la lluvia y el fuego, amansó de pronto su ritmo para bajar la cabeza y atragantarse el alma con la noticia:

—Ongong’ho kele Carlos Gardel… ongong’ho kele.

Y luego pidió un silencio así de grande.

Se nos fue Gardel… Se nos fue y nos dejó sin él una soledad cósmica que ha recorrido a velocidades estelares la historia, hasta volver a venir a darse de lágrimas y tangos perdidos con nosotros.  Escúchenme por favor, que Elisa no me entiende.  Se nos fue, y después de tantos siglos y tantas regeneraciones, esa soledad nos sigue llegando…  a través del ruido del tiempo.


Mauricio Ventanas
Mauricio Ventanas (Ciudad Quesada, 1967) ha publicado lo cuentarios Las muertes normales (1997) y Del delirio, las botellas y las flores (2000).  Varios de sus cuentos han sido traducidos al inglés, francés e italiano, y publicados en diversas antologías como Latido generacional 1990-2000 (Círculo de Escritores Costarricenses), Zur Dos: Última poesía latinoamericana (Madrid, España), e Historias de nunca acabar: Antología del nuevo cuento costarricense (Editorial Costa Rica). Medios internacionales como el World Public Library Constortia, educActiva, El Café del Foro, Logos Library, Proyecto Sherezade y Letralia también han incluido textos suyos. En el 2000 obtuvo el segundo lugar en el II Concurso Literario del Tango (Argentina) con “A través del ruido”, así como el primer lugar en el concurso de cuentos de Navidad del Proyecto Sherezade con “Nochebuena Nochevieja”, posteriormente publicado en la revista Entorno universitario de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México.  También obtuvo el primer premio del concurso Terra Ignota (México) con “Náufragos”. Su cuento “Las muertes normales” fue grabado para el proyecto leerescuchando.com y seleccionado por la Universidad de Rennes, en Francia, para la enseñanza del español.




[1]   La guitarra era un instrumento musical utilizado por los romances para acompañarse en sus canciones.  Consistía en una caja de resonancia con un brazo, hechos de diversos tipos de árbol, con incrustaciones en bronce, acero y marfil.  De la caja de resonancia se ataban varias cuerdas de tripas de gato hasta el extremo libre del brazo y se tensaban con un mecanismo de engranes y perillas.  Las cuerdas se hacían vibrar golpeándolas con los dedos, con espinas de zarza o con arcos de pelo de caballo.  A pesar de que su interpretación requería una destreza excepcional, me parece que no sonaba tan mal y producía un rango de sonidos más o menos armónicos.  Actualmente lo más parecido en forma a una guitarra es la Estación Tundera en Argmagovia, además del ejemplar supuestamente genuino que se conserva en el Museo Bergovitz.


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