Había una vez una putica fina muy linda y chiquitica, que tenía un cliente a quien chuleaba todo el tiempo pidiéndole regalitos y atenciones. Al chulo no le importaba, porque tenía plata, y le encantaba andar con su putica fina colgando del brazo todo el tiempo para exhibirla.
Un buen día, la putica fina conoció al papá de su chulo, y viendo que era más grande y que tenía más plata, se puso bien coqueta y sometida para que el papá fuera su nuevo chulo. Y lo logró y mandó a la mierda al hijo.
Pero la putica fina tenía un dilema, y se lo contó a su nuevo chulo:
- Fijate que tengo un hijo.
- ¿Y cuál es el problema?
- Pues que mi hijo estaba muy encariñado con el tuyo, porque le daba regalillos de vez en cuando.
- Muchacha, por eso no hay problema, yo le compro una bola al tuyo para que juegue mejenga y seguro con eso estará contento.
- ¿Vos crees?
- Claro.
Y así lo hicieron, y en efecto el carajillo estaba de lo más contento mientras la putica fina colgaba del brazo de su nuevo chulo.
Germán Hernández