Con
“Las Posesiones”, Carlos Alvarado nos entrega su segunda novela impresa, esta
vez por Uruk Editores. Antes había publicado “Transcripciones Infieles” (Cuento. Ediciones Perro Azul. 2006) y “La Historia de Cornelius Brown” (Novela,
Editorial Costa Rica. 2007) ganadora del certamen Joven Creación 2006.
Las
Posesiones narra la vida en pareja de Ana y Samuel, y cómo sus vidas se
vinculan con algunos hechos de la Guerra Civil de 1948 y los Campos de
internamiento en Costa Rica durante la Segunda Guerra Mundial. La obra está
dividida en tres partes, hagamos un repaso sobre su contenido.
1. A manera de sinopsis
La
primera parte, “Posesiones y pesadillas”.
Ana ha recibido una carta suscrita por Marcos Arias[i] su
progenitor a quien no conoció nunca y recién ha fallecido, la carta tiene más
de 60 años, su contenido es una “confesión de remordimientos” (pág. 22) no comprende el propósito de ésta y le
inquieta. Su esposo Samuel intenta quemar la carta, pero algo hace desistir a
ambos (caps. 1-2).
Pasan
los días, es 28 de enero, tercer aniversario de bodas de Ana y Samuel,
improvisan una cena en casa. El aparente olvido de Ana de la efeméride y un
fuerte dolor de encía de ella opacan la cena. (Cap. 3). El dolor de encía
persiste y Ana visita a un médico dentista que le realiza una cirugía (Cap. 4).
Un
día después Ana decide convalecer en casa. Tras haber evadido las llamadas de
su media hermana Doris, acuerdan una cita en la que ésta le avisa que al día
siguiente se llevará a cabo el proceso sucesorio de su padre y Ana está
convocada. Mientras tanto, Samuel se tomó la tarde libre para realizar una
pesquisa en internet y luego en la biblioteca relacionada con la carta[ii]. (cap.5).
Esa noche Ana tiene una pesadilla. (Cap. 6).
Al
día siguiente Ana y Samuel llegan al despacho donde será la lectura del
testamento, Ana hereda una suma en efectivo y una vieja casa en el centro de
San José en avenida 10. Por intervención de su esposo pospone la firma de aceptación
para tener tiempo de releer los documentos. (Cap. 6)
Pasan
los meses, es mayo. Samuel ha hecho planes para construir una casa fuera del
centro. Con algo de resentimiento por no haber sido consultada y por tener que
posponer su embarazo Ana accede, y prevén trasladarse a la vieja casa heredada
mientras dure la construcción de la nueva. Ana recibe una llamada de Apolíneo
Brenes quien estuvo en la audiencia de la herencia, éste la invita a visitarle
para hablar algo importante con ella. Ya en casa de Apolíneo, éste le revela a
Ana que fue él quien le envió la carta de Marcos Arias, además, le hace entrega
de un Baúl con más documentos; pese a la indiferencia, Ana carga con el baúl, en casa advierte a
Samuel para que no lo abra. (Cap. 7). Esa noche Ana tiene otra pesadilla (Cap.
8).
Por
esos días Ana visita a su media hermana Doris, platican de asuntos diversos, en
especial sobre sus madres y la forma que afrontaron su relación con Marcos
Arias, una como esposa, la otra como amante. (Cap. 9).
Un
domingo Ana y Samuel dan un paseo a la Sabana, los sorprende un aguacero y
escampan en la soda Tapia y platican sobre el monumento a León Cortés, Ana le
afirma que hay otro monumento del ex presidente, Samuel duda, hacen una
apuesta, si Ana gana discutirán sobre su anhelado embarazo, sino Samuel podrá
conocer el contenido del Baúl, Ana conduce a Samuel hasta el Cementerio Obrero
donde le muestra la monumental sepultura de Cortés. Ahí tienen un encuentro con
un peón del lugar que habla sobre espíritus y profanadores de tumbas, al llegar
a su casa, Samuel sufre un súbito ataque, en medio de éste pronuncia un nombre:
Beatriz, pidiéndole que responda a sus cartas. (Cap. 10).
