Cuentos de azares
En los inicios de los noventa fui por primera vez al legendario taller literario que regentaba Francisco “Chico” Zúñiga en la vieja casona del INS. Allí encontré una boyante pléyade de jóvenes que soñaban con ser escritores (a la postre varios lo concretaron). Con uno de ellos hice migas rápido. Cultivaba el cuento y sin él saberlo se convirtió en uno de mis referentes en el grupo. Se notaba que sabía sobre el cuento y las lecturas que me recomendaba fueron fundamentales para encausar mis esfuerzos hacia la narrativa. Sus textos eran interesantes y muy sugerentes. De esos días recuerdo “El afán de los ciclos” con el que percibí que Germán Hernández, de él escribo, tenía un gran potencial como cuentista y hoy con la publicación de su libro: “La colina de los niños” lo confirma.
Aunque ya Germán había publicado el libro de cuentos “Variaciones para una ficción” y la novela “Apología de los parques”, no pareciera aventurado afirmar que en esta nueva obra se le percibe menos contenido que en esas obras, la autocensura que a veces lo limitaba ha sido superada con creces y eso le ha permitido una prosa bien tallada con la que escribe y cuenta historias interesantes.
El cuento que da nombre al libro es de una factura impecable. La minuciosidad de detalles y los giros de las acciones y de los personajes le concede un realismo tan creíble que aquí no cabe la interrupción pasajera de la incredulidad que pedía Coleridge, porque lo narrado tiene todos esos visos que tiene la vida; en este caso la vida de un agente de ventas. El narrador, como es de esperar, se interesa y hasta parece conmovido por las vicisitudes de la protagonista, luego sucede lo que suele suceder cuando uno de los personajes está en condición de vulnerabilidad. El final de relato, previsible para algunos lectores, no desencanta.
En “Los adioses”, la atmósfera confusa con que se desarrolla recuerda un entierro muy conocido en el teatro de esa historia. La conducta del narrador que juega, atinadamente, con el dato escondido de que hablaba Hemingway, urde un final de antología; bueno, el cuento es de antología, por el tema que aborda, por la forma en que se desarrollan las acciones u omisiones y por la manera en que está escrito. Un cuento redondo, mejor dicho, esférico, compacto y que, como en toda esfera, arropa la mayor densidad de datos pertinentes en la superficie menor posible. Hasta una fugaz digresión ideológica contra un periódico está magníficamente inserta. Es el cuento más sugerente del libro.
“De por qué matamos a nuestras mujeres” es el abordaje machista de los asesinatos de las mujeres a manos de sus esposos o parejas. Se decanta, el asesino, por una explicación dominada por la pasión, nunca por el sentimiento de propiedad exacerbada que suele señalárseles a esos homicidas. No se trata siquiera de atenuar la atrocidad del asesinato de las mujeres, lo suyo es una sinrazón absoluta, pero lo que arguye un asesino para explicar lo que hace, es una realidad sin sentido pero realidad al fin que cualquier análisis sobre la violencia doméstica no debe soslayar; no siempre las leyes y la protección a las víctimas están dando el resultado deseado. Texto para reflexionar.
“Los duelos” es un cuento un tanto enigmático. Narrado desde la perspectiva de una mujer lesionada, su visión de mundo y su óptica de vida es extraña, a veces inexplicable si no fuera porque se está ante una persona que es disfuncional para lo que se llama normalidad (una simple convención con base en la estadística). No creo haberlo apreciado en su totalidad, quizá otras lecturas me ayuden, pero también creo que encontrará lectores más perspicaces que yo.
“La primera vez” relata el descubrimiento de un adolescente de la sexualidad y de manera especial del placer solitario, motivado o incitado por el más antinatural de los objetos sexuales; cada uno se acordará del suyo y aunque no se parezcan al de este personaje en su naturaleza si podrá parecerse en su sinrazón, que podrá acentuar o ridiculizar el recuerdo del sentimiento de culpabilidad que pudo habérsele imbuido en la niñez a algunos lectores.
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Santiago Porras |
“Soledades” es el único cuento que no releeré. Me resulta extraño en esta colección. No sucederá lo mismo con “Y viceversa”, retrata de manera elíptica los alcances de la lectura en circunstancias inimaginables. La lectura también, de distintas maneras, puede ser un bálsamo, con la ventaja de que la poción balsámica que tiene un libro se puede compartir sin que se gaste, el libro estará completo para cada necesitado de él. Es un relato cercano a los buenos lectores.
Luego hay siete cuentos breves de factura notable. Con ellos Germán echa por la tierra los infundios de los que buscan demeritar al micro cuento. Cada uno maneja en su brevedad un universo suficiente como para satisfacer las exigencias del cuento y de su lector. Aunque esa brevedad plantea una limitación importante en el desarrollo de una historia, en este caso, tanto por la elección del tema como por la forma en que se le escribe, esa limitación no se percibe. Desafortunado el título de uno de esos cuentos breves que anticipa, innecesariamente, su final.
En el último cuento “El secreto” Germán Hernández se sumerge (y sumerge al lector) en el mundo de sus lecturas. No podía faltar su autor recurrente y de seguro preferido: Simenon. Este cuento es una manera ingeniosa y nada presumida de mostrar sus filias y fobias literarias.
Santiago Porras