6/9/11

Alejandra Valverde Alfaro - Humo o letra y otros Cuentos




Humo o letra


En mis manos descanso la cabeza
para abismarme en todo lo que ha sido
mas, de pronto, me invade la certeza

de haber soñado sin haber vivido.
Y en medio de esta súbita impotencia,
al ver que inútilmente me consumo,
quiero olvidar un rato...

Sueño y fumo.
Gloria y amor, felicidad, creencia,
¡un poco de dolor y otro de humo!

Julián Marchena


Ahí estaban. Sentados sobre la cama pensando en lo que habían hecho; como lo hacen todos, supone. Fumaban y sin embargo no entendía por qué siempre debía ser un cigarrillo. ¿Qué acaso no podían tomarse un té o comerse una moras (la fruta que más le gustaba) después de hacer el amor?

Todos los hombres con los que estaba se convertían, a los pocos días, en difusas sombras de una noche de pasión. Nunca memorizaba sus nombres, por aquello de que se le ocurriera compararlos. Prefería mantener en su memoria algún rasgo característico de cada uno; recordarlos por sus orejas grandes o por su bigote, por sus dientes o por lo bien dotados que los había hecho Dios... Ya saben, algunos llevan la delantera...

La mayoría de ellos significaba lo mismo. Ninguno la sacaba de su rutinaria vida: levantarse a las siete de la mañana y desayunar a las siete y cincuenta; trabajar hasta las cinco de la tarde, leer hasta la una de la madrugada y de vez en cuando sustituir tres páginas del libro por estar con alguno de ellos; sin embargo, seguía prefiriendo al libro que al hombre. Muchas veces se arrepintió de sacrificar un final por solo fumarse el tan obstinado cigarrillo.

Martes 16 de enero. Quince minutos antes de las ocho de la noche. Al lado derecho del tren logra ver un paquete con una tarjeta. Cruza el pasillo y se sienta junto a él. La curiosidad la va invadiendo: piensa en los titulares del día siguiente... 136 muertos en el tren por bomba (acompañado de una sangrienta fotografía, típico de los diarios amarillistas de su país); piensa en una multitud de reporteros que le hacen preguntas sobre cómo descubrió en un paquete con un tarjeta la cura para el SIDA... imagina e imagina e imagina. Decide tomar el paquete y mirar la tarjeta: Avenido 13, Calle El Solar. Casa #9. Alejandro Santiamén Villanueva. Psicólogo.

Le pareció interesante cómo un psicólogo podía vivir en una de las calles más locas y desequilibradas de la ciudad.

Tomó el paquete y bajó del tren. Decidió caminar hacia allá pues pensó que tal vez la caja contenía algo importante. A las nueve y veinticinco llegó a la Avenida 13, Calle El Solar, Casa #9. Golpeó la puerta al menos tres veces. Estaba a punto de irse cuando abrieron: una figurilla sencilla, alta, manos pequeñas, anteojos redondos y cabellos largo, casi a media espalda.

-Hola. ¿Alejandro Santiamén Villanueva?
-Sí, soy yo.
-Encontré este paquete en el tren de las ocho. Vi tu tarjeta y pensé que podría ser importante así que decidí traerlo.
-Muchísimas gracias. Por un momento pensé que las perdería.

Ella dio media vuelta y comenzó a alejarse de la casa cuando Alejandro la llamó.

-¡Oye! ¿No quisieras pasar a tomar algo? Digo, es lo poco que puedo hacer por tu amabilidad.

Aunque por un momento dudó, decidió aceptar la invitación. La sala era un poco oscura pero sintió como si la cobijara una gran satisfacción.

-Así que eres psicólogo.
-En realidad no me gusta etiquetarme así, pues desde que asumo que lo soy dejo de serlo. Prefiero verme como una persona con conocimientos en la materia que aplica de vez en cuando.

-Siempre he pensado que ustedes los psicólogos; perdón, los que tienen conocimientos en la materia, cada vez que hablan con alguien es como si lo estuvieran analizando. -Grave mito. Casi nunca lo hacemos, al menos yo nunca lo hago. Y dirás que suena un poco irónico, pues se supone que para eso estudiamos; sin embargo, no me gusta dar soluciones sino ayudar a encontrarlas.

-Interesante. Jamás lo hubiera pensado así.

En realidad es bastante oscuro. No está del todo acostumbrada pero no se siente incómoda. El vino está bastante bueno; cosecha 1830, de las mejores que haya probado.

