17/5/17

Arelis y Garabato - III

Ilustración de Arelis Hernández Sánchez


Rescatada de las calles, la pequeña Garabato se vio de pronto en un ambiente totalmente desconocido para ella. Ahora todo estaba limpio y tibio, había camas grandes y pequeñas en todas partes de esa casa en las cuales podía retozar y dormir cuando quisiera, y también había muchas tasas siempre llenas con comida, y otras con agua limpia, incluso cuando tenía necesidad de hacer pipí o popó, había unas bandejas de arena donde podía hacerlo, era un lugar fantástico pensó Garabato.

Pero para su sorpresa había también otros gatos, no pequeños como ella, sino de todas las edades, tamaños y colores, ahí conoció a Georges Simenon, Jules Maigret, Lenin y Trosky, a Jean Paul Sartre, Eunice Odio, Yolanda Oreamuno, Gioconda Belli, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Nicolai Leskov, Aslan y Bell… ¿Qué son estos nombres tan extraños? Se preguntaba Garabato. Maigret, uno de los más viejos y gordos gatos de la casa le explicó todo sobre ellos, de la extraña casa a donde había llegado y de los humanos que vivían con ellos.

“Verás, de alguna manera todos llegamos como vos a esta casa, somos los gatos que nadie quiso, y cuando el hambre, el frío y el abandono era todo lo que había para cada uno, unos humanos nos sacaron de ahí y compartieron su hogar con nosotros. Al principio da miedo, uno no sabe que es lo que esos gigantes de dos patas quieren, no sabes si quieren comerte o qué, pero de repente los escuchas hablar, los humanos hablan demasiado, y te ponen un nombre extraño, y luego te ponen un apodo, yo por ejemplo me llamo Jules Maigret, y mi apodo es Tamugo. Pero el caso es que ellos parecen ser muy felices con tan solo vernos, es agradable sentir sus caricias, y dormir junto a ellos, incluso nos sacan a pasear, yo ya he estado muchas veces en la playa. Bienvenida hermanita, espero que seas muy feliz de vivir con nosotros”.

Garabato ronroneó emocionada, restregó su rostro y su lomo contra el de sus nuevos hermanos y hermanas, y se sintió muy feliz en su nuevo hogar, el cual exploró con cuidado, saltando sobre muebles y mesas y observando con atención los extraños objetos que cubrían las paredes de esa casa…

- ¿Qué son esas cosas que cubren las paredes? – Preguntó Garabato.
- Son libros. – dijo Maigret.
- ¿Y para qué sirven?
- No sirven para nada si no sabes leer. – Le respondió Maigret mientras lamía sus patitas.
¿Y si aprendo a leer? – Insistió Garabato.
- Si aprendes a leer lo descubrirás.
- Quiero aprender a leer. – Dijo Garabato.
- Los gatos no leen, le respondió Maigret.
- Los gatos tampoco hablan. – contratacó Garabato.
Maigret sonrió como sonríen los gatos y le hizo un guiño.
- Eres muy lista. ¿De verdad quieres aprender a leer?
- Claro! ¿O acaso quieres que me pase todo el día lamiéndome y durmiendo?
- Maigret, con una mirada pícara y un maullido de triunfo respondió:

- Ok, yo te enseñaré a leer.

Germán Hernández.


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