La
segunda parte de la novela “La culpa que
durmió en Cristal City” comienza con una carta escrita en 1942 por un tal
Stefan dirigida a una Beatriz, es una carta desde la cárcel, pide a su
destinataria que espere, que no le visite ni se exponga por él hasta que todo
se aclare, y le encomienda a que acuda a Marcos ante cualquier necesidad. (Cap.
1).
Una
voz en primera persona, un sujeto que recuerda vagamente su primera comunión, y
de ese día un evento en especial. (Cap. 2).
Otra
carta de Stefan a Beatriz, narra sus amarguras en la cárcel, su traslado a un
improvisado Campo de internamiento en el que fuera el Club Alemán, son
detenidos políticos: alemanes, italianos y japoneses considerados enemigos en
la coyuntura del momento, la gran guerra en Europa (Cap. 3).
Tras
el ataque de Samuel están él y Ana en un hospital, se entrevistan con un
médico. Ana está molesta con Samuel y éste quiere saber qué dijo durante el
episodio, Ana le dice que no dejaba de repetir el nombre de una mujer, Samuel
con la intención de aclararlo le confiesa que antes había abierto el Baúl que
Apolíneo Brenes le dio a Ana. (Cap. 4).
Más
cartas de Stefan Schmitz, una de ellas a su amigo y socio Marcos Arias. (Cap. 5).
Tres cartas más a su amada Beatriz, confiesa su temor a la deportación, ha
transferido todos sus bienes a Marcos Arias para que la Junta de Custodia de
Propiedad Enemiga no los alcance. (Caps. 6, 7 y 8).
Continúa
la discusión entre Ana y Samuel, ella le reprocha haber abierto el baúl, y
ocultado su padecimiento, Samuel ha ido indagando la correspondencia de Stefan
Schmitz con Beatriz y Marcos Arias. (Cap. 9).
Stefan
es finalmente deportado a los EE.UU, permanece en Cristal City y posteriormente
en Camp Kenedy. Confronta a Marcos Arias y avisa su propósito de regresar muy
pronto a Costa Rica por los medios que sea. (Caps. 10, 11, 12, 13 y 14).
La
voz en primera persona describe ese recuerdo de la infancia; un desfile alegre
y triste a la vez. Ha visitado a su madre para constatar que verdaderamente
sucedió. (Cap. 15).
En
la tercera parte de la novela, “El tiempo y la sangre”, Ana conoce el
contenido de las cartas guardadas en el baúl, Samuel le habla del compromiso y
la obligación de dar a conocerlo a los implicados, pero Ana prefiere esperar
hasta que tengan la “fotografía clara”
(pág. 174) y deciden acudir a Apolíneo Brenes. (Cap. 1).
La
voz en primera persona de la segunda parte corresponde a Gerhard, su relato
transcurre en Alemania. Va de visita donde su madre para preguntarle por su
recuerdo infantil, su madre no recuerda ningún evento especial ese día de la
primera comunión de Gerhard, pero le hace entrega de un viejo álbum familiar y
un viejo cuaderno que había pertenecido a su abuelo quien desapareció luego de
embarazar a la abuela. (Cap. 2).
El
viejo cuaderno contiene el relato de la deportación de Stefan hacia Alemania,
sus penurias y hambrunas en ese país devastado por la guerra, ahí conocerá a
Ute, la abuela de Gerhard, juntos sobrevivirán a los horrores, su relación será
fugaz, Stefan está determinado en regresar a Costa Rica por los medios que
sean. A Gerhard le indigna la acción de Stefan, al final del cuaderno logra
calcar la huella de un último mensaje cuya hoja fue arrancada, es un mensaje de
despedida.[iii] (Caps.
3 y 4).
Ana
y Samuel se entrevistan con Apolíneo Brenes, éste relata algunos hechos y
circunstancias de la Guerra Civil del 48 y cómo conoció a Marcos Arias en la
batalla del Tejar; la noche previa era Marcos quien presa del miedo y atacado
por el remordimiento escribe y confiesa a Apolíneo la traición hacia su amigo y
socio, al día siguiente tras el combate será Marcos Arias quien ahora salve la
vida de Apolíneo cuando dispare contra los hombres que le atacaban. Esto
sellará el secreto entre ambos. (Caps. 5 y 6).