-¿Y eres de por acá?
-Soy de la capital. Ahora estoy resolviendo algunos asuntos del trabajo.
-¿Y por cuánto piensas quedarte?
-Todo depende. Debo contactar a algunas personas y no sé cuánto tiempo tarde en hacerlo.
-Entiendo.

Alejandro ha intentado sentarse más cerca. El vino ha comenzado a subir sus hormonas. Aunque ella lo nota, no se molesta. Algo le dice que hoy matará tres sonetos, páginas 63, 64 y 65. No le importa, mañana tendrá hasta la madrugada.

-¿Qué haces Alejandro?
-Lo siento mucho. Lo siento, lo siento.
-¿Qué haces...?
-Es que intento... intento... yo intento...
-Hazlo...

Ahí están. Sentados sobre la cama pensando en lo que han hecho; como lo hacen todos, supone. Casi invadidos por un silencio ella pregunta por el cigarrillo. Alejandro se levanta y un poco aturdido busca por toda la habitación. Sale y regresa con un paquete entre sus manos.

-Lo siento. Lo único que tengo son estas moras, las que dejé olvidadas en el tren.


El bazar

Quedamos en vernos en el farolito de la esquina. Llegamos a la conclusión de que nuestro bazar comenzaba a tener pérdidas, por lo que resultaba necesario un nuevo inventario (en el mejor de los casos) o cerrarlo definitivamente (para dicha o tristeza, no sabemos aún).

Mi bazar había comenzado con una florcita de níspero. Estábamos en el parque, la tomaste y solo dijiste: “Para que aquí comience tu bazar”. Fue el primer objeto que me diste.

Mi bazar era algo interesante, solo tenía cosas naturales: hojas secas, troncos quebrados, la flor de níspero, caracoles, parte del zacate de tu casa… un bazar natural. Es increíble cómo vamos formando una pequeña tienda cuando estamos con alguien. Muchos guardan las tarjetas de cumpleaños, discos piratas con presentaciones de amor, pedazos de cabello, tiras cómicas y hasta el tenedor con que comieron juntos por primera vez un pie de limón.

Tu bazar, en cambio, guardaba pedazos de papel, ligas, unos cordones amarillos, bolinchas, madera del taller de mi casa… era un poco distinto.

Qué surtido de bazares debe existir en el mundo, he pensado ahora. El otro día estuve viendo el de una de mis amigas. ¿Podemos guardas colillas de cigarros?, fue un detalle interesante. Me he preguntado cómo será el bazar de un músico: partituras, canciones en Fa menor o la cuerda de una guitarra. ¿Qué guardará un ingeniero? Porque bueno, tiendo a pensar que cada uno arma el bazar del otro a partir de lo que le gusta… Me pregunto si en realidad lo que amas es la naturaleza y no a mí. Yo lo amo todo… sí, estoy segura; por eso tu bazar es un poco variado.

No sé si hoy, en este farol, cierre o no mi bazar. No sé si lo cambie por una colección de insectos disecados o si, más bien, reciba trozos de tela, botones y agujas de un sastre. Hoy sabré si mi bazar cambia de dueño o si solo hacemos un inventario, sumamos costos, olvidamos pérdidas y ponemos algunos descuentos.

Te sigo esperando en el farolito, sin nada en las manos. Mi bazar quedó cerrado en casa… no quisiera que se metan a robar. 


Alejandra Valverde Alfaro. Nació el 25 de agosto de 1986. Creció entre pinceles y carretas, en el pueblo de Sarchí Norte, en Alajuela. Viajó a la capital para realizar sus estudios en Filología Española, en  la Universidad de Costa Rica. Actualmente, termina su Maestría Académica en Lingüística.
Ha participado en eventos de poesía como Semana de Humanidades 2010, UNA; Convivio Cultural y Deportivo, FEDOMA 2009 y 2010; II Concurso de cuento 2008, Facultad de Letras, UCR; y forma parte del Colectivo Carbunco.Tiene dos blogs, uno dedicado a poesía, www.lyaliniaro.blogspot.com, y otro a narrativa, www.cuentanquecuentas.blogspot.com.



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1 comentario:

  1. Creo que las buenas lecturas necesariamente deben ser buenas relecturas.

    Los caminos por donde se mueven estos cuentos son casi líneas rectas. A pesar del encanto de la inocencia, estos no son caminos que me gustaría recorrer de nuevo.

    (A quien interese)

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