“yo
sí creo que la poesía es totalmente irrelevante, pero justamente ahí está su
importancia, qué lindo que sea irrelevante y que haya gente que le dedique
tanto tiempo, tanta seriedad y tanta pasión”[1]
Luis Chaves
Por fin, en esta entrega de los “Aquileos”
no hubo “combos” como en el 2011 y el 2010[2], y
menos lo tristemente ocurrido en el 2009 y 2008 cuando los premios se
declaraban desiertos porque “los escritores no sabían lo que decían”.
Esta vez, los premios nacionales
en literatura nos han dado algunas alegrías.
En cuento, nos place que haya
sido reconocido el trabajo de Carla Pravisani con “La piel no miente” teniendo
en cuenta que junto a este había otro texto de igual valor como “Teoría del
Caos” de Alexánder Obando compitiendo en un año que salvo estos, la narrativa
breve fue cenicienta.
En novela, otra alegría, o más
bien, una perpleja alegría, pues el “tierno cuágulo de escritura” que nos ha
regalado Jorge Jiménez con su “Soy el enano de la mano larga larga” está más
allá de la minúscula temporalidad del año en que se le premia.
Finalmente, - y aquí sí me voy a
extender- en poesía, se ha reconocido a Luis Chaves y su antología personal “La
máquina de hacer niebla”. Es poco usual que en los premios nacionales se
prefiera una recopilación de obra publicada anteriormente[3], y
parece que hay un mensaje implícito con esto.
En los últimos años, el árbol de
la poesía costarricense parece bifurcarse en dos ramas más o menos reconocibles, una es
más oracular y rimbombante, la otra por oposición es más lacónica, eso en
cuanto a sus tópicos, aunque en el fondo, (ramas al fin del mismo árbol) apelan
en el fondo a una obstinada referencialidad (casi todo texto es referencia a
otro texto, sea poema, canción, autor, pero siempre es constante esa mediación)
y la epigrafitis (como si el lector tuviera que estar enterado de las lecturas
del poeta) casi siempre gratuita y accesoria, - ¡Cuánto ganarían muchos textos
sin tan estorbosas referencias! - . Como sea, la poesía de la cantina, el
putero, la coca, la sucia ciudad, bla, bla, bla, bla, o por otro lado la de las
imágenes blindadas que nadie entiende por que no dicen nada; en general, la
poesía costarricense en este momento es bastante homogénea, su regularidad y su
equilibrada calidad nos hace pensar en
que todos los poetas y sus obras son tan “buenas” que nada sobresale, nada se distingue
del resto, y lo peor, nada interpela ni dialoga, poesía que el poeta lee y
escribe frente al espejo, de espaldas a la gente que camina a pie, poesía que
suena como la ejecución virtuosa de una canción que nadie entiende.
Por eso, es de tomar en cuenta la
obra de Luis Chaves, que es poesía a pie, cotidiana, cuyos escenarios son
usualmente (en especial en sus primeras obras) los recuerdos de la infancia y
los parientes, la casa, los juguetes, los recuerdos que todavía se aman o se
odian pero que no traspasan todavía el umbral de la inocencia, ni de la indiferencia.
El peso de la poesía de Luis Chaves en muchos de los nuevos poetas nacionales
es obvia, se nota, pero muy mal imitada. La obra poética de Luis Chaves
transita prácticamente solitaria como la más relevante en nuestro país. Por eso
no extraña que fuera reconocida en esta
ocasión, como no debería extrañar que otras obras anteriormente fueran
premiadas como “Angeles para suicidas” (2010) de Alexander Obando que también
es suma poética de un trabajo realizado a lo largo de una vida, o de “Puta Vida”
de Virgilio Mora en cuento (2010) que es la reedición de viejos textos junto
con nuevos.
Como sea, este año no hubo medio
premios, ni combos, solamente textos que hay leer y someter a la implacable concupiscencia
del lector.
Germán Hernández
[1]
Entrevista en Redcultura http://redcultura.com/php/Articulos976.htm
[2] En
esa oportunidad, hubo tal cantidad de “genios”, que no alcanzaban los premios,
y en las categorías de cuento, poesía y novela los premios fueron compartidos,
o mejor dicho, eran “medio premios nacionales” tanto que la remuneración
económica también fue dividida a la mitad.
[3] Ha
habido debates apasionados sobre el hecho de que una antología sea premiada,
incluso se ha apelado a argumentos tristemente pobres como aquel de si es
reglamentariamente correcto o no que se premie a una antología, cuando lo que
cuenta es la calidad de la obra y nada más.
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