Gerhard
descubre finalmente en una biblioteca que aquel recuerdo de la infancia
correspondía al desfile fúnebre, carnavalesco y espectacular de Henrich Böll.
(Cap. 7).
Samuel
y su primo Moshé, tienen un escrupuloso diálogo sobre la vida y la humanidad
(Cap. 8).
Ana
está embarazada y ya vive en su nueva casa. Va de visita donde su media hermana
Doris, y tiene la oportunidad de conocer a Beatriz, la madre de Doris y la
amada de Stefan, anciana y enferma de alzheimer, pese a ello Ana aprovecha para
decirle furtivamente que su Stefan siempre la amó. (Cap. 9).
Epílogo.
Al parecer, últimos pensamientos de Stefan. (Cap. 10).
2. Cuando las posesiones pasan de mano
en mano…
Las
posesiones que dan título a esta novela, no son propiamente aquellas posesiones
demoniacas, ni de almas en pena. No olvidemos que el único evento que alude a la
posesión de un espíritu es el ataque de Samuel en la primera parte; (pág.121)
en adelante, tanto el autor como sus personajes razonan y se refieren al evento
como eso: un ataque. Quizás Ana dude por un momento, (págs.136 y 137, 148) pero
al final, de lo que sí está convencida es que Samuel le ha ocultado la verdad
sobre una terrible enfermedad congénita que contagiaría a su progenie, (pag.144)
lo cual resulta por demás exagerado, dos ataques aislados a lo largo de la vida
de Samuel no dan para tanto. (pág.137)
En
este caso las posesiones a las que sí alude la novela son de otro tipo. En efecto,
hay un enorme patrimonio que Stefan Schmitz posee y ha transferido a su amigo
Marcos Arias para protegerlo, la traición de éste dará con la cárcel, la
deportación y la muerte de su amigo. Marcos Arias también lo ha despojado de la
más valiosa de sus posesiones: el amor de Beatriz. Tras la muerte de Marcos
Arias, sus bienes serán repartidos entre sus familiares. (cap.6)
De
su progenitor, Ana no ha heredado una casa y una suma de dinero nada más, (pág.
65) sabe que ha heredado unos genes, una
sangre sucia (pág. 23) y ahora Ana ha recibido una carta, (pág. 15) un baúl
(I Parte, cap. 7) y las confesiones de Apolíneo Brenes (III Parte, caps. 5 y 6),
que contienen la más valiosa posesión de Marcos Arias: sus secretos.
Para
Ana, ¿quién fue Marcos Arias, y qué hizo con su vida?, no le importa en lo
absoluto (págs.83 y 85); de todo lo que se enterará después será el resultado
de la curiosidad de su esposo. (II Parte, cap.9) y las insistentes confesiones
de Apolíneo Brenes.
De
alguna manera, la actitud de Ana se ha asociado con esa otra tan socorrida por
la idiosincrasia costarricense: la del olvido, la de tener una flaca memoria
histórica, o bien de maquillarla a su antojo. Como el grueso de la sociedad
costarricense, a Ana no le interesa saber, no quiere saber, pero sabe que hay
algo tras de sí, y ello puede ser ignorado, olvidado y negado. También hay otro
rasgo de esa idiosincrasia costarricense en el capítulo 1 de la tercera parte
que recuerda aquella máxima: “Esperar a que se aclaren los nublados del día”
cuando Ana, antes de cualquier compromiso prefiere tener “la fotografía clara”
(pág. 174) o dicho de otro modo, “antes de tomar cualquier riesgo, esperemos a
ver qué pasa o qué hacen los otros”. Pero hasta aquí las analogías, no se puede
generalizar la situación particular de un sujeto con la idiosincrasia de una
nación, esta novela no está construida sobre esos arquetipos.
Contrario
a Ana, Samuel quiere saber, explorar, no le basta con ir revelando los hechos
desnudos y desea explicaciones que le den sentido a estos, asumir una
obligación ante ellos. ¿Qué vamos a hacer
con la cuota de responsabilidad que nos toca? (pág.172) Finalmente Samuel
no hará nada, será más bien Ana quien tenga ese atisbo de compromiso cuando en
una melodramática escena Ana le revele a Beatriz (la amada de Stefan, ya en la
senectud y enferma de alzheimer) que su Stefan nunca dejó de amarla, (III Parte
cap.9) tampoco se da ese compromiso en el caso Gerhard el nieto de Stefan, quien
sólo iba tras un recuerdo infantil, donde, con igual melodrama su madre le
cuenta que su abuela decía sobre él que le recordaba el amor de su vida. (pág.
