Resulta que esta breve novela,
distópica, futurista, fantástica, es de las que más me conmueven de Paul
Auster. Ya no sé cuántas veces la he leído, hay algo que quisiera aprehender de
ella, ese estilo inconfundible, la sencillez con que se exponen las ideas más
profundas, ese ritmo que te atrapa y no te suelta, cuantos dones posee este
maravilloso escritor.
Ana Blum ha llegado al País de las últimas cosas bajo su propio riesgo con la esperanza de encontrar a su hermano y traerlo de regreso, ella es la narradora de la novela a través de una larga carta a un remitente incierto, quisa un amigo, un amante, quien sabe, cuenta sus esfuerzos por sobrevivir en aquella ciudad, los extraños seres que la pueblan y con los que se relaciona, convive y llega a amar; de su búsqueda solamente fracasos, todo es inútil, desesperanza, amargura, Ana Blum al describir el mundo que se derrumba describe su propio derrumbe moral, anímico, físico, la carta finaliza justo cuando intenta el escape del País de las últimas cosas, no sabemos más, no sabemos si alcanzará su propósito, solo que su carta a llegado a nosotros.
Pese a todo, este extraño país y la ciudad que habita Ana, no se rige por la anarquía, existe toda una estructura estatal y administrativa, hay policía, y leyes que cumplir, corroído todo, inútil todo, hasta el orgullo nacional que a veces se cuela por ahí, y queda preguntarse por qué no han muerto todos en esa ciudad sin nacimientos, por qué no termina de caer todo hasta los escombros, qué es lo que causa esta ruina insalvable, y por qué no llega por fin el Fin. Este mundo infernal descrito por Ana no es tan ajeno si se quiere a ciertos países reales, todo depende desde que ángulo te toca vivirlo.
Paul Auster |
Creo que estas palabras de Ana Blum nos interpelan como nunca:
“Tal vez el mayor problema sea que la vida, tal como la conocíamos, ha dejado de existir pero, aun así, nadie es capaz de asimilar lo que ha sobrevenido en su lugar. A aquellos de nosotros que nacimos en otro lugar, o que tenemos la edad suficiente como para recordar un mundo distinto de éste, el mero hecho de sobrevivir de un día para el otro nos cuesta un enorme esfuerzo. No me refiero sólo a la miseria, sino a que ya no sabemos cómo reaccionar ante los hechos más habituales y, como no sabemos cómo actuar, tampoco nos sentimos capaces de pensar. En nuestras mentes reina la confusión; todo cambia a nuestro alrededor, cada día se produce un nuevo cataclismo y las viejas creencias se transforman en aire y vacío. He aquí el dilema, por un lado queremos sobrevivir, adaptarnos, aceptar las cosas tal cual están; pero, por otro lado, llegar a esto implica destruir todas aquellas cosas que alguna vez nos hicieron sentir humanos. ¿Entiendes lo que quiero decir? Para vivir, es necesario morir, por eso tanta gente se rinde, porque sabe que no importa cuán duramente pelee, siempre acabará perdiendo y, entonces, ya no tiene sentido la lucha.”
Germán Hernández.
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