No sé por qué, pero me parece que ha pasado un
tanto desapercibido este cuentario de Carla Pravisani “Las hienas del miedo”
que a mi modo de ver es por mucho, el mejor de los que aparecieron publicados
durante el 2016.
Y es que, en resumidas cuentas, Pravisani hace un
despliegue de dominio técnico, de soltura narrativa, de picardía e ingenio. Su
manejo del diálogo es exquisito, logrando que los personajes se muestren y se presenten
así mismos; sus descripciones son puntuales, sabe cómo montar todo el cuadro de
sus cuentos en pocas líneas y no cae en la tentación divergente de irse por las
ramas. Verdaderamente en las “Las hienas del miedo” encontramos verdaderos
“modelos” de lo que el exigente género del cuento debe ser. Tal vez mi único
reproche en cuanto a estilo sea el incontinente uso del símil.
Con el subtítulo “antología anticipada” la autora
nos advierte que se trata de un recopilatorio de obra ya publicada y otra
inédita. Anticipada, sí, porque la autora sigue en plena producción y, por lo
tanto, esta selección no es definitiva y por ahora está compuesta de tres
secciones muy orgánicas y bien amalgamadas: “Las hienas del miedo”, “Sol de
invierno” y “La piel no miente”.
En la primera sección que da título al libro
tenemos cuatro textos exquisitos, comunes entre sí, una extraña fusión de
pensamiento positivo, autoayuda y la frustrante culpa de los personajes
víctimas de los arquetipos más hilarantes, tal es el caso de “¿Quién se robó mi
queso?” donde Don Elton Blanco del Castillo, el maestro del marketing, como en
una especie de “Casa tomada” no solo arrebata el negocio a sus tristes dueños,
sino también sus voluntades. Y en “Iluminaciones” igual de enajenados que
miembros de una secta evangélica, los seguidores de una especie de “Maestro” de
lo “new age” y el más recalcitrante sincretismo, se desdoblan, se trascienden,
se elevan hasta que “Voy muy lejos, casi
a la altura de los postes. Abajo me grita la materia del pobre ser, creo que
dice algo como “vieja carepicha”, pero casi ni lo oigo” y, ¿cómo van a oír
a los que somos de tierra y de sudor? Como de tierra y sudor son los
desocupados, los que pellizcan y recogen boronas y comisiones en las ventas y
casi acarician las promesas y sueños cumplidos que promete el Campeón en ventas
en “Los sorprendentes resultados del pensamiento tenaz”. Completa esta sección un
cuento que fue recogido en la “Antología del nuevo cuento de Centroamérica y
República Dominicana, Un espejo roto” se trata de “Locaciones” una especie de
crónica bellamente narrada sobre el cinismo de los políticos, y es que de eso
se trata esta sección: de cinismo en su más pura esencia, así es la risa de las
hienas.
La segunda sección “Sol de invierno” tiene una rara
atmósfera, todo es ruinas, hasta la memoria. La voz de la narradora se
confunde, se disfraza de nombres, nos lleva a un recorrido por lo que antes fue
suyo y es tan ajeno ahora. Por un momento me sentí como un testigo mudo
conducido de la mano por un Doctor Díaz Grey en la Santa María de Onetti, pero,
esta vez fue una niña quien me llevaba de la mano: Rocío, en “La promesa”
(Texto que pertenece a la colección “Y el último apagó la luz”), en algún lugar
indeterminado, en un tiempo borroso que le pertenece a la pubertad, donde se va
cimentando el carácter, cuando ya no hay excusas para no distinguir entre el
bien y el mal y se controla el impulso, es la caída, la infancia perdida, y
Rocío con amargura cumplirá sus promesas. Luego es de la mano de Tania
contemplando a su padre en un ascenso hasta la “La casa de la cima” que es un
descenso para él hacia su paraíso perdido. Luego será la mano de Jime, en el
cuento que titula la sección (el cual apareció en la edición impresa de Buen
Salvaje), me lleva cuesta abajo hacia el río, hacia todo lo que la asfixia,
hacia la insinuación y los actos fallidos de una niña que comienza a hundirse.
Un poco aparte, tal vez porque lo siento más afín a la primera sección del
libro, tomo la mano de Ulla que me lleva hasta su propia perplejidad cuando ve
llorar a su madre. No me extrañan los elementos presentes en estos textos, la
lluvia, el río, la orina, el llanto, en todos algo fluye, en todos ellos las
niñas que me conducen me muestran a su parentela como pesados fardos de los que
no pueden escapar, se siente la sofocación, el escalofrío.
Cala Pravisani. Fotografía de Daniel Mordsinsky |
La última sección, “La piel no miente” es una
selección de textos de la obra del mismo nombre con la que Pravisani en el 2012
fue reconocida con el premio nacional Aquileo Echeverría 2012. Textos que
logran una atmósfera intemporal, se siente en ellos un sabor a herrumbre y al
mismo tiempo de cosa recién ocurrida, en ambientes donde parece que la
naturaleza no ha sido domada completamente y la gente lucha contra algo salvaje
allá afuera y con algo salvaje que brota de si misma, estos cuentos están construidos
esféricamente, la vileza de los personajes, y sus inerciales ganas de vivir en
medio de sus tragedias domésticas le dan ese aire universal y eterno, no
necesitan ahondar en nada más que en sí mismos. Para muestra, la autora ha seleccionado
cinco textos, el primero es “El colmillo del venado muerto”, soberbio, el
abalorio, el inútil canino del herbívoro igual que una pieza totémica,
transfiere al portador su “poder” o a la inversa, al menos los dos Kleimberg
tuvieron su momento de lucidez y dignidad, no así García. Algo semejante ocurre
con el siguiente, “Dientes” (curioso énfasis) pero estos son humanos, llevan
igual carga, igual connotación, para Freidell (la protagonista) son su orgullo
restaurado, recuperarlos es el doméstico intento de seguir con su vida. Sigue
el texto “Niños del sol”, un guiño que nos remuerde, y nos muestra lo peor de esas
bucólicas comunidades rurales y las gentes que las habitan. “Palabras del
alcalde” es otro de esos textos maravillosos donde Pravisani con esa contención
y ese dominio técnico logra un cuento cuya circularidad y manejo de la trama construye
un arquetipo del político provincial (y de cualquier político). Cierra el
conjunto con el cuento homónimo de esta sección, por alguna razón que no sé
decir, me recordó mi cuento favorito de Borges: “La intrusa”, desde luego que
son relatos muy distintos, pero a lo mejor fue por ese efecto de “eco”, esa
resonancia que deja después, y mucho tiempo después de su primera lectura, y
nos acompaña en las rutinas cotidianas.
Nos avisa el texto de contraportada: “Otro gran
libro se añade a la historia de las letras contemporáneas” tal afirmación no
podría ser más acertada.
Germán Hernández