23/5/12

Santiago Porras - Cuentos guanacasticos


Portada de Cuentos Guanacasticos,
Uruk Editores, 2012

Cuando los seres humanos comenzamos a escribir, y a plasmar en tabletas de arcilla, en cortezas de madera, papiros y más tarde en papel nuestros sueños y experiencias para salvarlas del olvido, la humanidad ya llevaba milenios pintando, haciendo música, haciendo teatro mediante danzas rituales, transmitiendo su poesía mediante la oralidad y la creación colectiva. La literatura escrita es una de las más jóvenes entre las artes.

La debilidad de la escritura escrita es que aquello que plasma en el papel tiende a petrificarse, queda sepultado en los libros, y únicamente cobra vida cuando es leído y recreado por el lector, cuando este interpreta y se apropia el texto, lo transmite, lo devuelve a la oralidad, y así es como se mantiene vivo. La vida de los textos es incierta, duermen enquistados en la cavidad de los libros esperando ser revividos.

Algo muy parecido ocurre con los Cuentos Guanacasticos, de Santiago Porras, publicado por primera vez en 1992, por Ediciones Zúñica y Caval, y que ahora Uruk Editores reedita muy oportunamente incluyendo también las ilustraciones originales del maestro Hugo Díaz.

Y es que este breve cuentario de apenas 7 relatos, ha recorrido una vida afortunada, su recepción ha provocado la aprehensión de cuentacuentos y niños, sus relatos han sido representados, cantados y leídos públicamente, ha gozado a fin de cuentas, con el privilegio de regresar a la oralidad de donde surgió.

Su título podría confundir a la larga, pues no son cuentos guanacastecos ni ticos, sino ambas cosas, quedando de camino en el Abangares de Porras que es encuentro entre lo meseteño y lo guanacasteco. Sería erróneo también suponer que se trata de un anecdotario lleno de añoranzas, pues estos cuentos no ocurrieron en el pasado, los espacios geográficos y los seres humanos a los que alude existen, sobra decirlo, la ruralidad existe.

Entre escritores y lectores persiste un prejuicio y una especie de prohibición tácita en la narrativa costarricense con respecto a lo rural como espacio literario, y de buenas a primeras se le etiqueta de costumbrismo,  quizás el libro de Santiago Porras tenga  algo de ello, pero no termina allí. La ruralidad en la literatura presente tiene igual dignidad que cualquier otro espacio geográfico, consecuentemente, su valor en última instancia debe ser su calidad literaria y no unos límites impuestos dogmáticamente y a priori.

En los Cuentos Guanacasticos resalta esa intención por la transmisión de la memoria de una generación a otra, de abuelo a nieto, esto es evidente en cuentos como “La Tumba de la Llorona” y el “El niño monteador” y en el bellísimo y quizás el más hermoso texto del libro: “No siempre los papalotes caen al cielo”.  También es intencional en su rescate cierta tonalidad pedagógica, en las detalladas descripciones del paisaje, de las especies naturales, de las herramientas y aperos de los personajes como en “El niño monteador”, “Cabriolas entre bambalinas” y “Estampa abangareña”.

Y también y quizá la más intencional de todas, es la conciencia ecológica, y la propia responsabilidad ante la situación:

Santiago Porras
“Es que los blancos han acabado con la selva y los jaguares están desapareciendo. A tu abuelo le llevó sólo media luna atrapar el jaguar. De eso hace mucho tiempo. Cuando abundaban los animales en estas selvas y todo estaba cubierto de bosque umbroso de donde sacábamos suficiente caza, sin amenazar la existencia de las especies.” En “A la caza del jaguar”.

“Bueno… yo te podría ayudar…; pero antes que nada debés saber que por estos lados, como nos apeamos toda la montaña, ya no hay venados ni dantas ni jaguares ni ninguno de esos animales grandes que mataban Diego y Abel.” En “El niño monteador”.

O bien, la reflexión del cazador que desiste de disparar al tolomuco que depredaba las gallinas del pueblo:

“La verdad es que las gallinas no están en vías de extinción” En “Al misterio lo protege un secreto”.

Porras nos lleva con sutileza y un humor fino y de discreta ironía desde el primer texto “Al misterio lo protege un secreto”, donde la bastedad del paisaje se impone ante la pequeñez de lo humano y la grandilocuencia de una reflexión; o bien la magia sencilla que conmueve en “No siempre los papalotes caen del cielo”; en “La tumba de la llorona” que es el recorrido hasta la fuente viviente del mito, o la exquisita ingenuidad infantil que se transforma en consciencia y respeto por la vida en “El niño monteador”; por la hosquedad y picardía del hombre de campo en “Entre Cabriolas y Bambalinas” y “Estampa abangareña” y finalmente el desengaño pesimista de “A la caza del jaguar”.

Cuentos escritos con sencillez y pluma rigurosa, pequeñas lecciones que cobran vida de boca en boca, de consciencia en consciencia, un texto que merecía reeditarse para continuar con sus afortunadas andanzas.

Germán Hernández

1 comentario:

  1. es la forma más sencilla, en trasladarme del futuro al pasado

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