223).
3. Volver la mirada en tiempos de paz
Pongamos
ahora el énfasis en lo que la novela, desde su portada se propone hablarnos “los campos de internamiento en Costa Rica y
EE.UU. durante la segunda Guerra Mundial”. No se trata de una página oscura
y oculta de nuestra historia, pero sí, poco conocida, poco honrosa. Costa Rica
como el resto de países de América Latina, entraron a la guerra jugando un
importante papel estratégico: mientras se libraran las batallas en Europa y el
Pacífico asiático, nuestras naciones tomaron postura y fueron proveedores de
alimentos, y materias primas para los “Aliados” con significativas ventajas
para sus economías, y cuyo compromiso exigía el cumplimento de diversas medidas, tal es el caso de la confiscación de
bienes, propiedades y el confinamiento de los ciudadanos de las naciones
enemigas, Alemania, Italia y Japón. Al respecto nos cuenta Aguilar Bulgareli en
su libro Costa Rica y sus hechos políticos de 1948:
“Por otra parte, el gobierno también abusó en lo referente a su actitud
con los nacionales de los países a los que había declarado la guerra. Sus
bienes fueron tomados en custodia por el
gobierno y las personas enviadas a campos de concentración en Costa Rica y en
los Estados Unidos. No criticamos el hecho de aislar a esas personas del medio costarricense,
puede suponerse una muy remota intervención contra el gobierno del país. Lo que
sí no tienen justificación alguna, es la intervención que se hizo de sus
bienes, ya que en muchas oportunidades, las custodias quedaron en manos de
personas que no velaron correctamente por los bienes a su cargo. Y más aun,
hubo algunos casos en que se valieron de ello para hacer su propia fortuna.”[iv]
Muchos
ciudadanos de esos países, con el fin de evitar la confiscación de sus bienes
por parte del gobierno transfirieron estos a sus socios, parientes y amigos
costarricenses para que una vez pasado el conflicto les fueran restituidos, y
así fue, pero no en todos los casos. La novela de Alvarado nos narra una de
esas excepciones: la traición de Marcos Arias contra su amigo Stefan Schmitz un
costarricense hijo de inmigrantes alemanes.
Sin
duda, la narración epistolar sobre la tragedia y sinsabores de Stefan Schmitz
son el punto alto de la novela, logran por sí mismas crear una atmósfera
convincente, capaz de transportarnos al lugar y tiempo en que se escriben las
cartas. Por otro lado, es inevitable sentirse defraudado por ser precisamente
la narración epistolar y sus circunstancias las más escasas, centrándose
mayormente en la vida cotidiana de Ana y Samuel, en este sentido es evidente el
uso y abuso de algunos recursos narrativos como la analepsis, el racconto, la
glosa erudita, sueños, descripciones, redundancias y hasta caprichosos modismos
en el uso del lenguaje, como comentaremos enseguida.
4. Composición
Para
ir juntando los hilos que unen las vidas de unos personajes distantes en el
tiempo y el espacio, Alvarado ha recurrido a un nutrido número de recursos
narrativos, veamos algunos.
La analepsis. Utilizada especialmente
en lo que tiene que ver con Ana y Samuel: “La vela y entierro de Marcos Arias”
(Primera Parte, Cap. 1), la “Boda de Ana y Samuel” (Primera Parte, Cap. 3), “Cuando
Ana y Samuel se conocieron” (Primera Parte, Cap. 5), “De la juventud de Ana y
una relación con un hombre casado” (Primera Parte, Cap. 8)
La glosa erudita. Insertada de manera arbitraria y poco pertinente como
son los casos sobre “la dinámica económica y las flores para difuntos” (pág.
16), o la tediosa explicación sobre “la ley de Engel” (págs. 63-65). Luego
vienen otras de tipo histórico, como la relacionada con León Cortés (págs.
102-104) la cual rompe abruptamente con el diálogo que llevan Ana y Samuel, y
que luego el autor pretende fue recitada de memoria por el segundo, en todo
caso, es poco lo que aporta e ignoramos por qué la falta de sutileza en a la
hora de insertar referencias, lo mismo ocurre en el capítulos 5 y en parte del
6 de la tercera parte que son propiamente raccontos sobre episodios de la
Guerra Civil del 48; estas últimas caen en un claro pedagogismo, donde se ha sacrificado
la posibilidad de recrearlas literariamente.
La descripción. En la que se abusa a lo largo de toda la novela con detalles
irrelevantes que ralentizan la acción, podríamos citar ejemplos como:
“Ana sacó los fósforos de la gaveta y
encendió una candela que despedía una tenue fragancia a canela. Al inicio, la
vela en ocasiones incurría en una combustión imperfecta que por instantes hacía
despedir en la llama un humillo grisáceo, que a los segundos logró regularse.”
(pág. 32).
Ó
“Ana cerró la revista que leía, se levantó
del sillón donde estaba y se desplazó hacia su cartera, la cual hurgó para
encontrar el aparato móvil que sonaba.” (pág. 45).
Extenuantes
son los pasajes donde se describen sillas, maquillaje, vestidos y un sinnúmero
de detalles en capítulos como:
El
capítulo 4, primera parte, cuando Ana visita a un dentista, todo el capítulo no
tendrá la menor relación ni importancia con el núcleo de la acción, incluso se
comete el error de cambiar el sexo del asistente dental, primero es hombre: “un asistente ingresó al recinto y le
colocó una especie de babero desechable” (pág. 36), luego es mujer: “se tragaba involuntariamente un sabor
amargo que por alguna razón se le iba entre la saliva que el aparato que sostenía
la asistente no succionaba” (pág. 38) y luego vuelve a ser hombre “pasó al escritorio donde el asistente
le hizo una demostración de cepillado…” (pág. 39).
En
el capítulo 5, primera parte, cuando Doris espera a Ana para tomar café en un
mall (pags.46, 47 y 48.)
En
el capítulo 6 de la primera parte durante la recepción y lectura del testamento
de Marcos Arias, los detalles y reiteraciones se hacen insoportables, plagados
de juicios de valor donde está claro que el autor quiere ridiculizar a los herederos
de Marcos Arias logrando apenas unas caricaturas de ellos, por ejemplo a una
personaje la describe “parecía un payaso
fino” (pág. 59), “… la que se pintaba
como payasa de alcurnia.” (pág. 67), “No
hay nada que cuestionar – sentenció la hermana mayor, la payasa.”
(pag.68) como si una vez no fuera
suficiente. Ana y Samuel se repiten así mismos “nos quieren ver la cara de
tontos” en tres ocasiones (págs. 66, 68 y 71) aunque jamás se logra intuir el
por qué.
En
el capítulo 7 de la primera parte en la entrevista entre Apolíneo Brenes y Ana,
el diálogo resulta en un juego de rodeos y sofismas que parecen ir a ninguna
parte, al final, resulta forzado que Ana reciba y cargue con el baúl que
contiene los secretos de Marcos Arias, por los que no siente interés.
En
el capítulo 10 de la primera parte se hace una detalladísima descripción de la
casa en Avenida 10 (págs. 116-118).
A
lo largo de la novela observamos problemas de estilo tales como redundancias, inconsistencias,
contradicciones y falsas
expectativas en la trama. Algunas no son más que descuido, resultado de ese
afán por sobrescribir y decorarlo todo y llenarlo de palabras y palabras, al
parecer el autor no vio estas faltas durante la etapa de corrección y edición
del texto. Veamos algunas de ellas:
Redundancias:
“El espacio se estrujaba por la incesante
entrada de arreglos florales contratados. […] El espacio se estrechaba
entre los arreglos de flores que escoltaban al ataúd de madera brillante.”
(págs. 16 y 17).
“no se quedaron más que para la oración
final del cura y para el empujón del ataúd dentro de una bóveda del
cementerio privado. Mientras la gente se iba, los obreros cubrían el orificio
por donde se introdujo el cajón en la bóveda…” (pág. 18).
“La reacción inicial de Ana no fue del todo
positiva. Resintió el hecho de que Samuel hubiera estado maquinando todo
el cambio sin haberle compartido idea alguna y que él solo quisiera
montar toda la maniobra para luego únicamente solicitar su opinión y
aprobación, sin hacerla partícipe de aquello. Para este plan tan
importante no habían operado como un equipo y eso Ana lo resintió
profundamente.” (Pag. 74).
“Lo que usted me dice me reafirma que
tengo la razón y que debo hacer lo que pienso es lo correcto” (pág.
83).
También
encontramos pasajes enteros reiterativos, como una especie de deja vu, uno de
ellos está en el capítulo nueve de la primera parte, cuando Ana y Samuel se
encuentran en el Cementerio Obrero y platican con el sepulturero en alusión al
nombre del perrito faldero que le sigue.
“- Nauseas es un nombre raro para un perrito
– cuestionó Samuel, escéptico.
- Yo sé, empezó como un chiste para
asustar a la gente cuando lo llamaba. También por ser un perrillo hediondo.
Pero me encariñé mucho y después no respondió a ningún otro nombre.” (pág. 114).
Pero
más adelante, en el mismo capítulo, Samuel le dice a Ana:
“… Además debe ser el cuento que anda
regando para meter miedo y para que la gente deje tranquilo el lugar. ¡Qué
más prueba que le ponga al perro Nauseas! – razonó Samuel.” (pág. 120).
Y
queda hecha pedazos la perspicacia de Samuel, pues momentos antes, el
sepulturero se lo había dicho y el ahora lo repite como si se tratara de un
hallazgo. Otra reiteración es el siguiente párrafo colmado de un patético pesimismo
en alusión al pedido de Ana respecto a la maternidad:
“Samuel sabía que este era un tema del que
no se podía escapar. Debía enfrentar la petición de Ana, pero sobre todo debía
enfrentar sus miedos. Sus miedos a un hijo discapacitado o enfermo, a un hijo
potencialmente miserable, a un hijo que tenía toda la posibilidad a pertenecer
a la última generación de humanos en la tierra, los que estaban destinados a
ver el fin. No quería pensar en eso.” (pág. 172).
Y
en el capítulo 8 de la tercera parte mientras Samuel dialoga con su primo Moshé,
el autor nos vuelve a repetir de manera idéntica:
“el miedo de procrear a un hijo con su misma
condición neurológica o peor aún, con un cuadro más pronunciado, y el recelo de
que naciera en un mundo egoísta y utilitario como el que sentía que le rodeaba.
Un mundo, no de guerra termonuclear, sino de cambio climático, escasez de agua
y alimentos, de catástrofes naturales y demás calamidades apocalípticas.”
(pág.224).
El
problema con esto último es su falta de coherencia en la novela, el ascetismo
escatológico de Samuel desaparece súbitamente en el capítulo siguiente: su
mujer ya está embarazada (pág. 228), viven en una casa nueva en las faldas del
Zurquí (pág. 228), tienen una oferta para vender la casa de Avenida 10 (pág.
229), en fin, mucho parloteo del medroso personaje que tampoco renuncia a su
vocación pequeñoburguesa. El problema con esto es que la novela crea falsas
expectativas, hay tres que nos parece importante señalar: la primera
durante “la lectura y firma de la herencia de Marcos Arias” donde los
personajes no dejan de afirmar que están siendo timados, pese a ello y que más
tarde Moshé, el primo de Samuel lo congratula nunca llegamos a comprender en
qué consistía la “tomadura de pelo”, la segunda “De la responsabilidad histórica con la verdad”
en la que uno llega a pensar que Ana y Samuel verdaderamente restituirán la
verdad para los descendientes (de Marcos y Stefan) que se cruzarán más
destinos, pero tampoco ocurre y la
tercera sobre la supuesta “enfermedad congénita de Samuel” la cual jamás nos
llega a convencer que padezca.
Inconsistencias: en expresiones como “Ana rompió el silencio” (pág. 21) cuando está en pleno diálogo con
Samuel; la expresión se vuelve a repetir, al menos de manera más afortunada en
la página 136, donde esta vez, efectivamente, Ana sí rompe el silencio.
Contradicciones: como la que se da en las cartas entre Stefan y
Beatriz, en la primera de ellas (pág.127). “Si
ya fueras mi esposa, te lo ordenaría, pero como ese tan esperado día ha quedado
por ahora pospuesto, solo te lo puedo rogar” y en la siguiente carta dice: “tomados del brazo, ya como casados.”
(pág. 133) donde se quiere dar a entender en sentido figurado, pero no está
redactado de esa manera.
Finalmente,
quería llamar la atención sobre el uso caprichoso de “en veces”[v],
el cual a nuestro entender es propio del habla coloquial y no en el contexto en
que es empleado por Alvarado hasta en
cinco ocasiones a lo largo de la novela:
“El se conocía y sabía que su humor era en
veces la forma de eludir la ansiedad o el miedo” (pág. 57).
“desaparecía por temporadas, y reaparecía en
veces cariñoso y necesitado, en veces violento.” (pág. 97).
“Fue hasta que crecí y me hice más viejo que
comprendí que en veces ella y yo competíamos por su afecto” (pág. 178).
“En el Partido nos enterábamos de todo esto,
en veces sabíamos más que el propio Gobierno de Calderón” (pág.
194).
“El ejército del Gobierno era manejado con
una incompetencia que en veces nos hacía preguntarnos si en verdad
querían detener el levantamiento” (pág. 200).
5. Concluyendo
Al
finalizar el capítulo 6 de la tercera parte, prácticamente todo sobre el asunto
de los campos de internamiento, sobre Marcos Arias y Stefan Schmitz está
resuelto, lo que resta de la novela ya no genera mayor interés, especialmente
el capítulo 8, ese curioso diálogo entre Samuel y su primo Moché, el cual
parece un intento desmesurado del autor por aleccionarnos e indicarnos lo que
deberíamos aprender de esta novela.
Pero
no son moralejas lo que nos queda después de la lectura de Las Posesiones, en
realidad nos quedan dudas, nos irrita la obstinada pasividad de Beatriz que no
parece sospechar ni darse cuenta de nada, incluso Ute parece ser su reflejo. No
nos convencen las razones del silencio de Apolíneo ni por qué al final se
decide por revelar esa verdad que resulta tan importante para él y que fue
cómplice en ocultar, ¿Por qué revelarla
a Ana y no a cualquier otro hijo, hija, nieto nieta de Marcos Arias? Sus
explicaciones no satisfacen.
En
general, en Las Posesiones, resulta tedioso ese estilo sobre-elaborado, esa
obsesión por describir minucias, por dilatar inútilmente la acción; nos parece
mala idea intentar crear suspenso mediante rodeos y rodeos.
La
posibilidad de transferir los hechos históricos hacia la ficción narrativa, nos
permite sentir con mayor vitalidad y autenticidad lo que el dato frío no puede
transmitir; desde luego no se debe caer en la ingenuidad de pensar que la
ficción literaria por basarse en “hechos objetivos” es verdadera, o por el
contrario, creer que para ser válida requiere la rigurosa veracidad de esos
hechos. Si algo rescatamos de todo esto son las cartas de Stefan Schmitz,
bellamente escritas, y el único momento en que el relato se vuelve eficaz.
Germán Hernández
[i] El
nombre del progenitor de Ana lo sabremos hasta el capítulo 6.
[ii]
Será hasta el capítulo 9 de la segunda parte (pág. 126) que nos enteraremos qué
fue lo que Samuel encontró durante su búsqueda en internet, se trata de la
coincidencia de la fecha y lugar de la carta de Marcos Arias y una batalla
ocurrida durante la Guerra Civil de 1948, la cual será detalladamente descrita
por Apolíneo Brenes en el capítulo 6 de la tercera parte.
[iii]
Resulta incomprensible cómo el cuaderno llegó a manos de Ute la abuela de
Gerhard mientras que el mensaje escrito que sí iba dirigido a ella se perdiera.
[iv]
Aguilar Bulgareli, Oscar. Costa Rica y sus hechos políticos de 1948.
Editorial Costa Rica. 1969. Pág. 34.
[v]
Según la Real Academia Española, en su Diccionario panhispánico de dudas
(2005), indica: Es propio del habla popular de algunos países americanos, y
desaconsejable en el habla culta, decir en veces, en lugar de a veces.